LAS FACULTADES
El paso lento del saber
El saber lleva un tiempo que nuestro espíritu de época desdeña. Iniciarse en una disciplina requiere paciencia y trabajo, porque estudiar es una tecnología añeja: leer, volver a leer, subrayar, relacionar un concepto con un campo de saber y una tradición, emplearlo luego para pensar zonas irresueltas en las discusiones de una comunidad de saber e inventar, ocasionalmente, nuevos dilemas o inquietudes en el seno de una indetenible discusión. Y no es todo: el entrenamiento académico puede, aunque no necesariamente, incitar a pensarse. La intuición es la siguiente: el conocimiento puede hacer un poco más libre a todo aquel que le dedique su tiempo; empezar a saber es reconocer la propia ignorancia, condición indispensable para la docilidad. Pensar es, potencialmente, desobedecer.
Las facultades, Argentina 2019.
Escrita y dirigida por Eloísa Solaas.
En su debut como directora, Eloísa Solaas elige la instancia del examen como punto central de su registro; la preparación, la espera y el examen en sí constituyen las etapas que filma; los estudiantes son muchos y las disciplinas también: Filosofía, Derecho, Medicina, Agronomía, Cine, Sociología, Música, entre otras. Como la institución elegida es la universidad pública (UBA y UNSAM), la composición etaria y social del alumnado es diversa. Un microcosmos se despliega amablemente frente a cámara, de tal modo que se puede constatar la especificidad de los lenguajes y la innegable asimetría entre quien mide un saber y quien tiene que demostrar un aprendizaje, un retrato microscópico sobre el poder en relación al saber.
El lenguaje es el término que unifica la puesta en escena. En cierto momento, el profesor de Derecho enfatiza la distinción entre el lenguaje corriente y el de la disciplina que celosamente resguarda. Cuando este afirma la inconmensurabilidad del vocabulario jurídico respecto del habla cotidiana, Solaas marca un corte del plano; es un énfasis consciente que exhibe una retórica del documental observacional: el discurso del film no se dice, se evidencia.
Otro momento glorioso es aquel en que el estudiante penalizado propone tres categorías al docente que guía su tesis imaginaria o futura para describir a los hombres que conviven en un penal. La escena es perfecta y glosa el cambio de posición concomitante a quien sabe que sabe (algo más). En efecto, el plebeyo con saber rompe simbólicamente las cadenas y el lugar falsamente asignado en el ordenamiento social. A su vez, el contracampo conceptual del lenguaje es el propio cuerpo. El cartesianismo ordinario con el que se suelen separar cuerpo y alma, o cuerpo y conocimiento, es desmentido por casi todas las escenas. La frase remanida “poner el cuerpo” adquiere aquí un sentido legítimo y ostensible: los estudiantes se exigen físicamente; estudiar cansa.
La escena de cierre es fundamental. Una clase dedicada a la política de la economía sitúa todo lo precedente en un tiempo actual de los saberes. El conocimiento y la ideología se entrelazan, y la posición crítica es invocada como un resguardo metodológico respecto del saber y sus usos. Al mismo tiempo comienza a sonar una composición de Maurice Ravel, inscripción de una dimensión estética que tampoco está en conflicto con el conocimiento. Y mucho menos con este lúcido film en que el amor al conocimiento se deja sentir como una forma concreta de amor al mundo.
Esta reseña fue publicada en otra versión por el diario La Voz del Interior en el mes de agosto de 2019
Roger Koza / Copyleft 2019
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