LA MUJER SIN CABEZA
LA NIÑA SALTA
por Nicolás Prividera
En los últimos juegos olímpicos, la atleta rusa Elena Isinbaeva rompió el récord olímpico femenino de salto con garrocha: en su tercer intento logró saltar 4,95 metros, altura a la que había llevado el listón para superar su propio récord olímpico, establecido en Atenas hace cuatro años.(Su gran rival, Jennifer Stuczynski, falló en 4,85 metros, la altura que Isinbaeva logró saltar en su primer intento.) Cuando vi la desazón de sus competidoras volví a entender por qué cuando aparece alguien así en el horizonte, el resto de los que practican su actividad no pueden sino sentirse penosos Salieris. Ese odio (que genera en ciertos círculos quien inevitablemente los opaca) explica también la propagación del supuesto abucheo en Cannes a La mujer sin cabeza. Pues Lucrecia Martel siempre parece a punto de subir el listón y dejar al resto de su generación atrás. Y sin embargo… Hay algo abrumador en ese exceso de talento, como si hubiera llegado a un límite. Pero tal vez sólo sea el signo de un inminente salto hacia otra dirección.
1. La mujer sin cabeza parece cerrar un ciclo, volviendo al inicio cenagoso del que surgió su cine: se presiente un cambio de piel, una transformación, algo familiar pero extraño que se arrastra en las sombras, sin dejarse nombrar. Esa presencia de lo siniestro ya estaba también en sus títulos anteriores: La ciénaga (un espacio geográfico, social, mental) y La niña santa (una condición tan evanescente como material). En las tres películas se enuncia desde el título la apariencia de lo femenino y de lo fantástico, pero el género no se condensa nunca (no es «femenino» ni de «terror»), y esa es la economía política de sus films: el centro está elidido (es un sentido siempre puesto en cuestión), así como sus personajes son cautivos de fuerzas que los silencian.
2. Como en El desierto rojo de Antonioni, como en La muerte de un ciclista de Bardem (elidido en la primera, subrayado en la segunda), en el centro de La mujer sin cabeza hay un accidente que trastoca un orden aparente y deja al descubierto sus fisuras. Pero el pathos está inevitablemente mas cercano al de su contemporánea Paranoid Park (no en vano el foco sobre el protagonista recuerda el mismo procedimiento en Elephant, otra película emblemática de Gus Van Sant), aunque las películas de Martel no funcionan en base a los habituales planos-secuencia del cine contemporáneo, sino a través de una metódica imbricación de superficies (visuales y sonoras). Con la disciplina de quien entiende (más que muchos de sus coetáneos) que el cine es antes que nada el arte de componer los planos (un arte «de cámara», en el sentido mas musical de la palabra): La mujer sin cabeza nos recuerda a cada momento que el cine es, ante todo, una experiencia.
3. Las películas de Martel siempre rozan el horror, como efluvios del estilo lateral de Val Lewton: son pura sugestión (es decir: una exteriorización de lo imaginario). La elusión genera literal expectación: la sensación ominosa de que algo está por ocurrir (o que ya ocurrió, en algún momento oscuro e ignorado). En cierto modo, si buscáramos en ese territorio algún parentesco para La mujer sin cabeza, lo encontraríamos en una de las películas que redefinió el género: Rosemary’s baby, de Roman Polanski. Ahí también tenemos a una mujer supuestamente perturbada enfrentando una conspiración imperfecta, a la que finalmente se entrega. Si el terror siempre pone en escena una amenaza, el núcleo de un disturbio, en el mundo contemporáneo no hace mas que cambiar de signo: si antes venía del exterior, ahora lo hace del interior: Ese doble juego de tensiones (atracción-repulsión / interno-externo) define perfectamente el mundo cerrado de la trilogía salteña.
