EN LOS HOMBROS DE BUD
¿Cómo llegué hasta aquí? Es decir, ¿cómo sucedió que el cine se transformó paulatinamente en un destino, una profesión, un placer, acaso incluso una religión (secular)? ¿Cómo fue mi primera vez ante una película? Sé que escribo sobre cine porque es mi modo de agradecerle. El cine ha sido casi desde el inicio una práctica estética, una ascesis, un modo de vida. Quizás mi infancia se parece a un film que no recuerdo, y para hablar sobre la primera película que vi no puedo tomar otro camino que el del mito y la leyenda.
Desconfío de mi memoria, tal vez porque la identidad no es otra cosa que un palimpsesto decorado por certezas endebles y una repetición estratégica, una cierta forma de mentirse para conjurar el horror de constatar sólo una pantalla vacía sin proyección alguna. Puede que me equivoque. Quizás el cine es también un palimpsesto: las imágenes se yuxtaponen y se amontonan, se sustituyen, y cada tanto acceden a la conciencia de quien mira para luego ser reemplazadas por otras. ¿Qué puedo retener? Surge así una débil premisa: no podré ver los inicios de mi propia película, mi historia con las películas, pero sí puedo a través de ciertos films imponerme una operación de montaje, un trabajo sobre la puesta en escena que constituye en sí la memoria. Haré, entonces, un esfuerzo por compaginar mis memorias, la del espectador que he sido desde siempre, la del cinéfilo en el que me he convertido y la del crítico que, para bien y para mal, he elegido ser. No puedo hacer otra cosa que invocar fragmentos vividos en el cine y con él. Algunos planos, algunas secuencias son apoyos materiales y físicos de mis memorias. Ya no recuerdo a mi primer perro, pero sí retengo a Benji corriendo, uno de los tantos perros que han transitado la historia del cine. No es el primer film que vi, pero sé que es el primero que vi en una sala en más de diez ocasiones.
Lo que se aprende en los primeros años de vida en el cine es a hacer una experiencia con él. Ir a la sala, esperar el comienzo de un film, dejarse llevar por una realidad que se proyecta mientras nuestros padres permanecen a nuestro lado ante la experiencia alucinatoria de imágenes en movimiento (cuyas proporciones exceden cualquier conformidad entre la experiencia real y la representación en la pantalla) es lo que importa en principio. Rara vez, nuestras primeras películas son aquellas que, como luego sabremos entender, constituyen las grandes obras del cine. No tuve la suerte de que mi primera película fuera El cameraman, Mi tío o El circo. En verdad, no consigo recordar cuál fue la primera película que vi, pero estoy seguro de que no fue una de John Ford, ni de Jacques Tati. Lo que resulta casi evidente, excepto que uno sea el hijo de un cineasta o de un crítico, es que el destino involuntario de todo amante del cine es aprender que sus primeras películas no fueron siquiera aceptables. Pero fueron las primeras.
Fue mi padre quien me llevaba al cine. Él solía decir que era un crítico de cine aficionado, aunque su profesión era otra: dentista. No hay ninguna interdicción para que un odontólogo sea por las tardes y noches un crítico de cine. Decía que escribía en una revista llamada Impulso. Como preferí no imprimir la leyenda, jamás pude encontrar evidencia de que existiera esa publicación, ni tampoco he podido conseguir leer una línea escrita por él. Lo que estoy seguro es que mi padre no fue un secreto Manny Farber, quien además de pintor y crítico de cine, ejerció el oficio de carpintero. Sin embargo, es a mi padre a quien debo agradecer en primera instancia. Conocí el western de muy niño en un cine de Maldonado, Uruguay. Íbamos en vacaciones de invierno, y creo que allí había funciones continuadas. Sólo recuerdo haber visto westerns y cine bélico, pero no creo que se tratase de films de Anthony Mann y Samuel Fuller. De aquella época, cuando tenía entre 4 y 7 años, sólo sé que amaba las películas de Trinity. ¿Western spaghetti para niños? Eran divertidas y amablemente banales, aunque hoy no podría siquiera intentar reconstruir la trama de un film de Trinity. Me parece que esas películas me enseñaban a distinguir un modo particular de vínculos entre hombres. La amistad es uno de los temas más bellos del cine.
