EL HILO FANTASMA / THE PHANTOM THREAD
**** Obra maestra ***Hay que verla **Válida de ver * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor
EL ORDEN Y LOS SENTIMIENTOS
El hilo fantasma / The Phantom Thread, EE.UU., 2017
Escrita y dirigida por Paul Thomas Anderson
*** Hay que verla
Frente a tantas películas que se estrenan, El hilo fantasma, que no es la mejor del director, no deja de ser un aerolito con pasajes absolutamente geniales
Cada persona llega a la edad de la madurez con ciertos hábitos y ciertas costumbres que le resultan indispensables para funcionar en esa sucesión de eventos insignificantes que denominamos cotidianidad. Hay un horario para las comidas, otro para pasear y distraerse, también para trabajar y aun para amar. Para una personalidad obsesiva la consecución de un orden fijo y sin irrupciones azarosas es decisiva, más todavía si ese hombre o esa mujer guarda el anhelo de un microcosmos a su medida en una profesión y vocación.
El diseñador de vestidos que interpreta Danny Day Lewis en el octavo film de Paul Thomas Anderson es un evidente obsesivo, no menos que el propio actor que le da alma a su personaje, capaz de prepararse estoicamente por meses para animar a una criatura de ficción hasta que se confunda la persona que está detrás del personaje con este último. La perfección de un vestido es también aquí la del intérprete y asimismo la del realizador, que amalgama este universo atravesado por un ideal de perfección casi irrespirable. Al respecto, El hilo fantasma desborda su propia diégesis; todo lo que gira por dentro y fuera del film obedece a un imperativo de magnificencia que conjura sin esfuerzo cierta trivialidad que acecha desde el interior del propio relato.
El modisto se llama Reynolds Woodcook; vive con su hermana, a la que llama “vieja amiga”, en una casa en el barrio de Mayfair, Londres, la cual paga uno de sus clientes. Todo sucede a mediados de 1950, una época de reconstrucción. A pocos minutos del inicio de El hilo fantasma, Anderson organiza una secuencia lineal y contundente en su eficacia simbólica en la que delinea la rutina diaria de Woodcock; solamente así se siente a gusto: asearse, vestirse, darle la bienvenida al ejército de costureras que trabaja con él y de inmediato esbozar el diseño de los próximos vestidos que confeccionará mientras toma el desayuno. Esa hora del día es perentoria. Si empieza todo bien, la potencialidad creativa de Woodcock está garantizada.
Esta escena inicial culmina con una novia que se siente enteramente fuera de lugar en este universo laboriosamente regulado. La próxima mujer de Woodcock no será una entre otras. Alma, de la que poco se sabe, excepto que trabaja como mesera en un agradable restaurante en una zona marítima, transformará, en el imaginario del modisto, su condición de estorbo afectivo en necesidad de existencia, una transformación no exenta de suspicacia e incluso de perversión. En esto, Anderson provee suficientes signos para que los psicoanalistas se luzcan aplicando el sistema de interpretación de su presunta ciencia: la delirante fijación afectiva de Woodcock con la madre, que el modisto siente muy cerca a pesar de que esta es una eterna ciudadana de la tierra de los muertos, la relación algo incestuosa con la hermana y las técnicas de Alma para conquistar a su marido (que incluyen el cuidado maternal del ser amado en su convalecencia) son elementos de la trama qué dócilmente pueden ser absorbidos por una exégesis de diván. Tal encuadre, desde ya, no agota simbólicamente el film, pero sí puede desentrañar la dinámica psíquica de la primitiva confrontación entre los dos protagonistas.
Como sea, el centro de gravedad narrativa pasa por la contienda afectiva de dos personas que tal vez se amen, sin importar que en varias ocasiones el hilo fantasma que los une parezca una ligazón envenenada. Sucede que la intromisión de un otro en el cosmos cerrado de Woodcock requiere de una voluntad férrea, capaz de reconfigurar el orden que garantiza concentración por uno nuevo más atractivo y esplendoroso. El film lleva hasta el paroxismo este trabajo de ajuste y reorganización; incluso, narrativamente, la solución apurada a la que se apela en el desenlace tiene bastante de deus ex machina. Nada se dice aquí del qué en el epílogo, sino del cómo (dicho esto ante el riesgo de escuchar a un coro de indignados protestando frente a cualquier indicio de spoiler).
