CUESTIONES PROVISORIAS: SUEÑOS, CONJETURAS Y ASOCIACIONES (02): EN LOS PRIMEROS DÍAS DEL OTOÑO
Llovía en la madrugada; en la ciudad, gracias a la lluvia, el estímulo del olfato se restituía. Había olor a lluvia, y refrescaba. Ayer, durante la conmemoración de la mácula mayor de la historia argentina, el calor fue veraniego, y el agobio atmosférico se sintió promediando la primera sección de la tarde. Todo cambió en menos de tres horas. En ese momento, el viento acompañaba a la lluvia y la temperatura bajó. Fue un placer epidérmico, gratuito. ¿Todo esto se podría filmar?
Joris Ivens superó ese desafío en sus inicios. Empezó con la lluvia; luego, registró todas las revoluciones sociales existentes y capituló su vida y su carrera haciendo planos del viento. ¡Qué cineasta! Sí, no hay muchos como Ivens. Una máxima cinéfila: volver cada tanto a Historia del viento.
El tema de la lluvia en el cine no me pasa inadvertido. El temor y el artificio dominan las formas de filmar la lluvia. Por lo general no se filma la lluvia, sino agua expulsada por mangueras que permanecen en fuera de campo. Eso fue lo que me resultó imposible de la última de Woody Allen (Un día lluvioso en Nueva York). Cada vez que llovía se adivinaba una manguera gigante reemplazando el realismo de las nubes y la concomitante descarga en gotas copiosas sobre la tierra. Que suceda en una escena, vaya y pase, pero el film en su título invoca la lluvia. ¿Cómo no intentar, al menos una vez, registrar ese fenómeno atmosférico?
Poco tiene este señalamiento el tono de una exigencia por respetar una suerte de realismo atmosférico. No es un problema de verosimilitud; el tema radica en el placer estético que puede advenir de contemplar la lluvia en una película. El volumen de las gotas, la dispersión, el sonido, los efectos sobre todas las superficies. Lo hermoso de la lluvia es que jamás sobreactúa. A cántaros o como llovizna, la escena con lluvia se beneficia enormemente cuando el cineasta entiende la fuerza dramática y física de ese elemento vital de la naturaleza. Tengo la impresión de que ya nadie sabe muy bien cómo filmar la lluvia. Bueno, César González, recientemente, demostró que sí sabe. No todo es en Lluvia de jaulas desencanto y desolación; el barro de su barrio y el cielo desde esa locación envilecida por el imaginario de clase reviven a Ivens y su deseo inicial por filmar la lluvia. ¿Cómo puede ser que el anciano holandés resucite en un barrio improvisado de Buenos Aires? Esto sí que es la magia del cine, la misma que Satyajit Ray descubría en un pueblo no muy lejano de Calcuta, cuando los dos hermanos recibían la lluvia como si se tratara de una bendición de la biosfera. Pather Panchali, otra bendición. Otra máxima cinéfila: volver cada tanto a la Trilogía de Apu.
Fotograma de encabezado: Lluvia
Roger Koza / Copyleft 2020
Entregas recientes:
Cuestiones provisorias (01): En los labios de Luis (leer aquí)
Últimos Comentarios