BASTARDOS SIN GLORIA (1)
Sobre el cine de Quentin Tarantino
Por Nicolás Prividera
“Esta película es una basura, irresponsable, incoherente, estúpida, como sus personajes. Terminemos de vender humo”, dice un anónimo comentario de la crítica publicada en el site otroscines http://www.otroscines.com/criticas_detalle.php?idnota=3149 (una de las innumerables críticas elogiosas que ha tenido el último film de Tarantino por estas playas). Y a ese mecánico elogio apunta también la ira de otro comentario: “Déjense de joder con Tarantino, le perdonan todo. La película no tiene una sola idea, es absolutamente monocorde, infectada de todos sus cliches. Es chatarra para la manada. Aparte es pelotuda e inmoral. El problema es que si ganás en Cannes podes hacer cualquier basura de por vida. Si esto lo hubiera hecho otro director ya lo hubieran fusilado, pero es cool hablar bien de Tarantino”.
Y sí: es tan cool hablar bien de Tarantino como hablar mal en los anónimos comments de los blogs. Claro que también se puede intentar ser crítico, incluso siendo un mero comentador de blog (no digamos ya un reputado crítico) y usar la potencia del lenguaje para el debate de ideas, como intentan los citados aunque no puedan dejar de caer en la pura violencia verbal. Y algo de eso sucede también con los films de Tarantino: la potencia del lenguaje (cinematográfico) se vuelve contra sí misma, para disolverlo con gozosa violencia. (A esta altura, podemos decir que con Tarantino la abyección se ha vuelto cool). No es casual entonces que el cine de Tarantino se encuentre finalmente con la cinéfila fascinación del fascismo (y que su más logrado personaje –premiado en Cannes- sea el nazi más cool de la historia del cine…). Veamos:
1.
El sobrevalorado Tarantino parece ocupar, pese a sus acciones en baja en el campo cinematográfico, el simbólico lugar que la historia (del cine) reserva a los grandes directores que condensan un espíritu de época: ese sitial lo ocupan aquellos realizadores en cuya obra irrumpe, a través de la forma, un problema de fondo (en este caso, la eclosión de la posmodernidad), para el que sus films parecen proponer una salida (más certera que la de sus malos imitadores), pero que en realidad no es sino una mera exacerbación del problema, ya que la verdadera resolución sólo logran alcanzarla los genios (no los talentos), si es que logran trascender los límites de su época. Y pese al ciego o (auto)complaciente fervor de los admiradores que aún le quedan, es claro que no es el caso de Tarantino: no se trata de un genio wellesiano sino más bien de un talento griffithiano, cuya obra resume y condensa las posibilidades de su tiempo. Lo que en una época decadente no es mucho decir…
El exacerbado cine de Tarantino hace su aparición cuando el cine norteamericano vive su última gran crisis (luego de su renacimiento durante los ’70 y su descomposición en los ’80). Pero si en un primer momento Reservoir dogs o Pulp fiction podían parecer su revitalización, más de una década (y varios films) después se revelan más bien como la marca de su irreparable caída. Pues esas películas no logran superar (ni se lo proponen) lo irremediablemente pasado, sino que reflejan la conciencia de una era terminada (ya sin nostalgia, sino entregada a la euforia amoral de los ’90), con la asunción del fin de los grandes relatos y su sentido de la Historia: eso que conocemos como posmodernidad, y que el cine de Tarantino condensa como ningún otro.
Sus películas de la última década demostraron su verdadero rol como liquidador de la gran tradición clásica de Hollywood (que culminó en esos ’70 revisitados -en su versión pop más conservadora- en Jackie Brown, Kill Bill y Death proof). Claro que también para ese ejercicio de demolición reaccionaria hay que tener talento, y Tarantino indudablemente lo tiene: eso es lo que lo coloca a la cabeza de su clase (entre los cultores de la disgregación devenida en degradación), como los personajes de Pitt y Waltz en la película cuyo nombre evoca el destino de su estirpe: Bastardos sin gloria.
2.
