ESTRENOS ETERNOS (23): TIERRA DEL FUEGO
LA ÚLTIMA FRONTERA
La proyección de una de las únicas copias existentes de una película argentina durante mucho tiempo considerada perdida es en sí, cuanto menos, un evento notable. Y si además es una obra de una ambición épica desbordante sobre la construcción de una nación y un carácter tan fundante para el ser humano como la fe, el evento deja de ser una cita dorada en el calendario para pasar a ser algo cercano al acontecimiento. La proyección tuvo lugar en el CCK, en el marco del ciclo “Filmoteca en vivo” a cargo de Fernando Martín Peña, y el film en cuestión es Tierra del Fuego de Mario Soffici, cineasta basal del cine argentino nacido en el año 1900, en el umbral del siglo del cine.
Es ostensible en la película de Soffici la concepción de Tierra del Fuego como fin del mundo, lugar donde chocan embravecidos dos océanos, el suelo es duro y el viento corta frío y seco. En el ocaso del siglo XIX, las almas solitarias se esparcen por sus puertos y barrancos, como testigos de un mundo en transformación pero que en su última frontera, en los bordes de la tierra y el tiempo, encuentran cobijo como marginados del mapa. La Tierra del Fuego de Soffici reúne en un mismo espacio a españoles excombatientes de batallas contra moros, delincuentes aprisionados y esclavizados, busca tesoros de acentos y etnias europeas insospechadas, terratenientes dueños de facto de la ley, misiones católicas, pueblos originarios resilientes ante los intentos de doblegación o mujeres que solo tienen dos destinos en aquellas latitudes: vestir los hábitos o el corset. En Tierra del Fuego asistimos a las distintas historias de estas personas unidas por conflictos que van desde lo amoroso hasta lo económico, pasando por la lucha contra el injusto régimen del territorio, tramas que configuran distintas manifestaciones de crisis de fe en los personajes. El actor español Pedro López Lagar interpreta a un cura testigo, velador espiritual e hilo conductor de las crisis y pecados de los demás. El mismo Soffici encarna a uno de los personajes atormentados, pero como el Hugo del Carril de Las tierras blancas, otro film programado en el ciclo, se mezcla entre el resto de los individuos que forman el relato coral o, como reza el subtítulo de la película, la “Sinfonía bárbara” que construye.
Como en las páginas y páginas de partituras de grandes piezas musicales, donde se describen desde las melodías de los violines hasta los redobles de un tambor, en Tierra del Fuego todos los elementos de la puesta en escena comparten entre sí un cuidado profundo. Cada personaje posee sus conflictos, sus dilemas y sus luchas; el montaje pivota de relato en relato y de personaje en personaje con una alternancia que dona a cada escena de un aire de permanencia; asimismo, la puesta en escena privilegia plano a plano la superposición de distintas capas entre figura y fondo, ya sea entre los personajes y las playas, los barrancos y las montañas o con los contrastes propios de la morfología de los asentamientos y puertos donde circulan los variopintos personajes. La espesura de una novela de cientos de páginas parece encontrar su pariente en films que abrazan, como este, una noción de gran universo.
A priori, Tierra del Fuego podría padecer, pensando con Farber y el Borges crítico, de la gigantería y el pedantismo de un elefante blanco, ser un film auto celebrado como arte genial. Pero dos tensiones disputadas en su interior inducen una subversión que aporta vida y osadía: por un lado, la ficción marcada por lo trascendental religioso atravesada por fisuras de lo histórico o lo casi documental; y por otro, la sobrecargada y declamatoria puesta en escena enfrentada a momentos de puro acontecimiento.
En su definición más elemental, el bárbaro es aquel que balbucea, el extranjero que habla otra lengua, quien profana con sus costumbres lo que se entiende desde un lugar de poder como civilidad y orden. Apenas iniciada esta sinfonía bárbara, el cura propone la idea de que el mundo se divide entre aquellos que sufren y los que hacen sufrir. Divorcio maniqueo que se hace patente a través de las acciones de los personajes, quienes se desplazan por ese eje de castigados y castigadores, y donde Soffici ubica a bárbaros y pecadores en el lugar de los sufrientes, ya sean mujeres oprimidas, hombres ásperos de sueños rotos o comunidades originarias sometidas. La recreación expuesta en el film de una de las masacres llevadas a cabo por empresarios y estancieros blancos que condujeron al exterminio del pueblo selknam, es uno de los momentos contundentes de dedicatoria de esta sinfonía para los derrotados, los expulsados y los marginados. Gesto donde el esquema moral descrito por el cura se emparenta con el sometimiento de los débiles, la colonización y por qué no con la lucha de clases.
