JOJO RABBIT
Introducción al enemigo (in)visible
Entre 1935 y 1936, en las escuelas de Baviera, los niños leían y asimilaban afirmaciones como la siguientes: “Al Führer alemán los niños de Alemania lo aman; a Dios en el cielo, lo temen: al judío lo menosprecian”. También: “El alemán camina, el judío se arrastra”. La autora del libro se llamaba Elvira Bauer, y este compendio ilustrado llevaba por título “Trau keinem Fuchs auf grüner Heid und keinem Jud bei seinem Eid”. Borges lo denominó alguna vez como “un curso de ejercicios de odio”. A este sentimiento tan de moda entre nosotros, no se lo debe subestimar; un día, sin aviso, puede dominar las personalidades de sus practicantes.
En Jojo Rabbit, el niño protagonista cuyo amigo invisible no es otro que un caricaturesco Adolf Hitler (interpretado por el mismo director, Taika Waititi), escribe un libro ilustrado sobre los judíos, que tiene reminiscencias de aquella obra siniestra. El paradójico tono sarcástico e inocente, siempre ubicuo, nunca desmiente el trasfondo ominoso del nazismo, la expresión más acabada del fascismo de todos los tiempos. La inclusión inicial de materiales de archivo en los que los niños saludan y celebran a Hitler excede la invocación de un tiempo pasado. Es también una advertencia sobre los materiales en bruto con los que trabajará esta comedia.
Jojo Rabbit, Estados Unidos-Nueva Zelanda-República Checa, 2019.
Dirigida por Taika Waititi. Escrita por Waititi y Christine Leunens.
Lo misterioso de Jojo Rabbit es que el propio film –empleando la lógica de lo reverso, citada por este Hitler propenso a la idiotez– parece la inversión del propio libro de JoJo y también del de Bauer. ¿No es acaso Jojo Rabbit el film perfecto para advertir en los primeros años de aprendizaje acerca de los peligros de una vida bajo un orden fascista? Por cierto, es aquí donde radica la diferencia entre el filme de Waititi y La vida es bella. El primero no disimula la naturaleza infantil del relato; el segundo, como se ha dicho en varias ocasiones, trata a sus espectadores igual que al niño que lo protagoniza, sin ser una película para niños, sino una fábula seria. En ambos casos, sí, la bandera de los Estados Unidos glosa la llegada de la libertad, subrayados propios de una historiografía que tiene más de un epigrama concebido por un principiante que de otra cosa.
El film propone a un niño de 10 años obsesionado con los arios y su máximo representante en la Tierra. Este no sabe que su madre colabora con la resistencia y oculta a una niña un poco más grande que él en la casa. En este contexto familiar, en el que hay otros secretos y también pérdidas dolorosas, el final de la guerra se intuye, pero el fervor de los convencidos niega cualquier posibilidad de derrota. Así, la Juventud Hitleriana no se rinde, los niños se entrenan, los nazis aniquilan a los judíos y sospechosos y el advenimiento de una utopía fascista está en camino.
Waititi satiriza y se ríe de toda la simbología nazi y los actos concomitantes sin dispensarles un ápice de piedad. Merecen la deshonra y la burla. Pero la naturaleza previsible y didáctica del film retiene cualquier atisbo de lucidez propio de clásicos en la materia como Ser o no ser o El gran dictador, películas clave que eludieron la pedagogía y el reduccionismo. Esto no impide que el film tenga algunos gags divertidos y una escena muy eficaz circunscripta a la pesquisa de un inspector y su equipo en la casa del niño. El resto es conocido, incluso los matices sentimentales con los que se pretende apelar a la benevolencia del espíritu humano, y por más que se cite a Rilke cada tanto, la clarividencia del poeta jamás exime al film de sus propios límites y el deseo de transmitir el triunfo futuro de una vida luminosa.
*Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La Voz del Interior en el mes de enero 2020.
Roger Koza / Copyleft 2020
La vi ayer, superó mis expectativas. Tengo un par de diferencias de apreciación, Roger. No estoy seguro que los clásicos de Lubitsch y Chaplin -sobre todo éste- no fueran filmes didácticos, tal vez su lucidez superior estribaba en que lo eran en el contexto de los hechos mismos. Por otra parte, me parece que el personaje de Rockwell, el oficial alemán degradado, bizco y homosexual, es un acierto importante en la obra, que matiza los reduccionismos y suaviza los trazos gruesos: incluso en el final se redime salvando al niño de la muerte. En esa misma secuencia, está claro que los soldados estadounidenses fusilan prisioneros desarmados que ya no ofrecen resistencia alguna, lo que también introduce una nota oscura en el tono de la alegre liberación bajo bandera norteamericana.
Saludos
Estimado Scotti:
Es cierto lo de los soldados al final; se me pasó escribir sobre eso, porque sí estaba en mi recuerdo del film, visto bastante tiempo atrás.
El personaje de Rockwell tiene lo suyo, también es cierto, pero la ambigüedad de su posición me resulta un poco sospechosa, una expresión y representación de un humanismo residual detrás del convencimiento de la prosa hitleriana. No puedo asentir aquí, sospecho y me pregunto qué entiende un niño frente a ese personaje.
El film, sinceramente, me parece una excelente introducción sobre el tema al mundo infantil. Que se lo considere para un Oscar y lo tomemos muy en serio, es ya un problema de recepción que me tiene perplejo. Sin embargo, es infinitamente mejor a La vida es bella, una de las cosas más lamentables que promocionó unos años atrás esa contienda de millonarios que se reúne en febrero a aplaudirse y llorar en cooperativa.
Sobre C y L: me parece que de toda película lúcida se aprenden cosas, pero las dos mencionadas estaban por encima de cualquier didáctica. Y es muy cierto el valor que le añade el tiempo de producción de las mismas. ¿Quién tendría los huevos en la actualidad, por ejemplo en Brasil, de parodiar a Bolsonaro? (Y este cretino no es ni siquiera comparable al atroz sujeto de bigotes; se entiende que estamos hablando de otro orden).
Saludos.
Hola, hoy vi la pelicula. Una corrección, los soldados que fusilan son rusos no americanos
Cierto, lo descubría después, en este punto se suma a la larga tradición hollywoodense…
Gracias Roger por la respuesta. Pensando en las películas de Lubitsch y Chaplin (aquí sumaría Armas al hombro, realizada cuando la primera guerra mundial no había aún concluido!!!), me parece que habría que sostener la pregunta sobre el humor como forma de conocimiento de la historia o de la realidad en común más en general, aquello a lo que se atrevían Lubitsch y Chaplin y que no podía formularse en sus contextos por otros medios, parece resultarnos hoy a nosotros inviable; lamentablemente.
Abrazo
Tati intuyó el fin de una época motriz y se río entonces del devenir de otra marcha asociada a la americanización del mundo; antes, la mecanización del cuerpo fue prevista por Keaton; Lewis advirtió la tontería en la razón, y los hermanos Marx también exploraron ese mismo problema; y podemos seguir buscando ejemplos tan queridos por todos nosotros, los de otro siglo, que fuimos a la universidad libre del cine. El humor es sin duda una modalidad extraordinaria de conocimiento, aunque para ser muy preciso, creo que este es más bien una inesperada y evolutiva gracia y piedad de la inteligencia para cuestionar las certezas que no son propio del conocimiento o los usos de este para no democratizarlo y así emplearlo a expensas de la clarividencia colectiva. Abrazo panorámico. R