CINE Y CIENCIA: EL MIEDO ATÓMICO

CINE Y CIENCIA: EL MIEDO ATÓMICO

por - Ensayos
13 Abr, 2020 11:36 | Sin comentarios
Un breve repaso sobre la relación dialéctica entre los avances de la ciencia, el imaginario de cada época y la representación en el cine en el siglo XX.

La imagen popular de la ciencia y los científicos fue cambiando a lo largo del siglo XX y el cine, como arte que registra muy bien las tendencias de su tiempo, dio buena cuenta de eso. El cambio de siglo, del XIX al XX, es el del entusiasmo tecnológico y la alegría ante los avances de la ciencia que hará mejor nuestra vida. Es el entusiasmo y la curiosidad que reflejan las novelas de Jules Verne (1828-1905) y otros pioneros de la ciencia-ficción. En la primera década del XX son varios los cortos que parodian los progresos técnicos e incluyen en su título ese fascinante mundo nuevo que se abre de Maxwell en adelante: el electromagnetismo. “El hotel eléctrico” de Segundo de Chomón es un ejemplo paradigmático de una no pequeña serie de fantasías electromagnéticas fascinadas por el potencial, a menudo delirante, de cualquier cosa que pueda ser “eléctrica”. Automatismos sin fin que a veces enloquecen y provocan el desastre cómico, como acontece en el corto antes citado.

La electricidad entró despacio en las vidas de la gente y, en paralelo, penetró en la cultura popular. De forma parecida, a mediados de siglo hay otro adjetivo que se introdujo en el vocabulario común: “atómico”. Y esta vez el entusiasmo es poco, más bien todo lo contrario, y no sin razón: la humanidad le vio las orejas al lobo con las bombas de Hiroshima y Nagasaki, la demostración práctica y brutal del poder destructor de la energía atómica domesticada por el equipo científico del “proyecto Manhattan”, una etapa fascinante de la historia de la ciencia apenas retratada en el cine.

No era, en el fondo, algo nuevo, pero se hizo muy evidente de golpe. La Segunda Guerra Mundial, la gran herida del siglo, nos dejó claro que la ciencia que nos ayuda a vivir mejor también puede ser empleada para provocar mucho daño (pensemos, también, en los atroces experimentos de todo tipo en los campos de concentración nazis). Y el misterioso e invisible poder de los procesos atómicos abrió una puerta colosal a la imaginación, en un tiempo que políticamente se volvía a complicar con la división del planeta en dos bloques liderados por los EEUU y la URSS y el comienzo de esa “Guerra Fría” que tuvo al planeta en un sinvivir durante varias décadas y con periódicas escaladas de tensión.

 Ese fue un caldo de cultivo idóneo para la ciencia-ficción americana. De un lado está el miedo al enemigo que viene del espacio que alimenta un largo listado de invasiones extraterrestres, en particular marcianas. De otro está el pánico al uso de la energía atómica, los ensayos nucleares y los efectos de la radiación. Igual que antaño bastaba que algo fuera “eléctrico” para que adquiriera propiedades inesperadas, los efectos de lo “atómico” podían ser igualmente imprevisibles. Un resultado típico de la radiación fue el crecimiento desmedido de seres habitualmente pequeños, como las hormigas de la fabulosa “Them!” (Gordon Douglas, 1954). Un incidente atómico es lo que vuelve colosal al protagonista de “The Amazing Colossal Man” (Bert I. Gordon, 1957). Pero no siempre es así. En “El increíble hombre menguante”, dirigida por Jack Arnold en 1957 (y con Richard Matheson como guionista a partir de su propia novela), sucede todo lo contrario. Scott Carey, el personaje principal, empieza a perder peso y altura de manera alarmante. Le harán todo tipo de pruebas hasta que los médicos dan con la causa. La progresiva miniaturización del personaje y como eso cambia su visión del mundo da mucho para debatir (incluso sobre los roles de género), pero lo que nos interesa hoy es la voluntad de darle una interpretación «científica? (sic) al fenómeno, mezclando el efecto de la radiación y el de los pesticidas (y no faltaba mucho para que Rachel Carson le diese una sacudida al asunto con el libro “Silent Spring”, de 1962).

Otra línea interesante es la de las películas que hablan, literalmente, del apocalipsis nuclear. El film fundacional es una producción independiente no demasiado vista, “Five” de Arch Oboler (1951). Los cinco del título son los superviventes de un holocausto nuclear que confluyen en una casa aislada, que por cierto tiene especial interese para los aficionados a la arquitectura: era del director y estaba diseñada por Frank Lloyd Wright. Menos superviventes veían en la pantalla los espectadores de “The World, the Flesh and the Devil” de Ranald MacDougall (1959): Mel Ferrer, Inger Stevens y el por diversas razones admirable Harry Belafonte. Más conocida, y llena de estrellas, es “On the Beach” (Stanley Kramer, 1959, director de otro título de gran interés científico, “Inherit the Wind”). Un film extrañísimo en el que después de una guerra nuclear la mayor parte del planeta quedó arrasada y sólo queda gente viva en puntos aislados del sur. En Australia los personajes del film esperan la llegada de la nube radiactiva, así que el film es, en efecto, una cuenta atrás. Si algún espectador aguarda que se salven Gregory Peck, Fred Astaire, Ava Gardner o un jovencito Anthony Perkins, que pierda toda esperanza. Esa película acaba con toda la humanidad.

En este contexto tenía que venir alguien a poner orden, y por supuesto desde el espacio exterior. El título español de “The Day the Earth Stood Still” (Robert Wise, 1951) fue “Ultimátum a la Tierra” y hacía explícito el mensaje que el extraterrestre Klaatu venía a dar a los terrícolas, empeñados en matarse los unos a los otros y así poner en peligro a paz en el universo.

En la obra maestra de Wise, un film esencial para estudiar la representación de la ciencia en el cine, Klaatu expresaba en voz alta un diáfano «vosotros veréis”: la inestabilidad y los ánimos belicosos en nuestro planeta eran una amenaza intolerable para el conjunto del universo y si seguíamos así no les quedaría más remedio que aniquilarnos. Y el mensaje lo lanza, esto es lo importante, ante una audiencia de científicos, intelectuales y líderes religiosos, porque en esa altura de la película a Klaatu ya no le quedaba ninguna gana de hablar con autoridades políticas. Se fiaba más de la gente de la ciencia… y hacía bien.


Fotogramas: The Day the Earth Stood Still; 2) The Amazing Colossal Man, 3) Five.

*Este texto fue publicado en gallego y bajo el mismo título en Acto de primavera, en el mes de mayo de 2017

 Martín Pawley / Copyright 2020