MUERE, MONSTRUO, MUERE
Las mejores películas de terror, y Muere, monstruo, muere, en la irregular tradición vernácula del cine de ese género, está entre las mejores, sacan provecho de la vulnerabilidad del lenguaje. Todo parece sujeto a la gramática y de lo que ahí se erige; a través del lenguaje se ordenan todas las experiencias, o casi todas, porque el terror comienza cuando este falla o resulta inoperante frente a ciertos hechos. Que el plano inicial de Muere, monstruo, muere esté dedicado a una mujer que pierde su cabeza, y que un poco más tarde el principal sospechoso afirme “estoy en un agujero entre las palabras”, no comporta ninguna inocencia. El terror empieza donde el lenguaje no acierta.
La decapitación es un modus operandi del monstruo o del hombre que alude a su existencia; la trama avanza a medida que se sumanotros casos, y el policía que investiga, amante de la mujer del sospechoso, reúne algunos indicios que pueden darles mayor verosimilitud a las descripciones delirantes del presunto asesino. Un hombre común no pierde sus colmillos ni execra un pegajoso líquido verdoso, evidencias que no despiertan mayor entusiasmo en su superior, un personaje no menos siniestro que el fantasmal monstruo que se divisa a tientas. Todo eso sucede en una zona cordillerana cercana a Mendoza, en nuestro tiempo, pero con algunas sugerencias que remite al pasado, imprecisamente. Sobre estos elementos, el film evoluciona conforme a la resolución del enigma. ¿Lo que sucede es entonces el delirio de un homicida desesperado o es tan solo el sufrimiento traumático de alguien que fue testigo de algo a lo que es imposible darle palabra?
Muere, monstruo, muere, Argentina-Francia-Chile, 2018.
Escrita y dirigida por Alejandro Fadel.
Fadel conoce muy bien el género elegido y sabe muy bien que dosificar la información y mantener a la bestia en fuera de campo es crucial para la tradición en la que aquí se desempeña y asimismo para el intento estético que se propone. ¿De qué se trata esto último? Enunciado por el hombre sufriente en una conversación con una psiquiatra, aquel sostiene que le interesa “el paso de lo biológico a lo espiritual”. Se podría conjeturar que el terror es justamente un paso fallido de una dimensión a otra, lo que explica el componente sexual y bestial que suelen tener los crímenes relacionados con lo monstruoso. El sexo es siempre la intersección crucial entre esos dos dominios.
Ese pasaje aludido ofrece en el cine de terror un repertorio de sustancias corporales: los fluidos, la sangre, la carne, las vísceras, o simplemente el cuerpo y sus partes y productos microscópicos desmarcados de su funcionamiento orgánico constituyen la expresión de eso biológico que no alcanza a espiritualizarse, y que como tal subsume la materia bajo un aspecto, el de lo ominoso. Fadel trabaja sobre esa dimensión aberrante con precisión. Gradualmente, lo ominoso se patentiza, y llega, incluso, a apoderarse por completo de un plano cuando este devela las fauces del monstruo. El trabajo sobre la escala ascendente de la representación de lo ominoso es una conquista estética, una progresión cinematográficamente insidiosa al servicio de la repugnancia, un requerimiento del género, acaso paradójico, si se considera que el criterio es aquello de lo que suelen apoderarse los guardianes del buen gusto.
Hay signos y guiños que habilitan una lectura como esta, pero no todo es dominio de la interpretación. Hay toda una física cinematográfica en Muere, monstruo, muere que justifica ser un oyente y un observador en sala. La consistencia cromática del film es apabullante: en varias secuencias, los rojos, los amarillos y los verdes se lucen en el trayecto de la luz sobre la oscuridad, y los sonidos del interior de la criatura tienden a volverse íntimos en el propio oído. Hay aquí un cineasta, un organizador estético de la materia, cuyas ideas tienen siempre una traducción escénica: los motociclistas que irrumpen sin explicación alguna en momentos decisivos de pavor, o el travelling hacia atrás para observar el goce de la bestia en el que se combinan penetración y voracidad al unísono, son buenos ejemplos al respecto.
Muere, monstruo, muere es un film incómodo. A los amantes del género los puede desconcertar, a los creyentes en el cine arte los puede desorientar. Las anomalías (cinematográficas) siempre suman, porque desarreglan lo establecido y permiten volver a pensar. En un género codificado hasta el cansancio, un desvío como este merece atención. La propia película es un monstruo, algo difícil de nombrar.
Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La Voz del Interior en el mes de julio 2019.
Roger Koza / Copyleft 2019
Vi esta pelicula hace un par de meses en el cine Gaumont y salí de la sala con sensaciones encontradas: me gusto la utilización del sonido cuando el monstruo está en el fuera de campo. Eso me hizo pensar que el miedo puede ser un proceso sonoro y una vez visulizado se vuelve terror. Pero hubo algunas cosas que no me gustaron: el personaje que divaga con cierta locura me resultó bastante pretencioso, y lo digo como estudiante de Letras con conocimientos basicos de linguistica.
Creo q la pelicula en sus resoluciones cae en alegorias un tanto subrayadas en momentos importantes. Me gustó el monstruo en sí y su cola como objeto falico, la violencia de los cuerpos que no mata a los hombres pero si a las mujeres, y esas tres motos q aparecian momentos antes de la bestia me hicieron pensar en una especia de violencia institucional o que tal vez es causada por el propio estado.
El único miedo que faltó describir en la película es el miedo al aburrimiento, que es el único que genera la película, además del aburrimiento en sí.
Douglas: es una percepción válida, una experiencia no deseable, pero siempre tiene que ver con quién mira y no tanto con lo que se mira; el mismo film cuenta con sus fieles defensores (y asimismo, como usted, detractores), de tal modo que el aburrimiento es constitutivamente de índole subjetivo. Agrego. En una universidad situada en Buenos Aires, de la que yo poco tengo que ver y siento, además, una distancia estética ostensible para mí mismo, hay un profesor y también cineasta que ha hecho famoso una objeción a su objeción: «el aburrimiento no es una categoría estética, sino psicológica». Los estados de ánimo pertenecen al mundo privado; yo me dedico a la crítica, cuyo móvil es ir un poco más allá de la soberanía del propio gusto orientándose esa práctica en el intento de comprender mejor un film, y así el cine. Sobre el aburrimiento, y el deseo de hacerlo sentir públicamente, nada tengo yo para decir(le). Es tan legítimo como algo clausurado en sí, y por cierto inamovible para empezar cualquier discusión (estética). Saludos. R
La cita correcta es «El aburrimiento es un problema del que se aburre y no una categoría estética». El autor es Rafael Filippelli. En cuanto al severo Douglas, sería bueno que él mismo incluyera entre sus miedos el miedo al solecismo.
Entiendo lo que decís sobre la necesidad de las anomalías cinematográficas, es cierto, esta película descoloca y el lugar en el que se posicionó es merecido.
Con respecto a mi experiencia personal con el film, me parece pretenciosa y un poco obvia; pero admito que es una película necesaria, al igual que el director y muches de les que trabajaron en esta producción soy mendocina, y la misma es imprescindible para el cine local.
La primera vez que la vi, fue en el estreno en Mendoza en el GRABA. La sala estaba llena y podía sentirse el entusiasmo de la gente, yo misma estaba emocionada por verla. Empezó bien, me llamó la atención el juego entre el terror y la salud mental, las actuaciones me gustaron. Todo iba bien, hasta que el guión empezó a descarrilarse, a dónde quiere ir Fadel pensaba, demasiadas temáticas que se salen del eje y como espectadora me perdí: cuál es el mensaje? Es acaso el terror, el machismo interiorizado de la sociedad encarnado por los personajes y representado en el monstruo, la esquizofrenia de un hombre atrapado, los crímenes, el psicoanálisis y todo contado a partir de una leyenda local. Así como se lee, se percibe interesantísimo, pero es un guión confuso, en el que no se interioriza en nada y a la vez quiere decir todo. Pienso que Fadel logró lo que quería, descolocar; pero se puede querer todo? Es decir, filmar una película de terror sin caer en el cliché de cine clase b, pero al mismo tiempo querer hacer cine arte y que la crítica elogie a la cinta por su inteligencia, estética y atmósfera. Si se puede, y el director lo hizo, aunque a mi entender se corre el riesgo de no hacer ni una cosa ni la otra, pero bueno, quién soy yo para intervenir en sus decisiones. Simplemente esta es una descripción de mi experiencia sobre una película que no me gustó (más allá del guión no me gustan las CGI, ni del monstruo ni de la montaña). De todas manera, Fadel llegó! Estrenó en Cannes y eso es muy importante, o no? Un abrazo.
La terminé y quedé con mas cara de concha dientuda que el mounstruo…