LA MIRADA DE LOS OTROS: SOBRE LOS DUEÑOS, HISTORIA DEL MIEDO Y RÉIMON
Por Nicolás Prividera
La literatura argentina es pródiga en relatos que marcan el miedo y extrañeza de una clase poseedora ante el avance de otro amenazante: por no remontarnos hasta sus orígenes en El matadero, mencionemos algunos ejemplos que nos dejó el posperonismo, del fantástico de Casa tomada (Cortazar) al realismo de Cabecita negra (Rozenmacher), o del asedio de La casa del ángel (Guido) a la invasión de La casa (Mujica Lainez). El cine argentino ha reproducido algo de este clima (empezando por las adaptaciones de Torre Nilsson), pero nunca logró expresarlo tan claramente. Mucho menos, desde ya, el llamado Nuevo Cine Argentino (tanto el de los primeros años sesenta como el que reinicia a fines de los noventa), en parte porque ninguno supo muy bien qué hacer con el peronismo (que representaba mayoritariamente a ese otro de clase). La segunda generación del sesenta (1966-1976) vivió esa contradicción a través de su radicalización política, y las nuevas generaciones del nuevo cine argentino (atravesadas por la larga década kirchnerista) parecen por fin sentir la sombra de esa d(e)uda.
Durante el último año surgieron una serie de películas que tal vez no formen una tendencia pero que si dan cuenta de ese viejo pero eludido malestar, empezando por la última película de un cineasta de la generación anterior, que de algún modo replantea su carrera y señala un punto de giro: basta ver las notables diferencias entre El custodio y Réimon. Rodrigo Moreno deja de lado el guión de hierro y los múltiples apoyos internacionales para lanzarse a una película con menos certezas (en todo sentido). Si su cálidamente distante retrato del trabajo de una empleada doméstica no termina de superar sus inquietudes es tal vez porque el film no lleva hasta el final sus presupuestos: la lectura de El capital de Marx es un contrapunto que se convierte en la única voz, frente al silencio de Ramona (a la que ningún lector de Marx llamaría “Réimon”) y los lugares comunes de sus empleadores, de los que nunca sabemos a qué se dedican y por qué leen un texto tan arduo como El Capital (en una película que se preocupa por dejarnos claro de entrada sus propias condiciones de producción a través de un texto que nos informa con qué medios fue realizada). Los lectores parecen los habituales en el NCA (de hecho son los protagonistas de Un mundo misterioso, la anterior película de Moreno): personajes sin atributos (aunque pertenecientes a una tribu reconocible) que leen textos antiguos en un encierro innominado… Lo que cambia no es tampoco la nobleza con que aparece retratada la empleada (cosa habitual a lo largo de la historia del cine argentino, por derecha e izquierda), sino su “elegancia”, por usar el término preciso que utilizó Moreno en su presentación: como si (para escapar del estereotipo igualmente habitual del “feo, sucio y malo”) el film se entregara a una imagen idealizada según su propio espejo (haciendo que Réimon escuche a Debussy).
Algo de esa “culpa de clase” (más habitual en el cine chileno que en el argentino) aparece en Historia del miedo, de Benjamin Naishtat. Pero aquí la armonía deja paso a la tensión, que se expresa en la mirada ambivalente que una clase tiene sobre la otra (asumida concientemente por el propio film): entre el miedo y la fascinación, la película parece retratar precisamente esa dualidad (que habitualmente se decanta en el cine argentino por una u otra vertiente) para terminar postulando que el problema está en la mirada misma (en esa “sensación de inseguridad” que es nuestra diaria noticia cotidiana). En cambio Los dueños, de Agustín Toscano y Ezequiel Radusky (en la que Rodrigo Moreno fue “tutor de guión”), opta por otra innovación: la no idealización de ninguna clase… Lo que no deja de ser otra forma de igualación. Si los anteriores films fueron presentados en Alemania, Los dueños viene bendecido por el festival de Cannes, donde incluso obtuvo una mención. Se entiende: el film logra calibrar una puesta en escena moderna con un contenido clásico (el aludido al inicio de esta nota: la “casa tomada”): como una suerte de conciliación entre la amorosa crueldad de Buñuel y el costumbrismo latinoamericano.
La clave está en cómo estas películas le dan voz a los otros: la música como lengua franca en Reimon, el silencio en Historia del miedo (ya que los personajes parecen expresarse más bien por gestos, como en la escena que le da cierre y afiche), y finalmente la risa en Los dueños (la más cercana a la inversión carnavalesca, pero siempre desde una puesta en escena que marca el límite). Se podría decir que estos films pasan en su relación con el otro de clase por todos los estados por los que pasa el personaje de Rosario Blefari en Los dueños (como si “Silvia Prieto” se reconociera finalmente en sus hijos del NCA): curiosidad, deseo, rechazo. La violencia latente vuelve así como farsa: en ese malentendido también podemos ver la presencia de Marx, ese fantasma que retorna sin resolución posible.
