BERLINALE 2021. LAS PELÍCULAS: AZOR
Todos los años se estrenan películas argentinas en la Berlinale. En el país, cuentan con un delegado, y no es uno entre otros: Luciano Monteagudo. El eximio crítico de cine acopia títulos, los ve, los analiza, envía el informe y asimismo insiste, cuando lo cree conveniente, con una película a la que considera decisiva para representar la cinematografía de su país. Por cierto: proponer no es elegir, pero ese acto sí ordena la variedad disponible bajo una lectura que apaña a todas las películas que aún no tienen pantalla. Es un asunto delicado pensar el cine bajo las coordenadas de una nación, más todavía cuando los destinatarios serán extranjeros.
Es evidente que Monteagudo es lo suficientemente riguroso (y generoso) para comprender lo que glosa cada película que postula y cómo estas remiten a una historia del cine y al presente de una cinematografía, como también toda película dice algo del presente, aun si se trata de historias situadas en el pasado, recientes o remotas. Pero es menester señalar que no es él quien elige, sino los programadores y los directores artísticos de las secciones. (¿Cómo eligen y cuáles son las razones detrás de cada película? Los textos de un catálogo de festival, cuando son buenos, son también un indicio).
Azor es una película completamente atípica. En esta se representa una época oscura de la historia argentina, tantas veces elegida por los cineastas vernáculos de las últimas cuatro décadas, pero lo que cuenta ha sido escasamente representado: los negocios y la relación de los bancos extranjeros con los resortes del poder económico nacional ligado a la última dictadura cívico-militar.
La ecuación de partida: el miembro de un banco privado de Suiza viene a reemplazar a quien está a cargo de los negocios de esta banca en Argentina. Este ha desaparecido, y probablemente no por cuestiones políticas. La palabra empleada para designar al ausente tiene el peso semántico de aquel entonces. En boca de los personajes, el cinismo se huele, porque los clientes no dudan en ningún momento sobre lo que ha sucedido en el país y la necesidad concomitante de haber llevado adelante una limpieza ideológica. Es el primer año de la década de los ochenta y el terror ya ha sido naturalizado. ¿Es necesario decir que el punto de vista de la película no es ni el del protagonista ni menos aún el de sus clientes?
No es una tarea agradable la que se propuso Andreas Fontana. En Azor no hay ningún personaje que despierte empatía: la oligarquía, los militares, los representantes del clero, los banqueros argentinos, los ministros, los nuevos ricos expresan una posición social reconocible y son el cuerpo de una política triunfante. Las fiestas, las negociaciones, los encuentros furtivos se ponen en escena con la justa distancia y señalando el característico mal gusto de los pudientes. El mobiliario y las prendas son un discurso aparte; lo mismo la fisionomía de los elegidos para darles vida a los personajes. En efecto, cada escenario elegido (El Hotel Plaza, el Círculo de Militares, las quintas de la provincia de Buenos Aires, el hipódromo y el Tigre) funciona como el decorado decadente en el que circulan los agentes desconocidos del poder de un país. He aquí un retrato incómodo de una vida de derecha, esa que ha sido desde entonces el idioma de los argentinos.
Que el personaje principal esté interpretado por Fabrizio Rongione, un hombre asociado con el cine de los hermanos Dardenne, es quizás algo más que una curiosidad y una coincidencia, del mismo modo que Mariano Llinás esté presente detrás de cámara como asesor de guion y en una escena tenebrosa tenga su cameo. Azor tiene algo de capítulo (inédito) de La flor en el modo de proponer lazos intrincados y secretos entre los personajes referenciados con apellidos característicos de novelas de espionaje, una modalidad narrativa que se despliega como una flor y le confiere suspenso, un placer por la Historia aquí introducida por pinturas de Cándido López, Carlos Montiel, Wlliam Adolphe Lambrecht, entre otros, con las que se alude a episodios y personajes del siglo XIX.
Azor ha causado perplejidad entre los nuestros. Es un film tenebroso que no está llamado ni a la indignación y menos aún a reunir apologetas. Es que hay algo en este que incomoda, tal vez debido a que no se trata de una película arquetípica de la materia y más aún por un cierto anacronismo en su naturaleza que la devuelve como una deformación absurda y desfasada de una forma de ver el mundo aún vigente e incluso mayoritaria. Es que lo obsceno como ontología del poder económico es tan ubicuo en este cuento sombrío como lo es la retórica de las clases dominantes del país en una inacabada historia que persiste. ¿Una mera coincidencia? Es difícil conjeturar una respuesta, la correlación de espantos, del pasado y hoy, es cuestión de énfasis
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BERLINALE 20201
Encounters:
Azor, Suiza-Francia-Argentina, 2021
Escrita y dirigida por Andres Fontana.
Roger Koza / Copyleft 2021
Excelente crítica. Acabo de ver la película y sí, quedé perpleja, pero para bien. Me quedo con esta idea: «lo obsceno como ontología del poder económico es ubicuo» (en esta película y en tantas zonas de nuestro presente). Gracias, Roger.
Muchas gracias por dejar este comentario.
Pocas veces, Roger, se ha expuesto el horror totalitario con esa frialdad y delicadeza. La etiqueta de la «alta sociedad» que disfraza la criminalidad de sus intereses y alianzas de poder es acaso el rasgo más siniestro aquí. Para mí Azor califica como una zambullida en lo ominoso mismo. ¡Magnífico texto!
Y lo más curioso es que su director jamás podría haber intuido ni previsto que todo lo que ahí se ve tiene una actualidad asfixiante; otros intérpretes, otra época, los mismos robos y arreglos. Casi con seguridad. Gracias por sus palabras. R