FRANCOFONIA
**** Obra maestra ***Hay que verla **Válida de ver * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor
Por Roger Koza
LA LUCHA CONTRA LO INEVITABLE
Francofonia, Francia-Alemania-Holanda, 2015
Escrita y dirigida por Aleksandr Sokurov
*** Hay que verla
El maestro ruso vuelve a un museo, prescinde de la ampulosidad de un plano secuencia de 94 minutos e interroga a fondo sobre el lugar del arte en la Historia
Son muy pocos los cineastas que establecen una relación entre el cine y la contingente marcha de la civilización. El cine de Manoel de Oliveira tenía esa particular virtud de hablar siempre del incesante esfuerzo humano por sobreponerse a través de símbolos y obras a la rudimentaria existencia animal. El prodigioso cineasta ruso Aleksandr Sokurov es otro de los pocos que persisten en esa tradición ya minoritaria. ¿De que se trata? De filmar la lucha contra lo brutal, o la indecorosa simplificación del destino de los hombres a su mera naturaleza arcaica.
En Francofonia, un retrato polifacético sobre el Museo del Louvre de París, hay dos fuerzas salvajes que identificar y vencer: el nazismo, un régimen soez cuya valoración del arte no detenta sensibilidad alguna excepto la del imperativo de la apropiación, y la propia furia de la naturaleza, que siempre puede desbancar todas las obras humanas.
En el inicio, el propio Sokurov, en plena realización de la película, intenta comunicarse por internet con el capitán de un navío que lleva contenedores con obras de arte y está amenazado por una tormenta en altamar. Línea narrativa (y autorreflexiva) secundaria del film, pero filosóficamente central, pues si el mar doblega al barco será mucho más que un fatídico accidente. Ese motivo del film será un contrapunto con el relato preponderante que está circunscripto a la revisión de la ocupación nazi de París en 1940 en general, el destino de todas las colecciones en el Louvre en particular y el protagonismo respecto de esto último del director del museo en aquel entonces, Jacques Jaujard, y del conde Franz von Wolff-Metternich, el encargado alemán del Kunstschutz, esto es, de la protección del patrimonio cultural francés durante la guerra.
A esos dos ejes narrativos, Sokurov les suma algunos paseos por el presente del museo y sus obras, meditando así sobre la importancia del retrato en la pintura occidental, las distintas valoraciones del arte y la herencia cultural, y la relación intrínseca entre los saqueos imperialistas y la historia del museo. A su vez, el fantasma de Napoleón visita esporádicamente el museo en sus horas libres mientras presume toda su banalidad y posa frente a algún cuadro que lo representa, acompañado de una mujer que encarna a la República de Francia y repite como un mantra desangelado su propio mito conceptual: libertad, igualdad y fraternidad.
Antes de concluir, hay que enfatizar cuán grandioso es Sokurov como cineasta. Puede filmar varias pinturas consagradas y suscitar en la quietud de las mismas un ligero movimiento que surge de un pase mágico de la cámara. Sokurov pliega el lienzo de una pintura con un imperceptible meneo de su cámara aprovechando el cono de luz: el cuadro en sí adquiere entonces vivacidad. Aquí no elige el sonido para dar vida a los cuadros, como lo hacía en otros notables films suyos relacionados con la pintura (Elegía de un viaje, Hubert: una vida afortunada), lo que no significa que en Francofonia el sonido no esté elaborado magistralmente como en todas sus películas. Al inicio, los sonidos de una sirena remiten a bombardeos propios de la Primera y Segunda Guerra Mundial, se entrometen en el campo visual y el presente del museo es de inmediato invadido por el pasado. El sonido es aquí la forma por la que se siente el tiempo, o la posibilidad no visual de que se destituya la imagen de su propia posición fijada en el presente.
Estos son los heterogéneos materiales con los que trabaja Sokurov y con los que llega a entrever las contradicciones de toda empresa civilizatoria: el arte puede redimir parcialmente la trivialidad y ferocidad de los hombres, pero la voluntad de poder va a la par de la voluntad por trascender. Más allá de esta clarividencia sociológica, Sokurov no dejará de lado las vidas de los hombres ordinarios que en cierto momento de su historia, sin saberlo, realizan acciones cuyo fin está ligado a un sentido de grandeza.
