EL RECONOCIMIENTO
Por Roger Koza
Un espectro se cierne sobre el cine argentino reciente, incluso sobre el cine latinoamericano, el espectro de una figura problemática para quienes pueden hacer películas: la figura del empleado doméstico. Si bien el descaro obsceno de un viejo programa televisivo nos acostumbró a ver al sirviente disfrazado de tal y dócil como un niño, algunos cineastas argentinos se muestran incómodos frente a esa imagen que celebra la sumisión como si se tratara de una función inscripta en el alma del sirviente, quien simplemente acepta ocupar su lugar en el orden del mundo. ¿Cómo filmar la vida del personal doméstico?
La gran película en esta materia se llama Santiago, de João Moreira Salles. El director brasileño se propone hacer un retrato de su mayordomo argentino, que vivió junto a su familia durante décadas, un personaje extraño que en su tiempo libre recopilaba datos sobre dinastías lejanas para documentar ordenadamente una especie de historia general de reyes y emperadores.
¿Por qué Santiago es la película clave para pensar a fondo cómo se filma la experiencia doméstica? Casi en el final, Salles explicita un descubrimiento de la puesta en escena. Durante toda la película existe siempre una distancia entre Santiago y el registro de cámara. Los planos medios y generales denotan una lejanía entre el personaje y el director. Es indudable el afecto sincero de Santiago por João, como el de éste por el mayordomo, lo que no destituye una diferencia, más bien una asimetría. Esta distancia es conscientemente expresada en el filme por Salles cuando se da cuenta (y lo informa a su audiencia) de que en la forma de filmar a su personaje se hacía visible su lugar no sólo como director, sino como el hijo del patrón que ahora filmaba la vida de su mayordomo que, frente a cámara, nunca dejaba de serlo. La clarividencia de Salles consiste en darse cuenta y enunciar públicamente cómo en la puesta en escena se revela el inconsciente de clase.
Sirvientes nacionales
La figura del sirviente suele aparecer acríticamente en la mayoría de las películas argentinas que provienen de la televisión. Véase como un ejemplo reciente la mucama simpática en Corazón de león, de Marcos Carnevale, la famosa comedia en la que Francella interpreta a un enano rico y seductor. Si bien es un personaje destinado al olvido, su presencia en la casa no resulta enteramente invisible. Fiel al estereotipo de clase, Carnevale viste a la sirvienta con su atuendo obligado. La interacción con los personajes principales es ocasional, y su presencia debe aportar algún giro cómico, lo que no impide que el filme la muestre como testigo de un estilo de vida en el que el lujo desmedido es una constante, un gesto de puro exhibicionismo. Está claro que la mucama de Corazón de león es prácticamente un ornamento simbólico, una pieza decorativa. No lo es en La Paz, de Santiago Loza, en el que la mucama boliviana interactúa con toda la familia pudiente del relato, y en el que ella cumple una función que misteriosamente suelen tener los empleados domésticos (más allá del cine): ser lubricadores emocionales de la vida afectiva de sus patrones.
En La Paz, el único hijo de la familia que acaba de salir de un psiquiátrico empezará a encontrar su lugar en el mundo a partir de la interacción con la empleada doméstica que acompaña a la familia desde hace años. Loza intuye el peligro de refrendar esa función amorosa sin problematizarla, y por eso sostiene una cierta ambigüedad irónica en el tono del filme que le permite ser crítico con todos los miembros de la familia sin por ello despreciarlos o condenarlos, como así también evitar la idealización de la mujer boliviana.
La violencia de clase no puede ser ajena a estas películas. En uno de los episodios de Relatos salvajes, el patriarca interpretado por Oscar Martínez, guiado un poco por su abogado, decide un plan siniestro: su hijo acaba de atropellar a una persona y ha escapado, y para evitar su inevitable condena le ofrece al jardinero de su casa hacerse responsable frente a la policía del accidente de su hijo a cambio de una gran suma de dinero. La manipulación del empleador respecto del empleado es formidable, única secuencia del filme en el que no se apela a la hipérbole y a la grosería. Germán Da Silva es en el filme de Szifrón el jardinero, y es quien también compone a uno de los tres miembros de la familia que cuida la casa de campo en Los dueños, de Agustín Toscano y Ezequiel Radusky.
