HUGO DEL CARRIL: ÉPICA, ROMANTICISMO Y POLÍTICA
El cine argentino, a lo largo de su historia, no cuenta con muchos realizadores que hayan logrado concretar un estilo personal dentro de su filmografía; se pueden mencionar al Carlos Hugo Christensen del período 1943-1955, al Torre Nilsson de la época de sus colaboraciones con Beatriz Guido (aunque pienso que varias de esas películas están considerablemente fechadas), a Leonardo Favio y también, desde luego, a Hugo Del Carril.
Nacido Piero Bruno Hugo Fontana en 1912, hijo de padres italianos, fue abandonado por estos cuando tenía dos años, criándose con sus padrinos franceses quienes lo llevaron a ese país, donde vivió hasta su adolescencia. De regreso a Buenos Aires comenzó a los quince años su carrera de cantor con actuaciones radiales, produciéndose su debut en el cine en 1937 en Los muchachos de antes no usaban gomina, desarrollando a partir de ahí una carrera actoral bastante prolífica con varios títulos de cuño tanguero (en los que se lo trató de imponer como una suerte de sucesor de Carlos Gardel, aunque sus estilos vocales eran marcadamente diferentes), rodando también a mediados de los 40 dos películas en México y debutando como director en 1949 con Historia del 900. A partir de allí, y a lo largo de 25 años, desarrolló una filmografía de quince películas, en varias de los cuales fue también protagonista, imponiendo su formidable presencia cinematográfica, casi sin parangón dentro de la producción nacional. Si bien en su carrera hay unos pocos títulos que se pueden considerar impersonales como la mencionada Historia del 900, con su acumulación de canciones y riñas de gallos y muchacho que se queda con la chica bien, aunque ya en ella se puede advertir su preocupación por una narración fluida y también por expresarse en términos visuales. Otros títulos con esta característica son El negro que tenía el alma blanca, filmada en España y remake de un film de Benito Perojo de 1927 que hoy aparece envejecida y con problemas de ritmo y Buenas noches Buenos Aires, una rutinaria cabalgata musical con varios de los artistas más exitosos de la época.
Pero el núcleo principal de su obra, una docena de títulos, se pueden separar en dos grandes vertientes: los melodramas (La Quintrala, Más allá del olvido, Una cita con la vida, Culpable, Amorina y La sentencia) y los films políticos, que por cierto también incluían elementos melodramáticos (Surcos de sangre, Las aguas bajan turbias, Las tierras blancas, Esta tierra es mía, La calesita y Yo maté a Facundo). En todos esos films, Del Carril muestra los rasgos más característicos de su cine: un elocuente romanticismo de poderoso aliento lírico y el tono épico que impregna muchas secuencias de sus películas que provocan que su cine se pueda considerar afín al del director estadounidense King Vidor. Al mismo tiempo en sus films de corte social, aparece un infrecuente compromiso político, resaltando también valores tan desacreditados en estos tiempos como la lealtad y la solidaridad. A ello debe agregarse una marcada preocupación por expresarse en términos visuales, donde se destaca la potencia de sus encuadres, y que todos estos elementos están expuestos con un discurso de clara raigambre popular. Hay que decir también que muchas de sus películas contaron con guiones del escritor anarquista español Eduardo Borrás, con quien el director entablara una curiosa química. Hay que recordar que Hugo Del Carril al producirse el nefasto golpe de estado de 1955 fue no solo censurado sino también detenido (es conocida la anécdota que en la prisión todas las mañanas al levantarse cantaba la marcha peronista). Pero, a pesar de su militancia en ese partido, sus problemas con la censura también habían aparecido durante el gobierno de Perón, enfrentándose con el secretario de Prensa y Difusión Raul Apold, quien prohibió Las aguas bajan turbias, su film más exitoso y que le diera prestigio internacional.
El ciclo que se proyecta en el Malba, programado y organizado por Fernando Martín Peña, permitió una recorrida integral por la filmografía de Hugo del Carril, en varios casos en excelentes copias en 35 mm. a lo que se le sumaron varios de sus trabajos como actor. Pasemos entonces a una muy escueta reseña de esos títulos, comenzando por los melodramas:
La Quintrala (1954) está inspirada en la figura de Catalina de los Ríos y Lisperguer, una aristócrata y terrateniente chilena semi analfabeta, famosa por los crímenes y crueldades cometidos en su país en el siglo XVII. La película de Del Carril es un poderoso melodrama de época de notable audacia (la perversa protagonista seduce a un íntegro sacerdote) que cuenta con una formidable ambientación de época y un gran trabajo de iluminación de Pablo Tabernero. Film en el que los rasgos principales del director aparecen en plenitud, tiene momentos que pueden compararse sin desventaja con la obra de Luis Buñuel aunque también hay que decir que la labor de Ana María Lynch en el protagónico no está a la altura de las circunstancias.
