EL DESORDEN DEL DESEO

La naturaleza del deseo reside en su opacidad. Moverse por el deseo no implica conocer las motivaciones que lo infunden, incluso si se trata del deseo propio o el deseo de otro transfigurado en propio. Si se tiene la suerte de discernir qué se desea viene luego una ética singularísima por la cual se debe intentar cumplir con él. El deseo irrumpe en la vida de una persona y justamente la fuerza con la que se impone puede desmantelar el orden de una vida en menos de un segundo. Todo lo que se erigió en años puede desvanecerse; ni siquiera la más férrea voluntad puede domar el requerimiento con el que se formula el deseo. Lo que se desea no necesariamente es concomitante con el bienestar personal, ni mucho menos con los que están alrededor de aquel que se siente arrebatado por el deseo. Se puede intentar inhibirlo por acarrear inconvenientes y penas ajenas, pero una vez que rozó la conciencia de quien desea existe un incómodo saber que desentona con todo lo que puede contradecirlo. El drama, la maldición a veces, o el privilegio, es que no se puede vivir sin desear.

El párrafo precedente es un intento de glosar conceptualmente todo lo que sucede entre dos personajes interpretados por Juliette Binoche y Vincent Lindon en la penúltima película de la gran cineasta francesa Claire Denis. La aparición de un tercero, interpretado por Grégoire Colin, un pretérito amante, remueve y desordena lo que en el inicio de Con amor y furia parece indestructible. En efecto, el preámbulo paradisíaco de la película tiene como escenario alguna isla exótica, en donde Binoche y Lindon parecen felices y calmos, como si estuvieran sintonizando con los placeres míticos de Adán y Eva. A esa relación revestida por una armonía no exenta de un circunspecto kitsch, Denis la arremeterá hasta hacerla añicos. Lo puede hacer y le sale tan bien, porque el deseo ha sido uno de los temas constantes en su filmografía, y para la cineasta el atributo indisociable al deseo es la violencia. En el deseo hay violencia, ese es el punto clarividente de partida.  Es lo que retrató magistralmente en Bella tarea, profundizó perversamente en Les salauds y entrevió amablemente Vendredi sor y Un bello sol interior. 

En Con amor y furia hay un contexto y asimismo un texto. El primero no es menor: el relato transcurre durante la pandemia y el uso de la máscara se integra en la estética. Una entrevista real con Hind Darwish, notable activista, periodista y escritora libanesa, añade una dimensión exterior al drama de los personajes, pero siempre necesaria para mensurar las desgracias personales con las colectivas. Darwish se refiere a la desesperanza absoluta que vive el Líbano, intensificado, según su parecer, después de las explosiones del 4 de agosto en el puerto de Beirut en donde estallaron 2700 toneladas de nitrato de amonio. El personaje de Binoche ejerce el periodismo radial, y no es la única entrevista que conduce. En otro pasaje el entrevistado es Lilian Thuran, famoso exfutbolista francés hoy dedicado a contrarrestar la vigencia del racismo en su país. En esta segunda entrevista, quien fuera astro de varios equipos (Mónaco, Parma, Juventus, Barcelona) cita con claridad meridiana las ideas centrales de Frantz Fanon. Esta incursión teórica tampoco es antojadiza en el relato (y en la obra de Denis): el personaje de Lindon tiene un hijo negro de un matrimonio precedente. Issa Perica encarna al adolescente de 15 años que ha sido criado por su abuela, interpretada por la magnífica Bulle Olgier. Que parte de la niñez y la adolescencia hayan transcurrido junto con la madre de su padre tiene que ver con una situación que se enuncia pero no se esclarece: su padre estuvo preso y hace poco que ha vuelto a estar entre los civiles. 

El racismo y la geopolítica no son tópicos inusuales en el cine de Denis. Basta recordar 35 rhums o White Material, o simplemente ceñirse a su hermosa y autobiográfica ópera prima Chocolate para constatar una inquietud que jamás desaparece de su obra. Pero acá el centro de gravedad narrativo recae en la sinuosa sintaxis del deseo. Desde el momento en que Binoche descubre azarosamente a Colin en una calle de París, y su aparición tiene el poder de un dulce anatema, solo hay que esperar la devastación. Así es como la catástrofe afectiva es trabajada laboriosamente por plano generales o medios que mantienen en el mismo espacio a Binoche y Lindon hasta una confrontación sostenida en plano y contraplano empleando primerísimos planos de los rostros de la pareja. Lo que se dicen tiene la elocuencia precisa para seguir los efectos de la palabra en el cuerpo: un improperio o una confesión estimulan gestos microscópicos en la comisura de los labios y los movimientos de los ojos. El cuerpo habla porque Denis sabe filmarlo como un signo investido por el habla. La dirección de actores es sublime, no menos que la puesta en escena cuya lógica visual responde a una reducción del espacio en común de los amantes, siempre matizado por las melodías de Tindersticks, capaces de teñir el tono emocional como un complemento sonoro del placer y la desgracia.

Con amor y furia tiene su origen en una novela titulada Un tournant de la vie, de Christine Angot, quien trabajó junto a la propia Denis en la versión cinematográfica. Es posible que en la novela se pueda rastrear la razón por la cual los personajes de Lindon y Colin deciden retomar un emprendimiento juntos relacionado a la pesca de talentos en el universo del rugby, o los motivos por los que Lindon estuvo preso. La película no lo necesita; es tal vez un esclarecimiento que puede importarles a obsesivos o detectives. En donde Denis no dosifica ni acude al fuera de campo es en el rigor de destejer un vínculo entre dos por la restauración del deseo de una mujer tras exhumar el recuerdo vivo de un amor pasado. En estos menesteres, Denis es implacable.

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Con amor y furia / Avec amour et acharnement, Francia, 2022

Dirigida por Claire Denis. Escrita por C. Denis y Christine Angot.

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*Publicada en Revista Ñ en el mes de enero de 2023.

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