ENCANDILAN LUCES, VIAJE PSICOTRÓPICO CON LOS SÍQUICOS LITORALEÑOS
LOS ENMASCARADOS TIENEN SUS RAZONES
Para los iniciados, o los devotos de las expresiones musicales menos confiscadas por la industria del espectáculo, Los Síquicos Litoraleños constituye tanto un mito regional como una singularidad empírica del devastado escenario del rock argentino, ya un remedo de sí, en el que diversos grupos musicales se suceden intentando en el mejor de los casos sonar bien y complacerse en cierta respetabilidad cosechada por giras y temas musicales. Por otra parte, los músicos han aceptado la contingencia de su época: lo concreto de un concierto y la volatilidad de sus registros que están en todos lados y en ninguno definen la experiencia de hacer música.
Lo que llegó a filmar Alejandro Gallo Bermúdez es una experiencia crepuscular, o más bien la crisálida de una materia a otra en el mundo de la música. La transición estética que comprende el paso de una época analógica a otra digital se puede advertir en el film con suma precisión. Sería imposible saber de la existencia de Los Síquicos Litoraleños sin la aparición de internet, del mismo modo que sería inimaginable si no existiera una amalgama distorsionada entre los miembros de la banda y el ecosistema regional que define el nombre del grupo, como también la precariedad del urbanismo de la ciudad en la que viven. Alguien invoca en el transcurso del film dos términos para discernir lo inusual del grupo: naturaleza y cibernética. Esos términos no se explican, pero organizan la puesta en escena. El campo abierto y la navegación por internet coexisten.
En ese devenir, tan determinante para el cine como para la música, el objeto elegido es la misteriosa historia de un grupo de chamamé futurista. Así lo define un hombre presentado como un intelectual de Curuzú Cuatiá, la ciudad de Corrientes de la que provienen Los Síquicos. No es la única voz que intenta definir la música del grupo. Periodistas porteños y litoraleños, músicos correntinos como también de Buenos Aires y Ámsterdam, productores europeos, lutieres curuzucuateños, ufólogos y micólogos, y asimismo amigos y vecinos añaden una perspectiva sobre el grupo y el contexto del que provienen, como también se llega a conjeturar las influencias y el legado de este. Todos dicen algo relevante, pero nadie consigue develar el misterio de la formación. Y menos aun el propio Gallo Bermúdez, quien decide con astucia proteger el misterio de la banda y multiplicarlo.
El procedimiento es inteligentísimo. Cuando el cineasta no acopia testimonios diversos, acompaña a los músicos; estos se dejan filmar en sus ratos libres y en distintas presentaciones. Gallo Bermúdez los sigue metódicamente por mucho tiempo y en escenarios diversos. Puede ser en una localidad de Corrientes, en un show en Buenos Aires o en una gira europea en la que Los Síquicos Litoraleños se presentan sin hacer concesiones de ningún tipo ante audiencias holandesas, inglesas, belgas y francesas. Casi siempre están enmascarados, ninguno asume un liderazgo y tampoco expresan el deseo de decir quiénes son y qué hacen.
El mutismo grupal es decisivo, no menos que su política de evanescencia, como si los músicos existieran solamente en los conciertos, en los discos y en los videos en YouTube. En este sentido, hay un personaje clave en el film, un hijo estético de la banda, Cristian Osorio, líder alguna vez de Los Saltimbankis y después de Krishna y los Extraterrestres. Es un músico talentoso, pero un artista demasiado preocupado por definir quién es, qué hace y cómo evoluciona su estilo. Una declaración en el epílogo prodiga la cifra de todo: a este le interesa la respetabilidad de su música; el reconocimiento no le es indiferente y disfruta ser un partícipe de la escena musical. Será un miembro destacado del underground, pero es un miembro periférico del espectáculo. En ese contraste jamás subrayado pero sí expuesto se dirime la política de la banda y sus miembros, de la que nada trasciende, excepto que uno de ellos vendía libros. En esa economía austera de información, el film conjura la falsedad del espectáculo y se guarda para sí la verdad estética de una expresión musical que se erige en el ocultamiento de la identidad de quienes la ejecutan, acaso una condición de posibilidad para registrar el placer de los músicos en cada oportunidad en que tocan.
En dos ocasiones, entrevistados de distintas nacionalidades comparan a Los Síquicos Litoraleños con Pink Floyd y suman un énfasis semántico que pareciera desentrañar con justicia la identidad musical de la agrupación: “Pink Floyd de los pobres”. La cadencia amable de los ritmos litoraleños, la desobediencia tonal de las canciones, la elección instrumental y la indumentaria circense y campesina de Los Síquicos Litoraleños no tienen absolutamente nada en común con la banda inglesa aludida. No los une ni la estética musical ni la pretérita posición antisistema de los creadores de The Wall. Es otra cosa, pues se trata de un fenómeno sonoro y melódico que se resiste a la clasificación. He aquí otra belleza de la banda y su irreductible poética (low fi, como califican erróneamente los europeos), la cual puede apropiarse de tonalidades extrañas y trabajar en cortes abruptos y sofisticados que niegan un presunto primitivismo musical ligado a lo tribal.
Dada esa descripción del grupo, hay que decir algo más sobre el film: su hermosura radica en la mímesis con la que aborda su objeto. Su montaje es tan preciso y riguroso como los cortes de la banda, sus planos pueden ser tan crudos como elegantes, y todo eso lo disimula como si se tratara de un simpático documental sobre una banda de rock que solamente puede interesar a los entendidos en la materia. Pero aquí late, en verdad, el cine más irreverente y libre, el que no cosecha medallas ni galardones, pero que vindica la gran tradición de ir a filmar lo anómalo y lo descuidado, allí donde el asombro aún puede resplandecer frente a un mundo demasiado visto y oído.
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Encandilan Luces, viaje psicotrópico con Los Síquicos Litoraleños, Argentina, 2019. Dirigida por Alejandro Gallo Bermúdez. Escrita por Gallo Bermúdez y Santiago Van Dam.
Roger Koza / Copyleft 2020
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