EL MAESTRO Y UNA PROMESA
Por Roger Koza
Entre los recientes nuevos directores talentosos del cine alemán (como Philipp Hartmann y René Frölke, por citar algunos cineastas que han dado que hablar últimamente) Ramon Zürcher es un director que probablemente se irá consolidando en sus próximas películas. Su ópera prima, The Strange Little Cat, es un film fascinante. Su trama se circunscribe a la cotidianidad doméstica de una familia de clase media durante todo un día. Ningún elemento dramático especial o acontecimiento extraordinario particular organiza este relato constituido por una coreografía del conjunto de actos mecánicos que suelen ocupar la mayor parte del día pero que nunca suelen ser el centro de un film: la preparación del desayuno, la reparación de un lavarropas, la limpieza general, el mero estar en una casa sin una actividad específica, jugar con un roedor, alimentar las mascotas, dormir, lavarse los dientes, salir de compras. Las acciones de un film suelen empujar el relato hacia un fin.
Así descripta, la ópera prima de Zürcher parece una invitación a contemplar distanciadamente la monotonía como un sustrato último de la vida de los hombres, pero Zürcher consigue eludir una posible especulación nihilista acerca de la cotidianidad para descubrir a cambio la invisible dinámica de los vínculos en el seno de una familia a partir de una experiencia del espacio privado y común, como si advirtiera en esa casa ordinaria un microcosmos afectivo en el que se anuncia cierto misterio del funcionamiento del mundo. El placer de observar la interacción permanente entre hombres, animales y objetos consiste en intuir que en la interdependencia se esboza un discreto sentido de la existencia.
Parte de la inteligencia del film pasa por incorporar un par de flashbacks en los que los personajes cuentan algunas anécdotas, de tal forma que esas pequeñas historias contrastan con la propia poética narrativa del film, que reniega de la dramaturgia y se pone en marcha a través de acciones breves renuentes a significar el todo pero sí el momento, como si Zürcher registrara la autonomía y la autosuficiencia de cada instante justo un poco antes de que el imperativo de ficción interrumpa la gratuidad y la necesidad instintiva de los actos. Los tiempos muertos, eso que en el cine dominante se intenta desterrar a todo o nada, es la materia misma de The Strange Little Cat, cuya puesta en escena intensifica y muestra cómo el espacio constituye un ente dramático en sí, gracias a una formidable noción del encuadre y el fuera de campo, recursos que predominan en la lógica cinematográfica del film de Zürcher.
El viejo maestro
No hay duda alguna de que la película clave de esta edición es Die andere Heimat – Chronik einer Sehnsucht, el regreso al cine del gran Edgar Reitz. Rodada en blanco y negro, esta precuela de Heimat, tanto de la célebre serie televisiva de la década del ’80, como de las otras dos temporadas de la misma serie, sitúa el relato de la ya famosa familia Simon en un tiempo histórico distinto. La exploración del sentido de pertenencia a una tierra subsiste aquí como problema vital y filosófico.
En las primeras décadas del siglo XIX, en la aldea de ficción conocida como Schabbach, la vida dista de ser luminosa; las consecuencias de las guerras napoleónicas están frente a la vista: la crepuscular economía feudal no facilita la subsistencia de sus habitantes; subsistir exige esfuerzo y dedicación. El protagonista casi excluyente del relato es Jakob, un joven que ama los libros y anhela emigrar a Brasil. Su padre, un herrero, no comprende las motivaciones vitales de su hijo. Gustav, el hermano mayor del soñador, parece ser el preferido de su padre, aunque curiosamente será él quien finalmente emigrará a esas lejanas tierras de América del Sur, junto a su mujer, quien fuera alguna vez la secreta enamorada de su hermano menor.
Desde el magistral plano secuencia inicial, Die andere Heimat – Chronik einer Sehnsucht se presenta como una lección de cómo convertir el espacio (abierto) que habita una comunidad en un protagonista ubicuo. Dado que gran parte de la obra de Reitz ha consistido en llevar adelante una fenomenología cinematográfica del Heimat (ese concepto alemán tan difícil de traducir, que indica una experiencia identitaria vinculada a un territorio y a una comunidad), registrar el espacio, el trabajo y los encuentros sociales son fundamentales para tal empresa. En este sentido, las panorámicas sobre los campos de trigo y los bosques, la forma de visualizar los pasadizos estrechos de las calles y el perímetro total del pueblo son esenciales para fijar la experiencia sensorial y física de los protagonistas. La fiesta con la que finaliza la primera parte de la película es una verdadera proeza en el espacio y una materialización precisa de las implicancias de la vida comunitaria. En una escena extraordinaria, la madre tuberculosa de Jakob es llevada a contemplar ese paisaje general que define su forma de ver el mundo. El veloz travelling hacia delante, además de ser un gran logro técnico, alienta a experimentar lo que es el lazo ontológico con un territorio.
Finalmente, lo que podría parecer un cameo caprichoso de Werner Herzog en el cierre de la película quizás revele un punto de vista filosófico capital a la hora de concebir el acto de habitar. Herzog encarna a Alexander von Humboldt, el gran naturalista, lingüista y explorador alemán. Será él quien confirme frente al resto del pueblo las pasiones de Jakob, su curiosidad infinita expresada en el deseo de viajar y leer, acciones de descentramiento que relativizan la importancia de pertenecer solamente a una tierra y saber pensarla en una sola lengua.
Este texto fue publicado en otra versión y con otro título por la revista Ñ en el mes de septiembre de 2014
Roger Koza / Copyleft 2014
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