La mirada escrita, Nicolás Abello, Argentina, 2017 (**+)

Un artista no debería cultivar la humildad en sus momentos de creación y expresión. Esa virtud es conveniente para los profesionales de la fe y los miembros del Congreso. Que un cineasta de 23 años empiece su primera película con una escena que remite a Inocencia y juventud de Alfred Hitchcock es un gesto de absoluto descaro, una bienvenida desobediencia a los guiños normativos de los fondos de coproducción y los talleres de cine que normalizan al artista en construcción. En los primeros 11 minutos de La mirada escrita Abello dice: “Soy un cineasta”. No es frecuente que algo así suceda.

La escena es la de un baile. Suena una banda de jazz, los personajes charlan y se mueven al compás de la música; la cámara atraviesa el espacio como si fuera un espectro capaz de divisar a todos los participantes, los ignotos secundarios y los que serán los protagonistas. Antes de esa escena inolvidable –la más hermosa que ha dado eso que se llama hoy “cine cordobés­”–, hay un asesinato. El cadáver, todavía con su sangre caliente, está tendido en el suelo. Es el cuerpo de una mujer. Apenas se ven los zapatos del asesino. El mismo calzado se llega a ver a medio camino del plano secuencia con el que Abello registra esa escena maravillosa de la fiesta que está al inicio de la película. El asesino es entonces uno de los miembros de la redacción del diario, quienes están participando del evento, o al menos conoce a quienes trabajan en él.

Casi llegando al final de esa escena se introduce a la más hermosa actriz que ha prodigado el cine de la provincia. En el film también está la única estrella de esta cinematografía, Eva Bianco. Tiene un papel menor, pero ya en su primera aparición deja en claro que su dominio dramático es indiscutible.

La nueva cara joven del cine cordobés se llama Gabriela Beltramino; fuera de la pantalla, es una talentosa cantante de jazz. El crítico y montajista Ramiro Sonzini, al enterarse del casting y antes del rodaje, pensó en el absurdo de convocar a una dotada cantante para interpretar a una mujer muda. Esto demuestra el genio de Abello. Intuyó qué podía expresar ese rostro sin la potencia de su voz. La mirada escrita del título es justamente esa operación que obliga a dicho personaje a sustituir su fonación por otros medios de expresión, lo que también habilita dos cosas más en el film: un uso justificado y resuelto con inteligencia de la incorporación del mensaje de texto telefónico en pantalla y, asimismo, una suerte de elegante invocación, evocación y convocación fantasmal de Grace Kelly. La voz de la más hermosa actriz de todos los tiempos “sale” de la boca de la no menos hermosa cantante. He aquí otra cita finísima al cine de Hitchcock; en esta ocasión, de La ventana indiscreta.

El asesinato inicial tendrá su resolución, la cual, si se piensa a fondo, es lo bastante políticamente incorrecta, una decisión notable que no se hace notar. Es curioso: Abello decide dar cuenta bastante rápido de quién es el asesino, de tal forma que su trabajo narrativo tiende a recaer en cómo administrar el suspenso situado y tensado en el vínculo entre la heroína muda que trabaja como traductora en la redacción –e intuye quién es el asesino– y el sospechoso que rápidamente entiende que ella sabe de su(s) delito(s).

Abello y su equipo, todos tan jóvenes como él, han sabido sortear la indigencia del presupuesto que tuvieron a su disposición. Este es un film estudiantil y, por lo tanto, de escasísimos recursos. Pero el ingenio vence la carestía estética. La redacción del diario evidencia su semblante de utilería, pero Abello compensa la ineficiencia material del edificio representado trabajando sobre el registro del espacio de un modo admirable. Nuevamente, la cámara se apropia del desplazamiento de los personajes en su circuito laboral. El dominio sobre el espacio, o el entendimiento por parte del joven director de que el espacio es una entidad dramática –como le gustaba decir a Manny Farber–, es otra señal irrecusable de que hay aquí un director de cine. Se le podrá objetar que las interpretaciones son desparejas o que el guión tiende a elidir el tiempo histórico o el contexto en que el film transcurre. Son observaciones plausibles, pero no determinantes.

En el catálogo del Bafici, Fran Gayo, laborioso programador y hombre de convicciones fuertes, dice que el personaje que interpreta Beltramino pide continuidad. Tiene toda la razón. Abello podría seguir adelante con varias películas detectivescas en las que este personaje evolucionaría junto con el propio cine del director; sería un placer enorme poder ser testigo de ese binomio. Sea cual fuere el camino que Abello tomará en el futuro, su defensa indirecta del cine clásico –el cual es eterno, como se afirma en el film– es la garantía que tenemos para creer que nunca traicionará su amor por el cine a cambio de fama y prestigio. ¡Cuánto quisiera ver un Relatos salvajes en sus manos! O mejor aún, un Nueve reinas.

Es probable que en Córdoba esté el primer heredero serio capaz de continuar el camino abierto por un cineasta como Fabián Bielinsky. La mirada escrita es todavía una película demasiado juvenil y estudiantil para asegurarlo, pero es una prueba indesmentible de que el pibe es un fenómeno.

Roger Koza / Copyleft 2017

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