Más allá del olvido (1955) es uno de los grandes melodramas del cine argentino y del cine a secas (es notable que el director a La Quintrala y esta película dos de sus obras mayores, no les tenía gran aprecio) y no existen motivos para no calificarla como una obra maestra. Adaptación de la novela Brujas, la muerta, del escritor belga Georges Rodenbach, es un film formidable que anticipa muchos de los elementos del Vértigo hitchcockiano y cuenta con el mejor trabajo de su carrera de Laura Hidalgo y una extraordinaria música “chopiniana” de Tito Ribero. Una de las mejores películas argentinas de todos los tiempos en la que el director impone, también su gran presencia como actor.
Una cita con la vida (1957), adapta una novela de Bernardo Verbitsky, desarrollando la historia de la relación de una pareja de jóvenes con, en ambos casos, problemas familiares. En este film Del Carril anticipa las temáticas que desarrollará el movimiento de los años 60, con una precisa caracterización de personajes y una gran capacidad de observación para mostrar el barrio y los personajes que lo componen. Con referencias (muy) oblicuas a la situación política, el film tiene como lastre el tono permanentemente plañidero que Gilda Lousek le confiere a su joven personaje.
En Culpable (1960), Del Carril dirige y protagoniza la agonía de un hombre que ha cometido un asesinato, narrándola a través de sucesivos flashbacks que van delineando las características del personaje. Ambiciosa y compleja en su estructura, la película tiene varios momentos de gran nivel aunque también hay que decir que en los pasajes en que el protagonista dialoga con su conciencia “corporizada”, el director renuncia a varios lustros de educación cinematográfica. De todos modos una de las películas más curiosas y atípicas del realizador.
Una de las películas de Hugo del Carril más denostadas por la crítica fue Amorina (1961), adaptación de una obra teatral de Eduardo Borrás (no hay rastros de teatralidad en la película). Sin embargo, estamos ante un potente melodrama en el que el director, a diferencia de la casi totalidad de sus títulos, toma como referencia a personajes de la clase alta, desnudando su bajeza e hipocresía. Papel construido para lucimientos de Tita Merello (sus levantadas de cejas en este film no tienen límites) el film consigue un gran crescendo dramático que hace eclosión en los memorables 20 minutos finales de la película.
En La sentencia (1964), el director vuelve a mostrar su audacia para tratar determinados temas (la protagonista se enfrenta al aborto y no tiene inconvenientes en decirle al hermano de su novio que en cualquier momento se mete en su cama)- Melancólico relato de la relación entre una puta (excelente y conmovedora Virginia Lago) y un muchacho tan tímido y apocado como solo Emilio Alfaro podía trasmitirlo; se trata de un melodrama con momentos de notable intensidad, en el que el director consigue insuflarle a la sordidez de algunos pasajes un notable aliento lírico. Un film que merece hoy una atenta revisión.
Surcos de sangre (1949) es la segunda película de Del Carril y la primera en la que aparecen algunas de sus preocupaciones de tipo social. Inspirado en un novela, escrita en 1887 por el alemán Hermann Sudermann (quien también fuera la fuente de inspiración para Amanecer, la obra maestra de F.W.Murnau) y rodado en Chile, el film es transformado por el director en un vigoroso melodrama rural con una gran historia de amor pero en la que, como se dijo, aparecen elementos sociales, sobre todo en la cruda descripción de la vida cotidiana de los campesinos y en los incipientes enfrentamientos de clases.
Las aguas bajan turbias (1952) es, como señalamos, la película más prestigiosa y más reconocida internacionalmente de Hugo del Carril. Con un ilustre antecedente como Prisioneros de la tierra (1939), de Mario Sóffici, describe con crudeza la explotación de los trabajadores yerbateros en el Alto Paraná. Basada en la novela El río oscuro, del escritor comunista Alfredo Varela, quien se encontraba preso cuando la película iba a rodarse, es uno de los hitos del cine político argentino ya que –a diferencia del fatalismo que impregna la película de Soffici- aquí los trabajadores a través de distintas muestras de solidaridad, logran sindicalizarse. Incluyendo elementos románticos (la relación del protagonista con la muchacha) pero priorizando siempre los aspectos político-sociales, Del Carril consigue un film de enorme fuerza y gran vigencia en nuestros días.