Los últimos 10 minutos, en donde Metternich y Jaujard son interpelados desde y en la ficción por el propio Sokurov, Francofonia alcanza una dimensión espiritual inesperada. Algo devastador sucede, algo que expone con una vehemencia amorosa la endeble finitud de los hombres. Ni estos ni sus obras menos provisionales pueden eludir el paso del tiempo. Todo desaparece.
Roger Koza / Copyleft 2016
Vi el film hace unos días y si bien coincido con en el interés que promueve en las múltiples dimensiones históricas y políticas de análisis que despliega Sokurov, tuve permanentemente la sensación de estar ante un ensayo inteligente cuya sensibilidad me resultó en general ajena o inaccesible. Salvo el fragmento que el film dedica al sitio de Leningrado, como contrapunto sobre arte y guerra en relación con París, que me resultó profundamente conmovedor y en el que percibí una presencia real del director en el film que me costó encontrar en el resto de la obra más allá de sus ideas.
Saludos
Estimado Scotti: no puedo decir nada sobre lo que decís, pues habla más sobre tu apreciación del film que del film.
El fragmento de Leningrado es muy poderoso, eso es cierto. Si no has visto Blockade, de Lotnitza, te sugiero que lo hagas. La experiencia es todavía más poderosa y conmovedora.
Saludos.
RK
Gracias Roger, tengo la de Losnitza entre las pendientes.
Saludos
Este film, las personas que invoca y por lo tanto «cobran vida» durante la proyección, el museo mismo con sus obras que a través de las generaciones siguen siendo apreciadas (y permiten pensar en sus creadores, y en los lugares y personajes retratados), demostrarían que no todo desaparece, finalmente. Las gigantescas esculturas en las se que detiene Sokurov en un momento, por ejemplo, me condujeron a intuir algo de aquellos tiempos lejanísimos. Personalmente, antes que «Todo desaparece» prefiero la expresión de Machado «Todo pasa, todo queda»… En fin, pensamientos a las que todavía, por suerte, nos lleva cierto cine.
Abrazo.
La gran ilusión: creer en la eternidad; algún día el sol explotará y todos nosotros seremos polvo cósmico. Y digamos que esta versión apocalíptica es bastante esparanzadora. Dada las circunstancias, todo indica que puede ser antes y peor. Machado impone su canto por unos 3000 años más, el nihilismo cósmico se lo llevará puesto a él un poco más tarde. Para ese entonces, vos y yo, seremos meros recuerdos de algunos que nos quisieron. Quizás. RK
Sí, pero el polvo cósmico no será el mismo después de Machado, ni de nadie. El cosmos recuerda. El nihilismo es una opción, una estrategia, un techo. Resistir en el misterio.
No estoy en desacuerdo con lo que decís Edgar; solamente sostendría que el misterio está disperso en la materia. Lo que dije más arriba no es nihilista, por otra parte. El nihilista niega la invención del sentido, porque en el fondo tiene todavía una añoranza de otro mundo y su resentimiento empieza ahí. Nihilizar el nihilismo; ese es el fin del mismo, gran enseñanza del gran Nishitani Keiji. Saludos. RK
¿Decís que el misterio está disperso en la materia?, totalmente de acuerdo! Para qué más..? Pero convengamos que si el misterio le hace lugar al sin-sentido su opueto no puede andar muy lejos. Aunque no encaje en ninguna categoría. De ambos devendría algo totalmente otro. Hay tiempo. Entre las estrellas y el mono nos queda el camino de vuelta. Home, sweet home. Abrazo.
