FAMILIA SUMERGIDA

FAMILIA SUMERGIDA

por - Críticas
09 Oct, 2018 11:23 | Sin comentarios
Ópera prima de una directora muy joven y talentosa, un inicio promisorio.

SINTONÍA FINA 

La muerte repentina de un ser querido concita inevitablemente un ajuste. El dinámico equilibrio afectivo no es el mismo cuando se muere una hermana, por ejemplo, como sucede con el personaje que interpreta aquí la extraordinaria actriz Mercedes Morán. Todo el filme de la promisoria María Alché no es otra cosa que una meticulosa observación de la vida anímica de Marcela trabajando sobre el ajuste afectivo entre lo que la circunda, lo que acaba de pasar y su pasado. Así, un desconocido se vuelve cercano, el marido un extraño, los hijos están aún más vulnerables que de costumbre, los antepasados vuelven desconociendo las leyes del tiempo. Familia sumergida cristaliza un estado de conciencia sin apelar a la palabra. Es ahí donde esta ópera prima resplandece como pocas.

Rina ha muerto y Marcela empieza a asumir la responsabilidad de todo eso que queda por hacer en nombre del ausente. El destino de los objetos y la adjudicación de un espacio que ha sido el hogar de alguien constituyen el contrapunto material de la vida de los espectros. Mientras Marcela va guardando y distribuyendo las posesiones ahora huérfanas, el relato avanza bajo una métrica misteriosa. Más que una progresión dramática, la lógica narrativa se mimetiza con los meandros imperceptibles de los sentimientos de la protagonista. Pequeñas situaciones bastan para señalar la relación entre los estímulos domésticos y el abismo interno. El marido de Marcela tiene que viajar por trabajo, justo en ese momento. Los hijos van y vienen y a veces tienen accidentes menores o crisis sentimentales propias de la edad.

Familia sumergida, Argentina-Noruega-Alemania-Brasil, 2018

Escrita y dirigida por María Alché

Sobre la aparente y segura continuidad del paso de los días, Familia sumergida edifica la sospecha de que el orden de las cosas es una hermosa quimera de la que no se puede abjurar, pero que sí se puede pensar y explorar estéticamente. Hay interrupciones o fallas que desregulan la fluidez de la conciencia que descansa en las certidumbres. De la nada, el departamento vacío puede poblarse de fantasmas, secuencias oníricas y ominosas que caracterizan a su vez un rasgo autoral. Quienes hayan visto Gulliver o Noelia, dos cortometrajes magníficos de la joven realizadora, podrán identificar de inmediato la dislocación como un elemento disruptivo del relato, una forma de desnaturalizar la conciencia ordinaria y automática con la que se experimenta el orden doméstico.

En efecto, la discontinuidad de los espacios y las elipsis transfieren al relato una sensación de radical extrañeza, apoyado siempre por un concepto sonoro que pronuncia un costado lóbrego de lo real. Hay una notable escena en Familia sumergida que remite al mejor David Lynch y también a Lucrecia Martel, dos cineastas especialistas en escenificar las fallas de eso que con sorprendente confianza llamamos realidad. Alché va preparando ese momento desde el plano inicial, cuando Marcela acaricia unas cortinas estableciendo una perspectiva enrarecida. Paulatinamente, habrá otras escenas de esa índole, hasta llegar a esa secuencia donde la dislocación es absoluta y se siente enteramente lo que está sumergido pero latente en el orden familiar y (simbólico). Todo lo que sucede en el living de la casa es literalmente alucinante.

Sobre la misma cotidianidad también tienen lugar instantes de discreta hermosura y amabilidad; la identificación de microscópicos actos creativos en los momentos más ordinarios de cualquier día es otro signo de la cineasta. En Familia sumergida hay varios, pero el más placentero se ciñe a la interpretación de un cuento en el que participan Marcela mirándose al espejo acompañada sorpresivamente por sus hijos.

En una escena inicial, Alché deja entrever la visión general sobre todo lo que está implícito en el relato, aquello que tiñe cualquier fragmento del filme. Se trata de un pasaje menor en el que una joven profesora de química viene a darle una clase de apoyo al hijo de Marcela y a un amigo de este. La profesora explica el comportamiento de dos gotas de propileno y colorante, y una cierta tendencia en ambas a unirse en pos de conquistar una conveniente estabilidad. El fenómeno químico incluso se llega a observar en un primerísimo plano. En ese plano molecular el filme se glosa a sí mismo: una familia no es otra cosa que una primitiva invención afectiva por la cual se intenta gozar de una mínima estabilidad frente a un mundo que no garantiza cobijo ni equilibrio.

Esta crítica fue publicada en Revista Ñ en el mes de octubre de 2018.

Roger Koza / Coypleft 2018