EL MAL AUSENTE
Será tarea de sociólogos o de historiadores de la cultura del futuro establecer cuáles eran las conexiones entre la obsesión evidente en las dos primeras décadas del siglo XXI por lanzar un film sobre superhéroes por mes y una ciudadanía mundial dispuesta a esperar cada una de esas películas como si se tratara de un acontecimiento cósmico. La última prueba al respecto fue la llegada de Avengers: Endgame. La muerte de Tony Stark se sintió como la pérdida de un hombre querido por todos, una figura de la vida contemporánea para la que no se halla tan fácil una sustitución posible, como sucedió entre nosotros con la muerte del Flaco Spinetta.
En las películas de superhéroes sucede algo curioso con la representación de la ciudadanía. La contienda entre buenos y malos está circunscripta a la relación de los héroes y los antihéroes, con lo cual las contradicciones y la puja de intereses en el corazón de cualquier sociedad son desplazadas por esa batalla entre quien cuida la sociedad y quien la amenaza. Esa operación imaginaria es mágicamente humanista: la ciudadanía es un conjunto de hombres y mujeres que llevan vidas normales, potencialmente inocentes y lejos de las vilezas y mezquindades de los superhéroes, una mayoría silenciosa a la que se le debe prestar protección.
En ese sentido, la fantasía implícita en esta representación simbólicamente recurrente es que el sistema (capitalista) de las sociedades en el universo de los superhéroes merece siempre perpetuarse, como si las fallas del sistema estuvieran en las patologías de sujetos específicos que gozan con la destrucción del orden social por un deleite perverso y un eventual resentimiento pretérito que los mueve. En otras palabras, el costado conservador de las películas de superhéroes consiste en maquillar su aversión a cualquier transformación radical del orden vigente, porque el principal organizador simbólico de estas películas no es otro que la restauración del orden frente a cualquier tipo de amenaza.
Esto explica el inesperado premio mayor para el film de Todd Phillips Guasón en la última edición del Festival Internacional de Cine de Venecia. Es muy probable que el director del festival y sus programadores hayan decidido incluirlo para concentrar el interés de la prensa mundial en el evento, conjeturando que nunca iba a ganar un film de esta naturaleza, y menos aún con un jurado presidido por Lucrecia Martel, una cineasta cuyo cine poco tiene que ver con la poética de las películas de superhéroes. Menuda sorpresa fue la vindicación estética que se le otorgó al Guasón.
La justificación de Martel explica muy bien la razón que debe haber esgrimido y sostenido frente a otros miembros del jurado en una selección que contaba con un film notable como Martin Eden, del magnífico cineasta italiano Pietro Marcello, una película más cercana al universo cinematográfico de Martel. Esto declaró, con convicción y énfasis. “Me parece remarcable que una industria que se preocupa por los negocios tomara el riesgo de hacer esta película, hecha para la taquilla pero que es una reflexión sobre los antihéroes y en donde el enemigo no es un hombre, es el sistema”.
En menos de dos semanas, los espectadores de Argentina podremos ver este film que, concebido en el corazón del sistema, parece sugerir que el sistema es decadente e injusto. Es probable que no llegue a clamar por una revuelta, pero sí a afirmar que el Guasón es uno de nosotros, un miembro sufrido y exhausto de la mayoría silenciosa que subsiste como puede bajo ciertas coordenadas económicas y sociales que convierten a la existencia en un padecimiento interminable. El personaje encarnado por Joaquin Phoenix, simplemente, se cansó y dijo basta.
Este texto fue publicado por el diario La Voz del Interior en el mes de septiembre 2019.
Roger Koza / Copyleft 2019
Creo q para atar unos cabos, se podría parafrasear a su tocayo que aparece en la trilogía de Nolan: «La locura es como la gravedad, a veces solo necesitas un simple empujón».
mmh, no sé, hay que verla, pero, para ser cinéfilamente ortodoxo, no debe andar muy lejos de naturalizar al sistema. tras largos años de vinilo y bytes sabemos muy bien los riesgos q toma «una industria que se preocupa por los negocios»,
y menos hoy q hay sondeos de todo tipo antes de la produccion. esto, Martel, no lo sabe? además «lo concebid en el corazón del sistema» ha estado siempre tan atento al bolsillo como a la ideología, otra cosa que LM debería sospechar. mmh. será un guiño pa`arriba? quién sabe.
El universo de Batman (quizas de DC en general, pero en particular el de Batman) siempre ha incluido como nota característica y de trazo grueso el señalamiento de la decadencia e injusticia de lo que a veces llama «sistema», aunque lo que en rigor se denuncia suele ser más la falta de atributos morales de la elite de Ciudad Gótica (aqui un Wayne Sr. ambicioso e insensible) que un modo de producción y distribución de la riqueza y el trabajo. Y es que todas las ultraderechas del mundo se presentan como supuesto desafío a los ricos, al poder, a la corrupción, como pretendidas emanaciones del hombre común y de los verdaderos trabajadores que un día dicen basta. Basta a los extranjeros, a los inmigrantes, a la sinarquía internacional, a las hipócritas instituciones liberales … Joker es tan «antisistema» como pueden serlo Trump y Bolsonaro, y sus respuestas (ya sea por vía de héroes o antihéroes) también se parecen. Que un festival de cine empiece vindicando el derecho a reexaminar públicamente la vida personal de un cineasta en base a un delito cometido hace 40 años (que en cualquier sistema penal garantista estaría prescripto, amén del pedido de clausura de la propia víctima) y termine premiando una versión del enemigo (y del nosotros, y de la justicia) como la que propone esta película describe un arco de lamentable coherencia.