CUESTIONES PROVISORIAS: SUEÑOS, CONJETURAS Y ASOCIACIONES (09): LAS PIELES
El hijo de Leonard Nimoy decide hacer un film sobre su padre. El título es curioso: Por amor a Spock. El propio actor llegó a confundirse con su personaje, el querible y circunspecto racionalista del planeta Vulcano, mitad humano y mitad extraterrestre, el gran compañero del Capitán Kirk y el hazmerreír del doctor McCoy.
Según cuenta el film, en el ajetreo de los rodajes y la exigencia de llevar adelante una serie en capítulos, Nimoy arribaba a su casa impregnado del espíritu de su personaje de orejas puntiagudas. Al hogar volvía Spock, el actor permanecía en la piel del personaje. El orbe doméstico del actor no era lo suficientemente poderoso para desactivar la composición del buen vulcano. ¿Quién podía sentir indiferencia por esa criatura ecuánime que hubiera sido el engendro perfecto de un sueño cartesiano?
No veo series; prefiero explorar la historia del cine, revisitar clásicos (no revisarlos, como dice una querida amiga), leer, caminar. Podría añadir otros verbos. Sin embargo, en las noches, antes de dormir, quizás, escucho las voces de la infancia. Los tonos neutros de los actores del doblaje de la serie operan como un colchón de sonido que no está muy lejos de una canción de cuna diferida. La memoria no solamente es visual, también es auditiva, y puede ser táctil y olfativa.
¡Ay de aquel universo paralelo tan lejos de todo y tan cerca también! En nuestro mundo de hoy, la vieja fuerza decimonónica de la aventura desplazada al espacio exterior ya no cuenta con adeptos. Todo es guerra, cálculo y colonización. El infinito cosmos en el que anidan pueblos y civilizaciones, en ocasiones muy parecidos a los de la Tierra, en otras, ya desposeídos de la materia o circunscriptos a un cerebro viviente, esa perspectiva que la famosa seria vindicó no pertenece a nuestro horizonte de sentido. Es que Star Trek era la introducción a una aventura vertical sin postulación alguna de metafísicas y teologías variopintas, porque si existían sistemas de creencias semejantes apenas proseguían con variaciones comprensibles por los distintos escenarios la aparición de vida inteligente y la adaptación de esta al orden de la materia. ¿No fue Star Trek una lúdica adaptación a un paradigma decimonónico que jamás se asimiló a la cultura del siglo XX? En efecto, el darwinismo pop de la serie era su secreto encanto: todas las especias inteligentes emprendían un camino; en cualquier galaxia, tarde o temprano, una entidad viviente, con o sin movimiento, con o sin inteligencia, tenía que evolucionar, es decir, trabajar sobre la invención de su duración y perpetuación. Los temas eran los de siempre, y no importaba la distancia: cómo gobernar, quiénes son aquellos que se ocupan de lo que nadie desea ocuparse, cómo vencer los impulsos homicidas frente al enemigo y qué esperar frente a un mundo que puede suscitar tanto el asombro como el terror y que no tiene en sí ningún sentido inmanente que le transfiera a quienes lo habitan.
Adam, el hijo, aquí además oficiando como director, hoy un hombre adulto, recuerda aquellos días sin resentimiento alguno y con gran admiración por su padre. Más allá de que estaba poco en su casa y al llegar Nimoy no siempre estaba dispuesto a jugar y distenderse, el hijo entendía muy bien lo que sucedía con este. Ya de grande pudo ver algo más: Spock había sido el símbolo de un tiempo, un otro heterodoxo que congregó a tantos espectadores que no encajaban del todo y podían así relacionar la rareza que los definía en la figura de ese ser misterioso. Padre y mito, Adam no teme filmar a los dos, y entonces yuxtapone persona y personaje con la fluidez suficiente que le ahorra proponer en esa intersección posibles deudas personales. Por eso no es un tema central en el film, aunque sí un foco de atención.
La película regala lo que los seguidores pueden esperar de ella: se revelan anécdotas, hallazgos, invenciones. Los viejos actores aparecen con décadas encima y detrás del tiempo de esos cuerpos percudidos aún se puede reconocer a la oficial Ahura o al comandante Chekov. William Shatner, sin duda, ha dejado de ser un galán, y probablemente la hinchazón de su cuerpo y sus ojos vidriosos insinúan licencias de todo tipo, sin por ello haber perdido la elegancia de antaño, la que hacía de Kirk un auténtico galán de la década de 1960. El film recoge testimonios de todos ellos, y ahí la tripulación del Enterprise retoma el espíritu de la ficción: no era el militarismo galáctico lo que les unía, sino un espíritu de camaradería. Y el film guarda más obsequios, porque el propio Nimoy revela secretos en la construcción de la historia del personaje, como sucede en el pasaje en el que se relata el origen del peculiar saludo de los vulcanos, un gesto que se remonta a la ancestral tradición judía.
