FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE VALDIVIA (04): CARREÑO GAJARDO Y PAGLIAI
DE VOCES Y PLANOS
Una niña, preadolescente, sentada en el césped, habla con alguien sobre una historia de amor. Ese alguien, una voz masculina que esta en fuera de campo. La niña pregunta, incisiva, sobre esa historia pasada. Los tiempos se confunden y los espacios abiertos contienen la conversación de estos dos personajes; los vaivenes del amor son los vaivenes de la película.
En algún momento esa voz en off se vuelve presente y sabemos que pertenece a un varón que tiene unos escasos quince años. Él y ella son los protagonistas de un relato amoroso que podremos ver fragmentariamente, en recuerdos que se acumulan en las palabras de los chicos mientras que algunas imágenes traerán al presente esa historia. El lenguaje que utilizan es avanzado para sus edades, filoso en lo sexual; a veces las imágenes y la lengua rozan cierta violencia sexual de la que los chicos no son del todo conscientes. Evidentemente, la película juega deliberadamente con la lengua y con los cuerpos tensándolos en esa cuerda demasiado lábil del sexo entre adolescentes.
El escaso montaje de la película tiñe a esta de cierta tersura; por esa razón, las imágenes adquieren también cierta tranquilidad que contrasta con la agitación sexual de los chicos. El ruido del viento acompaña el paso del tiempo y así la película transcurre a lo largo de un día, mientras que la paleta de colores nos sitúa en esos pasajes de cualquier día en el que llega la tarde y sin aviso luego la noche.
Isabel Pagliai escoge planos cortos para mirar a los personajes, planos vacíos para presentar el paisaje y en el final los planos lejanos se imponen. Esta elección de escala denota pulcritud en la puesta en escena y contraste manifiesto respecto del desparpajo de los adolescentes.
El paso del tiempo y el amor entre los chicos se plasman en una historia que no es lineal, cuyo movimiento irregular en vaivén oscila como la temporalidad de la película, como el propio universo de los niños que inevitablemente devienen adolescentes. En los matices de la luz residen los mayores hallazgos de la película, precipitando una cierta sensación de intimidad no solo entre los personajes sino entre esta y el espectador.
II
El viaje es el eje excluyente de esta obra. Viajar para saber del mundo exterior y del interior, para recuperar y encontrar nuevas y viejas experiencias, para conocer los espacios y los tiempos cercanos y lejanos; estas son algunas de las tantas significaciones del “viaje” con las que trabaja la cineasta chilena Claudia Carreño Gajardo, capaz de delinear con trazos firmes y sensibles un relato donde las imágenes se interrogan a sí mismas, tratando de encontrar la sustancia de todo lo que vemos.
Sobre el comienzo una voz en off, la de la propia directora, lee una carta a su amigo Pedro, admirador de la obra del gran viajero Conrad. Le cuenta entra otras cosas que está por iniciar una travesía y que esta será tanto real como simbólica. Desde el inicio el mar cumple una función decisiva: en las distintas representaciones y sentidos aludidos, que siempre tienen implicancias diversas, el mar constituye el material con el que la directora sutura estéticamente su relato. En la carta mencionada se comunicará fanática de Whistler, pintor y marinero, quien llegó a Valparaíso a mediados de 1800. Por esa misma devoción, las pinturas de Whistler cubrirán planos tras plano y serán la carne de la película. Las imágenes sombreadas y brumosas, los mares bravíos y los jóvenes sufrientes conmueven a la mujer. El tono de su voz transmite una profunda emoción. En cierto momento, las imágenes se transforman en cine, porque a partir del movimiento cada plano se puebla de aves, barcos y olas desmesuradas. De aquí en más, la pintura y el cine ocuparán el interés de la directora, quien se interroga por la palabra y por la misma imagen. Las diferencias son nobles y reconocibles: la pintura detiene el tiempo y a la vez estalla en sentidos posibles; el cine desafía el tiempo y se abre como un abanico a múltiples interpretaciones.
Cartas de una fanática de Whistler a un fanático de Conrad es una historia íntima, un relato social y una historia del arte. Es también un pequeño homenaje a Whistler y a Conrad, a quien tal vez podamos identificar en la retórica propia del autor que propone Carreño Gajardo en su película. La voz del relato es precisa y a la vez detallista, conmovedora a veces, otras veces incisiva. Es que cuando las palabras se funden con los planos, el verbo es cine, y por eso también se vuelven documentos de una época. Es lógico que al ser así la película se despliegue como un todo pletórico de significados, y es así como avanza y fluye como el mar, el que a veces es maremoto y en otras instancias calma, acaso calma pero tensa.
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Sección: Competencia internacional
Tendre, Isabel Pagliai, Francia, 2020
Cartas de una fanática de Whistler a un fanático de Conrad, Claudia Carreño Gajardo, Chile, 2020.
Marcela Gamberini / Copyleft 2020
FIC VALDIVIA 2020:
1.Chiha, Ruiz y Piñeiro (leer aquí)
2. Sotomayor y Simón (leer aquí)
3. Mondaca y Warnell (leer aquí)
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