Debía tener 6 ó 7 años. Mis padres solían cuidar en el verano la casa de unos amigos adinerados que tenía pileta y cancha de paleta. Lo que a mí me importaba no era precisamente ni jugar con la raqueta, ni dar brazadas, sino ir al cine de la esquina. Estoy seguro de que allí vi El principito, de Stanley Donen. Confieso que jamás me gustó el libro, una introducción sentimentalista al platonismo destinada a los niños y cuyo lema principal, lo esencial es invisible a los ojos, además de promulgar la preeminencia de un mundo suprasensible, parece ser un aforismo anticinematográfico, pues la ontología del cine pasa por una recuperación y reproducción materialista del mundo respecto de lo que es visible para los ojos. Lo que el cine habrá de inventar son modos de mirar (y escuchar). La cámara es un refuerzo óptico para persistir en nuestra obstinación por experimentar y entender el mundo. “La cámara no es una certeza, es una duda”, dice Godard.
El film de Donen no siempre es fiel a la pieza literaria. Es por eso que la sospechosa concepción de la amistad entre el zorro y el niño entendida como proceso de domesticación adquiere un grado de ternura extrema en el film. El devenir zorro de Gene Wilder es inolvidable para un niño de 6 años, aunque la secuencia que habría de permanecer en mí desde aquel entonces fue otra. No fue el zorro sino la serpiente el animal hombre que me impactó. La víbora danzante, o el devenir serpiente de Bob Fosse en el desierto canalizando un musical impensable para el universo simbólico propuesto por Antoine de Saint-Exupéry, se selló en mi memoria. ¡Qué extraño poder! La aparición del VHS hacia fines de los ’70, y su democratización en los ’80, me permitió revisar aquella secuencia unos años más tarde. Fosse trastoca y expone deliberadamente la perversión del libro, pero en su sensualidad extrema propone un lenguaje corporal, movimientos del cuerpo en el espacio, que conjura momentáneamente la crueldad directa del capítulo de la novela. El deslizamiento en ralentí de Fosse sobre la arena fue desde la primera vez mi plano favorito. Unos años después vi All That Jazz, el día de su estreno, en un cine espantoso de Miami junto a mi padre. No era PG, pero mi padre consiguió hacerme pasar. Como se sabe, el film dirigido por Bob Fosse es una suerte de autobiografía imaginaria del propio coreógrafo, que llegó incluso a imaginar su propia muerte. Tardé un tiempo en darme cuenta de que la serpiente y ese personaje mujeriego, fumador empedernido y coreógrafo tanático, interpretado por Roy Scheider, eran el mismo hombre.
Insisto y me digo a mí mismo: no puedo recordar mi primera película, realmente no puedo seleccionar entra la dispersión de mis primeras impresiones un recuerdo preciso. Puedo sí reconstruir con cierta dificultad la modalidad de una experiencia ante la imagen. Sé que cuando vi una imagen poderosa siempre quise volver a ella. Es la famosa compulsión de repetición del cinéfilo, y también del niño que puede ver mil veces un film sin aburrirse. Creo entender el secreto de esa conducta: existe un deseo de verificar algo que se ve pero no se identifica del todo, y que se pretende fijar para ver si es posible más tarde toparse con eso fuera de la sala. En otras palabras, lo Otro asoma en el cine sin proponer por esto una escena traumática. Más allá de esta hipótesis, no sé por qué me gustaba tanto ver al perro Benji, pero sé que con Mi adorado Benji adquirí el hábito de volver una y otra vez sobre un film. Lo mismo me sucedió unos diez años después con El sacrificio, Al filo de la navaja, Querelle, La fiesta de Babette y Las alas del deseo, películas que fueron importantes en mi adolescencia. Para ese entonces solía llevarme el grabador de cinta para capturar el sonido de las películas. Luego, en casa, escuchaba el film en cassette mientras arreglaba mi cuarto. La última vez que volví a ver películas más de 10 veces fue hace unos años: La casa está oscura, de Forugh Farrokhzad y Juventud en marcha, de Pedro Costa. Puedo reconocer la voz poética de Farrokhzad en apenas un segundo, como me ocurrió recientemente mirando The Hunter, de Rafi Pitts, que cita misteriosamente un fragmento del film de Farrokhzad, que se puede oír primero y luego ver en un desenfoque a través de un televisor en el fondo del plano durante una escena de transición. Lo mismo me pasa con la voz de Ventura recitando la poesía que estructura el nudo narrativo de Juventud en marcha. Son voces de mi conciencia, compañeros imaginarios, fragmentos visuales y sonoros encarnados en mi propia historia. Algo similar me sucede con La noche del cazador, la película que no vi ni de niño, ni de joven, y que sería el film perfecto para hablar de la infancia, la mía y la de cualquiera. También vuelvo sobre él como si se tratase de una cabaña de retiro en la que voy cada tanto a encontrarme conmigo mismo. No es paz lo que encuentro allí sino un éxtasis aterrador frente a la sintaxis onírica que revela los materiales del psiquismo.
