LAS BUENAS INTENCIONES
MODELO ’90
Toda época cuenta con sus signos propios. Un tema musical, la marca de una bebida, un modelo de automóvil, un teléfono fijo inalámbrico, un corpiño, una guitarra glosan un tiempo; incluso las formas de almacenar los recuerdos expresan un período de una tecnología y una manera de corroborar el paso del tiempo. A la joven directora Ana García Blaya no le resulta desconocido todo esto, porque en su ópera prima abundan los detalles como gramática del mundo que escenifica. Pero no es allí donde reside su mayor conquista. Una época es también una configuración de la vida íntima y los vínculos. Y es esto lo que se desplieg
a en este film sobre las peripecias afectivas de una familia en la era menemista
En Argentina, casi siempre se ha vivido en crisis económica; según el destino elegido en este caso por los que deciden marcharse para tener un mejor futuro, se puede adivinar la época retratada. En los 90, Paraguay era un rumbo posible, sobre todo si una pizzería y una disquería eran las fuentes de la manutención. Es así como Cecilia y Gustavo, respectivamente, pueden pagar sus cuentas y sostener la vida de sus tres hijos. Ellos están separados hace ya un tiempo, y los chicos van de aquí para allá sin grandes sobresaltos. No les falta nada, tampoco les sobra. También en esto la economía narrativa del film es muy precisa: poco se dice, mucho se muestra, todo se entiende: la vida adulta en los 90, al menos para la clase media a secas, era proclive a la inestabilidad propia de una mutación social en la que las formas vinculares estaban cambiando. La institución familiar empezaba entonces a alterarse para siempre.
Las buenas intenciones,vArgentina, 2019
Escrita y dirigida por Ana García Blaya.
García Blaya reconstruye aquí la intimidad familiar. En la mirada de Amanda y en la inteligencia afectiva que expresa en palabras y gestos, la más grande de los tres hijos, ya en su preadolescencia, el film encuentra el hilo conductor. Todo se organiza en su percepción, tan piadosa como angustiante, porque es ella la que mejor entiende que, si se van con su mamá a vivir a Paraguay, verán muy poco a su padre. En torno a esa decisión, el film prodiga su suspenso; a partir del entendimiento de la niña, su punto de vista. (Y en esto el trabajo de Amanda Minujín es precozmente consagratorio).
El gran fuera de campo del film es la vida política de los 90, que se deja intuir por sus consecuencias económicas, porque la endeble subsistencia de los adultos no está disociada de su tiempo. Por otra parte, la existencia en esa década iba a la par de la retórica política. Todo se privatizaba entonces, también la vida personal. Vivir sin mirar la vida circundante fue toda una forma de vida. Lo que sí asoma a la superficie y tiñe cada fotograma es la integridad de los personajes. En el minúsculo universo en el que existen, ellos llevan a cabo sus propias proezas. En un tiempo tan mezquino como aquel, vencer el egoísmo no era poca cosa; en verdad, nunca lo es. La escena entre el padre y la hija mayor en el desenlace es admirable. El título del film se esclarece y cobija a todos los personajes, incluso a quienes desde la butaca observan y escuchan.
Hermosa y pequeña película es Las buenas intenciones. La misma familia filmada una década atrás, o ahora, reflejaría diferencias ostensibles en todos los órdenes. En esa fidelidad al tiempo ya acontecido y en la distancia respecto del nuestro reside su encanto y asimismo su pertinencia cinematográfica. También su misterioso veredicto: vivir con buenas intenciones cada vez cuesta un poco más.
* Esta crítica fue publicada en el diario La Voz del Interior en el mes de diciembre 2019.
Roger Koza / Copyleft 2019
Últimos Comentarios