El incontinente Tarantino actúa (a veces literalmente) como sus personajes: es un jovial atracador. En su defensa suele decirse que su saqueo juguetón y anárquico de los géneros clásicos se opone al de la fría máquina de hacer remakes en que se ha convertido el Hollywood actual. Pero aunque Tarantino no pase (ni pose) por un ejecutivo que lucra remixando el glorioso catálogo de su estudio, no deja de ser su asumido hermano bastardo: el hijo hippie que creció como dependiente de la cadena de videoclubes mientras sus hermanos yuppies (los Weinstein) manejaban el negocio; y que si luego se asoció con ellos para comercializar su películas, no lo hace (sólo) por un suculento puñado de dólares sino por amor al cine… Pero aun cuando así se (lo) quiera diferenciar de la nobleza bastardeada (como la de los hermanos Scott, entregados a la insípida maquinaria industrial- y de tanto bastardo sin nobleza -como su protegido Eli Roth, ejecutor de la tortuosa saga Hostel-), lo único que demuestra su condición de cinéfilo es que el plebeyo amor por el cine puede convertirse en perversión.
Porque la cinefilia (como cualquier filosofía vital que se pretende pura) no más es un amor destructivo cuando se la separa de la ética. Eso (entre otras cosas) es lo que nos enseña el cine clásico. Y Tarantino es su asumido slasher: no pretende sostener la fe de sus mayores (como Michael Mann), para intentar salvar lo que queda de la venerable tradición de Hollywood, sino que se divierte jugando con sus ruinas. En cierto modo, se podría decir que si Eastwood es el paradójico gran último cineasta clásico (ya que es el mejor enterrador de la tradición: ver la nota El extraño caso de Mr Eastwood http://www.conlosojosabiertos.com/2009/02/05/el-extrano-caso-de-mr-eastwood/), Tarantino es el paradójico gran último cineasta posmoderno (si es que la posmodernidad llega pronto a su fin…).
3.
El excesivo Tarantino rompió las formas (en todo sentido) de la tradición de Hollywood, al destruir con lenta minuciosidad la mesura clásica (y abrirla literalmente a su venerado explotation): al mostrar un asesinato con un bate de béisbol o extracciones de cuero cabelludo en primer plano, reivindica de film en film lo que sólo parecía una forzada escena de tortura en su opera prima (y que sólo fue el inicio de una abyección continuada hasta al hartazgo por sus imitadores). A la vez, paradójicamente, su obra pareciera buscar el centro de la construcción clásica, al (re)poner como centro lo elíptico y episódico (según la gran lección de Citizen Kane). Pero se trata de un movimiento (dialécticamente) falso:
Pues lo que en la primera generación de la autoconciencia (Welles) era abierta potencialidad –en tanto reconfiguraba el paradigma griffithiano para abrirlo al cine moderno-, y en la segunda (Godard) abierta crítica –en tanto deconstruía el paradigma wellesiano para hacer una crítica de la modernidad-, en la generación posmoderna que Tarantino representa no hay intento de reconfiguración crítica ni de resolución dialéctica: los opuestos se anulan. Es un cine de la implosión.
Y ese juego pendular entre el exceso y la discreción (ya presente en su primera y mejor película, entre la elisión de la escena del asalto y la exhibición de la escena de tortura), si por un lado parece insuflarle cierta respiración (artificial) al clasicismo, por el otro lo desarma y sangra desde la raíz. Porque Tarantino sabe bien (tal vez mejor que nadie en el cine contemporáneo) que el cine es ante todo un arte que se juega en esa tensión entre elipsis y expansión. Y su poética se basa en hacerlas chocar, elidiendo a la vez (en esa muda explosión) precisamente aquello que el cine clásico erigió como central: la imagen-movimiento.
4.
Para el insular Tarantino el movimiento es apenas la deflagración que lleva de un estado de tensión a otro: por eso el eje de sus films son esos momentos de detención que cualquier cineasta americano consideraría como mera “transición”. Pues aun sus momentos de mayor acción (como los que enhebran el movimiento espasmódico de Kill Bill), no son más que expansiones de esa tensión contenida (como el largo prólogo a los duelos en los spaghetti western). Y es que el verdadero centro de la escena es ese tiempo “muerto” entre descargas (como si Leone filmara una película de Antonioni): por eso su epítome son esas largas conversaciones aparentemente banales que aplazan el inevitable estallido (y cuya raíz profunda se remonta a The Killers de Hemingway, de quienes los asesinos de Tarantino son su verborrágica y dispersa encarnación posmoderna).
