LICORICE PIZZA
Sin sueños, con planes
Ella tiene veinticinco, él quince, vayamos al promedio: amor a los veinte años. Apenas un puñado de planos componen la primera secuencia de Licorice Pizza: de una explosión de pirotecnia en el baño de una escuela se pasa al primer encuentro entre los dos jóvenes protagonistas. En ese estallido que se convierte en una danza de seducción entre cámara, música y diálogos veladamente incisivos entre Gary, un enérgico actor adolescente dado para los negocios, y Alana, una joven trabajadora cansada de la aplastante monotonía de su vida, se cifra todo un programa estético e ideológico. Con este nuevo largometraje ubicado en el San Fernando Valley y el Hollywood de principios de los años 70, Paul Thomas Anderson suma una nueva obra a un corpus de películas que hace años reimagina y problematiza sobre distintas variaciones del deseo y el amor. Nadie elige de quién enamorarse, pero mucho menos elige cómo. Siguiendo aquella idea que instaura que toda escena importante lleva consigo, adjunta antes o después, una escena menor, aparentemente insignificante, pero silenciosamente tan relevante como la principal, Licorice Pizza hace de la seducción y el deseo un campo minado.
En sentido estético, material e ideológico, una noción de horizontalidad recorre todo el film de Anderson: atravesando las aventuras que los jóvenes viven a lo largo del film, que se suceden como cuentos de una antología o entregas de un folletín, la morfología llana, ancha y amplia de la gran ciudad californiana se traslada a la pantalla. Pero no se trata únicamente de una relación urbano-cinematográfica. Si es correcto afirmar que algunos de los términos y condiciones del sinuoso tránsito amoroso implican un constante movimiento entre las distancias, un abrazo que es al mismo tiempo trecho e imposibilidad, un reconocimiento del otro en su independencia e igualdad, y, principalmente, un pacto donde se pretende recibir y dar, de igual a igual, a la misma altura; entonces, las prodigiosas puestas de cámara desplegadas, los abundantes travellings laterales, los paneos o los movimientos circulares aparecen como el modelado del espacio de la fertilidad del deseo, es decir: la horizontalidad. Licorice Pizza toma la seducción como puesta en escena del deseo y a este como motor del amor.
El metier de Anderson parece ser la revisión de los grandes géneros clásicos hollywoodenses: se pueden pensar elementos del western en There Will Be Blood y The Master, en una adscripción al film noir en Inherent Vice o en coqueteos con el melodrama en Phantom Thread. Con Licorice Pizza llega el turno de la screwball comedy, o, mejor, de su bien bautizado subgénero: la comedia de rematrimonio. Sobre el primer encuentro entre los jóvenes se impone una ley, una moral arraigada en la diferencia de edad que sella un impedimento, una distancia y hace de esa evidente seducción mutua un elemento prohibido. Paso a paso, pero ante todo tropiezo en tropiezo, la joven pareja se dedica a reparar progresivamente esa distancia y repactar implícitamente su relación. Un abrazo reflejado en las puertas de una comisaría sintetiza la inmutable fragilidad de lo amoroso. Pero aquí los caracteres del género se deforman: no hay un ingenuo Cary Grant o una aniñada Claudette Colbert, sino que los jóvenes toman un maduro protagonismo. La fórmula genérica atisba una inversión que hace de los jóvenes hombres y mujeres de negocios, entrepeneurs y personas deseantes. Su camino de aprendizaje no es el de asumir una adultez, sino el de abrazar un deseo velado. Mientras tanto, en el film, los mayores, y especialmente aquellos adultos relacionados a la industria hollywoodense, se aferran a caprichos aniñados que dibujan una parodia.
