9 FICIC: LA ENERGÍA INAGOTABLE
Hay un hecho indiscutible: los festivales de cine –a partir de la desastrosa política cultural del gobierno que estoicamente soportamos- han entrado en un proceso de declive del que el BAFICI fue su expresión más reciente. Si bien Mar del Plata, con algunos tumbos, más o menos se sostiene, han sido muchos los eventos de este tipo que han desaparecido de un mapa que supo cobijar más de un centenar de ellos. Pero hay una excepción que –a pesar de las dificultades permanentes y la falta de apoyo- se mantiene enhiesto y con claras intenciones de seguir creciendo.
Esa rara avises el Festival de Cine Independiente de Cosquín. Aquella utopía que comenzó con destino incierto en 2011 por inspiración y voluntad de Carla Briasco y Eduardo Leyrado hoy se ha consolidado como el tercer festival de importancia en la Argentina. Es que la férrea y tozuda energía con la que sus directores lo llevan adelante ha logrado sobreponerse a todos los contratiempos y consolidarse de una manera que ya se puede considerar definitiva. Pruebas al canto, el ostensible crecimiento de la cantidad de público asistente a las proyecciones que llenó cada una de las salas incluso en los horarios matutinos y la necesidad de reprogramar algunas películas ante la cantidad de gente que quedaba afuera en algunas de las funciones. Es que además el festival –más allá de gustos o disgustos personales- sostiene una programación de indudable interés (gentileza de Roger Koza) en la que se puede disentir con la inclusión de algún título (es mi caso) pero lo que no se puede negar es que en la mencionada programación -tanto de largometrajes como de cortos- hay una búsqueda estética coherente. Y hay además, detrás de los responsables y el director artístico un equipo eficiente, amable y entusiasta que logra que la estadía en el festival sea sumamente grata.
Y existe además otro hecho, mencionado en cada una de las crónicas del festival realizadas y es el exquisito locro y las empanadas caseras con que Mary, la madre de Carla, recibe todos los años a los invitados y la prensa. Y es que este no es un hecho menor; recuerdo que en la primera edición del FICIC, que comenzó un 25 de Mayo se realizó esta recepción para festejar la fecha patria. Y lo que pareció en su momento un evento ocasional se convirtió en un auténtico ritual anual en el que la mayoría de los invitados y prensa presentes en el festival se reúnen, comen, beben y conversan sobre el cine y la vida. No hay antecedentes, que yo sepa, de un festival que reciba a sus huéspedes de una manera tan cálida, que poco tiene que ver con los solemnes cócteles inaugurales de este tipo de eventos. Alejado de los enfrentamientos e intrigas palaciegas que signan a otros festivales, el FICIC propone una camaradería cercana y afectuosa entre los integrantes del staff, los invitados y el público. Y otra particularidad poco mencionada es la existencia, durante el evento de un programa de radio por el que desfilan realizadores y críticos, que se realiza en la confitería La Europea, clásico centro de reunión de la ciudad para tomarse un café o té con exquisitas masas y facturas.
La programación presentó sus habituales Competencias de largos y cortos, se exhibieron cortometrajes de escuelas, hubo retrospectivas de la documentalista Carmen Guarini y del realizador brasileño André Novais Oliveira, una breve sección dedicada a Nuestros Autores, las ya clásicas proyecciones en celuloide programadas por Fernando Marín Peña y la Trasnoches de Superacción con exhibiciones sorpresa. Las que parecieron más acotadas que en otras ocasiones fueron las Actividades Especiales.
Es necesario también hacer una pequeña digresión sobre los premios otorgados. No dejó de sorprender(me) la cantidad de premios acumulados por dos películas, Lluvia de jaulas, de César González y Construcciones, de Fernando Restelli, no necesariamente las mejores de la muestra oficial y también el premio mayor otorgado a la película brasileña Sol Alegría, en mi opinión bastante lejos de la calidad de, vg, el documental israelí En el desierto. Lo cierto es que mis películas preferidas no recibieron ningún galardón.
Como Roger Koza comenta de manera exhaustiva prácticamente toda la programación del festival no me extenderé en este tema y hare solo algunas breves apostillas. Debo admitir que mi “paladar negro” respecto del cine, sin duda acentuado con el paso de los años, me hace muchas veces desconfiar de los elogios desmedidos a las películas que se exhiben en los festivales y el FICIC no fue la excepción en ese terreno. Por ejemplo, para mi amigo Roger la película china Suburbian Birds,de Qiu Sheng, es una ópera prima que está la altura de las de Hu Bo (el joven realizador que se suicidara luego de su primer trabajo) y Bi Gan. Debo decir que disiento con esa apreciación y que si bien la película tiene algunos pasajes interesantes, ni por asomo se acerca a las obras de los realizadores mencionados. Algo parecido me pasó con la película brasileña ganadora de la Competencia, Sol Alegría, de Tavinho Texiera, un trabajo con algunos momentos simpáticos pero que no logra sostener el ritmo que se intenta a través de su metraje. Tenía expectativas acerca de De nuevo otra vez, la primera película de la actriz Romina Paula. Sin embargo el film solo por momentos levanta auténtico vuelo y en varios pasajes sobrecarga los diálogos y el relato en off de tono admonitorio. Más interesante es Ausencia de mí, documental de la debutante Melina Terribili, que tiene como protagonista al gran cantautor uruguayo Alfredo Zitarrosa pero no centrándose en su obra musical sino en las reflexiones que realiza, a través de documentos proporcionados por la familia, acerca del exilio y sus consecuencias, Un film melancólico y atractivo. Los miembros de la familia, segunda película de Mateo Bendesky relata el duelo que asumen dos hermanos a partir de la muerte de su madre y el retorno a la vieja casa familiar. Sin apelar al sentimentalismo ni a los golpes bajos y con algunos toques de humor, el director construye un film muy personal que se aleja de los clisés que podía proponer su tema
Pero en mi opinión – a pesar de no haber recibido ningún reconocimiento por parte de los jurados- la mejor película del FICIC fue la coproducción israelí-canadiense En el desierto: un díptico documental, de Avner Faingulernt. El film está construido como dos películas diferentes sobre dos familias, una israelí y la otra palestia que se dedican a la cría de ovejas en el que el director penetra en profundidad en la intimidad de ambas grupos que viven en Cisjordania, territorio con un gobierno palestino pero ocupado por el ejército israelí.
Con una mirada marcadamente crítica hacia el patriarcado existente en la familia israelí, episodio donde el rol de la mujer es prácticamente inexistente y en la que el protagonista, una especie de hippie tardío, sostiene una mirada casi racista sobre los árabes, este capítulo tiene referencias políticas más explícitas. En el episodio palestino, en cambio, se narran los conflictos del protagonista con sus dos esposas, mientras que los aspectos políticos están más claramente fuera de campo. Un gran documental de este director israelí.
Como se dijo, el festival de Cosquín se ha consolidado como uno de los más importantes del país y su próxima edición (la décima) será una buena oportunidad para festejar.
Fotos: FICIC y los perros de Cosquín; 2) Los miembros de la familia; 3) En el desierto
Jorge García / Copyleft 2019
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