Su asumida banalidad del mal reduce esa superficie discursiva (ese iceberg hemingwayano) a un nihilismo ya no trágico sino exultante: los antihéroes no creen en nada… salvo su discutida pasión plebeya (las mil variaciones del pop, defendido con la vehemencia demencial de un artista frustrado a punto de dar un putsch en una cervecería: los antihéroes de Tarantino sacan su revolver cada vez que oyen la palabra cultura). Y es que la violencia ya no es un medio sino un fin: la violencia es una pasión más. Como la cinefilia… No es extraño entonces que para Tarantino no parezca existir una realidad fuera del cine (alejado ya de su clásica relación de exterioridad con el mundo), ni que esa estetización de la vida termine inevitablemente en la tentación fascista.
5.
El demagógico Tarantino hace implosionar la tradición del cine clásico de Hollywood, que fue ante todo un paradójico arte del escapismo (que permitía a quienes lo dominaban –según la gran lección de Ford- escapar del arte “escapista”): una forma de enfrentarse con lo real (allí donde la realidad –según el positivismo del siglo XIX que había dado origen a la técnica cinematográfica- empezaba a desvanecerse), en un momento en que el mundo tambaleaba entre dos guerras mundiales (que fueron en realidad una sola gran guerra, mediada por una larga elipsis), para proponer otro mundo posible (sin negar la realidad). Por eso el cine clásico podía burlarse de un dictador (como lo hizo Chaplin), pero jamás se hubiera atrevido a matarlo: el cine podía sublimar lo real (y ser una “fábrica de sueños”), pero no pretendía sustituirlo. Esa mesura constituyó la base de su gloria.
Y ese es uno de los motivos por los que la irredenta épica cinematográfica vuelve una y otra vez a la gran guerra, a buscar la gloria que perdieron (la guerra y el cine clásico). Es el caso de Spielberg (otro bastardo heredero del clasicismo): aunque no es lo mismo Saving private Ryan que Schindler’s list (tan distantes entre sí como el sacrificio de la Shoa), ambas películas convertían a la guerra en una batalla tanto física como metafísica. Pero Tarantino está tan lejos de Spielberg (que vanamente intenta revivir una y otra vez el It’s a Wonderful Life de Capra), como de Fuller (que aun en el sinsentido de la guerra encontró el estoicismo final de The Big Red One). Aunque quizás la gran diferencia es que Fuller vio la guerra de cerca, mientras que Tarantino sólo la vio en el cine (al igual que Spielberg, quien todavía intenta conservar –aunque de modo simétricamente hipócrita- una fachada humanista para su defensa del imperio cinematográfico, o la defensa cinematográfica del imperio).
El impasible Tarantino, en cambio, es un asumido mercenario (y en eso al menos es más honesto que Spielberg). El cine es su única patria: no le interesa cuestionar la roja insignia del valor, sino vanagloriarse de la dorada palma obtenida en Cannes. “Los franceses respetan a los directores” dice la heroína de Inglourious Besterds, y ese es el problema: los autores triunfaron sobre la política (es decir: ya no hay política sino autores…). No es que Hollywood haya conquistado Francia, sino que Francia no opuso resistencia (una vez más). Así se escribe la Historia (del cine).
6.
El inmoral Tarantino se identifica tanto con la obcecada estupidez del capitán americano (digna de los Hermanos Coen) como con el refinado pragmatismo del oficial nazi (tan lejano al de Stroheim-Renoir en La gran ilusión): no es más que una glorificación del mal de la banalidad (más que de la banalidad del mal), del mismo modo en que el incendio final del cine es una metáfora del propio cine de Tarantino (y cómo su sueño de cambiar la Historia ni siquiera logra conmover la historia del cine).
Pues el incauto Tarantino es un Sansón ciego derribando sobre sí mismo el templo del fariseísmo cinematográfico. Su logro (nada difícil en una época como la nuestra) es ocultar su vacuidad moral a través de un artificio formal (su aséptico y escéptico uso de la elipsis y la disolución, cual trituradora empeñada en diseminar –aun más- las ruinas del cine clásico). Y eso es finalmente la posmodernidad: no la nostalgia del clasicismo ni su superación moderna, sino sólo una conversación tan brillante como banal que encubre su arrogada y arrogante violencia exhibiéndola con gesto cool. Ese es el lenguaje del fascismo (y el fascismo del que es capaz el lenguaje cuando relega sus principios): tanto más terrible cuanto más trivial parece.
