LAS ESTRELLAS DE CINE NUNCA MUEREN / FILM STARS DON’T DIE IN LIVERPOOL
**** Obra maestra ***Hay que verla **Válida de ver * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor
CUATIVA DEL MAL
Las estrellas de cine nunca mueren / Film Stars Don’t Die in Liverpool, Reino Unido, 2017
Dirigida por Paul McGuigan. Escrita por Matt Greenhalgh,
* Tiene un rasgo redimible
Un biopic acotado, una gran historia, dos buenos intérpretes, un film desangelado
Gloria Grahame fue una actriz extraordinaria; quizás también fue una criatura singularísima, como se puede discernir en un breve archivo que este mecánico y decorativo film de Paul McGuigan incluye del momento en el que recibe el Óscar a mejor intérprete secundaria por Cautivos del mal. Su comportamiento en la ceremonia es indescifrable, y la película nada ayuda para poder interpretar ese acto inesperado frente al conductor de la noche, el gran Bob Hope. Tan solo esa aparición del fantasma de Grahame debilita al film. El fantasma vence definitivamente la reencarnación en la ficción.
Sucede que este retrato está demasiado circunscripto a una historia de amor (no exenta de interés) y al cáncer terminal que padeció la estrella. Los atributos de Grahame hay que suponerlos, pues un comentario al paso sobre uno de los cuatro maridos de la actriz, el notable cineasta Nicholas Ray, y algún otro dato biográfico son insuficientes para situar al personaje que interpreta Annette Bening. ¿No había nada más para decir de una actriz que trabajó con Lang, von Sternberg, Capra, DeMille?
El recorte de McGuigan es taxativo: el romance con el joven Peter Turner (un aspirante actor de origen proletario, que finalmente fue y es actor; al joven Turner lo interpreta Jamie Bell, pero el propio Turner encarna un papel menor, es Jack) y la abnegación de este por esa mujer bastante mayor para él de la que se enamoró bailando (una de las escenas más logradas del film) constituyen la sustancia ilustrada en el relato. Es decir que el tiempo elegido es muy breve: de 1979 a 1981, y los escenarios cambian en función de los recuerdos que tienen los personajes. Están en Liverpool, pero una situación los remite a algo vivido en Los Ángeles o a una visita a Nueva York.
Justamente en las transiciones narrativas del momento al recuerdo se puede detectar la falsaria puesta en escena que parece sofisticada pero es más un ampuloso dibujo de diseño con el que se pegan las escenas. Esto no significa que autónomamente el film no prodigue algunos pasajes pletóricos de vitalidad y verdad. Hay una escena notable: el hermano de Peter lo abrazará inesperadamente ante una situación inapelable. La entrada al cuadro del personaje, por su precisión, es de otro film. Es un instante magnífico que contrasta con varias escenas bochornosas. Varias transcurren al lado del mar, o algo que pretende serlo. El abuso del croma es alevoso.
La aislada virtud de Las estrellas de cine nunca mueren se ciñe a cómo repara en las insospechadas consecuencias que tiene el encuentro con un desconocido en la vida de todo hombre o mujer. El mero azar reúne a dos personas y esto, sin que lo sepan, dejará para siempre huellas en sus vidas. Algo de eso se intuye en el film de McGuigan, un tenue signo de verdad en medio de un asfixiante diseño general en el que se lucen los verdes y los marrones de las cortinas y las paredes, hermosura de superficie que apenas disimula la falta de condiciones para filmar una historia de amor asediada por la endemoniada división de las células en un cuerpo vivo.
*Esta crítica fue publicada en el diario La voz del interior en el mes de mayo 2018
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