AL INFINITO Y MÁS ACÁ
No fue una casualidad ni tampoco una traducción artística de una azarosa sinapsis en los cerebros de los hermanos Lumière que lo primero en ser filmado haya sido obreros saliendo de una fábrica y la llegada de un tren a una estación. El cine nació en una época y esta estaba signada por las revoluciones de su tiempo, industriales y políticas. Por otra parte, que a Meliès, el dueño de la fantasía en el cine “primitivo”, se le haya ocurrido imaginar tempranamente un viaje a la Luna resulta menos una ocurrencia que una consecuencia lógica de un espíritu del tiempo. La literatura lo había soñado, la evolución de las ciencias, potencializado. ¿Podía, en 1902, imaginar aquel cineasta asociado a la magia y el espectáculo que el 16 de julio de 1969 una aeronave espacial tripulada partiría hacia la Luna?
Todavía existen escépticos sobre el caso, y no bastó la proeza tecnológica de que la llegada de nuestra especie a la Luna haya sido televisada en vivo. El siglo XX cobija imágenes vergonzosas de los eventos que lo definieron; una excepción honrosa son los saltos de Neil A. Armstrong por la blanca superficie lunar, apenas mancillada por el patriotero gesto de dejar la bandera estadounidense como signo de poder. Como perros orinando, los astronautas tenían el mandato de marcar territorio.
Los viajes a la Luna en el cine están determinados por dos tiempos. Durante seis décadas, la imaginación fue fecunda, desconoció geografías y escenificó al ilustre y solitario satélite natural como un espacio frío, a veces poblado, al que se llegaba imbuido de un espíritu de aventura. A Meliès en Viaje a la Luna no le preocupó la ingravidez del cosmos ni la temperatura insoportable para el organismo humano, algo que tampoco inquietó a Fritz Lang en La mujer en la Luna. Lang sí prodigó a sus viajeros un interés disociado del asombro cósmico. El periplo lunar no estaba eximido del afán de lucro. ¿Qué pasaría si en ese ecosistema unidimensional existiera oro en su interior? Diríase que esa extensa motivación por filmar viajes a la Luna sin rigor científico que condicione la puesta en escena pudo existir hasta fines de la década de 1950. Un film como el egipcio Viaje a la Luna de Rehla ilal kamar, una comedia cándida y pletórica de lugares comunes, luce como paradigmático del fin de un período, pues el viaje lunar, en plena década de 1960, ya no es una fantasía, sino un proyecto científico y militar a punto de ser cumplido.
Que la Guerra Fría fue el motor económico de un interés cósmico no es ninguna novedad, y todas las películas que de ahí en más se hicieron sobre los viajes lunares ilustraron esa escisión entre dos mundos, el presunto nuevo mundo representado por el Bloque del Este y la vieja civilización nacida en Grecia resguardada por el Bloque de Occidente, ahora custodiada por un país joven llamado Estados Unidos de América. Cualquier título al azar no prescinde de ese contexto: El ratón en la Luna, de Richard Lester, La conquista de la Luna, de Robert Altman, Los elegidos de la gloria, de Philip Kaufman, Apolo 13, de Ron Howard.
Dos obras maestras bastan para comprender la carrera espacial vista desde quienes representaron el otro mundo. Aleksei German Jr. capturó la mentalidad soviética y toda una década de anhelos y frustraciones en Soldado de papel, cuyo relato se concentra en la preparación física y psicológica de los cosmonautas bajo el cuidado de un médico que es el gran protagonista del film. Si bien en algunos pasajes se puede apreciar en magníficos planos con profundidad de campo alguna que otra nave rumbo al espacio, German Jr. se detiene en todo aquello que se proyectaba en la figura del cosmos, tanto como batalla contra el predominio científico de los estadounidenses, como también a modo de última posibilidad de redimir y desmarcar el sueño comunista de la pesadilla bolchevique. A este hermoso film de German Jr. se lo puede completar con Nuestro siglo (1982), en el que el genio de Artavazd Pelechian reúne los esfuerzos de cosmonautas y astronautas por vencer la gravedad y los límites de la física en una obsesión que desborda las pasiones políticas. Los planos aéreos y cósmicos de Pelechian, trabajados en contrapunto y a distancia, albergan una hermosura insondable, porque sin desconocer las motivaciones políticas y el contexto del siglo XX, no dejan de remitir a una odisea humana sin fin en la que intenta espiritualizar la materia a propósito del reconocimiento de una dimensión insondable de todo lo existente.
Pasada por alto, y acaso desdeñada injustamente en su estreno mundial, El primer hombre en la Luna, de Damien Chazelle, es una de las grandes películas sobre el tema. La reconstrucción de la experiencia personal y profesional de Armstrong es notable debido al equilibrio narrativo que ostenta entre la misión científica y su contexto, y la vida familiar y la psicología tormentosa del astronauta, oscilación justa que permite sugerir en el desenlace una lúcida pero triste evidencia (la que también quedaba esbozada en Moon,de Dunca Jones): el espacio infinito puede incitar preguntas, irradiar algo de misterio y exigir a la inteligencia humana razonamientos complejos, pero el cosmos no depara consolación alguna ni guarda el secreto sobre el universo. Ningún dios reside eternamente en los confines del cosmos.
De todo lo que se ha filmado acerca de la Luna y “en” esta, nada puede ser más poético y elegante que Jinetes del espacio de Clint Eastwood: ahí se lo puede ver a Tommy Lee Jones recostado en un cráter del satélite con su cuerpo sin vida y entregado a las temperaturas imposibles del espacio mientras suena un perfecto tema cantado por Frank Sinatra. Morir de frío en la Luna tiene su encanto; no así en las calles de una ciudad, en la que un hombre o una mujer pueden quedar tiesos, hundidos en la indigencia. Paradojas del siglo: los viajes a la Luna ya se anuncian como posible destino turístico, y al mismo tiempo alguien deja de respirar en la Tierra porque se ha muerto de frío.
*Esta nota fue publicada por Número Cero en el mes de julio 2019.
*Fotogramas: Soldado de papel; 2) Jinetes del espacio
Roger Koza / Copyleft 2019
Roger, como considerás la pelicula «Odisea del espacio» de Kubrick? Crecí creyendo que era una de las mejores peliculas de la historia hasta que leí los juicios negativos que de ella hizo Angel Faretta y noto como criticos y programadores como vos y Peña suelen ignorarla, siendo mas apreciada por un publico digamos «cinefilo».
De las tantas películas que gozan de un consenso casi acrítico, la de Kubrick (y las de Coppola podría sumarlas, o varias de Tarkovsky) ha sido siempre un escollo para mí. De ningún modo, la desdeño, pero tampoco pienso que en ODE esté contenida todas las posibilidades del cine. No leí a AF sobre el film; desconozco qué piensa Fernando sobre el film de SK, pero conociéndolo, no creo que sea su favorita del director. R
PS: no la veo desde 1990; tendría que volver a ODE hoy para saber qué pienso a fondo con el film. Quizás la vuelvo a ver; de ser así, quizás escriba algo.