1917
EL REMEDO
La comprensible maldad de algunos críticos y cinéfilos le adjudicó al film de Sam Mendes la naturaleza narrativa de un videojuego. En 1917, dos soldados ingleses tienen que atravesar el campo enemigo para advertir al superior de una tropa que detenga su ataque porque es una emboscada del enemigo. 1600 vidas están en juego. En dos secuencias (una es nocturna, por si se quiere identificarla), la marcha de los dos jóvenes del ejército de infantería remite a la estética de obstáculos propia de un videojuego, pero muchos otros pasajes desmienten que así sea. 1917 no es mediocre por ese señalamiento.
De esa altisonante injuria, sin embargo, sobrevive una intuición. Excepto por una escena en la que uno de los soldados protagonistas, enteramente consternado, les pide ayuda a miembros de otro batallón para empujar el camión que ha quedado atascado en el lodo, no hay prácticamente ninguna secuencia en el que el film demuestre estar a la altura de la responsabilidad de su tema. Mendes pasa por alto la insensatez de las resoluciones bélicas, como también cualquier contexto histórico que le dé contrapeso al despliegue material que necesita su film para existir, y desatiende la potencial fuerza del diálogo entre dos hombres desesperados. Prefiere la comodidad universal de un sentimentalismo ramplón sostenido en los lazos sanguíneos, algún que otro golpe efectista sin atenuantes para recordar el horror de la guerra. Asimismo, vindica la figura del héroe, y en ese emblema de la idolatría nacionalista, con menos énfasis, sobrevuela el rancio patriotismo británico.
1917, EE.UU., 2019.
Dirigida por Sam Mendes; escrita por S. Mendes y Krysty Wilson-Cairns.
Los entusiastas de 1917 apelan entonces a la presunta destreza formal: dos planos secuencias –no importa los trucos en el origen, en lo que se ve sí lo son– constituyen la unidad espacio temporal del film. El empleo de una toma sin corte agudiza la percepción del espacio y asimismo la sensación de duración. La planificación es ardua, más todavía cuando los dos soldados empiezan acostados en los pastizales y de ahí en adelante caminarán kilómetros, atravesarán las trincheras, los descampados, huirán de aviones, correrán por poblaciones que son puro escombro o se dejarán llevar por las aguas caudalosas de un río. Algunos segmentos denotan una laboriosa combinación del movimiento de extras en relación a los protagonistas, que nunca pueden concebirse como fracciones aisladas. La alteración de un elemento tiene consecuencias holísticas, ese es el problema de un plano secuencia y de un film escrito bajo esa gramática.
Pero el cine no es solo imagen, es también sonido. La omnipresencia de un fondo sonoro musical, en ocasiones en total desavenencia con el género, en tanto que los acordes musicales evocan más un thriller (o aun un videojuego), desnuda la poca fe que se tiene en el propio registro visual y los tiempos internos en la duración. El plano secuencia obliga a considerar estructuralmente el ritmo, y en ese sentido el trabajo sobre el sonido es decisivo. En los escasos segundos sin música extradiegética, el film respira, incluso si en ese momento un ejército completo descansa en un bosque y encuentra paz en el canto de un soldado. La canción decimonónica elegida (The Wayfaring Stranger), además, es hermosa, un instante casi conmovedor si no fuera por que parece un eficaz remedo de escenas de películas de Terence Davies, en especial de Sunset Song.
Todo en 1917 es un remedo de algún que otro film notable de una tradición cinematográfica que ha prodigado títulos memorables, como La gran ilusión (Renoir), La patrulla perdida (Ford) o El gran desfile (Vidor). Para cualquier film, ser solamente una imitación es un destino indeseable. Por otra parte, la guerra no es un tema entre otros, porque es el fenómeno humano que devela el fracaso de la especie y la dimisión de la razón por el uso de la fuerza. Filmar requiere algo más que eficacia formal. En efecto, un plano secuencia o dos no conjuran la insustancialidad generalizada que irradia inescrupulosamente cada vez que los personajes abren la boca. La pereza de los parlamentos es exasperante, a excepción, sí, de una cínica aseveración propia de la idiosincrasia británica, casi un chiste de humor negro y la exposición de una ideología castrense en la boca del coronel MacKenzie.
*Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La Voz del Interior en el mes de febrero 2019.
Roger Koza / Copyleft 2020
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