EL CINE DE LAS NOTICIAS
“Soy Juan P, bienvenidos a…”. “Pedro J te saluda”. He aquí una de las convenciones con las que se transmite una noticia o se comienza una entrevista, televisiva o radial. El Yo de las noticias es más decisivo que estas; un entrevistado visita al Yo, anfitrión universal con el que cada invitado se siente a gusto, listo para ofrendar un punto de vista sobre algo o todo. ¿Qué dijo anoche tal en lo de Luis R? Lo que importa no es qué dijo, sino dónde; el estudio reaviva una fantasía democrática, la del ágora: allí se discute la cosa pública; el conductor y sus panelistas administran la palabra, son los guardianes de la verdad.
A mediados del siglo pasado, nació en el corazón de la crítica de cine un concepto: el de la política de los autores. Con este se intentó vindicar la figura del director, el auténtico creador de una obra, y no un simple administrativo del conjunto de los oficios involucrados en la realización de una película. La glosa de ese concepto era la siguiente: un director expresa en la puesta en escena una doble visión: del mundo y del cine.
La invención del autor de antaño, como tantos otros conceptos, no fue inmune a su banalización. Así como la alienación y la deconstrucción son empleados inválidamente para sellar rigor conceptual en ciertos menesteres, el concepto de autor hoy conoce usos propios que bien podrían ser gags lingüísticos de los hermanos Marx. Puede parecer una parodia, pero existen los muebles de autor, el masaje de autor, la astrología de autor, la milanesa de autor; es bastante probable que ya esté en las vidrieras de algunos negocios exclusivos el barbijo de autor. De lo que no se puede dudar es que nuestros periodistas se sienten autores, a tal punto que ni simulan siquiera la tentación de ser fabuladores. No se reprimen en inventar casos y cosas y editorializar como si fueran discípulos tardíos de novelistas del misterio y el policial.
Hay otro desliz cinematográfico que sobrevuela en el mundo de las noticias, la musicalización ubicua de cada noticia, la omnipresencia sonora de bandas musicales berretas que dirigen el ánimo con el que se deben escuchar e interpretar los mensajes. El silencio es una interdicción televisiva (y radial). La tendencia es casi siempre la misma: la debacle económica se acompaña con ritmos y melodías que aluden a la guerra, el apocalipsis sanitario reclama por un tono musical de film de catástrofes; al confrontar con los excluidos y los cadáveres, siempre se impone el refuerzo de cuerdas melancólicas; por cada violín se espera una lágrima.
Ya no quedan noticieros sin periodistas más importantes que las noticias que comunican, ni una puesta en escena que confíe en el silencio como fondo vacío en el que el receptor pueda en todo caso escuchar su propio bagaje ideológico ante el signo lanzado por la emisora. Los grandes cineastas siempre saben la razón por la que introducen capas musicales, porque no temen al silencio y confían en sus imágenes. Al periodismo le falta esa honestidad estética de los grandes cineastas y una voluntad de verdad que no se maquilla ni con una banda de sonido ni apelando a la tautología del nombre propio al presentarse ante la audiencia. La noticia no es un espectáculo, mal que les pese; el cine, en verdad, tampoco.
*Fotogramas: Estudio de televisión de 1965; 2) Detrás de las noticias.
*Este texto fue publicado en revista Número Cero en el mes de mayo 2020.
Roger Koza / Copyleft 2020
El problema quizás está en éste período donde «el entretenimiento» acapara todo. La estética del noticiero se moldea para atraer la atención ante un público hogareño, que adquiere otros «entretenimientos» en otros formatos: se lee, se escucha música y se deja el televisor prendido al mismo tiempo. En esa «competencia», no solo no acepta el silencio como recurso, sino que tampoco una toma puede permanecer inmóvil por dos segundos; de ahí el paulatino abandono del escritorio y forzar a lxs presentadores de noticias a que estén parados/as y de a poco caminen por el estudio. El cine es distinto: se filma con la expectativa que la película se proyecte en un cuarto oscuro, cerrado y en pantalla gigante. Por más que haya posibilidad que en realidad se reproduzca en un dispositivo móvil y en el interior de una casa, la ilusión nunca se pierde.