Los directores tucumanos trabajan sobre la violencia de clase a partir de un concepto problemático por antonomasia: la propiedad. La picardía de los cuidadores que utilizan la casa de sus patrones mientras éstos están ausentes pone en escena una peculiar diferencia respecto a la posición y relación que se tienen con los objetos. La posesión y el uso de las cosas no son estrictamente equivalentes, pero lo primero condiciona a lo segundo. Ese orden es el que desobedecen los empleados domésticos en Los dueños, un filme incómodo por su forma de economizar la violencia de su trama.
Si bien hay otros títulos relevantes sobre el tema, como Historia del miedo y Nositaliaj, la belleza, la última gran película argentina sobre la vida de los empleados domésticos es Réimon, de Rodrigo Moreno.
El director de Un mundo misterioso se propuso filmar la plusvalía, pero si bien recurre en dos ocasiones a la lectura de un pasaje de El capital para fijar ese concepto, su camino, más que intelectual, es sensible, lo que no debilita la lucidez de su aproximación al fuera de campo del valor del tiempo para llegar al trabajo que no se contempla como trabajo.
Ramona trabaja como empleada doméstica en Capital Federal. Todos los días viaja en tren. Son horas de viaje para ir y volver, simplemente para poder trabajar limpiando casas. Moreno adoptará un tono casi observacional: si bien el filme empieza en una fiesta familiar en la casa de Ramona, de allí en adelante solamente se la verá trabajando o desplazándose para llegar o volver del trabajo. En una de las casas que limpia, los dueños estudian alguna disciplina ligada a las ciencias sociales. Leen sistemáticamente a Marx pero, como el filme sugiere, leer a Marx no significa poder ir más allá de la propia mirada de clase. De allí que la pareja de empleadores pueda permitirse llamar Réimon a Ramona.
Alguien podrá decir que Ramona apenas habla en el filme. Sucede que Moreno evita hablar en el nombre de su personaje, mantiene cierta distancia en su registro e intenta explorar una realidad inconmensurable para un director de cine: la experiencia de la servidumbre. Al hacerlo, Moreno conoce su límite y lo expone, de tal modo que él podría ser uno de esos lectores de Marx que, si bien tratan con mayor amabilidad a su mucama, siguen sin percibir lo intraducible entre sus vidas y la de Ramona. Por eso Moreno agrega en el final una secuencia tan breve como central: el golpe de claqueta antes de filmar esa escena. Es allí en donde Moreno reconoce los límites de su representación o, en todo caso, entiende que es su forma de ver una experiencia. Al exponer su cámara, extensión de su mirada y su consciencia, extiende la mano hacia ese sujeto que friega diariamente la mugre de su bienestar. Honestidad de una mirada frente a la dignidad de un personaje inolvidable.
Este artículo fue publicado en el diario La voz del interior en el mes de agosto 2014
Roger Koza / Copyleft 2014
* Réimon se exhibe este miércoles a las 20.30hs en sala del Cineclub Municipal Hugo del Carril.
¿y porque ledicen reimon, como sifuese hombe, a ramona?
Es una forma de decirlo en inglés.
Hay algo que me produce rechazo en tu lenguaje para analizar la figura la empleada doméstica (en femenino lo pongo porque el 90% en nuestro país lo es). Tratarla como servidumbre es denigrante. Sin duda es un tipo de empleo problemático, pero que se ha tratado de dignificar a través del tiempo, al menos en Argentina. Hay todavía un 50% de empleadas en negro, pero también pasa en otros gremios. Se acaba de sancionar en el Congreso una nueva ley que las equipara en sus derechos a cualquier otro trabajador en relación de dependencia. No soy una persona rica ni pertenezco a la alta burguesía pero tengo empleada doméstica en mi hogar porque lo necesito, una empleada que no es una sirvienta. Sus tareas son bastantes más complejas que solo limpiar la mugre de sus empleadores. En primer lugar, está en blanco, y no solo le pago el sueldo de ley, sino un 30% más. No por generosidad, sino porque la escasez de oferta te obliga a hacerlo si querés conservar una empleada que te cumple con su trabajo. Se respeta rigurosamente su horario de trabajo. Tiene obra social, y se le deposita todos los meses su aporte jubilatorio. Puede faltar por enfermedad, al igual que cualquier otro trabajador, sin perder derecho al sueldo por los días no trabajados. Tiene vacaciones pagas, que en el caso de mi empleada, y por su antigüedad, es de un mes por año. Tiene derecho al cobro del aguinaldo también. Más que servidumbre, hay que hablar de un trabajador y tratarla de ese modo, en el mundo real, en el cine y en el discurso.
