ZAMA

ZAMA

por - Críticas
25 Oct, 2017 11:34 | comentarios
Otro texto sobre Zama, en esta ocasión, una breve crítica. También un final con un anuncio.

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

EL CINE ESPIRITUALIZADO

Zama,Argentina-España-Francia-Holanda-EstadosUnidos-Brasil-México-Portugal-Líbano-Suiza, 2017.

Escrita y dirigida por Lucrecia Martel

**** Obra maestra

En la cuarta película de su carrera, Martel abandona Salta y el tiempo presente y viaja a otro siglo. En esta versión alucinada del Virreinato del Río de la Plata, los clásicos temas de las asimetrías sociales y el deseo en el cine de Martel persisten, y a su vez la realizadora profundiza la poética de su cine. 

En el capítulo 11 de Zama, la magistral novela de Di Benedetto publicada en 1956, se puede leer: “Yo, en medio de toda la tierra de un Continente, que me resultaba invisible, aunque lo sentía en torno, como un paraíso desolado y excesivamente inmenso para mis piernas”. Un poco después, Zama dice: “Estaba espiritualizado”.

En el párrafo precedente se abrevia la clave poética que Lucrecia Martel pone en funcionamiento para filmar una novela escrita como un interminable soliloquio pródigo en descripciones endemoniadamente precisas y razonamientos abstractos sobre la conciencia y sus padecimientos, un tipo de enunciación infilmable. El propósito es el siguiente: materializar la incompatibilidad entre el personaje y el territorio (simbólico); denotar sin voz en off alguna la experiencia subjetiva de Don Diego de Zama, un corregidor de la Corona española emplazado en la aridez de un orden civilizado apenas en ciernes que desea regresar a Buenos Ayres para ver a su esposa y sus hijos y volver al viejo continente.

Martel se concentra aún más en lo esencial de lo esencial de la prosa perfecta de Di Benedetto, exenta de artificio y desvíos gratuitos. La espera del personaje es evidente desde el majestuoso plano general de inicio en el que aguarda una embarcación; el reclamo del instinto, única expresión de su conducta que lo liga al presente, también se acredita en la escena siguiente: Zama espía a varias mujeres desnudas, españolas y autóctonas, entre ellas, Luciana, una mujer que le suscita una irrefrenable fantasía.

Todo el film evoluciona intensamente hacia un estado de conciencia en el que Zama habrá de renunciar a la espera y el deseo, disolviéndose en un discreto sentido de supervivencia. Mientras atiende algunas cuestiones vinculadas a las rutinas de su oficio, su última aventura pasará por atrapar a un bandido llamado Vicuña Porto. Los movimientos narrativos se atienen a las peripecias de la conciencia y las acciones específicas de un oficio ingrato.

Lo extraordinario de Zama reside en la concentración de cada plano, que remite a la exigencia de cada página de su origen literario. Como si estuviera filmada directamente en 1790, la cámara atestigua las costumbres, el orden social, las creencias, el cuerpo de los hombres, la singularidad del ecosistema. Cualquier escena tomada al azar transmite la distancia y la rareza de otro tiempo. En una reunión de Zama con su superior, una llama entra en escena y el comportamiento del cuadrúpedo parece ser el apropiado a la cotidianeidad de ese mundo. Es un ejemplo de interacción propio de otro mundo.

Martel ha insistido en que su película tiene como eje un dilema de identidad. Cuando la presencia de los originarios de América se vuelve manifiesta en el relato, el contrapunto entre Zama y los otros es puesto en primer plano. El trance antropológico para el personaje ya es absoluto; está espiritualizado. Pero no solo él. En esos últimos minutos la experiencia cinematográfica, firme y sujeta a un concepto sonoro de una magnitud desconocida y de un sistema de encuadres meticuloso, alcanza su apoteosis. Se espiritualiza el cine, se transporta (en canoa, como Zama) a otro mundo y se libera de la esclavitud de las convenciones que ha mutilado el asombro.

***

Posdata:

Después de algunas afirmaciones tempranas que expresé en distintos lugares sobre Zama, algunos colegas afilaron sus garras y empezaron a repartir golpes e invectivas directas e indirectas sobre mis declaraciones, que sentí pasar como si yo hubiera adquirido la velocidad de un practicante avanzado de aikido. Mal que les pese, todavía puedo decir con absoluta tranquilidad que Zama es el mejor film argentino de este joven siglo.

A mis colegas, a quienes suelo considerar con sincero cariño, ya sea que pertenezcan a la secta del perro, a la escuela literaria reduccionista de Córdoba o a la gran secta anárquica de la boloñesa con distintas sedes en el país, les cuento que he decidido escribir un pequeño libro sobre Zama. Tal vez entonces pueda llegar a desplegar del todo lo que creí ver la primera vez que me enfrenté al film de Martel y las cinco veces posteriores que lo vi.

Esto explica que no me haya extendido en demasía en esta crítica que publiqué en otra ocasión para un diario argentino.

No me sonrojo ni vacilo al reafirmarlo: Zama es la mejor película argentina del siglo, una anomalía absoluta para todo el cine argentino (y latinoamericano).

*Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La Voz del Interior en el mes de septiembre de 2017.

Roger Koza / Copyleft 2017