¿Pero cómo esquivar la crítica social amarga o evitar perderse en la redención fantasiosa de los oprimidos conjurada en las lágrimas de un cura en el papel de mártir? Momentos como el de la árida lucha a muerte a puño limpio entre Soffici, con su porte desaliñado y rugoso como las piedras que lo rodean, contra un alcahuete de los estancieros, se opone completamente a las contorsiones espásticas del cura que pretenden ser la carne del martirio. La sola comparativa de estos dos cuerpos da la pauta de un film que en su derroche hace coincidir lo vivamente auténtico con la genialidad, en su sentido más acartonado y seco. Así, el barroquismo con el que Tierra del Fuego se embandera en sus momentos menos interesantes, por ejemplo, en las alteraciones psicológicas de los personajes manifestadas con cambios rítmicos exóticos en la música y el montaje, chocan contra la efectiva simpleza dionisiaca del fusilamiento de un terrateniente en manos del personaje colectivo de los amotinados de una cárcel, que desde las sombras y el anonimato agujerean el cuerpo del opresor que como una torpe bestia cae desanimado al suelo. Los que sufren poseen la virtud de la rebelión contra los opresores y contra todo aquello que deshumanice. Esa es su redención: los chispazos de desacato, los abrazos tan secos como fraternales entre ex compañeros de armas, las caricias al paso de dos amantes entre las mesas del cabaret, el paso súbito desde lo inmovil hacia lo que se eleva desprejuiciado, como el corte rápido que lleva del plano de un grito agónico final a otro de un niño naciendo.
Soffici revuelve en los anecdotarios oscuros y ocultos de la historia para dar una segunda chance a aquellos que perdieron, pero no los invoca para que ganen en una suerte de corrección nostálgica del pasado, sino para no olvidar sus pasiones, las cuales aún resuenan muchas décadas después.
Tras una proyección como esta el cuerpo se aleja de la sala hacia la noche, mullido y con una contemplación similar a la del comienzo de la vigilia, saliendo de algo parecido a un viaje por vidas e ideas humanas que parecen remontarse a tiempos antiguos y que llegan hasta su manifestación última en dos horas de un espectáculo de luces y sombras. El cine, a veces, es una experiencia geológica. Fotograma por fotograma, roca sobre roca.
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Tierra del Fuego, Argentina, 1948.
Dirigida por Mario Soffici. Escrita por Ulises Petit de Murat.
Tomás Guarnaccia / Coypleft 2022
Sólo un apunte para sumar a la reivindicación de la película: en línea con la coherencia de la obra del director, aquí hay dos llamados al estado para que intervenga ante la (s) violencia (s) locales: el del cura en pos de la protección de los indígenas, completamente ignorado pro las autoridades que les dejan las manos libres a los terratenientes / comerciantes que quieren a los indios «bajo la tierra»; y ese otro del final, ante el motín de los prisioneros, el estado nacional envía tropas desde el continente para reprimir y restablecer el orden. En este plano, la denuncia del film se despliega sin subrayados ni forzamientos, Comparto, Tomás, la estima por esta película en general ignorada que es, además, una rara avis en el cine de la época. Para mi está entre lo más interesante, por su complejidad y por las múltiples líneas de lectura que habilita sobre la historia argentina, del cine clásico nacional en su conjunto; más allá de ciertos altibajos narrativos.
Scotti,
Muchas gracias por tu comentario. Comparto cada palabra de lo que señalas.
La habilidad y sensibilidad de Soffici para poner el dedo en la llaga es algo inédito.
Con toda esta idea de una nación en construcción atravesada por una disputa territorial entre la civilidad, las instituciones y la “barbarie”, sería interesante abordar al film pensándolo a través de su construcción genérica. Siento que allí hay una línea de lectura y análisis interesante de la cual tirar. Hay algo de western, sí, pero con características nacionales propias radicalmente distintas.
Saludos