76º FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE LOCARNO: SENTIMIENTOS ENCONTRADOS
8 de agosto. Un lindo sentimiento, Baan y El auge de lo humano 3
Lo de anoche con Santo vs. Las mujeres vampiros fue fantástico. Va a ser imposible borrar el recuerdo de estar viendo a Santo luchar contra toda posibilidad de victoria junto a Abraham Villa Figueroa y la compañera suiza Norma Eggenberger. Lo primero que se nos muestra en la película es a la cofradía de mujeres vampiro que, tras doscientos años de espera, quieren secuestrar a María Duval para que su antigua líder caída en desgracia pueda ocupar su cuerpo. La hora de su anunciado regreso llegó, pero para su desgracia les tocó ser contemporáneas a Santo “El enmascarado de plata”. Para quien no lo conozca: Santo fue un luchador profesional, protagonista de más de treinta películas, ídolo popular y símbolo de México. Santo vs. Las mujeres vampiro pertenece a esa tradición del cine que era devota a darle todo al público, siempre una cosita más, un chiste más, un efecto sorpresa más. El objetivo, uno muy noble: divertir. La única arma de Santo es su cuerpo, sus puños y sus acrobacias; es lo contrario a un superhéroe todopoderoso: es sólo un hombre con una máscara plateada. En esta lucha de un justiciero popular contra una amenaza que busca destruir a la sociedad, cada caída al suelo, cada enfrentamiento con estos seres sobrenaturales que lo sobrepasan en fuerza y cada movimiento de este Santo de ya 45 años está cargado de un suspenso imparable. En esta película, Santo iguala a todos; es transversal a todo México, lucha por las causas justas de todo aquel que se lo pida, es ídolo de las masas y tiene ganado el respeto de la burguesía. Santo es un nervio muy profundo de México.
Las larguísimas secuencias de lucha libre están filmadas con una simpleza de las más hermosas: en un estudio de paredes oscuras vemos un ring y a un centenar de butacas repletas, todo registrado con una lejana puesta de cámara desde el punto de vista de la audiencia (similar a los mejores planos de El gran campeón), la cual alterna con planos de la reacción del público. Filmar algo así debe haber sido fácil. Con solo abrir una convocatoria de gente que tenga ganas de ver luchar al Santo se puede llenar fácilmente ese espacio con “extras”. Luego, es dejar que el Santo y compañía hagan su performance y ya, simplemente hay que documentar. Un armado que da a luz a un gran detalle de la película: la reacción de la gente que se avizora a los costados del ring, sus caras alentando a Santo a cada caída, sufriendo con él y saltando de alegría por cada puñetazo bien puesto en la cara de un enemigo. Hay culturas enteras que no tienen este tipo de registro de sí mismas; estas escenas son patrimonio del divertimento y la historia mexicana.
Vibrando con un Gran Rex repleto, nos reímos tanto con Abraham y Norma, tanto que no tiene sentido. A la salida nos encontramos con los demás y juntos volvimos al hostel. Lo memorable de la noche tuvo un cierre hermoso. Sin nada de sueño luego de lo que vimos y mirando con buenos ojos el fresquito de la noche de verano, junto a Abraham, Dora y Alonso Aguilar, compañero de Costa Rica, nos quedamos en el patio delantero del hostel escribiendo hasta pasadas las dos de la mañana. Cada uno con su cosa, todos concentrados y, creo que puedo hablar por todos, felices.
A las nueve de la mañana del día siguiente tuvo lugar la función de prensa de la nueva película de Leonor Teles, Baan. La expectativa era total. Después de Terra Franca, su excelente primer largometraje que se mueve en ese espacio intermedio entre el documental y la ficción, ahora Teles se inclina sobre un relato puramente ficcional. La estructura es simple: una chica llamada “L” conoce a otra chica llamada “K”, nace el romance, queda trunco, llega la tristeza y empieza el tiempo para procesar. La oración anterior no incluye ningún spoiler, porque la película se estructura gracias a un montaje que va y viene entre dos ciudades y tiempos diferentes. En los primeros segundos de película, una placa en rojo saturado anuncia el título de la película y a continuación otra de azul fuerte explica su significado: casa. El idioma de la primera es el tailandés. En Baan, la inentendible Bangkok y la nostálgica Lisboa componen un espacio cinematográfico con aroma a destierro donde la errancia de la protagonista parece una sentencia que hay que pagar; el tiempo a solas y la toma de distancia aparecen como la mejor moneda para cancelarla.