Fotos: 1) Caricatura de QT; 2) Póster de Bastardos sin gloria; 3) Welles en Touch of Evil; 4) Tarantino en Cannes; 5) The Big Red One
Copyleft 2009 / Roger Alan Koza
Diosssssssssss Privadeira, en serio, aflojá con el «Foucault Ilustrado». Leete sino: «Y eso es finalmente la posmodernidad: no la nostalgia del clasicismo ni su superación moderna, sino sólo una conversación tan brillante como banal que encubre su arrogada y arrogante violencia exhibiéndola con gesto cool. Ese es el lenguaje del fascismo (y el fascismo del que es capaz el lenguaje cuando relega sus principios): tanto más terrible cuanto más trivial parece.» Jajajajaja: ¡¡Tarantino es un fascista!! -LO GRACIOSO ES QUE ME ENCANTA ESTE NUEVO TONO MORAL, MORALISTA MEJOR DICHO CON EL QUE «CRITICÁS» PELÍCULAS… YA TAMBIÉN LO HABÍAS TRATADO DE FASCISTA A EASTWOOD Y «GRAN TORINO» POR TRATAR DE CHINOS DE MIERDA A CHINOS DE MIERDA-. El cine de Tarantino roza más la comedia que cualquier apología ideologica -¡de las grandes que intentás desmitificar!-. Tarantino es para pasar un buen rato -como lo eran los grandes films de Leone- y no mucho más… Lo de demoler «las tradiciones clásicas» y demás bla bla bla bla que te encanta asociar es puro imaginario semiótico de alguien que necesita escribir y por parágrafos (¿para que ponés 1, 2, 3 en un artículo de crítica… ¿es más artístico así?… creo que sí, empezaste en 0 la otra vez… ¡wow, hasta borgeano parece!) en un blog de cine que lo frecuentan entre tres o cuatro personas de vez en cuando.
Y lo de «violencia cool» me encanta. Aunque, una duda, ¿cuál es para vos la violencia «no» cool?
Saludos
No estoy de acuerdo con la mezcolanza de acusaciones del primer comentario, pero tampoco lo estoy con un gran numero de puntos planteados en la nota de Prividera, dado a que creo que varias de las críticas que le hace a Tarantino se estacionan en el hecho de su «violencia cool» (que lo es, y de una forma gratuitamente explotada). Cuando vi Inglorious Bastards me irrité en los primeros 15 segundos. Tarantino arranca con el título del film, los actores, etc. De repente, cambia la tipografía de la letra, es la letra de Kill Bill, 10 segundos más adelante cambia y es la de Pulp Fiction. Creo que en esa escena está concentrado el problema de Tarantino. O es un cínico que se burla de los nerds como yo y otros mil que reconocen la fuente de Kill Bill y Pulp Fiction y nos mantiene como sus esclavos admiradores, o es un tipo que realmente se cree que hacer eso es hacer vivir sus «marcas autorales» (pasa tambien en la escena que la actiz alemana dispara y se ve con lente de doble focal, o el plano cenital de Shoshana al estilo Uma Thurman, por decir un par de las descaradas autoreferencias que pueblan la película). Me gustaría creer que se trata de lo primero, aunque tampoco me guste tanto.
Lo que me interesa mencionar, y en lo que difiero con la nota, es que encuentro en esta película un tono satírico que no se parece al de ninguna otra película de Tarantino. Los personajes de Brad Pitt, Eli Roth, etc., son unos estúpidos. Empecé la película mal predispuesto pensando que el discurso tarantiniano iba a ser algo como «aguante el cine, aguanten las películas de Lee Marvin, porque los personajes eran unos héroes geniales, aguante dispararle a Hitler, aguante que Hollywood haya hecho todas esas películas geniales que me encanta referenciar». Y las referencias directas están, como en todo Tarantino. Sin embargo pareciera como si Tarantino estuviese al mismo tiempo contándonos qué es lo que realmente piensa de ese cine. Tarantino vive en el cine, y no piensa en la realidad, eso es un problema. Pero, se me ocurre que una manera de darle una especie de vuelta de tuerca al asunto podría ser interesante. No sólo retomar todos los aspectos industriales, violentos, cómicos y lamentablemente fascistas de ese cine, sino poder escribir sobre ellos aquello que él piensa o pensó al respecto. La película termina celebrando a Brad Pitt, es decir terminó «como se debe». Muere Hitler, y Hitler está puesto como un monstruo, malo, gritón, con mapas atrás, etc. ¿Es tan idiota Tarantino? Cuando terminé de ver la película estaba algo confundido, no sabia si habia visto una mierda absoluta o una sátira interesante de la ingenuidad de aquellos géneros norteamericanos.