El hilo fantasma es una anomalía en el cine de Anderson. El claustrofóbico drama que prescinde prácticamente de exteriores tiene su mayor antecedente en la obra del director en un título de 2002, Embriagado de amor, aunque en ese film la inestabilidad psíquica del personaje no necesitaba del espacio cerrado como extensión dramática para denotar la cifra de su conducta. Permanecer en la casa donde Woodcock trabaja es aquí una exigencia que nace del propio personaje, una forma de control sobre las variables de la cotidianidad que pueden desquiciar el funcionamiento de las cosas. Faltan las grandes coreografías de Anderson en espacios abiertos, esos prodigiosos planos secuencia que se pueden advertir en The Master, Puro vicio o Petróleo sangriento. Todo el dinamismo visual de sus películas se circunscribe a varias secuencias automovilísticas, y es coherente con la vida anímica de Woodcock, quien conduce como si fuera un piloto de carreras aventurándose en el espacio abierto desde el interior de un vehículo. El problema dramático del personaje con el exterior se puede apreciar aún con mayor nitidez en la mejor escena de todo el film, cuando Woodcock decide salir de su casa para buscar a Alma, que se ha ido a festejar el nuevo año a un salón repleto. Es una escena grandiosa porque la relación que se pone en juego entre el espacio y la psicología del personaje es materialmente asequible.
La obsesiva puesta en escena es ostensible en todo momento. La elección cromática de los vestidos, los motivos floreales en las paredes de la casa o los restaurantes, los primerísimos planos de objetos y comidas tienen la firma de un maniático del detalle. La característica indeterminación narrativa del cine de Anderson no tiene aquí la vehemencia de sus películas precedentes, porque el drama está demasiado sujeto a los movimientos tácticos de Alma para introducirse en el mundo de su esposo, lo que desacomoda un poco la abusiva y esplendorosa banda musical de Jonny Greenwood. La música en Anderson suele servir a la intensificación de la indeterminación del relato. La ubicua musicalización no tiene qué enfatizar en este caso, ya que la tensión dramática es demasiado previsible y el relato no se abisma en su devenir.
Justamente por esta relación a veces inorgánica entre el relato y la música, que no se acoplan del todo, Anderson sí intuye otra relación ente relato y sonido: la innovación afectiva y anímica, interpretada inicialmente como fricción entre los dos amantes, comienza con el desarreglo y la molestia de la percepción sonora. El advenimiento de un nuevo orden, percibido primero como desorden en el rígido cosmos de Woodcock, condición necesaria de su creatividad, se siente como una estridencia del sonido de los objetos, un volumen del mundo sonoro que hiende la parsimonia de los actos. La masticación, los ruidos que emiten los cubiertos, la caída del café en la taza son los acordes inarmónicos de una realidad que no está a la medida de la obsesión del neurótico. La compulsión por la repetición está a merced de la sonoridad de una tostada untada con mermelada. De esa clarividencia Anderson hasta logra producir un gag.
¿Es Woodcock una máscara de Anderson? Tal vez. Como el diseñador, Anderson es un cineasta singular, uno de los grandes del cine estadounidense contemporáneo. Es posible que El hilo fantasma no sea su mejor película, pero es lo suficientemente buena como para permitir seguir sosteniendo la fe en el cine. Como sucede con Woodcock, Anderson podría perder la compostura y ponerse a gritar y despotricar, al igual que lo hace su personaje en una escena clave, contra la moda y el chic, categorías que no solamente amenazan el arte del modisto, sino también el propio cine. Anderson está más allá de las estatuillas y de las alfombras rojas; El hilo fantasma es otra prueba indesmentible.
*Esta crítica fue publicada en Revista Ñ en el mes de marzo de 2018.
Roger Koza / Copyleft 2018
Resulta curioso e interesante tu punto de vista sobre la banda de sonido en contraposición con las otras críticas que he leído. Maravillosa película, saludos
Estimado Roger:
Gran crítica, como siempre. Otra película que el Oscar no merecía. Yo sentí lo mismo que usted describe; que «abre» visualmente en la secuencia de la fiesta. Pero no sabía explicar lo de la claustrofobia.Gran detalle, también, lo del bólido.
Ahora, yo siento que el final está un poco telegrafiado. Que, quizás, podía llegar antes a esa escena. No se si eso es bueno o malo. Sólo que no me sorprendió. Y hay algo en las «luchas de poder» en el cine de PTA que me parecen un poquito manipuladas desde el guión. No me pasa por primera vez con él. Como que uno sabe de antemano que cada personaje elevará la provocación y, por lo tanto, el conflicto. Un «in crescendo» que ya parece marca de fábrica. Por suerte acá DDL no termina «sacado» como en There Will Be Blood. Todo está hecho con la mesura y el buen gusto del vestuario.
