FRANCOTIRADOR / AMERICAN SNIPER (02)
EL ÚLTIMO “HÉROE” AMERICANO
Por Jorge García
Hasta su encuentro con el director italiano Sergio Leone, Clint Eastwood era un actor secundario irrelevante, pero la trilogía de spaghetti-westerns de Leone que interpretara lo lanzaron a un posiblemente impensado estrellato, que se consolidó pocos años después con el protagónico de Harry, el sucio, de Don Siegel, primero y mejor título de la saga de Harry Callaghan, el fascistoide policía que, con métodos violentos y nada ortodoxos se enfrentaba a sus generalmente más liberales superiores. En el mismo año de ese exitoso film, Eastwood se lanzó como director con una muy interesante ópera prima, Obsesión mortal, en la que no casualmente Siegel tenía un papel como actor (Siegel y Leone fueron –sobre todo en la primera época de su carrera como realizador- las principales influencias de Clint). Lo que seguramente casi nadie pensó es que esa carrera se iba a prolongar hasta nuestros días con más de una treintena de films, la mayoría de ellos muy valiosos, en los que aparece como el último (y tal vez único) exponente de la narrativa clásica dentro del cine norteamericano. Así, Clint Eastwood consiguió títulos destacados en el terreno del western, el policial, el melodrama romántico y el drama a secas, y también hay que decir que, sobre todo en su primera etapa, hay algunos films marcadamente reaccionarios (Firefox, El guerrero solitario, Impacto fulminante) en los que –más allá de sus declaraciones de que sus películas son “apolíticas”-, su vertiente más conservadora asoma sin pudores.
En el terreno bélico, Eastwood había realizado un muy interesante díptico en el que reflejaba algunos sucesos de la Segunda Guerra en un caso desde el punto de vista norteamericano (La conquista del honor) y en otro desde el japonés (Cartas desde Iwo-Jima). Con Francotirador, CE regresa al género tomando como punto de partida la autobiografía de Chris Kyle, el personaje del título, que cuenta con el poco recomendable récord de haber matado en la guerra de Irak a 160 personas (incluidas mujeres y niños), aunque él se jactaba de que eran muchos más. Eastwood en más de una ocasión declaró que estaba en contra de la mencionada contienda, sin embargo, al adoptar el punto de vista excluyente del protagonista sin que surja un cuestionamiento a su conducta y presentar a los iraquíes como un bloque uniforme en que hasta a los niños se los muestra portando granadas y son un enemigo a matar, no parecen avalar esa afirmación. Por supuesto que al republicano octogenario CE nadie le va a pedir a estas alturas que haga una película “progre” contra la intervención militar en Irak, pero hubiera sido bueno que mantuviera la saludable ambigüedad de los títulos antes mencionados.
Por otra parte, habiendo elegido la opción de punto de vista antes señalada, le cabía la posibilidad de, al menos, intentar profundizar en un personaje solitario, obsesivo y de rasgos marcadamente psicopatológicos, reivindicado como un héroe por sus compañeros de armas. Suena muy elemental su caracterización a partir de los discursos reaccionarios que recibía de su padre, un peligroso fanático religioso, o de que su conducta esté motivada por la visión en la televisión del atentado en las Torres Gemelas. Y tampoco ayudan la intercalación de las escenas familiares con su lloriqueante esposa, de la que no se logran entender las razones por las cuales sigue enamorada del protagonista. Por supuesto que el oficio narrativo del director aflora en varios momentos (hay una notable secuencia de un combate visto en medio de una tormenta de arena, en el que los contendientes aparecen como una suerte de fantasmas) o puede crear un clima inquietante, cuando, ya regresado de la guerra, Kyle sostiene una conversación con su esposa mientras juguetea con una pistola en sus manos. Hay en algún momento un tímido cuestionamiento a la presencia estadounidense en tierras extrañas en alguna frase soltada por el hermano del protagonista o un diálogo con un compañero que luego morirá en la contienda. Pero también Eastwood apela sin pudor al golpe bajo en la segunda situación en la que Kyle va a dispararle a un niño y se puede caracterizar como imperdonable el plano en que sigue la trayectoria de la bala que acabará con el francotirador iraquí. Recién en los últimos tramos de la película, con ya Kyle de regreso en su hogar, se atisba lo que pudo haber sido una mirada más atractiva sobre su conducta. Sin embargo, también en el final del film, luego de un seco y lacónico intertítulo con el que bien pudo haber acabado (permitiéndole, de paso, al espectador, algún tipo de reflexión), Eastwood opta por recurrir sobre los créditos finales a material de archivo destinado a glorificar a un asesino serial.