Licorice Pizza se para ambivalentemente frente a la época que retrata; si bien no es un film de la nostalgia que magnifica brillos de los ya excesivamente melancolizados 70 estadounidenses, Anderson se engolosina con los materiales dispuestos e incurre en excesos, principalmente musicales. Por el peso propio que acarrean como obras autónomas y reconocibles, en algunos momentos del film la pertinente pero extendida musicalización con hits populares deja sin respiración a aquellas imágenes y sonidos que aparecen por primera vez para el espectador. Pero todo derroche se ve equilibrado por una distancia y una voluntad de no solemnizar la época o celebrar a las pasadas figuras totémicas del showbiz: el film no baila junto a Lucille Ball (le da un coscorrón, incluso), como tampoco se reverencia ante los personajes que invocan al actor William Holden y al director Mark Robson. De hecho, Anderson caricaturiza en ellos una tradición cristalizada y entregada a un permanente retorno al pasado como mera cita. Materializado en las anécdotas vacías de quien invita a una joven mujer a un bar para monologar y asumido en decepcionantes recreaciones de escenas de viejos éxitos de taquilla, en ellos se dibuja un tiempo pretérito repetido como farsa. No hay conexión intergeneracional posible en este desbalance, no hay igual a igual entre Alana y Gary con aquel quieto museo, como así tampoco unión posible con su poco feliz remake setentista, más mercantilizada y más pasada de rosca, encarnada en un Jon Peters personificado por un Bradley Cooper salido de otra película. Solo el novio también prohibido de Joel Wachs, un candidato a alcalde de Los Ángeles para quien Alana trabaja en un intento de encontrarse a sí misma mientras toma distancia de Gary, parece hablar el mismo idioma que ella y el quinceañero. La joven pareja se mueve en dirección contraria al mundo que la rodea: si ellos son la horizontalidad, el resto pertenece a la inequidad, al egoísmo, al dominio de la verticalidad.
En Licorice Pizza el carácter verídico de las anécdotas narradas carece de mayor importancia, el pasado se configura como un espacio mítico en donde todo pudo haber sido. Pero donde algunos realizadores vuelven al pasado para oficiar de redentores, Anderson, en lugar de buscar soluciones con el diario del lunes, extrae del pasado una idea para el presente: aun en tiempos de cambios culturales, políticos o hasta geológicos, siempre hay un resquicio para el amor.
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Licorice Pizza, Estados Unidos, 2021
Escrita y dirigida por Paul Thoms Anderson.
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Tomás Guarnaccia / Copyleft 2022
Tomás:
Celebro tu incorporación al staff de este sitio que sigo desde hace tantos años. Leí con interés tu texto y me pareció especialmente lúcida tu consideración “el pasado se configura como un espacio mítico en donde todo pudo haber sido” (en todo caso yo agregaría que, en esos años, mucho (no todo) llegó a ser…), al mismo tiempo que tengo dudas que todas las películas de PTA sean variaciones sobre el deseo y el amor (pensando en MAGNOLIA o INHERENT VICE), o que LICORICE PIZZA sea exactamente una screwball comedy.
Pero más allá de esto, me gustaría preguntarte qué elementos de western encontrás en THE MASTER.
Abrazos.
Hola Fernando!
Primero que nada, muchas gracias por tus amables palabras.
Qué interesante lo que mencionas de Inherent Vice, hace poco la volví a ver y la sentí eminentemente una película sobre el amor. Por supuesto que es un film paranoide sobre el fin de la contracultura y todo lo que ya se discutió en su momento (por resumir brutal e injustamente); pero a lo largo de todo el relato está ella, como un fantasma out of the past (si se me permite en anglicismo tourneriano), como motor silencioso de él y de todo lo que hace.
Sobre lo de The Master: es menos evidente que en There Will Be Blood (más forzado, quizás; es un punto en discordia), pero creo que en la avanzada predicadora de «La causa» (que si mal no recuerdo recorre río arriba EEUU, de Oeste a Este) hay algo análogo a la avanzada petrolera sobre el territorio «virgen» de la otra película. En distintos grados, ambas son películas de conquista sobre un territorio; con viajes y acciones en pos de una utopía (trunca cuando no engañosa) que promete una vida mejor. Después, en Freddie siento que aparece el tópico del extranjero errante que en lugar de caer en un pueblo perdido cae en un barco lleno de cientológos. Hay una transformación mutua entre extranjero y nuevo hábitat. Siento que me olvido de algo más, pero en lineas generales pensaba en eso cuando añadí esa referencia.
Saludos,
Tomás
Querido Tomás:
Un amigo cinéfilo me decía hace poco que no podía considerar a «El poder del perro» un western porque los personajes no caminaban con la cadencia de los cowboys, entre otras cosas. No quiero imaginar qué diría si alguien le dice que «The Master» es un western… En mi opinión, hay una tendencia a hablar de determinados géneros o subgéneros ante el compromiso de tener que analizar películas a veces imprevisibles, narrativamente discontinuas, de estos tiempos posmodernos. Encontrar un auténtico western o una película que esté planteada desde el principio como screwball comedy, en el cine de los últimos 20 o 30 años, no es tarea fácil. Ni siquiera creo que «El hilo Fantasma» tiene todas los rasgos de un melodrama.