¿Usted no nota eso, o sólo son ideas mías? No he leído una crítica que lo mencione. Sí, por supuesto, todo tipo de análisis de la psicología de estas relaciones. Que también es lo que a PTA parece gustarle.
Saludos!
Roger. Amigos de esta gran pagina. Otra critica lúcida y esclarecedora. Gracias Roger. Solo quería abrir el juego en una cuestión que observas en tu reseña. En esa resolución (al menos en lo que dura el filme) de la lucha de poder, con el persona de Alma posicionandose a largo plazo en la vida y ese cosmos privado de Woodcock. ¿No te parece que eso que marcas como un giro algo forzado y cercano al «deus ex machina» en realidad es una mutación genérica, o al menos una apostilla genérica que puede entenderse como una satirización, como una representación burda de las contiendas del amor y ese mecerse entre los extremos amor-odio? Digo esto, porque también en un principio me chocó, lo sentí algo artificial y manierista, pero tras charlarlo con mi compañera y en un segundo visionado, vislumbramos algo de coqueteo con el tono satírico que se aparta de una historia «creíble» en su argumento por un simbolismo que relaja las estructuras narrativas. Me paso algo similar con la maravillosa «Whiplash», en ese ultimo acto, que, contemplado con la misma coherencia con la que se aprecia el resto de la historia, queda algo descolgado, forzado, poco creíble. En cambio, desde una mirada satírica y simbólica toma dimensiones superadoras como critica profunda al «self made man» norteamericano y su moral protestante-cristiana de sacrificio, sudor y lagrimas para el éxito y la realización. Gracias por el espacio de nuevo, Roger. Fuerte abrazo
Voy a dejar una nota disonante ante tanto entusiasmo. Creo que Anderson es un gran cineasta y acuerdo con que sus películas son extrañas y virtuosas en el contexto de la realización contemporánea,; también con lo que afirma Roger en relación con la secuencia inicial de presentación de la rutina del protagonista que es una presentación del personaje. Hay en este film muchos momentos excelsos, sobre todo en la primera mitad del relato. Pero… a partir del giro del personaje de Alma, me parece que la historia se retuerce y que Anderson pierde el norte y el film me deja con la misma sensación que los otros que vi del director: hay un punto en que su propio interés por la historia da paso a una cierta operación de reducción que ahoga las tramas y empobrece la mirada del mundo y de los seres que organiza sus obras. En este caso, todo el episodio final me resulta obvio y empobrecedor, innecesariamente sobre exhibido y, desde un cierto momento, enteramente previsible. Entiendo que lo más interesante y exquisito del tratamiento narrativo está en el entre de Woodcock y su hermana, y en las formas discretas y elípticas, que el relato no delimita del todo ni termina de circunscribir, y que trasciende la solución narrativa de la obra. Pero vuelvo a encontrarme con un gran director que se obstina en cerrar aquello que su propia delicadeza le demanda soltar y abrir.
Como siempre, muy buena la crítica.
Saludos
Concuerdo 100%
Y sí hay algo de manierista en cómo concluye esta relación; a lo que alude Roger como un «Deus et machina» En este caso es la escena de declaración de Woodcock. Por un lado es graciosa, pero en el contexto de esa relación parece más una «manito de guión» para que Alma luzca extremadamente perversa. Ese silencio interminable… Ya desde sus tempranas respuestas hay como una necesidad de enfatizar que ella no es «una chica más», vía guión. Como que no me resulta orgánico. Y eso llevado al extremo es lo que sucede con Daniel Plainview en There Will Be Blood, donde el voraz entrepreneur termina literalmente sacado ante la exagerada cruzada evangelizadora de Paul Dano. No sólo DDL se bebe «su milkshake». Se lo come al pendejo; al personaje y al actor. Una cosa es mostrar una degradaciòn paulatina a la locura (Martel lo hace muy bien en Zama: es mil veces más sutil) y otro es hacerlo vía diálogos ingeniosos de espadachines verbales en una guerra sin cuartel y en la qué uno se termina preguntando si valía tanto la pena evangelizar semejante energúmeno. Bueno, lo mismo corre para Alma. Es como que abandona el poder del relato cinematográfico y lo reemplaza por frases grandilocuentes. Digamos, por el amor a sus propias palabras, que reemplazan a su magnífico ojo. Por una horia y media, Phantom me parece una obra maestra.
Scotti: mi apunte crítico y negativo está relacionado a cierta trivialidad general que, a mi juicio, se ve en lo que usted, estimadísmo Scotti, señala sobre el giro del personaje de Alma. Saludos. R
Igual queda claro que PTA está obsesionado por la Lay del Talión aplicada a todas las relaciones y en todos los casos, no?