FESTIVAL NACIONAL DE CINE DE GENERAL PICO 2016 (02): LOS TESOROS PERDIDOS
Por Marcela Gamberini
El tesoro construye un gran relato ficcional a partir de su primera secuencia. En el auto, encerrados en un microcosmos, un padre y su hijo dialogan sobre la figura de Robin Hood, aquel hombre que le sacaba a los pobres para darle a los ricos; esa gran ficción socialista es el puntapié inicial para leer la nueva película del rumano Corneliu Porumboiu. Este relato, el de Robin Hood, es la matriz narrativa de la que El tesoro se apropia. En primero lugar, narrativamente hablando, es un relato clásico, maravilloso, de esos de los que hablaba Vladimir Propp en su siempre vigente Morfología del relato popular. Ahí, Propp muestra, obsesivamente (como obsesivos son los personajes de la película), que todos los relatos magníficos y populares tienen una estructura narrativa similar: todos se desarrollan a partir de una misión dada y obstáculos que los héroes deben atravesar, héroes de entonces, los príncipes, y los de ahora, como estos héroes rumanos que deben superar instancias de dificultad para lograr el objetivo. Esta morfología narrativa es la misma que aplica Porumboiu en su película más popular y emotiva.
Desde su estructura la película es una película popular, de fácil lectura, casi ingenua. Y desde su contenido también es popular: dos hombres comparten un secreto, la búsqueda de un tesoro. Tendrán que sortear diferentes obstáculos para lograr encontrarlo. Esos hombres que juntos en la ficción de la ficción comparten tantas veces el mismo plano -esos planos largos que pueblan la película-, como comparten la obsesión y la creencia de la existencia del tesoro. Ese tesoro no es más que dinero (¿existe algún otro tesoro que no sea material, que no sea el dinero?) y está enterrado. Las secuencias con el buscador de metales son desopilantes; mientras, el tiempo pasa y se refleja en los cambios de los cielos, el cineasta rumano logra construir un relato que a través del humor habla no sólo de los rumanos de una clase media trabajadora sino de Rumania, esa Rumania abrumada por ficciones políticas y realidades económicas o viceversa.
Como el mismo tesoro, a la película hay que buscarla en las profundidades, desenterrarla y saltearse los obstáculos que se interponen. El tesoro dice mucho más de lo que parece en la superficie; se (nos) impone excavar su ingenuidad y llegar a su corazón que obviamente también es una ficción, la más importante, la más precisa, la del dinero. El tesoro es una lección de cine sin estridencias, donde la ficción, el mito, la realidad, los padres, los hijos, los autos, los buscadores de metales se cruzan y se entrecruzan sin olvidar el contexto, el lugar, el tiempo y el espacio de origen, esa Rumania actual y presente.
Primero enero, de Darío Mascambroni, empieza de la misma manera que empieza El tesoro: un padre y un hijo dialogan, siendo el padre increpado por el hijo y la existencia de los relatos populares; en este caso la mitología troyana y la caja de Pandora. La película cordobesa instala un tiempo y un espacio preciso y también una situación que devendrá a lo largo de la película de manera sutil y cálida. La relación de un padre recién separado, las preguntas que debe responder, la demanda sobre su hijo, la convivencia sin la madre, los rituales masculinos, la venta de la casa, en definitiva el cierre de una etapa de la que solo quedara el hijo, la paternidad, después que se cierra esa puerta sobre el final.
La película juega con planos cortos en el auto y luego prefiere los planos generales, esos que de tan panorámicos perdemos a los protagonistas en el medio del campo, situación que ayuda a reforzar la idea de pérdida de ese padre y de ese hijo en esa situación. Ellos deberán a lo largo de la película, cerrar una etapa y empezar otra. (Hay algunas secuencias extrañas, la inserción de la chica con sus auriculares, no corresponde demasiado con esa relación, incluso tiende a quebrarla. Tal vez, esa nena sea el despertar amoroso del chico en reemplazo de su madre ahora ausente).
Lo interesante de la película es la dosificación de la información y su amable respiración narrativa; nada sabemos al principio y el director va sembrando la película con datos acerca de lo sucedido sin rasgos trágicos ni amargos, sino reales y sensibles, insertando planos de la casa vacía que refuerzan la idea de vaciamiento del matrimonio y a la vez le dan calidez e intimidad al relato. El gran fuera de campo es la madre en la construcción de esta película donde los hombres enfrentan como pueden una situación normal y corriente pero que no deja de ser dolorosa. El nene, el gran protagonista de la película, tiene una mirada particular que lo hace fresco y cotidiano y sin duda es esa, su mirada, la que atraviesa la película y conduce el relato. Su postura ingenua y real frente a un padre que intenta reponer como puede lo imposible.
Primero enero es inicial, es primero porque es la primera situación de ambos y es no sólo el cierre sino el comienzo de algo, como todos los eneros, que suelen ser en su mayoría primeros.
Marcela Gamberini / Copyleft 2016
Que lindo tu escrito sobre «el tesoro», me pasó exactamente lo que escribís, cuando salí del cine pense que la pelicula me había gustado, me decía que estaba bien, era muy simpática y ya, y los días siguientes mientras pensaba y se la iba contando a otras personas la película crecía y se iba complejizando cada vez más. Me encanta lo que decís sobre la escena de la lectura, me parece una muy buena clave para pensar el film. Una de las cosas que más me gustó es la manera en la que retrata las relaciones filiales, sobre todo lo paterno. También la dinámica familiar en un ambiente trabajador de clase media, también el deseo en la pareja que por momentos parece algo apagado por el paso del tiempo y la rutina, pero a la vez se demuestran gestos de ternura como cuando hablan de conseguir el dinero para el detector de metales o sobre los problemas del niño.
Muchas gracias Spiri por tu lectura y por hacermelo saber. Es reconfortante!!!
Cariños
Marcela