CUESTIONES PROVISORIAS: SUEÑOS, CONJETURAS Y ASOCIACIONES (01): EN LOS LABIOS DE LUIS
Córdoba, 31 de marzo
Soñé con Luis Ospina. Me llamaba por teléfono para despertarme; él sabía que yo dormía y yo sabía —en el sueño— que él sabía que yo dormía. Del mismo modo que me las ingenio para que el despertador siga sonando y yo prosiga durmiendo, así dilataba el encuentro con Luis. Llamaba y yo no atendía. En el sueño podía verlo marcar un viejo teléfono analógico, de aquellos que para marcar había que movilizar con el dedo índice el círculo pequeño que coincidía con el número.
Supongo que soñé con él porque volví a ver recientemente su último film, Todo comenzó por el fin. Esa película es una maravilla, una épica de la cinefilia contracultural. En los 15 días de encierro no he sentido ni angustia ni tristeza, excepto días atrás, cuando me reencontré con Luis viendo esa película.
La última vez que vi a Ospina en vida y con vida fue en Bogotá, en julio del año pasado. Días antes de que llegara a la ciudad en la que se habla el castellano más hermoso, el cáncer de Luis volvía a martirizarlo. Un día antes lo habían punzado, porque se le había inflamado todo el estómago y el malestar era insoportable. Me dijo: “No te imaginas el dolor”. Ese día, en el que yo pronuncié una conferencia en la Cinemateca, era el primer día que se levantaba para hacer algo. Me escuchó hablar desde la primera fila de la sala más grande de la nueva y hermosa cinemateca, y luego nos fuimos a almorzar a un restaurante que está al lado del edifico. Durante la comida, me contó algo acerca de un nuevo proyecto que consistía en trabajar sobre viejos films no terminados del cine silente de su país; deseaba compaginarlos en una historia en común, un poco —esto lo digo yo— como Bill Morrison en algunos tramos de Dawson City: Frozen Time. Estaba muy entusiasmado y confiado, esto último porque estaba trabajando con el lúcido Jerónimo Aterhortúa, un joven crítico, también guionista y cineasta. Un tiempo después, ganó un premio de incentivo nacional para llevar adelante este proyecto y asimismo en FidMarseille le dieron otro premio para poder filmar. No mucho después, murió. Desde ese día, me siento en deuda con Luis, y no logro entender la razón.
En el sueño, Luis consigue comunicarse conmigo. Cuesta, pero sucede. Puedo observarlo con el teléfono en la mano y percibo su desesperación, porque me dice algo y yo no lo entiendo. Habla, no llega a gritar, levanta la voz un poco, repite, gesticula, me mira y no hay caso. Me esmero cada vez más por escuchar y no puedo siquiera oír la voz perdida entre otros sonidos, como sucede con los sonidos dispersos antes de dormir que pierden su relación con el referente. De repente, mis ojos se desprenden de mi rostro, y la experiencia perceptiva es que yo me alojo en estos conformando así una subjetiva en movimiento. Mis ojos hacen zoom y puedo observar con total nitidez la boca del maestro. Pero sigo sin escuchar nada, hasta que me doy cuenta de que puedo leer los labios. Retengo solamente una oración: “Las manos de los muertos no se filman”.
Fotos y fotogramas: Todo comenzó por el fin; 2) fotografía tomada el el 3 de julio de 2019 en la Cinemateca de Bogotá.
Roger Koza / Copyleft 2020
Hermoso mensaje espectral: «Las manos de los muertos no se filman.» Habrá que hacerle caso y/o estar atentos.
Hoy, un cineasta me dijo, a propósito de un film sobre su padre que ha muerto: «las filmé, pero la dejé afuera de la película!». Vaya a saber qué es todo esto. Abrazo.
Hola Roger , me encanto el texto.
¿Hay posibilidad de ver el documenatl online ?
Estaba en Retina Latina.
Bello homenaje entre el sueño y la realisad de Luis en esos días sin pandemia. Recuerdo esa foto Roger, usted me pidio el favor se hacerla con su movíl, después de una foto colectiva al terminar un conversatorio sobre un texto que sevpublucó en Ojo al Cine. Un abrazo, salud.
Abrazo grande. R
Señor Roger Kosa, gracias por compartir su sueño con Don Luis, me emociona profundamente leer esto. Pasa el tiempo y como usted dice, también me siento en una desconcertante deuda. Don Luis decía que no pasaba día sin que alguien o algo le recordara a sus amigos fallecidos, no sé si era algo recalcitrante, el caso es que desde el momento de su partida, aún no hay día que no le recuerde. En esta ocasión es usted quién me lo recuerda. Los sueños son tan íntimos, tan cargados de sentido para quien que los padece. El 1 de Noviembre del año pasado he soñado con Don Luis, Un paisaje tropical, casi podía sentir que me encontraba en Cali, Don Luis se encontraba atendiendo personas al lado de una piscina, me sorprendió tanto verlo, se reía de eso, de mi asombro, se me acercó y me dijo que no estaba muerto. Le pregunté tonterías, también por lo que pasaría con «Mudos testigos» (un mes antes de su partida le escribí que no se le ocurriera irse sin dejar eso listo) y me dijo que había decidido dejar el asunto en manos de amigos porque quería tomar un descanso, que las pesadillas lo tenían agobiado (cosa que para nada se le notaba) me regaló un abrazo y se fue abrazado de Lina, caminando por un jardín, riendo del traje que llevaba puesto, de las falsas noticias de su partida.
Muchas gracias, muchísimas, por contar todo esto.
Luis fue un artista delicado y una persona amable, eso hizo que muchos de nosotros empezáramos a disfrutar de su presencia y conversar unos minutos a la salida de cada película todos los abriles porteños de al menos una década. Lo que queda en mi memoria es su presencia en la sala al final de Todo comenzó con el fin, un triunfo del arte y una caricia de la vida bien vivida. Al rato tuve el gusto de agradecerle personalmente por el regalo de su película. Me queda para siempre su sonrisa. Es duro pensar un abril sin él.
Ese film es la gloria: libertad, inconformismo y fraternidad resplandecen en ese infinito relato, que no es tal, porque Luis murió y con él el relato conoció su capitulación.
Yo confieso que lo extraño en abril, mayo, junio, julio, agosto y así. No fuimos grandes amigos, pero en los tres últimos años ese potencial fue reconocido por los dos. El último encuentro fue el reconocimiento de esa amistad.
Añado: aquel día que almorzamos en Bogotá yo le miré las manos. En ellas leí, por el color de sus manos y el estado de sus uñas que no quedaba mucho tiempo. Preferí ignorar y olvidar ese momento, pensando que Luis era invencible. Aún recuerdo el mensaje de una querida amiga colombiana. «Luis murió».
ABRAZO.
PS: Ya no hay muchos como él.