AIRE LIBRE: DOS LECTURAS SOBRE LA ÚLTIMA PELÍCULA DE ANAHÍ BERNERI
Abandonados torrentes de amor
Marcela Gamberini
Aire libre es una película de amor. O de cómo el amor perdura, o de cómo se desgasta, o de cómo es revivirlo cuando parece morir, o de los esfuerzos que se hacen para mantenerlo. Pero la película es mucho más que eso. Anahí Berneri trabaja como nadie en el cine argentino el tema de los cuerpos. Así que reformulo lo dicho inicialmente: Aire libre es una película que muestra el modo en que los cuerpos transitan el amor. La elección de Leonardo Sbaraglia y Celeste Cid está en consonancia con esta idea, ambos bellos, ambos lindos, casi perfectos, sex-symbols devenidos cuarentones, son esa perfección imperfecta que hace que los cuerpos maduren con sutileza, una pancita por acá, unas tetitas por acá, unas canas un poco más arriba. Aire libre es una película de cuerpos que transitan, que recorren, que se mueven, que se dejan y que luchan, que se abandonan y se levantan, que se desnudan, que pelean. Esas peleas se hacen cuerpo, no palabras, no discursos, no discusiones. Peleas que explotan en roturas de cosas materiales, que es lo que se puede ver (azulejos, vigas, maderas, tazones, platos) y a la vez aparece la pelea interior, aquella que se vislumbra en los gestos, en los manotazos, en el movimiento, en el cansancio de él y sobre todo en la energía de ella. Hay algo del gran Cassavetes acá y que Berneri retoma siempre (en Por tu culpa pasaba algo similar) y es la energía femenina; su fuerza es arrolladora. El personaje de Celeste Cid limpia la pileta, da mazazo y mazazo a la pared, desarma la casa para la mudanza, desmaleza el jardín. Su cuerpo es intempestivo, es joven todavía, es pura energía, recorre el cuadro de la pantalla de punta a punta, y tiene en sus genes a la joven Gena Rowlands de Torrentes de amor, esa que junta y rejunta sus valijas, que las lleva y las trae por impulso, a pura voluntad, como si su cuerpo y sus maletas fueran la misma cosa.
El plano inicial de la película es central para entender sus ejes de construcción. La pareja aparece acostada bajo un árbol y planean las reformas a la casa (destrozada, derrumbada) que acaban de comprar. De ella solo vemos, metonímicamente, una parte de su cuerpo, de él vemos la cabeza. La mirada un poco adusta de Manuel, su gesto es de incomodidad; el de ella es de una felicidad casi ingenua, casi infantil. Todo el cuadro de la pantalla ocupado por estos cuerpos que en una primera visión no concuerdan, al menos en sus miradas, en sus opiniones. Este momento pareciera ser el único momento en el que el aire es verdaderamente libre, el verde de la crecida vegetación de la casa los contiene, frente a ellos la casa abandonada, como un fantasma del abandono en el que ellos, como pareja, como amor, como sexualidad, como erotismo están sumidos. Esa casa, la nueva que a la vez es más vieja y más abandonada que la otra, está vacía. Vacía de muebles, vacía de presencias, vacía de experiencias y a la vez rodeada de rejas; rejas que tal vez remitan a las de sus propias vidas. Las rejas dejan pasar el aire pero no dejan pasar los cuerpos. Cuando Berneri filma en esta casa sus imágenes son planas, con poco o nada de profundidad de campo; el vacio de la casa es el vacio de sus personajes, de los cuerpos, de la experiencia. Es una casa de ventanas abiertas, de puertas sin cerraduras, sin intimidad, sin cotidianeidad; porque la intimidad (gran tema de la película) se construye con el tiempo.
Justamente lo que entra en crisis en Aire Libre es la intimidad de la pareja, su sexualidad. En una escena memorable por la manera en la que está encuadrada y filmada, Manuel y Lucía llevan al espectador – literalmente – al espacio más íntimo que una pareja pueda tener: el dormitorio (recurrente en Berneri, en Por tu culpa es justamente donde sucede el ambiguo accidente) y allí, en el dormitorio, al espacio de la cama. Con la cámara muy cercana, en un discreto travelling, Berneri hace un retrato perfecto de la desgastada intimidad de esta pareja donde ella quiere y él no, o él quiere y ella no. El desencuentro es el desencuentro de los cuerpos, que no logran un punto justo de enganche, que no logran dar cauce al deseo y al erotismo. El erotismo se ha erosionado, desgastado, abandonado; como la casa a la que aún no se han mudado. La otra gran escena es la del hotel al que Lucía lleva, a la fuerza, a Manuel y él, en un movimiento contrario casi la fuerza a tener sexo. Juego de poder. Quien fuerza al otro tiene el poder y los cuerpos desencontrados son fuerzas que recorren el espacio del amor en distintas direcciones, a veces contrarias; el amor ése que sigue estando en la pareja que se aúna, que se juntan cuando el chico desparece, la ausencia del chico que se hace presente para revivir ése amor que sigue estando a pesar del paso del tiempo, a pesar de los espacios eso sí, transformado, añejado. Sobre el final de la película, la familia sale de la casa, atraviesa la reja y camina por la calle, sobre el borde del cordón, sobre el borde de la experiencia, de la vida, de los años.
