LA ROSA AZUL DE NOVALIS / A ROSA AZUL DE NOVALIS
EL DESINHIBIDO
El retrato tiene su genealogía en la pintura. Un rey, una princesa u otros hombres y mujeres que gozaban de los medios requeridos comisionaban a un artista de prestigio para que dejara en el lienzo el semblante más fiel de ellos mismos, una dimensión singular que solamente el ojo avezado puede desplazar de la percepción física a la expresión estética. A muchos pintores, por otro lado, les interesó retratar la vida de los anónimos. La mirada de un campesino, un zapatero, una hilandera. Célebres o desconocidos, fijar la mirada sobre alguien consiste en reconocer la intersección de lo propio y distintivo con lo universal; en los grandes retratos coexisten tales antagonismos.
Marcelo Diorio no está lejos de cumplir 40 años, sobrevive al SIDA sin rastro alguno de las viejas humillaciones que ocasionaba ese virus a sus portadores, ostenta un conocimiento variado sobre ciencia y cultura y nada de lo que dice lo posiciona como una celebridad de nuestro tiempo. Si bien puede avisar que en una vida pasada ha sido un guerrero en Asia o que en otra posterior fue Georg Philipp Friedrich von Hardenberg, el filósofo y poeta romántico alemán conocido como Novalis, más allá de que ni él mismo tome en serio esa creencia, el interés que suscita su propia vida frente a cámara reside en que se trata de un hombre prototípico de nuestra época. ¿Quién o que es Diorio?
El plano inicial es literalmente un plano medio del agujero del ano del retratado. El plano que clausura La rosa azul de Novalis no es otra cosa que un zoom lúdico que culmina en el interior del ano. Si el inicio y el fin pueden escandalizar a los guardianes de los placeres no reproductivos y paladines de la moral, pues bien, la película incluye una eyaculación como si se tratara de una ilustración victoriana y una felación musicalizada con compases de Domenico Scarlatti. A tales acciones y exposiciones se añade el personaje mismo mirando a cámara y contando toda su vida mientras recorre su casa, intercalado por tres representaciones ingeniosas de algunos momentos de su historia.
La fuerza de este nuevo retrato en manos del valiente cineasta Gustavo Vinagre, aquí en codirección con Rodrigo Carneiro, radica en haber hallado a un personaje tan complejo como modélico de la subjetividad de clase media de este siglo, alguien que intuye que el mundo es un universo devastado y en el que solamente resta por extraer de este instantes de placer y serenidad. Pero la película tiene un plus: la desinhibición del retratado. Ese gesto nada tiene que ver con el exhibicionismo, es más que nada un misterioso don del espíritu por el que se ha dejado de sentir vergüenza, un signo cercano a la libertad.
La desinhibición no es solo del personaje, también alcanza a los que están detrás de cámara y estos son ocasionalmente interpelados por el propio Marcelo, como si les reclamara estar a la altura de su desenvolvimiento. Y Vinagre y Carneiro no temen esto. En efecto, un coito se filma sin ninguna solemnidad travestida como pasaje desvergonzado y sin investir esa circunstancia placentera con la patina de una transgresión. Esa escena, como cualquier otra, por citar un caso la del simpatiquísimo baño de culo en leche de almendras que toma Marcelo o una más controversial como la del esparcimiento de semen en la cara del personaje, son unas entre otras. Todo lo que está en el plano, incluyendo el travelling en zoom en interior del ano que, debido a un instrumento erótico, se dilata más de la cuenta y puede entonces cobijar los hallazgos visuales del lente que inspecciona la interioridad oscura, es orgánico a las decisiones generales de puesta en escena. Nada es forzado, menos todavía se intenta escandalizar.
Es que el retrato tiene que ser completo, y esas escenas no son prescindibles. El pasado y el presente, lo familiar y lo propio, las acciones intrascendentes y los placeres intensos, las palabras al paso y la especulación delirante, aunque secretamente articulada, develan la personalidad de Marcelo, dispuesto a mostrarse sin restricciones, porque así lo requiere el propósito del film. Un retrato del siglo XXI asume que todo lo privado puede devenir en materia pública. No hay secretos, hasta los orificios y sus interiores pueden ser filmados.
Frente a un personaje sin restricciones de ningún tipo, los cineastas optan, con todo, por una cierta moderación de estilo. Como entienden que basta filmar al personaje y que este diga o realice lo que se le dé la gana, solamente en contadas oportunidades añaden escenificaciones pertinentes, como la despedida a un muerto en su sepelio, o una sobreimpresión sobre los ojos del personaje donde se pueden mirar escenas de su infancia. Son motivos que remiten siempre al pasado del personaje, una modalidad elegida para incluir en el registro eventos remotos. Fuera de esas escenas, la puesta es minimalista, porque no necesita otra cosa que el personaje dirigiéndose a cámara, incluso si está cogiendo.
En algún aforismo de La gaya ciencia, el famoso filósofo alemán Friedrich Nietzsche decía que el sello de la libertad alcanzada no era otra cosa que dejar de avergonzarse de uno mismo. Lo que también dijo sin gritar aquel divertido sabio de la insolencia y especialista en la transvaloración de todos los valores fue que la libertad no tiene relación alguna con la felicidad, otro término que goza de un prestigio acrítico y viaja de boca en boca, término promiscuo si los hay de nuestro vocabulario liberal. En esto, la modesta molestia o, ahora sí, transgresión maldita que lanza este Novalis del siglo XXI consiste en disociar el ejercicio de la libertad de la dicha y el bienestar. Nada lo detiene, menos aún le preocupa qué puede decirse de él. Su libertad es indesmentible, como también la indisimulada aceptación de no saber qué hacer de su vida y la insatisfacción ubicua que tiñe cada acto de su paso por el mundo.
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La rosa azul de Novalis / A Rosa Azul de Novalis, Brasil, 2019.
Dirigida por Rodrigo Carneiro, Gustavo Vinagre. Escrita por G. Vinagre y Marcelo Diorio.
*Esta reseña fue publicada en otra versión por el diario La Voz del Interior en el mes de septiembre
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