CUESTIONES PROVISORIAS: SUEÑOS, CONJETURAS Y ASOCIACIONES (12): EL MOMENTO DE LA FICCIÓN

CUESTIONES PROVISORIAS: SUEÑOS, CONJETURAS Y ASOCIACIONES (12): EL MOMENTO DE LA FICCIÓN

por - Cuestiones provisorias, Varios
05 May, 2021 11:56 | Sin comentarios
Un virus, un sueño, un error y una hipótesis sobre el inicio de la ficción.

Durante la noche el cuerpo tiembla y la temperatura no es la de siempre. A las dos de la mañana, los movimientos incontenibles de la mandíbula me traen a la memoria el repiqueteo que sentí en un paseo en el viejo Citroën de un familiar al que no recuerdo. Misterio de las asociaciones: el atolondrado movimiento facial restituyó un viaje de la niñez en el que íbamos por una calle de Los Toldos. El auto se movía, la botella de la gaseosa me golpeaba los dientes y yo me reía con la fuerza extraordinaria con la que se ríen los niños. La memoria de ese pasaje insignificante de la infancia matizó el espanto, porque otro recuerdo más inmediato también llevaba a relacionar el minúsculo terremoto en la mandíbula con una experiencia más cercana. El dolor de las piernas, antes de dormir, ya me había hecho sospechar. Esa sensación no localizada de extenuación muscular expandida solamente la había sentido cuando me enfermé de lo mismo un año atrás. El posterior episodio nocturno confirmaba la sospecha. Faltaba solamente acudir a la ciencia para confirmar lo que ya sabía de antemano. 

Por unos minutos, no más de dos, perdí la compostura. La desesperación se apoderó de mí menos de dos minutos. Nada, en principio, cuando la medida del tiempo no está teñida por la subjetividad; una era interminable si el acto de cerrar la boca parecía una lucha contra un automatismo inesperado. Nada puede ser más aterrador que emitir una señal desde el cerebro y comprobar su ineficacia. Ese milagro interior, jamás visto así por una cuestión de hábito, fallaba. No hubo otro remedio que respirar, cerrar los ojos, pensar un poco y esperar. En segundos, un cambio de posición en el cuerpo detuvo los movimientos de la mandíbula. El temblequeo terminó. Caminé unos minutos por la casa, me recosté, me dormí y tuve un sueño. 

En el sueño me incorporo en la misma cama en la que estoy acostado y con una determinación admirable decido desarmarme. Me desenrosco la pierna izquierda de la ingle. No hay sangre ni dolor. Al hacerlo reina la calma debido a la naturalidad del procedimiento. La carne está seca y no se ven sus pliegues. Es una superficie lisa, con su color característico. Con la mano izquierda llevo la pierna a la otra mano. La palma reposa en ese círculo imperfecto que ha dejado la pierna y por largos minutos nada sucede. En el sueño el soñador explica el procedimiento. Dice que los anticuerpos están contenidos en las manos y que es por eso que la pierna debe ser impregnada por todo el caudal sanador de la mano. De ese modo, afirma la voz de la conciencia en el sueño, los anticuerpos pueden desplegarse en segundos hacia al resto de la pierna y reproducirse velozmente hasta llegar a la rodilla. La voz dice: “Las rodillas son libidinosas”. 

Menos empapado que la primera vez, con la sensación febril atenuada, al levantarme a la mañana recuerdo el sueño con una sonrisa. Inmediatamente me pongo a pensar: eso que llamamos ficción se inicia en un espacio imaginario en el cual un estímulo concreto abandona su origen y el espacio lógico al que pertenece para devenir en algo completamente otro debido a un trabajo libre de la inteligencia que combina estímulos, pretéritos y recientes, en un ordenamiento que no es el que suele imponerse en la realidad. 

Sin fiebre y sin ningún dolor muscular, unas semanas antes de enfermarme, respondo las preguntas de una entrevista para un diario. Hablo sobre el profesor de un amigo cineasta y afirmo con una seguridad temeraria que vive en una casa en una zona de montaña del norte de Alemania. Había ido a la casa de Gerd Roscher el 14 de marzo de 2020. Sin duda, es un director magnífico, muy cercano a la tradición a la que pertenece Werner Herzog, la de esos cineastas que identifican su oficio con el trabajo de los exploradores de tierras desconocidas o con el de los naturalistas del siglo XIX que iban a cualquier lugar recóndito en búsqueda de una especie jamás vista. Ni bien se publica, Philipp Hartmann lee la entrevista, elogia las respuestas, pero me avisa que la zona en la que vive Gerd es tan chata como La Pampa. 

Aquel día habíamos llegado a la tarde a la casa del maestro de Hartmann. Es un lugar increíble, situado en un bosque y al lado de un lago, sin vecinos; apenas se veía algo por el tenue reflejo de la luz de la casa. Para llegar a la casa hay que caminar varios minutos entre cientos de árboles altísimos. ¿Por qué vi montañas? En mi recuerdo, los árboles mutaron en montañas, pero no todos, porque en la nueva composición de ese paisaje seguían existiendo, junto con el lago, la casita de descanso, la casa principal a unos 500 metros, los perros, una cabra, varios cisnes y un descampado en donde se celebra un festival de cine estival.

Una hipótesis: la ficción nace de esos corrimientos mínimos respecto de la realidad; un ligero desplazamiento en la adecuación entre el estímulo y quien lo percibe puede suscitar una modificación creativa. Un árbol puede ser montaña, una pierna un tubo inerte que recibe poderes sanadores de una mano, un cisne una criatura de otro mundo. Ese es el momento de la ficción. En algunas películas, ese pasaje se evidencia en una escena. Pasa casi todo el tiempo en Five, en una escena fugaz en los primeros minutos de El espíritu de la colmena y también a mitad del metraje de Aquel querido mes de agosto. Justamente, el film de Miguel Gomes no es otra cosa que un retrato lúdico de la construcción de una ficción y del pasaje mágico que va de lo real a la ficción. 

Roger Koza / Copyleft 2021