Algo más se suma a todo lo dicho, el tema de los ideales. Esos ideales en los que somos formados, sobre todo esa generación (la nuestra) que es la que la película pone en escena. El ideal de la belleza, unido al de la familia perfecta, al de la casa perfecta, al de los hijos perfectos. Toda esa perfección publicitaria es lo que en la película se desgasta, se cansa, se desmorona; como la casa a la que intentan mudarse, a la que se le caen los techos y la pileta es un estanque sucio y abandonado. Los hijos también son una obsesión de Berneri. Este chico, tampoco es el hijo perfecto que toda familia perfecta sueña, básicamente porque esa familia tampoco es perfecta. El chico, gran elección de Berneri (que la confirma en su siempre excelente trabajo de dirección de actores) no habla bien, es terco, es hiperkinético, caprichoso. Se pelea con los demás. Su ausencia va a ser el momento de mayor tensión de la película, donde se elude la palabra nuevamente, donde sólo vale salir corriendo, activar el cuerpo, moverse.
El cine de Anahí Berneri es un cine visceral, un cine de los cuerpos en acción, que mezcla erotismo con violencia, gestos con miradas, amor con desamor, padres con hijos. Desde Un año sin amor pasando por Encarnación y por la magnífica Por tu culpa hasta esta nueva película, el suyo es un cine que hace foco directo en la familia, a la manera de un entomólogo, y desde ahí apunta, como un ensayo sociológico, hacia el cuerpo de lo social. La cámara de Berneri se ubica en el medio, entre el cine y la vida, sin temerle a este lugar donde tantos han caído; le pone el cuerpo, su cuerpo y el cuerpo de sus actores y los filma con una mirada lúcida y femenina, directa y concreta, sin ambajes, sin medias tintas.
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Por Nicolás Prividera
“Estamos como el amor que se hecha a perder / violando todo lo que amamos” (García-Spinetta)
La mayoría de las críticas describe a Aire libre como un drama costumbrista sobre los problemas conyugales de un matrimonio burgués de mediana edad. Así se vende también la película (“¿Cuánto espacio necesita el amor?” es su tagline), sostenida por una producción amplia que va de la independiente Rizoma a la poderosa Patagonik, pasando –claro- por Burman & Dubcovsky. Pero detrás de ese aparente drama intimista sostenido por todas esas estrellas (incluida la pareja protagónica) puede verse la película como un intento de reflexionar sobre lo disfuncional como herencia generacional. El problema es que Berneri (en su entrega a ese sistema –estético y/o de producción– que no puede asumir lo que su cuestionamiento implica) no termina de confrontar con sus propios mandatos: Aire libre pretende ser más autoconsciente que sus protagonistas (representantes de la misma generación que la directora), pero termina asumiendo sus límites. Lo que se evidencia en la canción elegida para cerrar el film: “Provócame” –cantada por Sbaraglia y Cid– podría ser vista como una sutil autocrítica (“ya estoy harto de jugar, libérate de una vez, ten valor, enfréntate”) pero el tono ligero del final (luego de un clímax que conjura –en todo sentido– la tragedia) hace que no se la pueda escuchar más que en su expresión más superficial (como en la escena donde sirve como preludio a la infidelidad). Como si la película misma se rindiera finalmente ante la inmadurez de sus protagonistas.