Nicolás Prividera / Copyleft 2014
…Algo de esa ‘tensión de clases’ vibraba en ‘El Hombre de al Lado’, ¿no?…
Sí, es verdad, pero el problema de ese film es el punto de vista y el mismo está dado en cómo constituye su mirada a partir de no ver nunca cómo ve el otro. De allí que la ventana del otro jamás es visitada. RK
Sin duda «El hombre de al lado» entra en el corpus (y de algún modo lo reinaugura o reconfigura en el NCA). Es una película con muchos problemas (interesantes, claro) pero no por no asomarse a «la ventana del otro» (algo que «Los dueños» hace sin pudor y con menos sutileza) sino por terminar expresando esa «culpa de clase» en el modo estereotípico con que retrata a los agonistas de clase. No es curioso entonces que Spregelburd (un descubrimiento para el cine en ese momento) termina siendo encasillado en ese tipo de personaje (basta ver las recientes «El crítico» y «El escarabajo de oro»), si bien ha demostrado que podría ponerse en el papel de Araoz (como lo demuestra en «La ronda»). Pero lo peor es que en esas películas la clase no está puesta concientemente en juego.
De acuerdo Roger, por otra parte la puesta en escena de El hombre de al lado -que recuerda a las producciones televisivas de la TV pública- marca los límites de la propia mirada de los directores. Allí donde debía forzar los lugares comunes -que no son su punto de partida sino su horizonte-, el film se resuelve en una mueca vacía que se vale del espacio de una clase para no trascenderlo jamás: Rico= individualista, pobre = solidario y una película para constatar la fórmula… Si el mundo fuera tan simple como cierto cine quiere presentárnoslo, la obra de Marx sería innecesaria. Muy buena la nota de Niciolás. Espero poder pescar alguna de las películas.
Saludos
He tenido oportunidad de ver, en distintos momentos, las tres películas que Ud. analiza. Pero quiero detenerme en particular en las afirmaciones que hace respecto de “Réimon”, alguna de las cuales no entiendo y otras que me parecen injustas. Vayamos por parte.
Ud. afirma: “la lectura de El capital de Marx es un contrapunto que se convierte en la única voz, frente al silencio de Ramona”. Esto es falso, porque olvida por completo la larga escena inicial donde Ramona comparte un asado con lo que parecen sus familiares y amigos, y se habla y mucho. Y aquí las palabras, no solo importan por lo que se dice sino por lo que aportan como “sonido” natural a la composición plástica de la escena. Moreno ha logrado capar con habilidad ese clima distendido de un almuerzo familiar desarrollado en la misma casa de Ramona, donde ella además oficia de cocinera, y donde su condición clase no solo queda bien reflejada en la frescura de la improvisación de los diálogos, sino en el retrato del espacio donde transcurre la acción. Luego Ud. agrega: “(a la que ningún lector de Marx llamaría “Réimon”)” ¿Por qué? Sinceramente no entiendo esta afirmación.
Sigamos con otras de sus consideraciones: “y los lugares comunes de sus empleadores” Me gustaría saber a que escenas en particular se está refiriendo Ud. Salvo en el caso de la pareja que está leyendo El Capital, los empleadores de Ramona están fuera de campo. Y respecto a la pareja que lee la obra de Marx, está la escena del regalo de la ropa, y aquí si voy a coincidir con su mirada respecto a que Moreno cae en un lugar común. Pero la escena siguiente en que Réimon, revisa la ropa y descarta prácticamente todo lo que su empleadora le obsequia oficia con un acto de repudio silencioso al gesto caritativo de su patrona.
“..de los que nunca sabemos a qué se dedican” . No entiendo cual es la importancia de conocer la ocupación de los empleadores y en que desmerece al filme de Moreno que ignoremos este dato.
“…y por qué leen un texto tan arduo como El Capital” Me parece mucho más importante que interrogarse porque leen El Capital, plantearse que parte de El Capital están leyendo. Por que lo que se escucha en pantalla, es un párrafo para nada abstracto y sumamente pertinente a la vida de Ramona y accesible para todo el público sin hacer un gran esfuerzo de concentración. Desconozco si Moreno ha estudiado o leído El Capital, si se hizo asesorar para seleccionar el párrafo que leen alternadamente los miembros de la joven pareja, o si abrió al azar el libro, pero me parece un error en su análisis, pasar por alto el contenido de lo que se lee y en el tono y la forma en que se lo lee, que también habla mucho de los empleadores de Ramona.