Ya no sé cuál fue mi primera película. Intento recordarlo y, como si se tratara de un trauma, no puedo reconstituir ese instante que supongo sagrado. Pero sí recuerdo nítidamente cómo fue mi primer recuerdo de película. Mi padre y yo íbamos caminando por un centro de compras en un país extranjero. Al entrar a un negocio reconozco al eterno compañero de Trinity. En efecto, Bud Spencer estaba probándose un par de zapatos. Le pregunto a mi padre si podemos ir a saludarlo, pues estoy seguro de que es él. Unos minutos más tarde estoy, literalmente, sentado sobre los hombros de ese hombre grandote y bondadoso. Caminamos una media hora, él, mi padre y yo. Una vez más, no recuerdo de qué hablaron mi padre y él, pero estoy seguro de haber vivido una felicidad desconocida.
* Este texto fue publicado por Grupo Kane durante enero del 2011. Junto con mi texto se publicaron respuestas de otros críticos, cineastas y actores sobre su primera vez en el cine.
Roger Alan Koza y Grupo Kane / Copyright 2011
Hermoso texto, Koza. Ahora siento una bella necesidad de bucear por mi memoria para encontrarme con mi primer cine. Muchas gracias por la nota.
Muchas gracias, JG.
Qué conmoción para esa criatura estar sobre los hombros de Bud Spencer¡ Quién hubiera imaginado semejante suerte¡¡ Debes haber quedado knockeado por mucho tiempo y para siempre Roger.
Roger:
Una hermosa nota que, cual carambola de billar, impacta no sólo en mis recuerdos sino en mis propias prácticas de blogger. Escribir como modo de agradecer esa constelación llamada cine y su extraña capacidad de puntuar y acompañar momentos de nuestra vida: 100 % identificado.
Trinitys, películas rusas, polacas y checas en el Cosmos 70, algunos Pierre Richards y unos cuantos (ay) Louis de Funes eran la base del menú cinéfilo en mi casa paterna.
De eso escribí acá, y si disponés de un rato, me encantaría que lo leyeras:
http://viviendodosveces.blogspot.com/2009/08/555880.html
Saludos.
Extraordinaro texto : como un Renoir, emoción y aventura, evocación, que se yo, no se que más decirte: es dificl escribir con los ojos inundados…
Gracias!
Pablo: estoy atrapado en un aeropuerto y sin internet. Ni bien pueda leo el texto.
Ale: muchas gracias, exageras, y eso se llama afecto. Nos vemos. RK
Roger: Tu artículo me recuerda, de pronto, despertando los canales o pantallas de la memoria, que en los tiempos – oh tan lejanos-de El Amante Cine – época amarilla y quintinana pre-paranoica- habíamos sacado un dossier que se titulaba El cine de la infancia, donde se trataba este tema. No tengo conmigo ese ejemplar – si alguien lo tiene, se agradece- pero si de recuerdo -de entre todos- tres o cuatro textos: Uno esplendido de Silvia Schwarbock, sobre cine, infancia y melodrama, peronismo, exilio, prohibiciones y cine de terror.( Sí, todo eso) Otro también ejemplar, – e inesperado por el grado de íntima calidez confesional- de Eduardo Russo, sobre cine en Canal 11 y el descubrimiento de clásicos de clase B . Otro de Gustavo Castgana , con recuerdos Nac and Pop de Palito Vs Sandro. Y, finalmente el mío… que trataba sobre Kubrick y mi visión a las 8 años o menos de 2001, Odisea del espacio y que se llamaba Odisea de la Infancia. No recuerdo exactamente el texto, del que estaba por entonces, inmodestamente orgulloso. Pero quizás no sea por lo que allí estaba escrito en la nota, ni cómo lo estaba, sino por su dedicatoria, únicas líneas conservo en la memoria, y a las que todavía hoy suscribo como pequeño mantra personal: » A mis padres que siempre me llevaban al cine y a Stanley Kubrick que me llevó al cine para siempre».
Te regalo ese pequeño (doble) recuerdo, la evocacion fantasmatica de algo ya evocado, escrito y perdido. Vuelto a recuperar parcialmente por tu nota – como verdadero ejercicio cinéfilo, pre vhs, pre dvd, pre blue ray, pre Google, pre taringa-, que despierta las imágenes, las palabras dormidas.