Una pena, ya que Aire libre parecía proponerse una relectura de la clave juvenilista del NCA, veinte años después de su surgimiento: estamos aquí frente a esos chicos crecidos en los noventas (los “niños ricos con tristeza”), que ahora forman sus propias familias disfuncionales. Pero si en aquel cine generalmente los padres brillaban por su ausencia (sin que esto fuera tematizado y problematizado), Aire libre nos muestra en cambio dos generaciones de padres. Y el retrato de unos no es menos impiadoso que el de otros: tanto el hogar “hippie” como el “conservador” están cortados por la misma imposibilidad de ver su propio fracaso como padres, y la joven pareja no puede cuestionar esa herencia sino más bien replicarla. Pero en su propia imposibilidad (¿generacional, epocal?) de asumir esa trágica domesticidad, Berneri termina desactivando la tragedia y asumiéndola como farsa:
La canción de marras solo es la evitable conclusión de un film cuyo clímax es el olvido del hijo y no la “violación” previa, episodios de los que los personajes parecen salir, como el propio film, sin mayor problema (para terminar en una boda ajena): es decir, forcluyendo lo evidentemente traumático de la situación. Y es en ese continuo repliegue donde Aire libre termina pareciéndose demasiado a sus personajes, imposibilitados de expresar abiertamente sus problemas sin hundirse en la incomunicación y la incomprensión de lo que les sucede. Algo que no es nuevo en el NCA (atravesado por el mandato posmoderno de escapar de la gravedad), pero que es más notable en una película que parecía venir a decir algo sobre todo eso. De hecho el film de Berneri es una suma de texturas de lo ya visto en el NCA: personajes que quieren escapar hacia la naturaleza y reencuentran un aire viciado porque no hacen más que reconstruir un espacio cerrado… Aire libre podría haber ido más allá, pero parece enfrentarse a sus propios límites de clase: los de un cine argentino rendido ante el viejo mandato familiar de parecer industriosamente respetable (como en la hermanadamente opuesta El misterio de la felicidad).
Marcela Gamberini y Nicolás Prividera / Copyleft 2014
Es muy difícil leer estas críticas, y en general casi todas las críticas y comentarios de estos tiempos, ya que cuentan todo lo que ocurre, hasta la canción final y las mejores escenas y sus movimientos de cámara y sus sentidos. Anduve haciendo surf para no enterarme de cada cosa y poder tener una mirada más limpia al ir a ver, una mirada más de «aire libre». Antes, al menos en mi recuerdo, en la crítica de hace mucho, no me gustaba leer los juicios finales del crítico, para no contagiarme, y entonces sobrevolaba, como ahora. Pero antes no se contaba además toda la película, no había esta extraña erudición cinéfila que intenta agotar todo el recorrido, tanto de lenguaje como conceptual. Estas críticas parecen clases magistrales a un grupo de taller que ha ido a ver el filme para hacer un parcial. Más allá de que estén muy bien escritas no me parece bien este afán excesivo que descubre toda minucia, toda intención y toda la línea argumental. Es un esfuerzo leer saltando de aquí para allá, lo que destruye también lo escrito por ustedes. Creo que tendrían que contemplar estas reflexiones, las hago con muy buena intención, y no desecharlas de un plumazo. Creo que tendrían que reflexionar sobre esto que expongo. Un saludo.
Roberto: no me queda claro cual sería tu modelo ideal de crítica. ¿podrías citar un ejemplo de como te gustaría a vos que se escribieran las críticas, para que no parezcan «clases magistrales a un grupo de taller que ha ido a ver el filme para hacer un parcial. Más allá de que estén muy bien escritas no me parece bien este afán excesivo que descubre toda minucia, toda intención y toda la línea argumental».
Alguna vez, medio en broma medio en serio, Quintin decía que bastaría con fijarse en las «estrellitas» que tenía el filme y si respetamos la opinión del crítico que le puso la «nota» alcanzaría para saber si es buena o no, si vale la pena verla o no. Roger Koza, suele usar sus categorías: «Obra maestra» (cuatro estrellas), válida de ver (tres estrellas) , etc.
Es claro que escribí lo anterior como alguien que lee y se informa porque quiere ir a ver la película, ya que no la ha visto todavía. Comprendo que lo de ustedes son «lecturas», no críticas o comentarios, pero no creo que eso invalide lo que escribí.
Roberto: gracias antes que nada por leer las notas. En mi caso, justamente intento despegarme de las calificaciones y brindarle al lector algo más que un numero o una estrella. Intento, a veces sale y a veces no, hacer una lectura un poco más analítica, más justificada, mas cercana a la película. Esto es imposible hacerlo sin hacer el recorrdo que hace la película ya sea en su argumento o en su estética que, además, nunca van separadas ni son inocentes.
Creo, que si hay algo que define la actividad constante del blog, es el plus de sumar lecturas analíticas y no sólo comentarios.