Entre las actividades de la Critics Academy comisionada, fuimos puestos en pareja para ejercitar la escritura de “trade pieces” (no sabría cómo traducir la idea) que serían publicadas en Variety. Junto a Savina Petkova nos tocó trabajar con la nueva película de Leonor Teles, a quien entrevistamos luego de la función de prensa. Nuestro desacuerdo frente a la película fue una buena herramienta para la confección de un texto de esta clase, en el cual los aspectos críticos deben ser suprimidos junto con la opinión de los escribas. Allí escribimos que “el estado de desamparo, de anhelo por pertenecer en tiempos donde todo está en flujo, encuentra una representación en Baan. Colores vibrantes, neones y amaneceres rosados se bañan en la calidez del material fílmico de 16 mm que Teles utiliza en esta película que fotografía ella misma, además de dirigirla y escribirla”. En otras condiciones, a lo dicho, le añadiría que esa representación teñida por nostalgia y pintoresquismo funciona como una pátina embellecedora de un relato llano y medido hasta el milímetro y que lucha por enmendar la falta de química de la dupla protagónica compuesta por Carolina Miragaia y Meghna Lall.
Baan es una película que paga sus deudas a los santos del cine, y en especial a Wong Kar-wai. En el vertiginoso montaje que va de ciudad en ciudad, aparecen planos ralentizados como los de Ángeles caídos donde los colores se escurren por la pantalla; similar a los mejores planos taipeianos de Christopher Doyle, los neones de la bullente Bangkok estallan junto con el movido soundtrack a través del grano del celuloide y se contraponen a las sombras en la que se hunde L; similar a Happy Together, el gesto de escapar al fin del mundo o fumar la misma marca de cigarrillos que K son maneras de estar menos lejos del ser amado que ha puesto distancia; en esa línea, un plano que imita al del paisaje urbanístico dado vuelta de una Taipei contrapuesta a Buenos Aires, se suma al guiño de mostrar que el usuario de instagram de K es “Kay_2046”, para hacer de Baan una película de analogías y metáforas alejadas de lo sutil. Los hilos de la película, visibles desde el comienzo, se enredan para atenuar la atenta mirada que Teles demostró en sus anteriores trabajos. “Es una candidata para ganar, cumple todos los requerimientos (It ticks all the boxes)”, dijo, en una charla informal antes de ver la película, uno de los editores de uno de los medios grandes presentes en Locarno. Para él este hecho es emocionante, para quien aquí escribe un problemón.
El auge de lo humano fue un hit en la edición de Locarno de 2016. La buena recepción crítica se vio condecorada con la obtención del Pardo d’oro: Cineasti del presente, dos empujones que catapultaron al argentino Eduardo Williams al grupo de los directores más distintivos y contemporáneos de nuestros días. En esa película, jóvenes de sociedades tan distintas como Argentina, Mozambique y Filipinas son registradas en su día a día por la cámara distante, liberada de toda idea de prolijidad clásica y movediza de Williams. A pesar de la soltura del registro, El auge de lo humano corre guiada por una estructura reconocible que es apuntalada por la cámara. Hay una conciencia del registro y del propio hacer de la película. La cámara sigue a los personajes argentinos hasta “meterse” dentro de una computadora donde hay una videollamada con otros chicos de Mozambique y sale por el otro lado; luego, hace una operación similar al introducirse en un hormiguero en tierra africana para emerger en alguna isla filipina. Esta estructura le permite a Williams generar un espacio cinematográfico donde las distintas imágenes se debaten entre contrapuntos y zonas de costura, donde se puede navegar la vida de esas personas, sentirlas y pensarlas. Para su secuela, Williams se corre de cualquier intento semejante.
El auge de lo humano 3 es una de las películas más anticipadas de esta edición de Locarno. “Internacionalista” es una palabra que puede describir la principal continuidad entre una y la otra. En su nueva obra, Williams sigue a un nuevo grupo de personajes anónimos por distintas situaciones casuales, principalmente paseos, por Taiwán, Sri Lanka y Perú. El argentino captura la imagen con uno de esos dispositivos esféricos compuesto por muchos lentes que suelen usarse para realizar piezas de Realidad Virtual (VR). Pero esto es cine, aquí no hay gafas con pantallitas ni auriculares, estamos en una sala (la Kursaal de Locarno) frente a una pantalla (bastante grande y bonita). Eduardo Williams sigue a los personajes con esta cámara que captura a los personajes como desde el interior de una esfera, un registro que sólo puede lograrse de una manera: paseando junto a los personajes. Gracias a esto, hay un cariz muy vivo y corporal que se transmite en algunos momentos. Ahora bien, en la pantalla bidimensional del cine vemos un “Encuadre VR” (como se lo llama en los créditos), de todo el campo registrado; en El auge de lo humano 3 hay un doble “encuadre”, el del paseo que registra todo y el de Williams en postproducción eligiendo qué recortar, qué ver y qué dejar fuera de campo. En fricción con lo dicho antes, los movimientos donde más se manifiesta este procedimiento transmite una distancia fría. A diferencia de lo que sucede en la primera película, con El auge de lo humano 3 estamos dentro de la computadora, el punto de vista es el de una pantalla manipulada por el mouse.
