EAMI (02)

EAMI (02)

por - Críticas
25 Jun, 2022 10:52 | Sin comentarios
Segundo texto sobre EAMI. Acá la atención está puesta en la relación del relato y la Historia con el territorio y el lenguaje.

TIERRA Y LENGUAJE

Ni una leyenda, ni una alegoría, ni siquiera una película puramente antropológica. EAMI se ubica lejos de cualquier figuración retórica y se acerca con inteligencia y sigilo a la historia del presente de un territorio devastado en la que se cuenta la expulsión del pequeño pueblo ayoreo ubicado en la frontera paraguayo-boliviana. Este relato donde la violencia se cuenta o se escamotea a la vez con sutileza deviene en un retrato poético y emotivo donde la dimensión política se vuelve relevante. Tal vez lejos de las ya un poco desgastadas categorías genéricas como el documental o la ficción, Paz Encina se acerca a sus historias y sobre todo a sus personajes con el grado justo entre la distancia y el acercamiento; este procedimiento ya se podía rastrear tanto Ejercicios de la memoria (2019) como en Hamaca paraguaya (2006). 

Expulsados por el avance de la deforestación y sobre todo de la negligencia humana, la comunidad ayorea se hace carne en la voz de una niña que lleva no solo las riendas del relato sino de la propia historia de ese pueblo siempre amenazado. Hablada en ayoreo EAMI también habla de la lengua y del habla, y por lo tanto de las pérdidas, de las ausencias, de las tristezas y de la memoria. 

Sobre el mundo

EAMI se concentra en el territorio. El territorio en sí, el de lo lingüístico y el de la infancia. También habla del territorio donde la memoria circular se construye a través de diferentes capas de sentido, siempre variables y siempre eternas. En un momento, la niña que es la principal narradora dice  algo así como que EAMI es el monte y también es el mundo. De pronto, EAMI es  la voz de la nena que habla contando sus experiencias como tantas otras voces que aparecen en la película, pero también es la  territorialidad de ese monte donde viven y construyen su historia del presente, abrazados también a sus raíces y a una tradición, sin descuidar de tener en cuenta el futuro. Por eso el monte de esa comunidad también es el mundo entero que se refleja siempre en ese otro mundo que es personal y familiar. El monte, ese lugar privado y público, que está amenazado, no es solo para esos habitantes sino para todos, porque también es el mundo entero que se vuelve, como siempre, una experiencia privada y familiar. La memoria histórica, social y económica se conjuga magníficamente con esas voces humanas que son cuerpos que se mueven siempre en territorios devastados y áridos.

 El cine de Paz Encina trabaja siempre con una inquietud rectora: ¿de qué modo, acaso doloroso, los hombres y las mujeres construyen su historia social?, ¿de qué manera la historia-territorio siempre árida enlaza la experiencia personal o social de una comunidad? El estilo de Encina fluctúa entre el registro de lo real y la sutileza del ficcional, pero siempre prevalece el registro poético que tiñe a la película de una intimidad sobrecogedora. Quizás la sensibilidad poética hace más fácil contar la violencia, la falta de dignidad y la pérdida de la tierra propia. Quizás el registro poético es el modo más profundo de contar los exilios de las propias comunidades en los propios espacios. La historia del pueblo ayoreo es una diáspora.

¿Cómo seguir entonces el camino sin los que amamos? ¿Qué se hace con la tristeza? ¿Se curan las heridas alguna vez?, Esta preguntas recorren la película, porque EAMI habla de su comunidad, pero también habla de la intimidad propia y la de los suyos. Sus preguntas, sus relatos son ecos de los relatos de sus mayores y a la vez reflejos de sus sucesores. 

Sobre el lenguaje

Nombrar es de algún modo apropiarse; cuando se nombra se pertenece y al hacerlo el que nombra se adueña. Estos personajes buscan palabras, buscan formas de nombrar las cosas para poder apropiarse y rescatarlas del avasallamiento de esos colonos que la niña nombra como “coñones”. Es importante nombrar así a los que aparecen armados en un breve pero estremecedor plano. También está esa mujer misteriosa que espía desde la casa los tejes y manejes de ese grupo expropiador.

En el comienzo de la película – y del mundo- los sonidos del territorio lo invaden todo con la cadencia y el ritmo inefables de la naturaleza, una naturaleza que está viva, donde el viento – protagonista esencial de la película- lleva y trae oleadas de recuerdos y de relatos. En ese plano inicial, Encina deja ver la experiencia sensible y a la vez sensorial; el diseño sonoro es un protagonista más. Este primer encuadre es la imagen de un mundo libre regido solo por la normativa apacible de la naturaleza y del espacio que, rápidamente, serán amenazado por los hombres y mujeres “insensibles”, como los llama la niña. 

EAMI representa a su comunidad: es la voz de los suyos plasmada en un registro poético que conmueve: ella y los suyos narran su infancia, su comunidad, sus miedos, los pájaros, el viento, el peligro. Y lo hace en su propio idioma. Narrar en ayoreo es apropiarse de esa historia, es no dejarla ir, es habitar la propia lengua tanto como se habita el propio territorio, es desterrar el negligente colonialismo lingüístico.

¨Fuimos nosotros lo que vivimos aquí´ se dice en la película, mientras los vientos arrecian y amenazan y aparecen llamaradas de fuego en el monte. El peligro de esos intrusos se hace cuerpo, se acerca y amenaza; los opresores están cerca y la tierra está arrasada, se vuelve desierto, se mueren los árboles. Sin embargo, las pupilas de EAMI reflejan su mundo: los oprimidos llevarán en sus ojos la propia memoria histórica que es la de su comunidad y también la nuestra.

Marcela Gamberini / Copyleft 2022

Otra crítica sobre EAMI (leer acá)