FICCIÓN PRIVADA
PLANOS Y ESPECTROS
El yo es un pequeño pueblo de fantasmas. Nombres propios de gente desconocida empiezan a poblar la imaginación de una mujer o un hombre desde que se lanza involuntariamente a la carrera de ser una persona. También están los padres, aquellos que velan por sus hijos y los introducen a un mundo confeccionado por una lengua, que se enseña con gestos amorosos hasta que se aprende a relacionar las palabras con las cosas y a identificar sentimientos. Como puede pasar, muchas décadas después, el hijo deviene padre y también, más tarde, huérfano, porque quienes han hecho posible nuestra existencia mueren. Ese día se transmutan en fantasmas; ese día se pone en movimiento una refundación de la propia identidad; sin los padres, incluso si se ha dejado descendencia, la desolación adviene inicialmente como resultado de una orfandad tardía.
En la extraordinaria Ficción privada, Andrés Di Tella, un cineasta que ha trabajado siempre en eso que llamamos documental y cuyo interés ha sido la Historia, los retratos y la novela familiar, vuelve sobre la historia de sus padres. Había hecho con su padre en vida La televisión y yo; también Fotografías, un film sobre su madre, que ya en ese entonces no pertenecía a nuestro mundo. Su padre, Torcuato Di Tella, sociólogo y alguna vez funcionario público, y Kamala, su madre, reconocida psicoterapeuta, constituyeron uno de los primeros matrimonios mixtos en la década de 1950: él argentino, ella india. Donde sea que vivieron (Inglaterra, Estados Unidos, Chile, Argentina), ese amor supo ser insolente frente al conservadurismo de las costumbres. También fueron ellos hijos dilectos de un siglo: el de las revoluciones, el de los cambios de paradigma cultural y el de la inmigración indetenible.
Ya muertos los dos, Di Tella regresa a la figura de sus padres. ¿De qué forma? ¿Con qué fines? Un conjunto de cartas, fotografías y archivos fílmicos le permite convocar a su hija menor, dos actores que simulan ser sus padres de jóvenes y también a un padre sustituto (y cinematográfico) y representante generacional: Edgardo Cozarinsky. Estos leen las cartas y a veces las interpretan, y en contrapunto el film intercala los esfuerzos de exégesis con testimonios de esos recuerdos o visitas a los lugares transitados por los padres. La contundencia de lo real indica que ellos ya no están, y esa ausencia ostensible es para los vivos un dilema. Son fantasmas entre los vivos que los recuerdan. ¿Qué hacer con esos restos dispersos que, si no se cuenta con la materia de los archivos, empezarían a desvanecerse en la memoria?
El encuentro entre lo que ya no es y lo que es se precipita en la heterogénea relación cuyo acople el cine, casi siempre, se empecina en demostrar: el sonido suele reforzar la prestancia de la imagen, y la amalgama al unísono devuelve la ingenua creencia de que el cine imita y reproduce lo real. El naturalismo es siempre pura hipnosis del cinematógrafo, más allá de que en cierto cine de lo real los efectos de verdad de ese ejercicio siguen siendo legítimos e irremplazables. En Ficción privada, al ceñirse solamente a una exigencia anímica que compete en principio a su realizador, el imperativo de lo real pasa por revisar y rearmar el mundo imaginario. Hay que acomodar a los fantasmas, darles el espacio adecuado, seguir adelante, e incluso iniciar en este arte de sustituciones de memorias y genes a los que nos sobreviven. La presencia de la hija de Di Tella en el preámbulo es una breve introducción a un problema lejano para la niña, pero no en vano ella participa con decisión y convicción. No se dice, pero padre e hija asumen ahí las primeas huellas de un camino en el tiempo: ella, alguna vez, hará lo mismo que el cineasta, y ya reconocerá un posible método.
Pero algo más se establece en estos primeros pasos-planos de la película: los archivos son visuales, el pasado deviene en imagen, y el sonido, y más precisamente la voz y las voces de los vivos, son quienes insuflan vida a las viejas fotos, a las palabras escritas a mano por los amantes; resucitan para este presente gracias al poder del sonido de los vivos. Estos viven porque hablan; los fantasmas residen en el silencio, y de poder expresarse necesitan de médiums (el cine es uno). En efecto, en la dialéctica cinematográfica empleada aquí, el sonido y la imagen colisionan, y consiguen quizás la mejor síntesis cuando los dos actores jóvenes retoman las cartas y las diluyen en rimas de hip-hop. Aquí también se siente el siglo XX como fantasma, y el siglo en curso acomodándose y apropiándose de los sistemas precedentes de consolidación de las memorias y los archivos en otro sistema de entendimiento y conservación. (Todavía es demasiado temprano para comprender qué ha pasado al respecto, pero el solo término “soporte”, en tanto lugar de la memoria almacenada, ya es un signo de que todo ha cambiado).
El concepto de fantasma se introduce en el inicio, en el que se emplean fotos viejas de gente anónima que vuelven a nosotros por el solo hecho de prestarles atención. Lo que el film lleva a cabo no es otra cosa que una reorganización de los espectros más cercanos para existir con ellos en una especie de reconocimiento amoroso, asimismo sepultados simbólicamente por primera vez. Los muertos vuelven a morir; al primer duelo le sigue otro, más extenso y no siempre percibido, en el que los espectros logran coexistir en silencio con los vivos.
Pero eso no es todo. Debido a las trayectorias de los padres del cineasta, los fantasmales personajes de este delicado exorcismo cinematográfico evocan a los fantasmas del siglo XX. Ficción privada también sugiere qué ha sucedido con todos nosotros tras el fin de ese período histórico. Se desprende un corolario: nunca fuimos otra cosa que una composición de memorias e interpretaciones, porque siempre fuimos una operación de montaje. Es que desde el siglo XX ese ejercicio del yo sobre su propia memoria incorpora imágenes, fijas y en movimiento, una alteración cualitativa de la escritura de la Historia y la historia. En esta novela familiar de Di Tella se siente y se ve todo eso. La ficción privada es también la ficción de un siglo, una ejemplar intersección de lo íntimo con el todo.
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Ficción privada, Argentina, 2019
Escrita y dirigida por Andrés Di Tella
*Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La Voz del Interior en julio de 2020.
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