BANDIDO
POR LA VUELTA
El cansancio es una experiencia reconocible. El cuerpo lo expresa, la cara y los ojos lo exteriorizan con matices más personales y una palabra y el tono con el que se pronuncia lo confirman. Esa sensación que siempre dice algo más sobre un hombre o una mujer cubre la humanidad del personaje que interpreta sabiamente y con el tono justo Osvaldo Laport en Bandido. El cantante de cuarteto intuye el crepúsculo de su carrera; seguir haciendo giras y grabar nuevos discos exige demasiado. En efecto, trabajar cansa, incluso en lo que se ama. Así, el prólogo establece un estado anímico y un poco después al cansancio se le añade la soledad del personaje. Excepto por la hija de Roberto, el mundo del exitoso cantante está despoblado de seres queridos.
Sobre ese inicio narrativamente preciso que glosa una trayectoria profesional y afectiva y un estatus económico, el joven Luciano Juncos sumó al relato un robo, un reencuentro entre amigos, un gesto de desobediencia y solidaridad, y con solo eso pudo delinear, sobre el estereotipo de un famoso artista fatigado y sus circunstancias desprovistas de sorpresa, la oportunidad de volver a vivir en sintonía con lo que se desea y se elige como propio. Roberto, el Bandido, pueda quizás volver a sentir el placer de cantar para quienes perciben en su música la sensibilidad que identifica al que vive con poco. El gran dilema del artista popular reside en ser capaz de eludir la distancia que prodiga la prosperidad material y no alejarse en demasía de la vida de aquellos a los que conmueve.
Si Bandido trabaja con eficacia sobre el retrato del ídolo y desactiva el atajo del lugar común que todo lo iguala en un magma de insignificancias, se debe a la delicada composición de Laport y a la perspicacia de Juncos por distanciar adecuadamente a su película de todo lo que invoca el estéril estereotipo en el que lo singular se anula en el nombre del entendimiento masivo. Están el mánager, los músicos, los chorros, el cura, los humildes, los policías y los burócratas. Todos participan en la cúspide dramática de la película de una instancia en la que el poder puede subyugar y la comunidad resistir: la instalación de un sistema de comunicación en el corazón de un barrio humilde por parte de una empresa inescrupulosa que acarreará consecuencias nocivas.
Si la película triunfa sobre el costumbrismo y el drama social televisivo es porque la gestualidad y los detalles desmarcan a su principal intérprete de la pereza de la convención y la estética de la ilustración de un guion. En la escena en la que Roberto regresa a su casa y descubre que su hija está durmiendo en su cuarto, puede advertirse todo un repertorio gestual que hacen de Roberto un hombre y no un mero personaje. He aquí un paso del método. El otro paso consiste en concebir la puesta en escena velando incluso por aquellos planos que el cine contemporáneo desprecia por no ser narrativamente dominantes. Lo planos de transiciones y comienzos de escenas en Bandido son hermosos y meticulosos. Juncos encuadra un edificio municipal como si fuera un arquitecto o estructura un travelling hermoso sobre una pileta con agua estancada para alcanzar a Roberto de espaldas hablando por teléfono. Así se impregna de misterio y vida a los planos, átomos constituyentes de toda película.
Bandido puede simplificar ciertos conflictos sociales y priorizar en consecuencia la benevolencia de sus personajes. Tal decisión tiene un costo (minimizar los riesgos estéticos de la ambigüedad) y también un beneficio (resaltar narrativamente las cualidades asociadas a los sentimientos nobles). Frente al goce desmedido por la burla y el desprecio que anida en todos lados, una tenue inclinación por un humanismo de baja intensidad es un obsequio de la ficción a un orden despiadado.
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Bandido, Argentina-España, 2021.
Dirigda por Luciano Juncos.
Escrita por Luciano Juncos y Renzo Felippa.
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*Esta crítica fue publicada en otra versión en el diario La Voz del Interior en el mes de marzo 2021
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