Creo que toda esa violencia estilizada está presente, es innegable. Pero por otro lado, sé que es aquello que el público cool a esta altura le pide a Tarantino. O sea, en él eso se volvio una ley. Entonces, si bien creo que se está volviendo cada vez más repetitivo, egocéntrico y desagradable estética y narrativamente, me parece que en Inglorious Bastards empiezan a aparecer una suerte de comentarios que en sus últimas 3 películas estuvieron ausentes.
Tu verbosa, ampulosa, verborrágica y redundante crítica me provocó el mayor y más denso sopor concebible por un ser posmoderno.
Che Grosso, a que se debe tanta mala onda con Prividera. ¿No podés debatir con ideas que siempre tenés que defenestrarlo, y en algunas veces con arguemtnos deshonestos? Yo podría descalificarte diciendo: Sos un Pergolino no ilustrado. Uah!!!!!! No te lo tomés en serio, pero de todo lo que escribiste la pregunta que termina es lo que cuenta: si la violencia en el cine puede no ser cool. Señor Prividera: yo leí como Mariano su artículo. Tuve las mismas dudas, sin embargo me hizo usted pensar. Reconozco que no siempre le puedo seguir sus razonamientos. N
Bazan toma Coca Cola. Lee a Prividera, lee a Koza sobre tu bebida posmoderna.
Mariano y Miguel:
Contesto a su pregunta central (porque además de formularse alguna, no caen en la violencia gratuita, tan común en el cine contemporáneo y en los anónimos comentaristad de blog): sí, la violencia en el cine puede no ser cool (porque lo cool no es algo «esencial» -si tal cosa existe- a la violencia). Más bien todo lo contrario: son las variadas posibilidades de representación de la violencia lo que define -entre otras cosas- la diferencia entre el cine clásico y el posmoderno (y esto excede a Tarantino). Pensemos por ejemplo en la obra de Peckinpah o en la de De Palma, que están en el borde del cambio de época: uno cerrando la modernidad y otro abriendose a la posmodernidad (aunque sin nunca llegar -salvo quizá en «Scarface»- al «explotation de autor» que inaugura Tarantino). Por no hablar de la tradición clásica: un film como «Paths of glory» de Kubrick (que de algún modo la clausura) está a años luz de la puerilidad infantil de Tarantino.
Lo que hace ruido en «Bastardos in gloria» es precisamente lo que choca con esa tradición en cuanto a su relación con lo real: porque es la primera vez que Tarantino se mete con un tema «histórico» (mostrando los límites de un acercamiento posmoderno, que ve a la Historia como un género más), y porque su intención no es autoparódica (cuando le hace decir a Pitt como línea final: «creo que esta es mi obra maestra», es absolutamente literal). El cine clásico trabajaba sobre el presente (la guerra mundial era su actualidad), mientras que el cine posmoderno no puede salir del pasado (y esa es su condena, mas allá de que algunos espectadores la asuman con indulgencia o -pero aun- oscura alegría).
Es cierto que Tarantino no puede salir del pasado. En películas como Los Doce del Patíbulo también hay una relación con el pasado. Con una guerra que terminó hace más de 20 años. Sin embargo la relación de Tarantino está aún más distanciada porque deja de partir de la realidad para partir de, entre otras cosas, Los Doce del Patíbulo. Y eso ya es parte de Tarantino. Mi pregunta sería entonces ¿qué hacer con eso? Porque considero que es posible también trabajar una mirada sobre cómo se han plasmado las cosas en el cine. En Bastardos sin gloria, a diferencia de la saga Kill Bill (que me parece más que nada una recreación y referencia de géneros tomando y disfrutando de ellos y los elementos más explotados por las industrias que los produjeron), no se conforma sólo con reivindicar esta serie de «honores de los hombres sucios y fuertes» del cine americano. En Kill Bill parece hacerlo y disfruta de la venganza y reivindica a su heroína femenina. En Bastardos… parece no compartir nada de lo que sus personajes masculinos hacen. De hecho los vemos pactar con los nazis y salir como supuestos héroes cuando el cine iba a quemarse con Hitler adentro hagan eso o no lo hagan (que eso esté presente en el film y que no se lo reitere descaradamente me pareció lo más interesante). ¿Cómo puede Tarantino entonces identificarse como decís con la obcecada estupidez del capitán americano si ni siquiera le hace «saber» lo más importante de la película?
En cuanto a la estetización de la violencia que desarrolla Tarantino no puede ser igualada a la «abyección» de, por ejemplo, Kapo. Ese tipo de abyección ocurre cuando se intenta presentar como real una problemática desarrollada sólo desde lo burdo o sus resultados superficiales. No encuentro en Tarantino este tipo de pretensión. Cuando en su película un personaje muere en cámara lenta considero que la pretensión de Tarantino es otra. Allí no hay una problemática de la realidad que se intenta concentrar en acción y violencia. Hay violencia concentrada como referencia de género. Es decir, la violencia que los géneros sí pretendían presentar como real. Hay una diferencia clara, aunque no me guste justificar las muertes en cámara lenta.
NP: Excelente tu nota. Y una pregunta: hace poco escribiendo sobre «M» te atribuí la voluntad de inscribirte en la tradición del documental moderno ¿Estaba errado? (y perdón por andar atribuyendote cosas por ahi)
La gran diferencia es que el cine clásico (y moderno) no solo se refería a películas (cuyas referencias estaban integradas a la forma, no eran mera acumulación de citas) sino que su principal referencia nunca dejó de ser lo real (incluso en un género tan sublimatorio como el musical). Basta comparar «Bastardos sin gloria» con un film igualmente menor como «Doce del patíbulo» (Aldrich, como Peckinpah, es un cineasta del crepúsculo del clasicismo): Las películas bélicas de los ’50 y ’60 usaban la guerra mundial para hablar de lo que no pódían mencionar directamente (Corea y Vietnam), mientras que la única referencia de Tarantino es el cine mismo… Pero escapar a lo real es imposible (ni los géneros ni la cinefilia son un refugio, pese a la indulgencia de los críticos): TODA REPRESENTACIÓN (ESTÉTICA) IMPLICA UN PROBLEMA (ÉTICO). La representación de la violencia no hace más que explicitarlo (y por eso hablamos «de la abyección»).
El problema «moral» es un problema «formal» (y viceversa, segun la famosa frase de Moullet-Godard): no se trata de discutir el sentido de la venganza (algo que sería absolutamente legítimo), sino de la estetización de la violencia (que es en sí facista, aun si esa violencia fuera «legítima»). Esta es la cuestión, clave en el cine contemporáneo (porque hace centro en la falta de límites), como lo demuestra por ejemplo la obra de Haneke -pienso ante todo en «Funny games»-, que es en sí discutible (pero jamás gratuita).
Santi:
Cuando uno hace algo (sea más o menos que una película…) se expone a que le vayan «atribuyendo cosas por ahi». Desmentirlas o contestarlas todas es imposible. De todos modos, no incluyo entre las malas «la voluntad de inscribirse en la tradición del documental moderno», aunque la realidad sea más complicada (porque «M» siempre fue algo más a que una película…).
En este caso esa «voluntad» es posterior a la realización… o al rodaje, al menos: la edición (última escritura de un documental) siempre es más autoconsciente… o debiera serlo. Porque las elecciones «estéticas» estaban imbricadas (para volver a lo discutido aquí) con cuestiones «éticas». Incluida mi posición en relación al estatuto de verdad en el cine/documental, etc. En fin: es un tema largo. Espero alguna vez escribir al respecto (a partir de mi propia experiencia).
Saludos.
NP: Te agradezco la contestación. «Documental moderno» es una categoría y como tal es arbitraria. Veo en M una filiacion con el cine moderno como programa estético y politico, a diferencia de documentales recientes que usan sus recursos pero ignoran, soslayan su lugar en la Historia.
Lo que ocurre en una buena película ocurre por detrás, las imagenes son vínculo con un sentido, construyen una historia y esa historia tiene algo que decir.
Tarantino me recuerda a Andy Warhol, quién como artista y como creador declaraba:
«El arte comercial es mucho mejor que el arte por el arte.»
«La inspiración es la televisión»
«No preste ninguna atención a lo que escriben de usted. Valórelo en pulgadas.»
o esta otra, que aún más viene al caso:
«He decidido algo: comerciar cosas realmente fétidas. Enseguida se convertirían en éxito en un mercado masivo que realmente apesta.»