4. Martel pinta su aldea (Salta, Argentina) y a la vez, según el axioma de Tolstoi, nos entrega una visión del mundo. Y en el mismo movimiento muestra cómo bajo la superficie de ese aparente realismo se mueven otras corrientes, otras aguas más oscuras. Porque en el cine de Martel la realidad muestra las grietas de la apariencia. Tras lo cotidiano se adivina un constante malestar, un mundo al borde del estallido. ¿Realismo, fantástico, alegoría? Todo a un mismo tiempo: y esa múltiple capacidad de alusión es la que lo hace única (no sólo en el cine argentino, aunque dialogue particularmente con él).
5. En cierto modo, pareciera que La mujer sin cabeza no sólo clausura una etapa de su cine, sino que amenaza con llevarse por delante (como en su momento lo hizo La ciénaga) todo el «Nuevo Cine Argentino», cuyos temas agota llevándolos al límite: sea rozando la autorreflexión (como por ejemplo con el personaje de Ines Efron, que parece una involuntaria parodia del estereotipo de los adolescentes al borde) o enrareciendo su proverbial realismo (y en esto se ve su cualidad corrosiva: ya no podemos ver inocentemente el resto del NCA después de enfrentarnos al universo Martel): en La mujer sin cabeza aparece el mundo de los otros como espacio espectral (como si literalizara ese espacio informe que suele tener en el NCA), como si estuviera expiando sus culpas.
6. El cine de Lucrecia Martel nació con el síndrome Welles: La ciénaga era una opera prima perfecta, de una madurez infrecuente. En La mujer sin cabeza el domino total de su arte amenaza con volverlo superfluo (se trata esta vez del síndrome Eisenstein: el riesgo de la pura demostración de fuerzas): una gran virtuosismo técnico, un tour de force tras el cual uno empieza a preguntarse qué sentido tiene esa ejecución perfecta, si finalmente oculta una moraleja banal o no hace mas que decirnos lo que ya sabíamos. Y es que el mayor problema de La mujer sin cabeza es llegar a convertirse en película de tesis, en un doble sentido: como consecución de una parábola milimétricamente prevista y como brillante ejercicio de estilo para el aplauso. (Sin embargo no puedo dejar de rendirme ante su rigurosidad formal, tal vez porque mas allá del admirable desconcierto que genera en los espectadores, Lucrecia explicita en su última película un tema que me interesa demasiado: el modo en que una clase encubre su dominación, material y simbólica. El discreto encantamiento de la burguesía.)
7. La mujer sin cabeza es, al fin y al cabo, una gran lección de «diseño de imagen y sonido». No solo por aprovechar el scope para jugar magistralmente con todas las posibilidades del plano (fuera de campo, desenfoque, segundo plano) o por demostrar que el tiempo es, mas que un puro fluir, una cuestión de cadencia. La densidad de su lenguaje no es solo «cinematográfica»: el oído de Martel para la oralidad es algo excepcional en el cine argentino (y solo comparable al trabajo de escritores como Manuel Puig, que han hecho de la exploración del habla popular toda una literatura). «No pasa nada», repite alguien en un momento nada trivial: esa frase, que podría resumir la impronta insignificante de cierto cine contemporáneo, es lo que estalla silenciosamente en el sutil universo de Lucrecia. Porque mientras nada parece pasar, algo acecha en lo profundo: el miedo al derrumbe de lo establecido. Martel filma el invisible temor corporativo, el omnipresente régimen introyectado. Y su proyectada versión de El eternauta es en ese sentido un desafío renovado: cómo seguir eludiendo el terror explícito para mostrar su continuo rumor, la amenaza de su silenciosa invasión. Sea como sea, parece el comienzo de otras inquisiciones. Bienvenido sea el salto.
FOTOS: 1) fotograma de La mujer sin cabeza; 2) Lucrecia Martel.
Copyleft 2008 / Nicolás Prividera
Es cierto, ver una pelicula de Martel obliga a replantearse todo el cine contemporaneo a ella. Es la cualidad de los grandes artistas.
Y no puedo imaginarme como será su versión de «El eternauta». Eso también habla de como los grandes directores siempre están por delante del espectador, nunca complaciéndolo servilmente.
Estupendo análisis. Nicolás, gracias por tus textos.