Calificar de “ardua” una obra como El Capital, es un calificativo que el propio Marx jamás hubiera aceptado, ya que su principal interés fue que sea leída, estudiada y entendida por la propia clase obrera de su época. Apenas llegaron a sus manos los primeros ejemplares, el deseó conocer la opinión de los obreros que frecuentaban su casa. Y esta meta de Marx, de hacer una obra accesible a la clase obrera de su tiempo, fue tan importante para él, que cuando sale la edición francesa, todavía en vida Marx, y que él no tradujo pero supervisó y aprobó, apoyó la idea de que se publicara en fascículos, para que los obreros franceses no se intimidarán con la extensión de la obra y le fuera más accesible comprarla.
Hay muchas cosas más para rescatar de la película Moreno, pero dejo por el momento aquí a la espera de su respuesta.
Jorge:
1) No olvido por completo la escena inicial (es más bien la película la que lo olvida, ya que nunca volvemos a ese clima): de hecho usted mismo llama “sonido” a esos diálogos de fondo, que solo aportan “a la composición plástica de la escena” (o más bien a la situación del personaje). Es un punto de partida al que nunca se vuelve. Pero no se trata tampoco de que frente a ese “silencio” (cercano al de “Historia del miedo”) se deba imponer la festividad impostada de “Los dueños”: simplemente se trata de no naturalizar nada (algo que cualquier lector de Marx reconoce como primera lección).
2) Por eso, si bien ninguno de los personajes parecen tener una palabra propia, es más llamativo aun en el retrato de los empleadores (evidentes representantes de clase del director). Y los lugares comunes (efectivamente, me refiero a la escena de la ropa) son más llamativos aun en lectores de El Capital (aunque más no sea por sobreactuación progresista): no se puede leer a Marx sin algún estremecimiento de la autoconciencia.
3) Por eso digo que ningún lector asiduo de Marx (es decir, que lo lea como en el film, con aparente ánimo de estudio) llamaría a su empleada por otro nombre que el propio o el que suela usar. Pero “Reimon” claramente no le pertenece a ella. De hecho es el nombre de la película, que lo erige como título: se podría ver en eso una (auto)crítica a esa mirada candorosamente paternalista, pero la película no parece asumir esa distancia en el retrato de la propia clase (no hay ironía, digamos).
4) En ese sentido, “la importancia de conocer la ocupación de los empleadores” está dada por el mismo film, que se inicia con una larga explicación de sus condiciones de producción y luego se toma el resto del tiempo para retratar las de su protagonista. Y obviamente esa incógnita no deja vislumbrar “por qué leen El Capital” (y porque parecen no poder comprender que es “sumamente pertinente a la vida de Ramona”). Ahí puede verse una crítica, claro, pero no sabemos de qué: ¿de una clase social? ¿de los muchachos del NCA? “El tono y la forma en que se lo lee” (incluso el modo en que uno de los personajes sostiene la mirada a cámara luego de hacerlo) queda en un espacio que más que ambiguo termina siendo neutral (no es, para remitir a una referencia clara que la película menta, “La Chinoise”).
5) El Capital es una obra ardua, si (incluso para el propio Marx, que no llegó a completarla). Marx escribió desde notas urgentes a libros como este que le demandaron años: sabía perfectamente la diferencia entre una obra de barricada como el “manifiesto” o un texto de largo aliento como este. Porque sobre todo sabía que así como él pudo escribirlo gracias a que no tenía que ejercer un demandante trabajo proletario, su lectura y comprensión también demandaba ese tiempo que la clase obrera consumía en generar su propia manutención (incluido su propio servicio doméstico…). “Reimon” habla de eso, claro, pero la distancia entre Marx y sus lectores expresa más que de la distancia entre épocas: señala que aun en hombres lúcidos (y sin duda Moreno lo es) la autoconciencia tiene un límite.
Sigamos analizando la película de Moreno, porque aún queda mucha tela para cortar.
Si en el post anterior intenté defender algunas cosas, aquí me voy a enfocar en aspectos que considero negativos.
