LA CHICA NUEVA
GOLONDRINA
La información se filtra por hendijas breves, los diálogos son escuetos y justos. De allí aprendemos que la soledad del personaje de Mora Arenillas deviene de una reciente orfandad y un viejo abandono paterno, características que donan a su vida callejera en Buenos Aires de un cariz lastimoso y a su huida al sur de total verosimilitud. Arenillas es un ser herido que huye, pero no como esos animales que se refugian en la soledad de una madriguera a lamer sus heridas, ese estadío parece ya haber sucedido y estar escondido en el fuera de campo del pasado. La chica va hacia adelante y enfila su futuro hacia un hermano, un trabajador de una fábrica de celulares de Río Grande, en los bordes fueguinos del fin del mundo.
Tenía unos cortometrajes antes, pero la conocimos verdaderamente en 2017 con Invisible, donde interpretó a una joven que ante la negativa del sistema de salud público busca en la clandestinidad la posibilidad de abortar un embarazo no deseado. Al igual que allí, Mora Arenillas, la chica nueva del título de la ópera prima de Micaela Gonzalo, es la encargada de llevar consigo la focalización del film. Hay una composición rostro céntrica a lo largo de los minutos de La chica nueva: desde el primer momento en que la vemos durmiendo de contrabando en una peluquería y hasta el final, su rostro es eje de su planos y punto de partida hacia los demás. Donde está Arenillas está la mirada, donde mira Arenillas está el punto de vista, donde siente Arenillas está la puesta en escena transmutando según sus compases emocionales. La fotogenia de la actriz es tal que sostiene con el magnetismo de su rostro y sus grandes ojos las primeras secuencias de este film de ritmo creciente: es una película que camina, trota y termina corriendo en sus últimos metros.
La ciudad de Río Grande brota de a gotas por el bokeh de la fotografía. La directora apunta toda su atención hacia las figuras humanas, estas son peso y medida de la concepción espacial. Lo inhóspito y sórdido del paisaje fueguino más que verlo lo imaginamos por las abrigadas ropas que deben llevar los trabajadores dentro de la planta de ensamblaje. La gran maquinaria fabril donde se inserta la protagonista, en lugar de ser arrojada al espectador con planos generales es percibida gracias a los breves movimientos mecanizados de las empleadas, tan particulares y mínimos que señalan con su cualidad de hormiga la gigantez de los engranajes donde se insertan.
La chica nueva de la fábrica entra allí gracias a la ayuda de su hermano, quien, como ella, tiene el anhelo de tener algo propio: una importadora para él y una peluquería para ella. En esta película todo el mundo está detrás del billete. Sistemas de ingresos pasivos fantasiosos similares a los telares de la abundancia son comentados en las charlas de los almuerzos como así también se especula con la importación y venta de electrónica desde Chile. Este flujo alternativo de plata no se manifiesta como vehículo de salvación, la pasión argentina de buscar “salvarse” aparece desdibujada: en lugar de la lotería, la protagonista y su hermano buscan sacarse un ticket fuera de las líneas de montaje, salir del juego y armar el suyo. El problema es el límite y el costo: ella y él son dueños de distintas morales.
Según especialistas, las golondrinas pueden volar decenas de miles de kilómetros en un año. Su casi permanente desplazamiento por territorios y continentes las convierte en aves solitarias, es raro verlas en grandes colonias. Raro, pero no improbable. Algunas investigaciones sugieren que los agrupamientos de golondrinas tienen una fuerte efectividad como respuesta defensiva contra posibles depredadores. La unión de las golondrinas hace a una mayor y más efectiva inquebrantabilidad del conjunto. Metáfora servida y certera la de ver a la protagonista como una de estas aves migratorias que descubre en uno de los últimos recodos del mundo la idea de comunidad.