Jorge García / Copyleft 2014
Es la película más reaccionaria de Eastwood desde la mencionada El guerrero solitario, pero allí había al menos algo de humor y química con Marsha Mason. Las dos de Eastwood anteriores a Francotirador son biopics pero también reflexiones sobre el género que nos hacen desconfiar de sus narradores, otra ambiguedad que extrañé. Y una buena película clásica tiene personajes secundarios intresantes, en cambio estos son todos planos e intercambiables. Una decepción AS, a esperar la próxima.
Lo menos que se puede decir es que, cuando se observa una película sobre un tema como éste (la vieja asunción de la necesariedad de la guerra y las masacres “colaterales”), es difícil no pensar ciertas cuestiones que transcurren como si, por extrema coherencia ideológica, Clint Eastwood hubiera decidido consumirlas y socavarlas en American Sniper.
Por ejemplo, la del realismo: por múltiples razones el realismo “absoluto”, o el que puede llegar a contener el cine, es aquí imposible; cualquier intento en este sentido será necesariamente incompleto (por lo tanto hipermoral), cualquier tentativa de reconstitución, de enmascaramiento o “neutralización lograda” mediante lo irrisorio o grotesco, cualquier enfoque tradicional o neutralizante de la guerra o sus “excedentes colaterales” denota una conservadora (tentación)-justificación del aniquilamiento y de su documentación. Así el director se ve obligado a “atenuar”, para que aquello que se atreve a presentar como la “realidad” (o basado en un hecho real) sea físicamente soportable (apenas un navajazo) para el espectador, el cual no puede sino llegar a la conclusión, quizá inconscientemente, de que, por supuesto, esos iraquíes eran o son unos salvajes, pero que, al fin y al cabo, la situación de una guerra no es del todo intolerable, y que, si los civiles resisten o insisten, con un poco de astucia o de paciencia podrían salir del encono, pudiendo incluso formar una amorosa o heterodoxa comunidad de sobrevivientes listos para ser filmados por ciertas heterodoxas y buenas conciencias. Al mismo tiempo, cada espectador se habitúa hipócritamente al horror, éste forma poco a poco parte de la costumbre que integra el paisaje mental del “individuo” posmoderno; ¿quién podrá la próxima vez extrañarse o indignarse ante lo que, en efecto, habrá dejado de ser chocante?
Otra cosa, se ha citado continuamente una frase de Luc Moullet: la moral es una cuestión de travellings (o la versión de Godard: El travelling es una cuestión moral). Se ha querido ver en ello el colmo del formalismo, cuando en realidad más bien podría criticarse su exceso “terrorista”. Obsérvese en American Sniper el plano en el que el francotirador iraquí yace abatido por Chris Kyle. Aquel realizador que decide, en ese momento, hacer un travelling de alejamiento para reencuadrar el cadáver del “otro” en picado, poniendo cuidado de borrar y difuminar su cuerpo para sumirlo en el polvo de una “oportuna” tormenta, ese realizador o “individuo sistematizado” sólo merece el más profundo desprecio.