Una escuela desmanteladorta de valores, hombres sin espíritu, artistas sin alma; periferia + periferia + periferia… y habilidad. En el camino, ya sin el aval de las alturas, el arte sutil, misterioso y revolucionario de profundiza en el hombre, la realidad y la existencia.
Poeque si: «Toda representación (estética) implica un problema (ético)», que ocurre cuando se concensa que esto NO es así, y se le abren las puertas, como realidad última, al nonsense posmoderno?
Tarantino me parece un rico y cautivador ejemplo de este próspero proyecto.
Santi: Entiendo perfectamente a que te referís con “documental moderno” (en tanto liberado del mandato griersoniano y abierto a las posibilidades vertovianas… o casi). Por supuesto que M «tiene una filiacion con el cine moderno como programa estético y politico, a diferencia de documentales recientes que usan sus recursos pero ignoran, soslayan su lugar en la Historia». Lástima que pocos la han visto de esa manera o focalizado sobre eso… (tal vez porque muchos no quieren o saben criticar esos otros que mencionás). Veremos si con el tiempo (y nuevas lecturas) se llega a una valoración más equilibrada: pero todo esto ya queda la la pequeña Historia del cine argentino.
La ví ayer. Es el cine-cómic llevado a su grado máximo de abyección. Es, como bien decís, una película sin tensiones, ni con el afuera ni entre sus propios pliegues de hiperviolencia popera. Lo que sostiene desde el relato sobre la explotación que hacían del cine los nazis, lo reproduce a su vez Tarantino a través de su propia “explotation” de la Historia. El problema de la abyección, ligado precisamente a la relación entre el cine y el horror y también al cine como herramienta de propaganda, aparece en la película solo como un guiño más. El cine se incendia con los nazis adentro. Hitler goza con la violencia del film de Goebbels. El problema es que es el propio espectador de Tarantino el que termina gozando y riendo a carcajadas, como el propio Hitler, con la esvástica marcada con sangre en el cráneo del oficial nazi o la golpiza con el bate de béisbol, una contradicción a la vista que sin embargo el propio Tarantno encuentra imposible de enfrentar dada su pasión por las carnicerías a base de soul.
Contrariamente a lo que indican los citados comentarios de otroscines, hablar de Tarantino NO es cool. Todo lo contrario. Ya hubo post-killbill una sensación de agotamiento, y de dejar las relamidas de la historia del cine a sus ciegos devotos, que no vieron ni a hawks, ni a godard. Hace tiempo que tarantino estaba out, y Death proof casi que lo confirmaba, pero en el fondo sabíamos que la que importaba era la que se venía, la que se habia postergado mucho tiempo. NP: tu nota es muy interesante, estoy de acuerdo en algunas cosas, con muchas otras no. No creo que esté del todo bien argumentada esta paliza a Tarantino. Apenas es visible cuando usas adejetivos como «sobrevalorado, inmoral, demagógica» al comenzar cada párrafo. Creo que a veces nos enojamos mucho con Tarantino, por como se fagocita rapidamente su produccion en distintos espacios de consumo, y lo que es peor, en el cine. En ese sentido estoy muy de acuerdo con lo que dijo Roger Koza en su critica, acerca de que Tarantino no es un cineasta edificante. Yo salí por suerte con una sensación agradable luego de ver Inglorious Bastards. Creo que Tarantino nos está otorgando una discusión apasionante, sobre I.B., sobre el cine, la postmodernidad, etc, aún en su esterilidad. Quiero agregar que no estoy de acuerdo con que Tarantino destruya la venerable tradición clásica. Por el contrario, en su cine se encentran escenas ejemplares, como la del 1 capítulo de lo película. Ni Eastwood (a quien defiendo y creo que Gran Torino va ser lo mejor del año) podría hacerlo tan bien, y Michel Mann esta muy lejos de resurgir alguna bocanada del cine clásico. Todo lo contrario, basta con ver Enemigos publicos.
Muro: aparecés poco (acá o en LLP), pero cuando lo hacés se agradece. No porque coincidamos, sino porque le das una vuelta de tuerca más a la cuestión y la clarificás.
Juan: el problema es que Tarantino sobrevive a su propio agotamiento (como la posmodernidad…). Y esa ya es responsabilidad de los espectadores (y los críticos…): no hay nada peor que creer que se está frente a algo renovador que en realidad es reaccionario (lo que lo vuelve dóblemente reaccionario…).