En Las tierras blancas (1959), Del Carril adapta una novela de otro escritor comunista, Juan José Manauta. Se trata de una historia ambientada en las tierras áridas y estériles de una zona de Santiago del Estero. Film de un carácter más austero que sus otras películas político-sociales, en el que los niños juegan un rol fundamental, a diferencia de ellas –y a pesar de que Manauta interpreta a un maestro que reivindica la necesidad de las lucha colectiva- aquí la rebelión se plantea en términos individuales (los enemigos serían los polÍticos de un partido conservador). Un film con pasajes de gran dramatismo, que cuenta con un lucido trabajo de iluminación de Américo Hoss.
A diferencia de los que ocurre en sus primeros films, donde el enfrentamiento de clases es marcado, en Esta tierra es mía (1961) -basada en la novela de José Pavoltzky (quien cuestionó públicamente a la película por entender que tergiversaba su obra) sobre la lucha de los algodoneros del Chaco a fines de los años 20 por sus derechos- el planteo, con una concepción más ortodoxamente “peronista”, desarrolla la necesidad de una la alianza entre los trabajadores y el dueño de la plantación, enfrentando a los grandes monopolios. Esta primera película en color del director tiene una estructura de western y cuenta con varias notables escenas de masas de tono épico.
La calesita (1963) fue originalmente concebida para televisión y por ese medio se pasó en cuatro capítulos que sumaban casi tres horas. La versión cinematográfica se redujo a 100 minutos y ello se nota en varios saltos de la narración. Sin embargo, este film en el que un viejo calesitero (el propio Del Carril) recuerda diversos momentos de su vida ofrece un atractivo caleidoscopio de las luchas políticas del país y cuenta con varios pasajes notables como la payada en el que se enfrentan un cantante conservador con del Carril calzando una boina blanca (no deja de ser impresionante ver al Hugo –más allá de su militancia en el radicalismo, previo a su adscripción peronista- con ese adminículo en su cabeza). Además es una de las películas en las que el director canta más y mejores canciones (el film es también un musical).
Finalmente, Yo maté a Facundo (1975) es el último trabajo del director y está centrado en la figura de Santos Pérez, el peón analfabeto, mezcla de miliciano, matón y bandolero, que asesinó a Facundo Quiroga por orden de sus patrones, los cordobeses hermanos Reynafé. Es posible que la película no aproveche cabalmente las posibilidades de la historia pero con su estructura que otra vez recuerda al western, varios pasajes violentos muy bien filmados y elementos de interés como la relación de Pérez con Junco, su fiel segundo, provocan que el film tenga varios momentos atractivos.
Luego de este film y de ser nuevamente prohibido por el golpe militar de 1976, Hugo Del Carril, con problemas económicos, depresivos y en su vista se recluyó y solo apareció muy espaciadamente en algún recital y un par de películas antes de fallecer en 1989, víctima de problemas cardíacos. Del Carril fue uno de los más importantes directores de la historia del cine argentino algo que no está cabalmente reconocido y que este memorable ciclo se encargó de ratificar.
Foto y fotogramas: 1) Del Carril (encabezado); 2) Más allá del olvido; 3) La Quintarla; 4) Amorina; 5) Esta tierra es mía.
Jorge García / Copyleft 2018
Del Carril es el eslabón perdido entre Soffici y Favio. Le faltó un guionista hermano (el de la vida que eligió estaba lamentablemente más cerca del brutalismo sofisticado de Tinayre que de la sofisticación popular de Don Hugo), pero aun así hizo algunas películas clave (para entender la transición entre el fin de los estudios y el inciio del cine independiente). Sin embargo su talento clásico casi no tuvo herederos (luego hay que saltar hasta Aristarain, otro cineasta bisagra sin herederos). Tal vez porque nunca tuvo el reconocimiento que si tuvieron Soffici o Favio, aunque hizo dos de los más extraordinarios melodramas del cine latinoamericano, y algunas obras que podrían haber sido algo así como los renoirs y rossellinis que cimentaran la posibilidad de un cine moderno forjado desde la propia tradición, pero que ni la generación del 60 supo apreciar.
Y ya que estamos: para cuando los críticos, investigadores e historiadore del cine le dedicaràn una biofilmografía a cada uno de esos grandes cineastas? No es que no haya una colección: ni siquiera hay libros aislados… Ni siquiera llegamos a tener una polìtica de los autores que discutir. Y no se le puede echar la culpa a la también incomprensible falta de una cinemateca nacional.
Buen repaso por la filmografía de del Carril. Dejo el link a una entrevista que le hicieron cuatro años antes de morir, en la que da su versión de algunos hechos de los que García da cuenta en su nota (por ej. respecto a la pareja francesa que lo adoptó): https://espaciocine.wordpress.com/2018/02/08/hdc/
Qué bueno sería que este ciclo de películas se repitiera en el Bafici o en Mar del Plata, festivales a los que acuden (sobre todo al segundo) cinéfilos de distintas partes del país. Tal vez suene ingenuo, pero vale al menos como deseo.
Saludos.