Myomano Shel Tzlam Hatonot / From the Diary of a Wedding Photographer, Nadav Lapid, Israel, 2016 (***)

Policías, un niño poeta y ahora un fotógrafo. Lapid organiza sus películas identificando una actividad específica que define al sujeto protagónico y que siempre está ligada a una institución. Sus películas son tan misteriosas como incómodas; los protagonistas siempre irradian una inestabilidad psíquica cuyas raíces no se logran identificar del todo, pero que siempre se siente físicamente por algún peculiar movimiento de cámara. Las acrobacias formales del cineasta (en muchas oportunidades subjetivas) deben ser de las pocas que se salvan de la tendencia de sus colegas generacionales, que conciben una pirueta formal como inmediata traducción de virtud estética; lo que puede parecer ampuloso en el cine de Lapid suele estar ligado a la expresión afectiva de los personajes.

El fotógrafo tiene un hijo (el mismo de La maestra del jardín) al que le cuenta sus inicios en la profesión, lo que viene acompañado de varias imágenes caóticas del primer casamiento que filmó. Tal desorden perceptivo tiene una explicación lógica, la cual a su vez sugiere una indicación. Que el fotógrafo confundiera en aquel entonces el botón de grabar y su señal roja con el “stop” del semáforo resulta un equívoco simpático, pero también señala un potencial detenimiento o límite frente a lo que se puede filmar. En efecto, el fotógrafo se especializa en casamientos, y como tal –según cuenta– ha visto todo. Eso que ve es lo que no se ve en las ceremonias de casamiento, el making off y fuera de campo de una puesta en escena, naturalizada y ritualizada, en la que se explicita ante otros el deseo compartido entre dos y se lo transforma en ley y compromiso; una intersección entre lo íntimo y lo público, cuya legitimación se sintetiza en un término, aquí de carácter opresivo: tradición.

Lapid elige mostrar dos secciones de fotos, siempre en una misma locación, un hermoso paisaje situado en el mar y rodeado por médanos. Las respectivas novias tendrán dudas sobre si el hombre que han elegido es el indicado, o si la decisión de casarse no es una forma de aniquilar el deseo de estar con quien se ama. “Filmar casamientos es como filmar funerales. En un caso se entierra a los vivos, en el otro se entierra a los muertos”, se dice en un momento. La lapidaria sentencia dista de ser cínica, al menos cuando se unifican las escenas iniciales con las finales, pues allí se revela parte de una trama vinculada a una sección de fotos.

La historia breve ligada al otro potencial matrimonio, magistralmente introducida por una elipsis admirable en la que se sostiene el plano (general) en el espacio (desde el médano) y el cambio de tiempo se modifica apelando a elementos sencillos pero ingeniosos, es la de una pareja en la que la mujer desconfía de la institución matrimonial pero no del amor que le profesa a su hombre. La resolución de ese fragmento es fastidiosamente violenta, una cualidad que suele merodear en los films de Lapid y de la que a menudo se puede inferir una violencia estructural que permea la sociedad israelí, cuya expresión machista también se siente aquí en pequeños gestos, palabras y acciones que transmiten una deliberada agresividad apenas contenida.

Roger Koza / Copyleft 2017

Fechas de proyección: