AÑOS LUZ (02)

AÑOS LUZ (02)

por - Críticas
07 Oct, 2018 07:59 | Sin comentarios
Tercera película de Abramovich. Tercer retrato. Como los precedentes, una película sólida e interesantísima.

LA OTRA PARTE 

El trabajo del cine es lo que no se ve en el cine, los tiempos muertos y preparatorios para hacer de una escena un acontecimiento. Existe un género bastardado, recientemente resucitado por los extras de las ediciones de Blu-ray, al que se denomina making off. A menudo, se adopta una modalidad televisiva para seguir los entretelones de un rodaje. La supina mediocridad de la lógica del espectáculo suele fagocitar esos proyectos, pero no siempre es así, pues filmar cómo se hace una película puede transformarse en una legítima pieza autónoma: en una película.

El joven cineasta Manuel Abramovich, especialista a esta altura en retratos cinematográficos, le envía un mail a Lucrecia Martel para expresarle su interés de filmar durante el rodaje de Zama. Los antecedentes del cineasta son buenos. En su haber retrató a una bailarina infantil (La reina), un profeta de los ’80 venido a menos en su adultez (Solar), un soldado raso (Soldado). Aquí, el desafío era mayúsculo. Seguir meticulosamente a una de las mejores cineastas de la actualidad mientras esta dirige las escenas de su cuarta película. Martel acepta tímidamente la propuesta, Abramovich honra cuidadosamente el asentimiento de su “protagonista”, quien cree, por cierto, estar a “años luz” de poder ubicarse en el centro de un film.

Abramovich acumula escenas sobre los momentos previos a filmar las escenas, incluye alguna que otra vista desde un monitor y también pone atención en los pocos momentos de descanso. El fuera de campo de Zama es el film. Además, tres intercambios epistolares entre Martel y Abramovich aparecen en pantalla, y el último tiene mayor relevancia, porque denota un reiterado interés en el cine de este último: investigar sobre la asimetría entre quien filma y es filmado, de lo que se predica una muda disputa en el control de la representación. (Hay indicios suficientes para entender que la amabilidad y el respeto ha sido la lógica del vínculo, pero aun así, el director sugiere que la mencionada tensión es constitutiva de todo retrato).

Años luz descubre a una cineasta que está atenta a todos los aspectos del film, ya sean el pestañeo o la entonación de una palabra de un actor, como asimismo el tono espiritual que acompaña a un parlamento; ya sean la eficacia del maquillaje, el movimiento de los actores en el espacio y la distancia que propone un lente, los tiempos en la escena. Martel jamás da órdenes, más bien ordena, y Abramovich espía, nunca se entromete. Lo esencial es que él sintoniza con la poética de Martel. En el film, el sonido y la imagen no se duplican ni se repiten, sino que funcionan por disyunción o relevo. Lo que se escucha no se ve, lo que se ve no se repite en el sonido.

El cine argentino contemporáneo cuenta con dos retratistas magníficos: Martín Farina es uno, el otro es Abramovich. Los dos han filmado a cineastas de peso en pleno trabajo; el primero a Raúl Perrone, el segundo a Martel. Los dos comprendieron que mantener distancia es un requisito para estar cerca de los respectivos maestros, y los dos han prodigado planos hermosos; en Años luz, un plano de Martel remando, otro en el que se la ve fascinada con un animal autóctono, o simplemente masticando una tarta después de terminar bien una escena difícil, constituyen los pequeños hallazgos de este film indispensable.

*Esta crítica fue publicada en otra versión en el diario La Voz del Interior en el mes de octubre 2018