Saludos
Videla: Lo de «clases magistrales a un grupo de taller que ha ido a ver el filme para hacer un parcial» no parece escrito con la buena intención que declama, y menos con la reflexión que demanda. Efectivamente, este un blo de crítica más que de reseñas: sin ir más lejos, «Aire libre» se estrenó hace semanas. No hace falta que le vengamos a hacer la sinopsis ni que nos guardemos «spoilers» (nombre que ya delata una consigna del mercado más que del análisis). Digo: si usted busca eso este no es el sitio adecuado para encontrarlo, ni tiene sentido que nos pida lo que puede leer en cuaqluier diario (o incluso en «todas las críticas») cada jueves. En todo caso, sería más interesante discutir sobre la película en vez de corregirnos como si fuera un parcial de periodismo con el manual de estilo en la mano.
Ame la crítica de Marcela.
Les pido disculpas por el tono de esa frase. Me voy envalentonando y por dar énfasis me excedo, y de un sensación genuina termino agrediendo. Quisiera rescatar la sensación original, la que intenté transmitir y no lo hice bien. Se relaciona con algo que presencié una vez en la presentación de un libro de una escritora conocida. Quien presentaba, un también famoso escritor, leyó las últimas hojas, reveló el final de la historia.
Eso me recuerda la definición que dió alguien sobre la literatura: es lo que no se puede contar, precisamente. O sea: en el arte el lenguaje nunca se reduce al argumento. Ni siquiera en el caso del policial (cuando alcanza a ser arte): uno puede releer el «El largo adiós» aunque sepa quien ese el asesino. O ver «Psicosis» aunque ya no lo sorprenda que la protagonista muera en la ducha casi al comienzo…
…Esto es, supongo, lo que hace vitales a ciertas películas (y libros, y discos)… su grandeza no está dada por el ‘elemento sorpresa’ (lo que las condenaría a una única visión/lectura/escucha, o a, justamente, ‘caerse’ ante un spoiler), sino por el universo creativo que las recorra… de otra forma, no podríamos re-ver, por ejp, a un genio como Hitchcock…
acá estoy más de acuerdo con NP. me queda esta frase: «sus personajes, imposibilitados de expresar abiertamente sus problemas sin hundirse en la incomunicación y la incomprensión de lo que les sucede». la primera escena está bien. él quiere ella no. después ella sí y él no. logra cierta identificación. pero luego el resto de la película me parece medio incomprensible. no es que tenga que reflejar la vida real de una pareja real. debe haber tantas vidas como parejas. pero no sé, es todo demasiado alejado. ningún personaje genera empatía. no se ve que se quieran. no sé sabe por qué están juntos. tampoco se sabe por qué se pelean. es todo medio inentendible. como sin sentido… vuelvo a la frase de NP. la pregunta es: ¿y la discusión para cuándo? ¿para cuándo la discusión de pareja? no es que todas las parejas tengan que resolver (o empeorar) todo hablando pero parece raro que no puedan hablar, discutir sobre lo que les pasa… que tampoco se sabe muy bien qué es lo que les pasa… en fin… no me gustó…
Yo no puedo saber con quién estar de acuerdo debido a que en Córdoba duró una semana y estaba yo en Brasil-Israel. Saludos.
Insisto: el problema no es lo que (no) hace la pareja, sino lo que (no) hace la película. En ese sentido, lo de «¿la discusión para cuando?» se podría aplicar a buena parte del NCA…
Pero más preocupante es que ni Celeste Cid en su plenitud haya alcanzado para que no la bajen.
Es superachirula en especial la violación en el telo, tras la cual el personaje femenino sigue imperterrita, naturalizzando eaa y tantas otras situaciones de abuso de au ex marido. Video excelente, el guión machista. Lastima. Sbaraglia siempre hace de él. La noche mediocre de Capi bien. rwcrwada. Lxs personajes secundarixs ok. LES perrits cool.
Es machirula, en especial la violación en el telo, tras la cual el personaje femenino sigue imperterrita, naturalizzando esa y tantas otras situaciones de abuso de au ex marido. Video excelente, el guión machista. Lástima. Sbaraglia siempre hace de él. La noche mediocre de Capi bien. Lxs personajes secundarixs ok. LES perrits cool.
Quiero ser tu amiga!
Digan la verdad – es una película aburridísima. Todo muy filosófico pero uno no va al cine para ver las miserias cotidianas de una pareja cualquiera. Un bodrio total.
Decimos la verdad, o quienes aquí escriben lo hacen; el aburrimiento -que nunca es una categoría estética- es tan legítimo como pensar lo opuesto a lo que aquí se escribe. Saludos. r
La están dando en I-sat en este momento y la dejé 10 minutos. Es la típica película argentina «profunda» en la que se muestran situaciones totalmente comunes en tiempo real. No entretiene, no emociona, no hace pensar. Totalmente prescindible.
Simplemente horrible