Arenillas duerme escondida en espacios privados ajenos, roba para subsistir, viaja como polizón en micros para llegar a un destino que la enfrenta con la vida obrera. Es una outcast lanzada en simultáneo a los moldes de la vida y a los placeres del contacto. Un montaje melífluo lleva adelante una secuencia donde la protagonista besa a una compañera en un bosque donde acto seguido emerge un camping compartido con otras compañeras de la fábrica. Los sonidos de estos planos se sobreponen con las imágenes como licuados entre sí para luego cristalizarse como caramelos color arcoíris. Es el momento más suelto de este film árido y seco, es el momento del descubrimiento de un cariño hasta entonces escindido de escena. Pero en la sucesión de la secuencia, esta cadena amor/amistad conoce el añadido un tercer eslabón: el malestar producto por las problemáticas laborales de la fábrica. La dulzura se corta y la discusión sobre las condiciones de trabajo aparece entre las mujeres junto con asperezas que llegan a manifestarse en reproches individuales: que se llame al silencio, que es una trabajadora golondrina, que pude comer y volar y dejar atrás los problemas de la gente del lugar, le reprocha una compañera a Arenillas frente a la misma fogata donde antes todas reían juntas. No hay calma prolongada posible en este escenario injusto, todo ocio, por su condición de existencia contorneada por los tiempos del trabajo, es permeable a las sinuosidades de la vida obrera. Una Arenillas en vísperas de enfrentarse a su propio hermano protagoniza una secuencia con un montaje de una similar liquidez mareada (como la propia mujer en ese momento) donde se decide la toma de la fábrica por parte de los y las trabajadoras para enfrentar despidos y un probable vaciamiento empresarial. El dilema progresivamente amasado a través de los minutos completa su forma en estos tramos: ¿Salvarse por vía individual de yugos propios o apuntar hacia una dura contienda en comunidad?
Este retrato de una joven mujer que encuentra en el sur argentino un lugar donde migrar en busca de un mango que sirva para conseguir algo propio para salirse de los engranajes filosos de una vida en las líneas de montaje, rememora a La omisión de Sebastián Schjaer. Las diferentes búsquedas de los films son ostensibles en un diferenciado direccionamiento de sus fuerzas a partir de este similar interés geográfico y parecido puntapié argumental. Opuesto sentido de tiraje del hilo dramático que ilumina un aspecto fundamental de la película de Gonzalo. En La omisión, Sofía Brito describe un desdibujamiento progresivo de los cimientos de sus motivaciones, encarna a una mujer que esconde progresivamente más de sí que lo que deja entrever en los destellos de una puesta en escena donde late algo torcido, algo escondido detrás de las acciones de los personajes; hay algo omitido (valga el juego con el título) en lo que se muestra de la relación entre la psicología de los sujetos y la realidad de sus acciones materiales que genera un suspenso irresoluto, hay algo corrido del sentido común que deja al espectador con puras preguntas colgando de la cabeza. Decir que La chica nueva no presenta lagunas intrigantes para el espectador sería mentir, pero en el film de Gonzalo los puntos torcidos responden al removido y justificado estado psicológico interno de la protagonista que dota de punto de vista al film; estado psíquico íntimo que si bien es indescifrable no deja de ser lógico en sus acciones comandadas y ordenadas progresivamente por un instinto de supervivencia. Es el retrato de una golondrina herida que paso a paso descubre los beneficios y la belleza de una vida en comunidad. Todo lo que en La omisión es centrípeto aquí es centrífugo: lo que una película deja de la interioridad de los personajes en la bruma de lo no dicho aquí es imantado hacia una resolución y un atisbo de respuesta. En La chica nueva los hilos se unen, los puntos brumosos de la imagen se disipan fotograma a fotograma mientras todo se encamina hacia un último plano: un primer plano más de Arenillas, pero acompañada; una imagen que es una declaración de principios verdaderamente obrera y combativa. Es un final de ruta y un logro, es como si los últimos metros del film buscasen la justificación del tránsito.
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La chica nueva, Argentina, 2021.
Dirigida por Micaela Gonzalo. Escrita por Micaela Gonzalo, Lucía Tebaldi.
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Tomás Guarnaccia / Copyleft 2022
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