Finalmente, desde hace buen tiempo que se retoman los problemas de la forma y del fondo, del realismo y de la simulación, del guión y de la “puesta en escena” o de la “neutralidad estética” contra-ideológica. Digamos que podría ser que todos los motivos emergen “libres” pero en des-igualdad de derechos. Lo que cuenta es el tono, el acento, el matiz o pliegue, no importa cómo lo llamemos: es decir, el punto de vista de un “individuo” sistematizado y la actitud formal que toma dicho “individuo” con respecto a lo que filma, y en consecuencia con las determinaciones políticas inmanentes a “su” realización. Lo cual puede expresarse con la elección de las situaciones, la construcción de la intriga y el suspenso, los diálogos, la interpretación de los actores, el material de archivo o la pura y simple técnica, aún cuando, en ciertos casos, ésta componga un registro sucio y de poca resolución.
Hay cuestiones que no se abordan (ya como realizador, ya como espectador, ya como crítico) si no es con cierto temor y estremecimiento; las masacres y sus “colaterales” sobrevivientes son sin duda una de ellas, ¿y cómo no sentirse, en tanto espectador, un impostor, un traidor o un cobarde? Más valdría en cualquier caso plantearse la pregunta, e incluir de alguna manera este interrogante en lo que se mira. Pero está claro que la duda y el estremecimiento es algo de lo que más carecen Eastwood y sus “semejantes”.
Un certero y objetivo análisis de García que lo hace sin apasionamientos y sin ningún compromiso ideológico. La verdad se necesitan críticas así, porque de lo que lleva esta cinta en cartel no se ha pasado de me gusta «son de derechas» o no me gusta «son progresistas de salón, abstenerse». No, se le pueden reconocer méritos a esta cinta y a la vez no obviar toda la caricatura y superficialidad en la que se incurrió para hacerla palatable a un segmento de la población de EEUU. Si Eastwood no hizo propaganda patriotera y dice que no estuvo de acuerdo con esa intervención, se desdice con las cosas que presentó en este trabajo. No todos pasamos por alto cosas así.
No estoy de acuerdo en que sea una película simplista, creo que es mucho más sofisticada de lo que se interpreta aquí. No se puede reducir el carácter del personaje a un padre fanático religioso y a la experiencia del atentado a las torres. Kyle entra a las fuerzas a los casi 30 años y su vida no tiene mucho sentido, un vaquero fracasado que se gana la vida en rodeos, un «redneck». Es una persona que difícilmente tiene las herramientas filosófico-morales para enfrentarse a las situaciones a las que se va a enfrentar (si es que alguien puede tener esas herramientas) y lo hace como puede. Se enfrenta a situaciones que no pueden sino reforzar su maniqueísmo y es algo perfectamente verosímil, tal vez se subraya el discutible heroísmo pero al mismo tiempo no se oculta para nada su banalidad. La mirada simplista es la de calificar sin más de asesino al personaje o buscar que el film se centre en las psicopatías del «héroe» de guerra. Estas psicopatías, por cierto, no se subrayan pero están ahí latentes todo el tiempo. El personaje es una bomba de tiempo, el film genera una tensión admirable en ese sentido. Eastwood no está haciendo una película sobre la política exterior norteamericana, me parece que los logros de la película están en otro lado, están en la mirada antropológica que el director tiene sobre su país donde se conjuga una mirada a veces algo «patriótico-conservadora» (y uso esta expresión con muchísimas comillas) y una agudeza que explora lo más profundo las costumbres, los miedos y deseos del pueblo norteamericano.
Si pudieras tener acceso al libro autobiográfico (escrito en conjunto) te darías cuenta de que esas psicopatologías que dices están latentes, pero no subrayadas en el film, no son precisamente las mismas del libro. Estamos hablando de un hombre que sentía placer al matar-expresado por él mismo-iraquíes de la condición que fuera y que le dedicó lindezas a los aliados también iraquíes. Estamos hablando de un mitómano que se inventó peleas con personalidades (tenía un juicio pendiente por difamación) y hasta más muertes en el mismo suelo estadounidense (a sujetos en el Nueva Orleans post-Katrina) que ni siquiera están comprobadas. Estamos hablando de un sociópata al que la cinta solo presenta como una escoria de pésima formación, pero que es digno de reivindicación. Nada nuevo bajo el sol con esta cinta.