Y si algún día reencuentro ese texto, te lo mando.
Abrazo. Y sí, es afecto, pero no exageración.
Nos vemos pronto.
Hermosa nota. El cine se conecta maturalmente con la infancia, y todos tenemos alguna «escena primaria» que nos determina. En ese sentido, en la infancia no hay películas banales (no hay nada banal en la infancia, bah), y por eso tiene tanta prensa la nostalgia, aunque no haya sido un paraiso perdido. Al menos para el niño setentista que fuí, que se reconoce en la fascinación por las películas de Trinity, en las que el western se vuelve comedia (como siempre en el cine italiano), e incluso comedia físuca (como sonaban esos sopapos de Bud). Curiosa,mente, la que más recuerdo es una sin Bud y con Henry Fonda, que era digna de Leone. Pero Leone ya no es la infancia, sino la revolucionaria adolescencia. Lo que daría para otra nota…
Muy bello, Roger. No es nada fácil evocar el propio yo (cine) dentro de algo que lo trasciende y lo expande, a la vez que lo delimita y lo circunscribe; y mucho menos hacerlo a través de una escritura tan poética como analítica. Un abrazo, Fer.
Gracias Ale; veré encuentro la nota. Recuerdo algo de Santiago García sobre Han Solo, y me parece que me gustaba mucho. Me interesa todo lo que me contas.
Nico: gracias, y entiendo perfectamente lo que decís.
Fer: abrazo grande para vos.
Excelente el texto Roger. El film que ví más veces de chico es algo más de qualité (aunque también me encantaba Benji). Lo debo haber visto 15 veces solo en cine. ET, el extraterrestre, con su familia disfuncional y su padre ausente tuvo para mi algo de preparación, de iniciación para enfrentar a la fractura de mi propia familia. Fui viendo este film a lo largo de diez años (siempre acompañado por mi vieja), en copias cada vez más percudidas, casi desechas al final. Una de las últimas fue en un cine en Lomas de Zamora que tenía las primeras filas literalmente inundadas, supongo que corria el año 88, odiaba cuando el tenían que detener la proyección, aunque los aplausos eran divertidos, nos recordaban que todavía estabamos ahí. De la primera vez solo recuerdo un plano, y sin embargo en mi memoria tiene un peso más grande. Yo tengo tres años y estamos en un autocine. Creo que mis abuelos también están en el auto mirando la película con nosotros. Sin embargo no recuerdo sus imagenes, solo su presencia, también la de mi hermana que debía ser una bebe, la única imagen que recuerdo es de la pequeña Drew Barrymore entrando lentamente a la habitación de su hermano, completamente a oscuras, donde se escuchaban unos sonidos extraños.
Roger:
Confieso (la sinceridad es uno de mis principales defectos) que hasta ahora me había resistido a leer estos textos escritos para Grupo Kane porque me daba un poco de bronca no haber sido invitado a participar (no sólo yo sino ningún crítico o cinéfilo rosarino, con la honrosa excepción de Pascual Massarelli, uno en casi cien). Pero acabo de leer el tuyo…
Qué lindo cuando alguien con formación intelectual y seriedad para la crítica como vos, sabe, también, emocionar, hacer de las palabras herramientas para jugar con la nostalgia y el afecto. Qué hermosa anécdota, Rogercito en los hombros de Bud Spencer…
No coincido mucho con tu valoración del libro de Exupery, que, aunque banalizado una y otra vez, no deja de ser misterioso y sensible. Y bastante cinematográfico también (respecto a aquello de que lo esencial es invisible a los ojos… no olvides que gran parte del sentido del cine están en el fuera de campo).
Leyendo tu texto confirmo, además, que venís viajando y sorteando barreras para ver buenas películas desde tu niñez…
Gracias de nuevo por la magia de tus recuerdos.
Un abrazo.
(A Ricagno: tengo ese ejemplar del Amante que nombrás)
Boris K: gracias por tus comentarios. Recuerdo la misma escena de ET, y también la cara de Peter Coyote. Él también era un ET-padre, o al menos así lo sentía. Algo similar me sucedía con F. Truffaut en Encuentro cercanos… Era el rostro Coyote de aquel film. Así lo vivía.
Fer: Pablo Acosta entiende muy bien el problema de la «porteñización» de la crítica, y es sensible a ello. No se debe haber dado cuenta, de lo contrario te hubiera invitado. Creo que está por expandir su propuesta, y quizás pueda incluirte en esta ocasión. Le diré cuando lo vea o le escribiré. Saludos. RK
Gracias al éxito de Trinity, aparecieron algun(os?) clones. Que por supuesto, también eran geniales. Recuerdo ver algo llamado «Sambomba y metralleta», y otra «Dos valientes contra kung fu».