Está tambien «Criada» de Matías Herrera
Sí, otra gran película, y de la que escribí en reiteradas ocasiones. La idea, no obstante, era trabajar sobre películas de ficción, a excepción de Santiago, film que me resulta paradigmático para pensar el tema.
De las 1200 palabras que tiene el texto, el término servidumbre se utiliza al final. En cómo funciona en el film aludido con ese término me parece que se justifica, justamente, debido a su carga negativa de él. La función de ese vocablo me parece bien desde un punto de vista político y por su tensión semántica, pues ciertas forma de nombrar suelen ocultar la asimetría entre formas de trabajo muy distintas, casi inconmensurable. La invención de un léxico que paree democratizar un trabajo es un factor de progreso (derechos, leyes), pero a su vez en ciertas ocasiones ese mismo lenguaje consiste en ocultar paradójicamente la misma asimetría. Está bien pensar que se trata de trabajadoras, en eso usted tiene razón, pero el texto no está centrado en los derechos sino en la percepción de una clase respecto de otra. Sí, son trabajadores, no tengo duda, pero ese no es el problema que el texto intenta desentrañar. Réimon no es un film cómodo, y pensando en eso intenté que mi lenguaje tampoco lo sea. Saludos. RK
Y algo más: «El reconocimiento», en el título, alude a la Dialéctica del amo y el esclavo… Lo cual, probablemente, le haría mayor ruido todavía. Sinceramente, creo que por más bonito que sea la vida democrática, y aún sabiendo que es un puesto de trabajo, nunca puedo pensar este tipo de situaciones como algo genial, legal y democrático. En mi caso, sea como sea, me haría ruido que no me hiciera ruido el trabajo de las empleadas domésticas. Saludos. RK
Del Diccionario de la Real Academia:
1. f. Trabajo o ejercicio propio del siervo.
2. f. Estado o condición de siervo.
3. f. Conjunto de criados que sirven a un tiempo o en una casa.
4. f. Sujeción grave u obligación inexcusable de hacer algo.
5. f. Sujeción causada por las pasiones o afectos que coarta la libertad.
6. f. Der. Derecho en predio ajeno que limita el dominio en este y que está constituido en favor de las necesidades de otra finca perteneciente a distinto propietario, o de quien no es dueño de la gravada.
Naturalmente, el uso corresponde a la definición número tres, pero lleva la carga histórica de las dos definiciones precedentes.
RK
Si pero volvemos a lo mismo, al mal uso del término para designar a trabajadores, que no son criados ni sirven sino que hacen un trabajo por un salario.
Vinculado con lo que dije anteriormente, una de mis críticas a Reimon, es la limitada mirada de Moreno sobre el personaje. Pudiendo haber profundizado en su conocimiento, tanto personal como laboral (por ejemplo, contratándola como empleada en su casa), prefiere el cómodo recurso de imaginar inaccesible lo que ni siquiera se buscó conocer a fondo. Reimon ( la película y el personaje) merecían un estudio más prolongado y minucioso, lo que hubiera enriquecido la película. Uno no pide que los cineastas se conviertan en sociólogos o antropólogos, pero un ejemplo de lo que Moreno no hizo y podría haber hecho es la película “Yatasto”, de Hermes Paralluelo, que fue realizada después de muchos meses de convivencia con los personajes y eso se nota en la calidad del registro.
gracias Jorge H por decirme lo que debería haber hecho, incluso por proponerme realizar una película totalmente diferente a la que me propuse hacer. le recomiendo ajustar su mirada (limitada) sobre las películas, la de criticarle a una película no ser otra cosa distinta a la que se propone ser. Y veo que sí, que lo que espera de un cineasta es su virtud como antropólogo.
El articulo me pareció muy interesante. REIMON fue la mejor pelicula que vi -entre diecisiete- en el BAFICI.
Quede prendado por la mirada tan particular y sensible del tema por parte de Moreno.
Existe en el relato una distancia muy virtuosa que por lo menos a mi me resultó muy conmovedora. Me parece a mi que no era necesario profundizar detalles sobre Reimon que casi no habla. Esta todo a la vista y el espectador tiene que comprometer su propia sensibilidad para entender e interpretar que quiso expresar el director.
Tanto la interprete -extraña mezcla de altivez y ternura- como el estilo narrativo de Moreno hacen de REIMON una bellisima pelicula. Si estan en Cordoba no se la pierdan…