CHUBUT, LIBERTAD Y TIERRA (02)
La cuestión es la misma (la canción es otra)
En Chubut, libertad y tierra (2019, la última, morosamente manufacturada, película de Carlos Echeverría), la historia del médico rural Juan Carlos Espina es apenas una excusa para hablar de otras cosas. A partir del viaje y el relato de la nieta de Espina (encarnada por Mariana Bettanin), el autor despliega una retórica que no abjura de la ficción para explorar la verdad.
Tal la pedagogía echeverriana que se define en una convicción sencilla: de nada sirven una anécdota heroica, la denuncia encendida ni siquiera, el repaso histórico meticuloso si el espectador no logra extraer de ellos el esperma de futuro (es decir, nuestro presente) que allí ya fertilizaba. A lo largo de su obra, en efecto, Echeverría construyó un modo singular de presentar los asuntos. Este rasgo sobresaliente de su propuesta estética consiste en partir de un drama individual para, más temprano que tarde, hacerlo derivar (en línea recta o mediante rizomas de sentido) hacia un enunciado colectivo.
Lo personal es político, sabemos hoy. El cine de Carlos Echeverría, en cambio, tributa a ese afán desde Juan, como si nada hubiera sucedido (1987).
En las primeras escenas de Chubut, libertad y tierra se anuncia: “La vida pasa pequeña y calma”, mientras la cámara pinta un territorio conmovido por el viento y la ausencia. En ese paisaje más ancho que el horizonte imaginable, una mujer avanza en la búsqueda de quién fue su abuelo. A medida que transcurre la exploración, el espectador advertirá que las imágenes rehúyen la lírica regional, la nostalgia romántica en primera persona, y se abre a una historia de dominación forzada, de entrega de soberanía al capital extranjero, así como de modestas resistencias populares.
En este aspecto, el dato histórico que sirve de marco a Chubut… es el papel jugado por el genocida Julio Roca y el perito Moreno. Inesperadamente, la evocación traza aquí un puente entre la militancia de Espina (fundador del movimiento Libertad y tierra que, sobre todo, impulsó la reforma agraria a favor de las comunidades “originarias” expulsadas de sus tierras y esclavizadas por las compañías británicas, al final del siglo XIX) y la desaparición y el asesinato de Santiago Maldonado.
El arco temporal fabuloso que dibuja Echeverría (y que habría que “leer” en serie con sus filmes precedentes) establece una relación entre las armas que Roca disparó para proteger la expansión británica en suelo soberano, y las de la Gendarmería que hoy resguardan los dominios patagónicos de Luciano Benetton, Joe Lewis y de algunos funcionarios del gobierno nacional.
Este primer punto de fuga estalla y se disemina en pequeñas y calmas esquirlas narrativas: la política social desarrollada por Juan Domingo Perón, y la nacionalización de los ferrocarriles ocurrida bajo su presidencia. La violencia sistemática y renovada contra la comunidad mapuche, sus derechos y tradiciones. La consagración de las prácticas terroristas por parte del Estado. El silencio o la complicidad de las clases medias. La dificultad del campo intelectual para interpretar la tensión entre teoría y práctica que atravesó la experiencia militante argentina, en distintas épocas.
Siguiendo esta línea, la elección de “la actriz” podría configurar un nuevo desvío (reenvío) plantado por Echeverría para, una vez más, obligar al espectador a mirar en otra dirección. Es que Mariana Bettanin, en enero de 1977, presenció el asesinato de su padre y de otros familiares, además de su propio secuestro junto a la madre (embarazada de nueve meses), la abuela Juani y la hermana Carolina, perpetrados por fuerzas conjuntas rosarinas. ¿Cuánto hay de especular en la historia “real” de Mariana —que aún busca memoria, verdad y justicia para los asesinos de su familia— y la de Nahué, la nieta que busca las huellas del abuelo doctor y guardián de los mapuches, gesta prudente que, a diferencia de las de Roca y el perito Moreno, permanecen desaparecidas de los catastros oficiales, y ahora emergen gracias a Chubut, libertad y tierra?
Así, Carlos Echeverría logra “apoderarse de ese recuerdo tal como relampaguea en el instante de un peligro”[1]. Un peligro que, en el presente de 2019, cobra cuerpo en el temor a la continuidad (factible aunque no deseable) del gobierno de Mauricio Macri.
Entonces, a través de la anécdota del médico militante, Chubut, libertad y tierra actualiza no sólo la antología de las resistencias populares contra la violencia de Estado que, por lo común, ni siquiera orillaron la historia oficial (y cuando se las incluyó fue para ilegitimarlas[2]), sino en particular, las deudas del Estado democrático con las comunidades originarias (en este caso, la mapuche).
Al mismo tiempo, Chubut, libertad y tierra pone a orbitar los hechos narrados alrededor de otro (antiguo) dilema nacional: la tensión entre oligarquía y campo popular, entre gobiernos de matriz neoliberal y gobiernos de matriz populista, entre clases “acomodadas” y excluidos. Aunque la canción suene diferente, ésa y no otra sigue siendo la cuestión de fondo.
[1]Benjamin, Walter. Tesis de filosofía de la historia.
[2]Algo de eso indaga Albertina Carri en Quatreros, en relación a Isidro Velázquez.
María Irribarren / Copyleft 2019
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