Por causa de la propia óptica angular del aparato o por glitches que se aprecian en las uniones invisibles de los muchos ojos de la cámara, la imagen curvada y deformada del dispositivo de Williams registra sus momentos de mayor distancia cuanto más se acerca a los personajes. A mayor proximidad con el globo, mayor deformación de los rostros. Esta particular imagen producida por el uso de este dispositivo rememora a How the West Was Won, el western épico de 1962 dirigido por Henry Hathaway, John Ford y George Marshall que reúne una veintena de estrellas de primer nivel para contar la gran proeza “civilizatoria” estadounidense. Los estudios necesitaban novedades para capturar al público, un problema que para los yankees significa recurrir a su más preciada fórmula: invertir un fangote de plata en algún chiche nuevo. A lo largo de la historia del cine, algunos inventos e innovaciones técnicas produjeron cambios de paradigma, y otros, fallidos o poco queridos, se perdieron en el camino. Esta es la historia de un invento del segundo grupo. Los estudios buscaron espectacularidad, persiguieron la grandeza a través del tamaño de imagen, quisieron ensanchar la visión hasta sus límites y llegaron al punto de necesitar construir nuevos cines con forma de domo (el Cinerama Dome, su mejor ejemplo) para poder proyectar estas imágenes. De esta manera, la tríada de realizadores y cuatro directores de fotografía, tuvieron que vérselas con un novedoso dispositivo de filmación panorámico “Cinerama”, compuesto por tres lentes dispuestas en forma de semicírculo. A causa de ciertas cuestiones ópticas que privilegiaban la angulación más extrema de la imagen, este antecedente de las cámaras 360º le presentaba un gran problema a los realizadores: no podían hacer primeros planos. Buscando la cercanía a la que estaban acostumbrados para narrar y transmitir la humanidad de sus personajes, estos realizadores se encontraron con los planos medios como límite. Los rostros se perdieron en el horizonte inmenso del oeste estadounidense. El auge de lo humano 3 toma un paso más lejos, en ella la cercanía significa la ratificación de un anonimato, la disolución de una identidad y la negación de la humanidad.
Para su crítica en el periódico de Locarno, Minh Nguyen, compañera de la Critics Academy, escribió un texto donde desglosa una descripción muy cuidadosa de los efectos que genera la imagen de esta película. Escribe la colega: “El auge de lo humano 3 no se parece (y no parece quererlo) a la realidad. Se siente, de hecho, como un videojuego, se acerca a la machinima, o al cine hecho de videojuegos. En este género, el jugador/cineasta inicia el “Modo Dios» (Godmode) modificando el entorno, y así la lente de burbuja de la cámara VR de Williams emite el efecto de un científico observando especímenes en su placa de Petri”. Nguyen no vierte un juicio sobre esta tensión científico/espécimen, jugador/personaje-inhumano que detecta. El auge de lo humano 3 muestra la errancia de personas indiferenciadas y sin característización por paisajes igualmente indiferenciados y borrados de toda identidad cultural o histórica. En El auge de lo humano 3 asistimos a un paseo NPC’s hechos de personas. Williams posa una mirada muy personal sobre el mundo impersonalizado que construye; una visión contraria a, por ejemplo, la que tiene Radu Jude en su película que también compite en Locarno. Do Not Expect Too Much From the End of the World juega lúdicamente con sistemas de registro contemporáneos en pos de desanudar el entramado de imágenes de nuestro tiempo que borran la historia, la memoria y la belleza del individuo. Williams, con decisión, se para en la vereda opuesta. El auge de lo humano 3 es una experiencia estética espectacular con proezas técnicas asombrosas que ratifica la despersonalización en la que nos hundimos día a día. Esto es, además de una frivolidad estética, un pelotazo en contra de la idea del cine y el arte como lugar de encuentro.
9 de agosto. Trabajo
El ritmo frenético de un festival ocupado obligaciones oficiales, la escritura de estas columnas y el visionado de cuanta película se pueda, lleva eventualmente a esto: un día entero dedicado a trabajar.
