DJ QUENTIN

DJ QUENTIN

por - Ensayos
01 Feb, 2013 05:35 | comentarios

images-1

Por Roger Koza

A diferencia de muchos directores (y escritores), Quentin Tarantino no padece ese malestar identificado por Harold Bloom como “ansiedad de la influencia”: no sólo hay huellas de otros cineastas en su obra, sino que esto es una búsqueda consciente y parte de un sistema de promoción deliberado. El narcisismo creativo del director de 49 años es más poderoso que cualquier gesto paranoico acerca de su originalidad. Él cree en él, una tautología comprobable, indiscutible, a tal punto que John Ford le parece un cineasta sobrevaluado.

Tarantino no está entre aquellos que pretenden ser grandes creadores, mentes brillantes o almas superiores capaces de abstraerse mágicamente de todas las influencias posibles para expresar su voz diáfana y una visión inmaculada. El mito de la originalidad pura es siempre sospechoso, aunque frente a cineastas como Robert Bresson o escritores como Ludwig Wittgenstein el mito puede conjurar el sinsentido.

Pero el genio de Tarantino pasa por otro lado. Su cinefilia no fue adquirida en visitas sistemáticas a una mítica cinemateca parisina. Su amor por el cine y su conocimiento provienen de su trabajo en un videoclub: una aventura autodidacta y caótica, de querer verlo todo. Fue esto lo que sorprendió a Dennis Christopher, que tiene un papel secundario (Leonide Moguy, el que arregla las cuentas del siniestro personaje de DiCaprio) en Django sin cadenas. Aparentemente, Tarantino había visto todas sus películas, incluyendo una malísima como Dead Women in Lingerie (1991). Una certeza: en la cinefilia de Tarantino conviven Jean-Luc Godard y Alan Holleb, y nadie es más importante que otro. Si la democratización absoluta tiende a la banalización es un problema de otro orden.

Hay algo de DJ en Tarantino, que trabaja sobre una infinidad de citas y a partir de eso inventa algo completamente nuevo. Las coreografías extraordinarias y cierta estructura dramática de Kill Bill, la venganza: Volumen 1 se pueden rastrear en cantidad de filmes japoneses, entre ellos Pistol Opera (2001) y Shurayukihime (1973), de Seijun Suzuki y de Toshiya Fujita, respectivamente. Bastardos sin gloria remite un poco a Los cañones de Navarone (1961) y Doce en el patíbulo (1967), entre otras tantas fuentes, y ahí están los especialistas de Quentin, listos para localizar las influencias y sus variaciones. Pero en el universo de Tarantino las influencias trasmutan.

483131_464740433575466_787804024_n

Django sin cadenas

En Django sin cadenas la inspiración es diversa y las citas vienen de todas partes. En principio, pertenece a un universo simbólico preciso y propio de dos géneros: el ‘spaghetti western’ y el ‘blaxploitation’. Es, esencialmente, un filme sobre el racismo en clave de western. Y también, como no podría ser de otro modo, se trata de una película sobre el goce de la revancha. El universo ideológico de Tarantino nunca se ha caracterizado por una claridad cartesiana. Impulsos, delirio, prejuicios y un liberalismo bestial ordenan el universo simbólico de sus films.

El cameo de Franco Nero en una de las escenas más incómodas de Django sin cadenas nos remite directamente a su personaje en Django (1966), de Sergio Corbucci. La otra parte del título habría que buscarla en Hércules encadenado (1959), de Pietro Francisci, y aunque el tiempo histórico es otro, el tema es el mismo: la esclavitud. Pero la gran influencia es Mandingo (1975), de Richard Fleischer, sobre todo desde el momento en el que Django (Jamie Foxx) y el Dr. King Schultz (Christoph Waltz) se encuentran con Calvin Candie, el psicópata blanco de turno. Hay más referencias, como El camino de la venganza (1968), de Sydney Pollack, y Los trotamundos (1971), de Paul Bogart. Y se podría seguir por horas.

Lo extraño es que más allá de todas las películas que la habitan, Django sin cadenas no se parece a ninguna de las citadas, y a ninguna otra. Paradoja de una poética y una estética brutalmente aprendidas y sin mediación académica: Django sin cadenas es un film absolutamente autónomo y desencadenado, acaso porque el salvaje alquimista Tarantino sabe mezclar elementos conocidos para engendrar criaturas, diálogos y secuencias jamás vistas en el cine. Y aquí no sólo se trata de cineflia, inquietud que molesta a varios de sus acólitos ortodoxos, pues vuelve a insistir con la Historia, la de su país, casi siempre oscura, un gran relato donde se coleccionan prácticas violentas y despiadadas, y que un cineasta como Tarantino es sin duda una expresión fidedigna.

Este artículo fue publicado en otra versión por el suplemento Ciudad X durante el mes de enero 2013

Roger Koza / Copyleft 2013