Detrás de todo esto, otro tema evolutivo en ciernes, en plena fase de desarrollo, acaso exponencial: la evolución de las imágenes.
La imagen en sí, como invención y duplicación del efecto óptico que tiene en el órgano pensante todo estímulo que configure la representación de algo desplazado a una segunda naturaleza, tiene una historia evolutiva. Herzog creyó encontrar en los precarios motivos pictóricos que filmó en tres dimensiones en las cuevas francesas de su famosa película La cueva de los sueños olvidados los orígenes del cine, porque especuló que en el animal representado en la piedra había un potencial movimiento en el diseño, como si nuestro ancestro sintiera el cine en tiempos en que la metafísica de la electricidad era inconcebible. De aquella época a la nuestra, sin duda alguna, la imagen ha conocido transformaciones de todo tipo, y la última, la digital, la ha liberado de la realidad material. Lo digital ni siquiera es un añadido sobre lo dado; es una deriva, una expansión inmaterial sobre la materia.
Lo más hermoso de ver Por el amor a Spock pasó por constatar que los archivos audiovisuales empleados a lo largo de todo el film pueden ser considerados como las etapas recientes de la piel de la memoria, porque el material en súper 8 tenía una textura, el de la televisión de los 70 otro, al igual que las imágenes de video de los 80 y los 90, como también las primeras imágenes digitales que ganaron de a poco nitidez y brillo. Es que, en los propios materiales de archivo, el film contenía otro film, su lado clandestino, aquel que señalaba otra historia sobre la evolución, en este caso, la de las imágenes, que habían alterado por siempre el concepto de archivo, pues en el siglo XX se sustituye la palabra por la imagen como vehículo central del conocimiento. En solo un siglo la naturaleza de la imagen ha comportado modificaciones impredecibles.
La piel de las imágenes, pensé mientras veía Por el amor a Spock a las 6 de la mañana.
Una foto de mi madre estaba en la mesa de luz. La observo antes de cerrar los ojos. La inspecciono por un rato. Ahí está mi madre sobre otra piel, ya prehistórica, en un blanco y negro y en un papel de revelado propio de las décadas de 1960. Ni siquiera es espectral.
Me doy cuenta de que he sido testigo de una mutación histórica, no yo, más bien todos los de mi generación. Reparo en ese mismo momento en mi propia piel, ya envejecida, mucho más que la de mi madre en la fotografía, en un tiempo en que ni siquiera sabía que iba a tener un hijo y menos aún que una revolución digital estaba en curso. En 1936, se inventó la primera computadora, la Z1. Algo sucedió después de 1960 y sobre todo a mediados de la última década del siglo pasado, algo que cambió todo para siempre. Aquí, A.I. Inteligencia artificial de Spielberg me resulta la intersección simbólica de dos épocas, el poema mítico de una mutación, aunque también es un film sobre el gran software del siglo XX llamado Edipo. Como sea, nuestro trabajo sobre la recolección de memorias y todo aquello destinado a formar parte del legado de una especie y su obsesión por almacenar su paso lento por el frío cosmos del que es parte ha entrado en un estadio de aceleración y expansión que solo puedo visualizarse como esa figura casi obscena y ennegrecida y metálica, también tentacular y reptil, con la que las hermanas Wachowski soñaron en Matrix a la misma matrix, en el advenimiento de este mundo desprovisto de materia que ya está en acto.
Roger Koza / Copyleft 2020
Anteriores entrega de la sección:
8. La estampita del monje (leer aquí)
7. Desde el diván (leer aquí)
6. Un misterioso idioma (leer aquí)
5. El método Castro (leer aquí)
4. Bichos (leer aquí)
3. Memorias del teleconductismo evangélico (leer aquí)
2. En los primeros días de otoño (leer aquí)
1. En los labios de Luis (leer aquí)
Bellísima experiencia la que contás. Amo a Spock desde siempre… Hiciste una amalgama, un recorrido de hechos y sentimentos… Como flecha al corazón
Muchas gracias, muchas. R