Hay una frase famosa de Borges sobre O’Neill y Faulkner que define muy bien el cine de Lucrecia Martel: «uno a veces no sabe lo que sucede, pero uno sabe que lo que sucede es terrible».
Muy buena la crítica. Me gustó en particular el punto 6, en el que está perfectamente articulado algo que se me ocurrió pensar cuando salí de la sala. Saludos.
«Lucrecia explicita en su última película (…) el modo en que una clase encubre su dominación, material y simbólica. El discreto encantamiento de la burguesía». Exacto. Desde allí se resignifica (casi) todo el NCA: desde la obscenidad del muerto que se mata para ir a Cannes con el “europeizado cadáver de la moda” hasta las recientes infecciones virales… (mi PC que, casualmente, tiene virus me llevó, sin ninguna casualidad, a la siguiente entrada de Wikipedia: “La vacuna (del latín vaccinus-a-um, ‘vacuno’; de vacca-ae, ‘vaca’) es un preparado de antígenos que una vez dentro del organismo provoca una respuesta de ataque, denominada anticuerpo. Esta respuesta genera memoria inmunológica produciendo, en la mayoría de los casos, inmunidad permanente frente a la enfermedad…”. Mi PC, además de virus, tiene un humor espantoso…)
Buenas!.
Prividera, ¿usted es porteño verdad?
Digo por lo de «el oído de Martel para la oralidad es algo excepcional en el cine argentino (y solo comparable al trabajo de escritores como Manuel Puig, que han hecho de la exploración del habla popular toda una literatura).»
Me parece un poco excesiva la comparación. Remite quizás a un conocimiento del «habla popular» solo a través de la literatura, de alguien a quien le es ajeno el mundo social de las regiones del interior del país. O bien esa afirmación está en comparación con otras películas, con lo cual si, le damos la razón.
Lo de Martel es bueno en ese sentido, en el querer encarar esa exploración. Pero igualmente es una cuestión de la dirección de los actores. No puede evitar la sobreactuación.
El centralismo de Buenos Aires es pernicioso. No hay grandes actores salteños, tucumanos, entrerrianos, correntinos, etc que puedan llegar la pantalla y mostrar con naturalidad los matices del habla regional.
Salud!
La crítica, muy bien hecha, embellece a la película. Los comentarios también aportan lo suyo, me alegro para ver a L. Martel contar con internet.
Esta pelicula es una PUTA VERGÜENZA!! ¿Esto tiene guion? La mujer sin cabeza es ella misma, la Martel! Andate a Marte!!!
¿Y luego se sorprende de que la abucheen en Cannes?
lo unico bueno que hizo martel fue la ciénaga, aunque tambien en aquella época éramos mas ingenuos. CADA vez se hace mas dificil soportar ciertas manipulaciones.
Me gusto mucho el comienzo de tu artículo, no se si lo entendí bien pero me parece que lucrecia no es comprendida aún porque ella a entrado a una nueva esfera cinematográfica.
Particularmente pienso que l cine es un arte personal y nadie puede dar la ultima palabra sobre que es arte, que no lo es. Además de tomar en cuenta que el mundo es diverso y al mismo tiempo la percepción de cada sociedad. Debería ya ser hora de crear una forma personal de ver cine latinoamericano, libre de críticas extranjeras y más bien formar un cine inmerso en el propio contexto en el que se crea.
Es difícil que todos critiquemos el cine de la misma manera. la valoración de cada elemento cinematográfico es distinto para cada persona. Sin embargo la belleza de este arte radica justamente en la total libertad, el poder disfrutar de lo que más nos apasiona, de lo que más nos llama la atención, de lo que nos produce esa catársis. A mi me gustó la ciénaga genuinamente porque amo las alegorías, las metáforas y la cotidianidad, pero esa soy yo.
Hat total libertad señores, mientras un grupo lo disfrute de lo que considera «arte» esta bien. Si a alguien no lo gusta, disfruta otras películas y punto.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que Lucrecia sabe lo que hace y lo que quiere contar lo cuenta bien aunque solo un grupo, que quiza guste de lo mismo que ella gusto en su momento, la comprenda. Vale. Lucrecia, vale.