Mis adjetivos son lo menos feliz (porque revelan mi hartazgo), pero lo importante son los argumentos (en torno a la condición posmoderna de su cine, es decir: su negación de la modernidad y su degradación del cine clásico). No se trata de hacer resurgir el cine clásico (lo que es imposible), sino de no dar por muerto el cine moderno (como buena parte del cine contemporáneo, que se entrega a lo posmoderno).
Gracias Nicolás. Lamento no poder «forear» más a menudo, pero la falta de tiempo en la que siempre parezco encontrarme me impide el contacto diario con las lecturas y discusiones en red. Tus textos me resultan siempre fértiles y estimulantes. No tengo ningùn empacho en reconocer que coincido muy a menudo con tus intervenciones.
Pero me parece que allá por LLP, Q està una vez màs intentando diagramar el orden del discurso (blogger y cinematográfico), ¿la seguimos ahí?
Saludos
Hola, leí con interés algunso comentarios y los posts del Sr Prividera y el Sr Koza. Vi la película anoche y todavía la estoy digiriendo. La crítica de Prividera se me hace un tanto pesada y densa en su insitencia sobre la ética perdida o demolida del hollywood clásico por mr tarantino, podría haber dicho las mismas cosas con menos palabras, aunque reconozco su floreo de lenguaje y lo felicito por ello. Más allá de este nimio detalle estilístico señalado como lectora, y yendo al tema de la película, pienso que es mala en comparación con Kill Bill (para mí, su obra maestra), que tarantino se está remixando y ya aburre. Lo pop y cool (que imagino se le llama a esa presentación de una violencia exagerada y desproporcionada, en un contexto tipo pelea de box más que una guerra, y que supuestamente debería hacer reír por su carácter excesivo que roza lo inverosímil – al menos para el ciudadano promedio que no ha vivido una guerra) ya no deja de serlo y se vuelve, básicamente, un plomazo.
No obstante, el contrapeso lo hacen las actuaciones impecables de los alemanes como Waltz y Diehl (lujos del cine europeo llevados a la meca hollywoodense, gracias por eso tarantino) y tb el sr pitt, aunque últimamente está haciendo muchos papeles cancheros al mejor estilo yanqui, pero bueno, que le salen bien, le salen muy bien.
Más aún, el fuerte contrapeso lo hace el hecho que señala el sr Koza acerca de la historia sensacionalista a la que tarantino se opone con su film… Y es que al terminar la película pareciera que en esa sala de cine- cámara de fuego en la que se extermina a los nazis se está reivindicando al pueblo judío con la venganza (lo que hacen de alguna manera películas como munich, schindler’s list, desafio, etc etc)… Pareciera, sí, pero qué distancia a la violencia kosher de la nazi??
A la originalidad del tratamiento del tema del nazismo y el holocausto desde la ficcioanlización y la comedia, se suma una posición que revierte la calidad de víctima del pueblo judío y lo pone al mismo nivel del alemán nazi. Para esto considero clave la escena cuando se matan Zoller y Shosanna, por ejemplo.
Termianndo, no creo que Tarantino sea un mero cinéfilo juguetón, para mí hay elementos criticos suyos en su cine que, aunque no sean evidentes, están ahí para quien quiera descubrirlos.
Carla M: muchas gracias por escribir. Me gusta el tono de su aporte y se lo agradezco. Me quedaré pensando sobre sus puntos respecto a la violencia kosher. Concuerdo con usted: Tarantino es un cinéfilo y eso implica una dimensión lúdica y crítica. Saludos. RK
Lo unico que puedo decir es que es buenisima la internet que le da lugar de opinion a gente de tan elebado nivel de mediocridad!!! NO ENTENDIERON NADA, NO SABEN NADA, DAN LASTIMA creyendose dueños de la razon, PATETICOS!
Eugenia Maggi, ni idea quien sos, PERO DEFINITIVAMENTE, ¡TE QUIERO!
¿Me pasás tu mail?
(así de paso sirve para algo interesante -¡cómo conocerte!- este lugar pedorro…)
RK, muchas gracias por su devolución. Me gusta mucho conocer otros puntos de vista para aprender y enriquecer los míos. Leí algunos comentarios más y me gustaron algunas ideas de Gabriel Muro como la observación sobre el paralelismo entre Hitler y el espectador. Disfruto mucho del espacio, saludos y hasta la próxima oportunidad, Carla.