EL JOVEN AHMED / LE JEUNE AHMED
En 1999 sucedió algo inolvidable. Una película llamada Rosetta irrumpió en la historia del cine. Ganó en el festival de Cannes de ese año y David Cronenberg, presidente del jurado, sentenció que era “el cine del futuro”. La película consagrada inesperadamente era de dos hermanos belgas, en aquel entonces poco conocidos, que venían haciendo películas juntos. La promesa, el título anterior, ya había sido un aviso para muchos, pero recién con aquel relato vital y desesperado en el que una adolescente hacía todo lo que estaba a su alcance para sobrevivir los Dardenne se transformaron en un signo del cine del siglo que comenzaba, una poética condensada y lacónica que restituía un tipo de realismo signado por la urgencia. Después de Rosetta, vino El hijo, otra obra maestra, otra con un adolescente protagonista, un relato no menos visceral y con un epílogo inolvidable en el que el acto de respirar y el hecho de mirar a los ojos de otro podían confundirse con la discreta irrupción de la gracia. En el comienzo del siglo XXI, el cine era de los Dardenne. Cronenberg tenía razón.
Es lícito afirmar que Luc y Jean-Pierre Dardenne habían delineado un método. En ese tiempo los lineamientos eran inconfundibles: un personaje central y algunos pocos personajes más, una situación dramática a resolver, un territorio delimitado de acción, algunos rituales, pocas palabras, predilección por días nublados como refuerzo climatológico del estado de ánimo general, prescindencia de música extradiegética, ritmo vertiginoso, planos en movimiento siguiendo al personaje en su desesperación, un acto decisivo en el desenlace en el que se registra sin decir nada una toma de conciencia. La contundencia del método era indesmentible. No se podía ser indiferente: una película de los Dardenne era una experiencia física.
Veinte años después, los Dardenne estrenaron en el festival que los vindicó El joven Ahmed. Si nadie hubiera sabido que se trataba de una película de ellos se la podría haber confundido con un remedo entre tantos otros que se hicieron en las dos décadas precedentes. ¿No hubo cientos de películas dardennianas? ¿Qué sucedió con los hermanos?
Como Rosetta, Ahmed es adolescente, está enfadado y mucho menos reconciliado con el mundo. Si bien la madre tiene alguna debilidad por el alcohol como la de Rosetta, acá la responsable de Ahmed y sus hermanos lejos está de descuidar a sus hijos. No es el trabajo o la falta de medios lo que abruma al joven, sino un deseo de conversión radical al islam siguiendo la guía de un imán del barrio cuya hermenéutica del Corán adolece de un literalismo tan pernicioso como cualquier otro sistema de creencias que no admita lecturas abiertas. En verdad, las razones por las cuales Ahmed se siente seducido por una variante tan exigua del islam son mínimas, apenas deducibles de la falta de su padre, de lo que se predica una culpabilidad inmediata del joven teólogo que lo entrena como si en Ahmed anidara un posible fanático que los Dardenne conciben como víctima de un demente moderado.
El joven Ahmed es la ilustración desgarbada de un cuento precautorio sobre los peligros de la fe desmedida en el que los hermanos no ponen ningún empeño por siquiera explorar alguna característica de una fe que no es de Occidente y que legítimamente podría despertar la curiosidad de un chico cuya sensibilidad podría ordenarse en una religión que lo liga a su padre. Prefieren acá el atajo didáctico, la elipsis conveniente, el disciplinamiento ligero e incluso no se privan de una apurada redención no exenta de un castigo que el fin del relato dejará inconcluso, pues tal vez el costo de la misericordia es impiadoso. Todo lo que sucede desde el momento en el que Ahmed intenta agredir a su querida profesora de escuela que sabe árabe y lo enseña no es otra cosa que un conjunto de situaciones poco laboriosas que avanzan linealmente hacia el típico desenlace de las películas de los Dardennne a través de actos reflejos que pueden concatenarse por la eficacia de un método. La vitalidad de antaño y el ingenio narrativo faltan, también la virtud por detener cualquier juicio frente a sus criaturas, como sucede acá con el teólogo improvisado que parece más una caricatura que un hombre sumido irracionalmente en una experiencia de fe.
Tal vez el método de los hermanos está exangüe, tal vez no y volverán a prodigar un cuento moral ejemplar como aquellos de principio de siglo. Nadie sabe cuándo un cineasta recupera su propio secreto o se reinventa lanzándose hacia una región jamás transitada. Unos años atrás, en Dos noches, un día, los hermanos tuvieron la oportunidad de dar un salto cualitativo yendo más allá de la dimensión moral de sus relatos a otra de índole político. Habían escrito un cuento en el que la fijación por un héroe individual y las hazañas morales en el interior de su conciencia podían haber sido superadas por la aparición de un sujeto protagónico colectivo y una acción política en sentido estricto. Ese límite propio de aquel relato era una indicación indirecta de un límite mayor en el interior del método. Si a ese límite conjetural se le añade una labor sin matices en los dilemas morales que los personajes deben dirimir en su conciencia, el resultado lógico es El joven Ahmed, una película que se parece a una película de los hermanos Dardenne.
***
El joven Ahmed / Le jeune Ahmed, Bélgica-Francia, 2019
Escrita y dirigida por Jean-Pierre Dardenn Luc Dardenne.
***
*Publicada en Revista Ñ en el mes de marzo 2022.
Roger Koza / Copyleft 2022
Últimos Comentarios