Hay varias películas que en los últimos tiempos han abordado como personaje central a la empleada doméstica o trabajadores con roles afines. Aquí, en Córdoba, a modo de ejemplo, Matías Herrera, dirigió “Criada” (2009), película que no vi, y que en realidad está ambientada en Catamarca, pero que conozco que gozó de buenas críticas. Pero tanto en el caso de “Criada” como en el de “Los dueños”, el rol de los trabajadores se ambienta en un medio rural, y más cerca de la figura del “casero” que de la empleada doméstica urbana que retrata el filme de Moreno. También está “La Nana”, un filme chileno que, mas allá de sus virtudes o defectos, refiere a un país en el que el trabajo doméstico está mucho más cerca de la servidumbre aristocrática, que de un servicio utilizado por la clase media, como ocurre aún hoy en Argentina. Así que, creo que el mérito del filme Moreno es grande, aunque sea tan solo por haber elegido este tema y situarlo en plena Buenos Aires, y en sectores de clase media (condición de clase que queda, en parte, definida por las características de los departamentos que debe limpiar Ramona, aunque como dice Prividera, no sepamos en que trabajan sus empleadores).
Un detalle que me llamó la atención, antes de ingresar a la sala, era la duración de “Réimon”. Escasos 72 minutos. Si además restamos los 3 o 4 minutos iniciales que refieren a los datos financieros y a las dificultades de la realización del filme, nos queda poco más de una hora dedicadas a contar la historia propiamente dicha. Todo una rareza, que rompe con los standards impuesto por Hollywood, de una duración media de dos horas por filme (lo que asegura un número de funciones diarias apropiadas a la rentabilidad de la cadena de producción y distribución). La breve duración del filme de Moreno, me generaba un interrogante: o el director poseía un gran poder de síntesis, o no sabía, no quería o no podía analizar al personaje desde perspectivas más diversas que las que finalmente se ven en el filme. Lamentablemente, creo que Moreno dejo afuera de su película muchos temas críticos. Uno de ellos, fundamental, es el rol del dinero y de la forma en que circula entre patrones y empleados en la Argentina. Hay dos momentos donde el dinero aparece en escena mediando las relaciones entre Ramona y sus empleadores. En una de ellas, vemos que Ramona recoge unos billetes, dejados sobre una mesada de la cocina. Suponemos que es su paga, que está junto a una nota, donde parecen estar las instrucciones para las tareas del día. No firma nada, porque no hay recibo, así que podemos deducir que su empleo, al menos en ese lugar, es en “negro”. En un país que tiene un 90% de sus empleadas domésticas en “negro” (junto con la construcción, son los dos gremios más golpeados por la informalidad laboral), resulta casi imperdonable, que Moreno no haya encontrado la forma de introducir este tema en su obra, cuando encima le “sobraba” una hora de película.
El otro momento en que el dinero hace su aparición física, ocurre en una escena indignante y que sintetiza como pocas los prejuicios de clase del director y las miradas “pseudo progre” hacia el sector social que componen las empleadas domésticas. Es hasta risueña, si uno piensa en los enredos en que se meten algunos cineastas, cuando no saben como abordar la mirada hacia otras clases sociales. En esta escena se confirma como pocas las dificultades destacadas por Prividera. El solo hecho de haber creado la escena, lo desnuda por completo a Moreno en su mirada prejuiciosa. Porque bien pensado, es una escena inútil o innecesaria, para alguien que tenga ideas más claras de cómo retratar a los que son de su propia clase. Me refiero al instante en que Ramona, limpiando el escritorio de otro de los lugares donde trabaja, encuentra algunos billetes desparramados. No parece una suma importante, pero justamente por eso, no habría demasiado problema en que Ramona se los llevara. Pero de haber elegido esta salida, Moreno se habría sentido culpable de tratar a Ramona como una ladrona. Pero, ¿que hace entonces Moreno?, nos muestra la honestidad de Ramona, acomodando ese dinero en un lugar más apropiado del escritorio, como para que convengamos que no todas las domésticas son “chorras”. Elige la salida hipócrita de mostrarla como una chica honesta.
Continuará
La mirada no deja de hablar de su propio punto ciego, y eso se puede ver también en ciertas «críticas»: el comentario anterior presupone que la empleada debería haber tomado el dinero, sin ver que (como decía Roger en su reseña) esa expectativa -por no decir prejuicio- es precisamente lo que la película pretende cuestionar… El problema en todo caso es la posibilidad de caer en una idealización del Otro (trampa en la que se cuidó de caer Buñuel). Pero plantearlo como una «salida hipócrita» es demasiado…
(Y además demasiado simplista, o directamente equivocado, como hablar del «los standards impuesto por Hollywood, de una duración media de dos horas por filme (lo que asegura un número de funciones diarias apropiadas a la rentabilidad de la cadena de producción y distribución)»: si así fuera sin duda Hollywood preferiría la duración de «Reimon»… que por otra parte tampoco es extraña. Hay muchas películas de poco más de una hora de duración -que es lo estipulado para ser consideradas largometrajes-, así como cada vez más hay novelas de apenas un centenar de páginas… Y eso también tiene que ver con como entiende los tiempos la cultura contemporánea. Y el mercado, claro.)