¿Y cuando pasaban películas viejas, de complemento? Yo vi Infierno en el Pacífico en el cine. Lo mismo que El Oro de Mckenna, Duelo en el cañón del Diablo y un montón de westerns más.
Algunos años después, vi Encuentros cercanos del 3er tipo, y sabía que se trataba de platos voladores, marcianos, algo así. El plano que abre la película es de dos luces que se acercan… y resultan ser los faros de un jeep! Creo que ahí aluciné.
Igual, lo mejor de todo el texto, sabés que es la parte que despierta un montón de envidia atrasada.
Abrazo
No hace falta que le digas nada a nadie, Roger, era simplemente una confesión que tal vez debí haber evitado. Lo importante era agradecerte por compartir un texto tan lindo. Creo que algo de la felicidad de aquél Rogercito ante el cine se percibe, todavía, en tu mirada siempre sorprendida y apasionada al analizar cada nueva película.
Gracias Fer y Pancho. RK
Gracias Roger. Yo me quedé pegado a los melodramas yanquis, no entendía qué le hacían a Sandra Dee en Verano de Amor -Delbert Mann creo- los padres pero era algo injusto y feo, a Tab Hunter tan rubio, a Lana Turner de mala madre en Imitación de la vida y la hija mestiza de la criada negra arrojándose al ataúd de la madre -que muere de pena porque ella cabareteaba-, a Rock Hudson y Ruth Roman, Dorothy Maguire y Robert Stack, Douglas Sirk creo, a las comedias de Doris Day y a Hitchcock, ah, ¡qué panzada!. También a las flechas en 3d, y Apache, a todos los indios posibles, y a eso se mezclaba Rocco y sus hermanos, porque no había censura en mi pueblo del sur de Mendoza. Tampoco entendía De repente el último verano y me tuvieron que explicar, y El árbol de la vida me aburrió, y Liz Taylor me encantó. Una vez exigí a mis padres ver Los pájaros, que odiaron, y a la salida nuestro auto, un Kaiser, estaba todo cagado por miles de pájaros en los plátanos. Qué humillación. Uno de los primeros recuerdos es El fantasma de la rue Morgue, con aquel gorila al que nunca llegué a ver porque en el primer asesinato me metí debajo de la butaca. Y la araña gigante, Tarántula, y las hormigas enormes del film que inspiró a J. Cameron o a Ridley Scott. Recuerdo a un indio de ojos azules, Lex Barker, que después novió con la Ekberg, y antes había sido también Tarzán; me acuerdo de lo que decían mis padres, maravillados, de La Strada, y después de cómo me maravillé yo… En fin, creo que podría seguir horas y horas. Un abrazo y gracias de nuevo
Ay, se borró otra cosa que escribí. Era sobre las películas tristes. Como aquella en la que cuando mueren los padres el hijo mayor, de 11 añitos, tiene que ir dejando a sus hermanitos, que eran inumerables, uno a uno en casas de la gente que los adoptará. Todo en los bosques canadienses o de Montana Dakota, pura nieve y pino y tecnicolor violento. Salimos del cine desesperados. Pero como salía la gente de Imitación de la vida nunca vi. Deformada de llanto, un solo moco.
Movilizante y hermoso texto, Roger. Yo que amo el cine y que a veces puedo ver infinidad de veces una misma película, me sentí muy identificada con tu relato. En la infancia era una cinéfila compulsiva, por culpa de mis tías que estaban de novio y queyo debía acompañar cuando iban al cine. En los pueblos había que guardar ciertas formas. Tampoco sé cuál fue la primera película, seguro sería un western. Sólo recuerdo que me sumergía en la pantalla y en el ritual de todos los fines de semana durante por lo menos dos años, que fue lo que duró mi estadía permanente en casa de mis abuelos entre los 6 y los 8 años. Mis tías y sus novios, no figuran en mis recuerdos más que como esos seres adorables que me llevaban al cine.
Gracias Karuna por tu comentario. Así es la infancia de muchos, y nuestra relación con el cine. Saludos. RK
Qué lindo Roger!! bellísimo texto. Las películas son destellos de emoción que quedan pegados en el cuerpo.
Muchas gracias, querido Javier. Estoy seguro que hay una compartida sensibilidad entre vos y yo. Eso pude detectar frente a La sombra; es una intuición. Saludos. RK