Es curioso. Vi Francofonia en la apertura de Filmadrid y a la salida recogí por lo menos cinco opiniones, diría, «calcadas» de la de Scotti. Yo, en cambio, la vi con lágrimas en los ojos casi todo el tiempo. Es cierto que la pretensión de hablar de todo lo humano y lo divino puede ser bochornosa, pero algunas veces, algunas voces, consiguen que sea sublime. En este caso, incluso si «kitsch», como dijeron algunos o «cursi», como reconocí yo misma. En tren de opinar (y de generalizar), me parece que los rusos pueden permitirse la grandilocuencia o cierta grandilocuencia o ciertas afectaciones que algunos llaman grandilocuentes porque a lo largo de la Historia siempre han tenido una experiencia muy intensa de algo que está por encima de ellos. Una experiencia, digo, algo muy real, muy vivo: Dios, la madre Rusia, la Revolución. De hecho (y acá compro enemigos) cuando esa experiencia se pierde, como me parece que es el caso de German, se cuela, por más moderaciones éticas que se le imponga, una toque de cinismo o una sensación de «superación» que, a mi , ahora sí, me deja afuera.
Francofonia es una reflexión sobre dos siglos, por lo menos, de historia europea. El lugar del fragmento de Leningrado no es solo el contrapunto emotivo, sino la piedra angular de la película, la que permite comprender todo lo demás, como al mismo Sokúrov ser ruso le permite entender la historia de Europa: el sentido de la burguesía francesa y el de la aristocracia remota alemana (que fue, y al mismo tiempo no podía ser, nazi) transfigurada también -demasiado tarde- en burguesía; el drama de una Europa que conoce todas las degradaciones posibles, como los náufragos de La Medusa -pero sigue siendo Europa (como La Medusa siguió siendo Francia). Y como lo comprende en tanto ruso no necesita ser vulgar, no necesita la crítica bajo los téminos de la corrección política, ni del mandato moral externo. La afirmación de su propio lugar en la historia, de eso que todavía duele es ya el lugar de la crítica. En fin, entré a divagar un poco y, además, estoy dejando afuera otras cosas, pero al menos quería decir estas.
Es curioso. Vi Francofonia en la apertura de Filmadrid y a la salida recogí por lo menos cinco opiniones, diría, «calcadas» de la de Scotti. Yo, en cambio, la vi con lágrimas en los ojos casi todo el tiempo. Es cierto que la pretensión de hablar de todo lo humano y lo divino puede ser bochornosa, pero algunas veces, algunas voces, consiguen que sea sublime. En este caso, incluso si «kitsch», como dijeron algunos o «cursi», como reconocí yo misma. En tren de opinar (y de generalizar), me parece que los rusos pueden permitirse la grandilocuencia o cierta grandilocuencia o ciertas afectaciones que algunos llaman grandilocuentes porque a lo largo de la Historia siempre han tenido una experiencia muy intensa de algo que está por encima de ellos. Una experiencia, digo, algo muy real, muy vivo: Dios, la madre Rusia, la Revolución. De hecho (y acá compro enemigos) cuando esa experiencia se pierde, como me parece que es el caso de German, se cuela, por más moderaciones éticas que se le imponga, una toque de cinismo o una sensación de «superación» que, a mi , ahora sí, me deja afuera.
Francofonia es una reflexión sobre dos siglos, por lo menos, de historia europea. El lugar del fragmento de Leningrado no es solo el contrapunto emotivo, sino la piedra angular de la película, la que permite comprender todo lo demás, como al mismo Sokúrov ser ruso le permite entender la historia de Europa: el sentido de la burguesía francesa y el de la aristocracia remota alemana (que fue, y al mismo tiempo no podía ser, nazi) transfigurada también -demasiado tarde- en burguesía; el drama de una Europa que conoce todas las degradaciones posibles, como los náufragos de La Medusa -pero sigue siendo Europa (como La Medusa siguió siendo Francia). Y como lo comprende en tanto ruso no necesita ser vulgar, no necesita la crítica bajo los téminos de la corrección política, ni del mandato moral externo. La afirmación de su propio lugar en la historia, de eso que todavía duele es ya el lugar de la crítica. En fin, entré a divagar un poco y, además, estoy dejando afuera otras cosas, pero al menos quería decir estas.
No todo se pierde, queda el arte, y «Francofonia» lo muestra muy bien. La pelicula en si misma es una obra de arte.
Puede ser, puede ser. Saludos querida Diana