CRÍTICAS BREVES (05): LA CASA
*** Obra maestra ***Hay que verla **Válida de ver * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor
Por Roger Koza
La casa, de Gustavo Fontán, Argentina, 2012 (****)
En La casa, última película de la trilogía de Gustavo Fontán sobre su casa paterna en Banfield, el director no sólo consigue plasmar el crepúsculo de ese espacio familiar, plagado de recuerdos y todavía habitado por tenues fantasmas que parecen despedir la casa, sino que se dispone a filmar sin vacilación alguna la destrucción total de ese refugio y perímetro de auxilio. Es difícil describir el poder material y persuasivo de los planos cinematográficos de La casa. ¿Es un documental sobre espectros? ¿Se trata de una poesía fílmica, tan melancólica como fetichista, acerca de los ladrillos como últimos vestigios de una historia familiar pretérita? No hay duda de que La casa es un filme-trance: el movimiento perpetuo de sus imágenes y el hipnotismo sonoro de su banda de sonido funcionan como una experiencia sensorial incesante. La luz sobre los pisos y las paredes, los vidrios y sus reflejos, los objetos que conservan historias se yuxtaponen en una imagen total de un espacio viviente, de tal modo que Fontán parece estar filmando al unísono todas las memorias de quienes han transitado ese recinto. Allí pasaron niños, viejas y nuevas familias, jóvenes y ancianos. Y llegará el final: las grúas derrumban la vieja casa de barrio, demuelen el rastro de la memoria. Un árbol será el único sobreviviente, junto con su contraplano secreto: la cámara que filma.
Roger Koza / Copyleft 2012
La reseña que hace me recuerda mucho otra película con inquietudes muy similares (para mí una obra maestra, como casi todo lo que hace este hombre) a la que usted describe aquí: «Tren de sombras» de José Luis Guerín.
Que la imagen tiene un estatuto fantasmático, «larvario» como diría Agamben, es algo que se ha explorado no sólo en el cine sino, muy atrás, en la poesía provenzal y, no tan atrás, en esa ciencia sin nombre que fundó Aby Warburg quien, en una carta a un amigo, la describía como «historias de fantasmas para adultos». Sean, pues, estas historias.
Saludos y que lo pase bien en San Sebastián.
Creo (sin temor a equivocarme) que Fontán logra como nadie alcanzar un vínculo sumamente proteico entre poesía y cine, o como decís, Roger, «poesía fílmica», o también un film decididamente poético (como todos los que hace). Me parece que sus films (sobre todo La orilla que se abisma) evitan remitir al contrato de legibilidad genérica que lo ubicaría dentro de un formato unívoco (llámese «documental», por ejemplo). Fontán nos deja como en otra parte, trastoca la percepción (como dice mi amiga Laura con quien discutí el film que mencioné antes). Sus films nos proponen hacer experiencia: búsqueda de experiencia entre los sentidos y la materia. Observamos, contemplamos, nos detenemos ante esas imágenes con la sensibilidad que se pone en juego desde ellas y desde nuestra propia mirada ante una espectralidad que nos interpela. No hay dictadura del relato, no hay planos que nos atropellen: es un cine que musita.
Gracias, Roger, por esta entrada. Preciosa.
Ema
Estimado Luis: El árbol, la primera película de la trilogía de la casa le debe muchísimo a Tren de sombras (no así las posteriores películas de este proyecto). Creo que Fontán estaría muy contento con pensar su última película como «una historia de fantasmas para adultos».
Estimada Ema: gracias a vos por tus palabras que completan perfectamente a las mías, de tal modo que no tengo nada que decir.
Saludos afectuosos desde San Sebastián.
RK