A las corridas, entrando y saliendo del cine para volver a volcarse en la escritura, pude ver en el Gran Rex Pueblerina de Emilio “el Indio” Fernández y Rostros olvidados de Julio Bracho, protagonizada por nuestra Libertad Lamarque. La primera, dentro de esta retrospectiva plagada de nombres y títulos ignotos, resultó la menos sorprendente; fue como un subrayado o una confirmación: el Indio Fernandez es de los grandes de la historia, y también el más fácil de digerir en el exterior por su cuidado plástico y su terquedad medida. La segunda, luego de lo que fue la maravillosa Llévame en tus brazos, resultó una decepción; esta película de Bracho simplemente no logra llevar a Lamarque más allá de los lugares más comunes de su registro melodramático, ni llevar con fuerza el suspenso de una trama verdades ocultas y sacrificios.
9-10 de agosto. La noche de imaginación
A unas cuadras del centro neurálgico del festival, se emplaza el “Basecamp”, un espacio donde tienen lugar una serie de actividades relacionadas a la expansión del festival sobre los terrenos de otros medios artísticos y comunicación no tradicionales. Con sus fiestas, ocasionales cocktails espontáneos, performances artísticas y su patiecito con metegoles y silloncitos se puede declarar como la zona más cool del festival. Una de las actividades más importantes anunciadas en esta parte del festival es «Una larga noche de sueños acerca del futuro de la inteligencia” (A Long Night of Dreaming about the Future of Intelligence), un encuentro que comienza al atardecer (20:44) y finaliza al amanecer (6:17) del día siguiente. Dice el texto de presentación: “Guiado por investigadores, artistas y cinéfilos, estas preguntas van a ser abordadas: ¿cómo se manifiestan hoy diferentes formas de inteligencia artificial y ecológica? ¿Cómo puede cambiar la inteligencia en el futuro? ¿Cuál es el rol del cine a la hora de moldear la inteligencia y volverla visible?”. A la medianoche y con la moderación de Christopher Small, Maja Korbecka, Savina Petkova y Öykü Sofuoğlu, tres compañeras de la Critics Academy, se sumarían a la serie de charlas y encuentros ininterrumpidos que se extenderían hasta el alba.
Llegué un rato antes de la medianoche y pude presenciar un poco de la charla anterior, donde platicaban los críticos Kevin B. Lee, Devika Girish y una tercera persona que no conozco (y que la decisión del Basecamp de borrar el programa de su página web, en favor de una idea rara de espontaneidad “Pop-up”, no me permite reponer). Entre palabras y conceptos recién salidos del horno de la academia angloparlante, el eje era difícil de entender si uno llegaba con la cosa ya bastante empezada. Eso sí, la palabra “IA” se repetía mucho.
Luego de esa mesa (o mesita con sillones), llegó el turno de las compañeras. La charla tenía temario libre y allí se largó el trío a intercambiar ideas sobre la crítica, los sueños y la inteligencia, todo enfrente de un jardín lleno de personas en reposeras y puffs. Como siguiendo un hilo que se perpetuaría a lo largo de toda la noche, el vector que condujo la charla fue la pregunta sobre la posibilidad de que la Inteligencia Artificial reemplace al crítico de cine. A los pocos minutos de comenzado el intercambio, se detectó un problema: Maja, Savina y Öykü estaban demasiado de acuerdo en todo. Frente a esto, Christopher abrió la mesa al público para encontrar otras voces y frente a su mirada, en la primera línea de puffs, aparecimos ruborizados Minh Nguyen y su servidor.
Con la reverberación del punto de vista personalista que tenía la mesa, sólo quise argumentar mi creencia de que el cine, como cualquier arte, despierta emociones precisas y profundas que son abono para el nacimiento de los textos críticos. Al menos para mí, cada crítica es un desafío de inventiva y navegación cuya misión no es acercarse a un criterio objetivo dirimido por un juicio que distingue entre buenas y malas películas, mejores y peores. Cuando el alma que domina a la escritura es la pulsión de aprehender emociones para pensar a través de ellas, es cuando la crítica de cine se vuelve irreplicable por la máquina. Acto seguido, Christopher Small tomó el micrófono y (como buen editor que resultó ser con mi texto sobre Lav Diaz) le echó agua a mis dichos: la IA solo puede escribir crítica de cine mediocre, aquella que puede ser procesada como modelo y fórmula. La crítica que se para en el opuesto de esto y no puede ser capturada por ningún algoritmo, es donde vibra lo más emocionante de la disciplina.
Después de aprovechar la barra libre un rato, salí del Basecamp reafirmando mi deseo por encontrar una voz que, al menos (“me”), ayude a reinventar la forma de mirar y escuchar una película. En la vida hay que apuntar alto, como la valiente Öykü que se quedó durante todo el evento. Espero con ansias leer su reporte.
Tomás Guarnaccia / Copyleft 2023
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