En fin: antes de seguir cortando tela hay que afilar la tijera.
Linda nota, no se por que pero me recuerda a muchas cosas que vi en la materia sociología de la uba (materia «abre cabezas» si las hay)
Sin ninguna intención de poner un wall of text, tengo que decir que en esta especie de «cliche» de dramas de clases en el cine argentino que se da en estas 3 peliculas mencionadas, solo banco a Moreno. El único que cuando lo escucho le noto conceptos extremadamente claros en todos los puntos de vista, siguiendo un camino bien claro y decidido.
Entre reimon y las otras 2 noto un abismo de diferencia.
Moreno también omitió en su filme, en el vínculo entre las clases, tanto lo que se refiere a lo cultural como a lo afectivo. El trabajo doméstico, al menos como se ejerce en Argentina, genera una interacción muy rica entre empleador y empleada. La convivencia obligada, aunque sea por unas horas, en la intimidad del hogar del empleador, forja un vínculo de una complejidad, emocional, afectiva y cultural que no podemos encontrar en ningún otro trabajo asalariado. Al dejar fuera de campo a la casi totalidad de los empleadores, “Réimon” pierde la posibilidad de hacer un abordaje de toda esta problemática.
Una película que me viene a la mente, que exploró estos temas, aunque con suerte diversa y con un estilo muy diferente, es Espanglish (2004) dirigida por James Brooks con Adam Sandler, Téa Leoni y Paz Vega (esta última, en el rol de la empleada doméstica de origen mexicano, y con una hija a cuesta, lo que aporta el agravante de la barrera idiomática a la que hace referencia el título)
Otra cuestión apenas insinuada por Moreno en su filme, es el del acoso laboral. La escena en que el muchacho que lee El Capital, salta de la cama y pone música, e invita (¿u obliga?) a Ramona a bailar unos pasos con él, tiene la virtud de poner en evidencia la difusa frontera entra los pedidos lícitos ( los referidos directamente a las tareas domésticas habituales: limpieza, lavado y planchado) y los ilícitos: el querer utilizar a la empleada para un rol que no debe ni quiere cumplir: el jugar el papel de una especie de acompañante de la diversión de sus amos. Y esto nos lleva a otro tema más escabroso: el abuso sexual (intentado y/o concretado) que en la película no es tampoco abordado. Hace escasos días, el gremio que agrupa a las empleadas domésticas en la ciudad de Córdoba, dio a conocer varias denuncias sobre esta cuestión. Y paradoja o no, la mayoría de los abusos a sus afiliadas ocurrieron en viviendas ubicadas en barrios cerrados de alto poder adquisitivo.
El sector de las empleadas domésticas, está regido en Argentina, en cuanto a sus derechos y obligaciones por un obsoleto decreto ley del año 1956. Hace poco tiempo, se logró en el Congreso la sanción de una nueva ley, que todavía no está reglamentada, y que actualiza y mejora la protección de este sector social tan explotado y marginado. Pero como el trabajo en negro es del 90%, serán pocas las trabajadoras que se beneficiaran realmente de este avance.
Un dato curioso (o no tanto, considerando los pavorosos índices de marginalidad laboral), es que la legislación laboral para el sector, sea poco conocida por contadores y abogados que se especializan en temas laborales. Entonces el gremio, al menos en la ciudad de Córdoba donde yo vivo, es el único que conoce a fondo la ley que las rige, y cumple el rol, entre otros, de asesorar, no solo a su afiliados sino también… ¡a los empleadores! Esa experiencia la he vivido personalmente en varias oportunidades, ya que trabaja en mi casa una empleada desde hace 13 años, y ha ocurrido más de una vez que debí concurrir al gremio para sacarme alguna duda. Además esa consulta hay que pagarla (para sus afiliadas es por supuesto gratuita).
Y relacionando esto con la película de Moreno, ¡que gracioso hubiera resultado una escena con esa situación! ¡La patronal consultando en el gremio de su empleado!. Pero no, no hay nada de esto. Claro, Moreno tiene el derecho de decidir que temas tratar y que formas va a utilizar. Pero entonces su filme, como el de cualquier otro cineasta, queda definido ideológicamente no solo por lo que decide mostrar y como mostrarlo, sino por todo lo que elige dejar afuera.