34 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA (02): PLANOS DE MEMORIA
Heimat is a Space in Time (Thomas Heise)
No es la primera vez que el vocablo “Heimat” encabeza el título de un film alemán; la patria, el hogar o el sentimiento de pertenencia constituyen un tema carísimo para cualquier alemán del siglo XX. Heise emplea cartas familiares, ensayos filosóficos, documentos estatales, fotografías personales vinculados a varias generaciones de los Heise y propone un lúcido entrecruzamiento entre la historia de una familia judía y la Historia de Alemania del siglo XX, en contraste directo con el presente, pues todos los planos filmados en blanco y negro, algunos de una hermosura gélida e inhóspita, remiten a la actualidad (o al paso del tiempo condensado disimuladamente en la superficie del mundo). El contrapunto es devastador, porque todo lo que se cuenta no es otra cosa que el advenimiento del nazismo, el inicio de la Guerra Fría, el fracaso socialista y el inescrupuloso desenfreno del capitalismo como último período del siglo pasado, leídos desde la esfera íntima, siempre matizados por experiencias amorosas, anécdotas cotidianas, pareceres generales sobre el devenir de todas las cosas. La omnipresente voz de Heise, más que sostener un relato en primera persona, se instituye como un emisario de un linaje, en el que reverbera aquello que Eric Hobsbawm denominó “la era de los extremos”.
Nunca subí el Provincia (Ignacio Agüero)
Como Jonas Mekas, el cineasta chileno, en sus propios términos y muy cercano al espíritu lúdico de Raúl Ruiz, ha inventado un modo de exploración estético sobre el mundo circundante en el que cualquier evento ordinario, doméstico o callejero, puede revelarse como cinematográfico. La premisa es la siguiente: sin salir prácticamente de la casa propia, se puede conocer el mundo. Así, desde el living primero, la entrada a veces o la esquina de su casa, Agüero observa a los transeúntes, indaga sobre la vida de algunos vecinos, mira la imponente montaña llamada Provincia y no deja de preguntarse sobre la memoria, la cual depende tanto del espacio como del tiempo. El filme funciona como si duplicara la mente y las asociaciones del cineasta, cuya curiosidad y libertad prodigan al relato momentos inolvidables, como cuando unos niños japoneses ven por primera vez Chaplin en Yamagata, un hombre golpea a la puerta de su casa para pedir ayuda y en él una mayoría postergada halla a su más noble vocero, o la obsesión del realizador por saber el destino del panadero de la esquina se transforma en una meditación sobre el olvido. El trabajo sonoro no es menos extraordinario que el meticuloso montaje, pues lo que no se ve sí se escucha, y a veces en la tenue sonoridad hasta se puede percibir la desgracia que aún hoy aqueja la vida de los chilenos.
Roger Koza / Copyleft 2019
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