Desde ya, lo mío es solo una observación y no una objeción a tu texto. Seguiré leyéndote con interés, esperando que tu incorporación a Con Los Ojos Abiertos no sea como esos «pases» que ciertos «periodistas estrella» hacen de una emisora a otra, o de un canal a otro, y no signifique el eclipse de Las Veredas.
Gracias por el intercambio.
La condición de mi invitación fue que la prioridad siempre la tiene que tener Las veredas. No se lo dije una vez; siempre y en cada ocasión que hemos hablado sobre su incorporación ese fue el punto de partida. R
Genial, muchas gracias.
Fernando:
Nunca dije que The Master sea un western, está muy lejos de serlo. Como así tampoco creo que el Hilo Fantasma sea un melodrama. En el texto y en la respuesta anterior hablo de revisiones de los géneros, del uso de elementos particulares o de coqueteos.
Puede ser que exista una tendencia a analizar films complejos a partir de elementos genéricos dispersos, lo cual no me parece algo negativo, o un mero compromiso o capricho, siempre y cuando se compruebe en la propia película la existencia de rastros de los géneros. Justamente siento que esto sucede con la última película de Anderson y algunos elementos subvertidos de la comedia de rematrimonio.
En este sentido y a modo de nota al pie: me gustaría leer el texto de Kent Jones sobre la película que salió publicado en Sight&Sound, donde entiendo que habla a fondo sobre la relación de Licorice Pizza y la screwball comedy. No sé por dónde encarará él la cosa. Ojalá no tarde en aparecer una versión digital del articulo.
Saludo y gracias a vos por iniciar el intercambio.
Tomás
Aquí está ese texto de Ken Jones, si sabés inglés y tenés buena vista a lo mejor podés leerlo: https://bit.ly/3ggYGX7
Un abrazo.
Me genera dudas la idea del «acercamiento a lo popular» que menciona el encabezado introductorio del texto (desconozco si lo escribió Tomás o Roger), siendo esta una película que, al igual que «Phantom Thread», su fecha de estreno coincide con la entrada en la temporada de premios en EE. UU., lo cual no deja de ser un circuito de legitimación similar al de los festivales de cine para atraer público en muchas ocasiones.
Sobre esto, Paul Thomas Anderson menciona en una entrevista reciente su intención de que fuera una «película de verano (estadounidense)», a contramano de la intención de los estudios involucrados. Aquí el link: https://www.revistavanityfair.es/articulos/entrevista-paul-thomas-anderson-licorice-pizza
Dicho esto, felicitaciones a Tomar por el artículo y su análisis del film.
Estimado Pablo:
El encabezado fue tomado de una parte del texto de Tomás que quedó afuera. Decía así: «Tal como con Phantom Thread, Licorice Pizza no tuvo ninguna proyección en un festival de cine antes de su estreno. La lógica contemporánea de première mundial en grandes festivales como instancia de cosecha de críticas, laureles, prensa y flashes se ve reemplazada por otra idea donde se adivina un acercamiento a lo popular: un título y un público que se une simultáneamente el día de estreno en diferentes salas. Un portal que se abre en el tiempo y corta el presente creando una complicidad horizontal entre aquellas imágenes en movimiento y los ojos, atentos e iluminados por la pantalla, que las devoran. Unirse frente al cine, como en el rematrimonio final de los jóvenes protagonistas».
Es cierto que la fecha es esencial para la consideración del Óscar, pero la validación, en última instancia, empezaría después. Que sea una película de verano, eventualmente, reforzaría el deseo de PTA y la interpretación de T, y no el de los productores y los deseos de los directores artísticos de los festivales de cine. No deja de ser interesante que él no demuestra interés por el circuito de los festivales.
Saludos.
R
(Por algún problema del sitio, este comentario no fue publicado. Aviso en caso de que el mismo aparezca duplicado)
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Estimado Roger:
Muchas gracias por tu respuesta y aclaración. Me da curiosidad la razón de eliminar ese párrafo del texto y luego ser incluido como introducción. No dejo de pensar que es problemático pensar el vínculo del concepto (ya de por si problemático) de «lo popular» con la lógica de estreno de una película (esto en respuesta tanto a tu comentario como lo escrito originalmente por Tomas)
Pienso que ahí se halla un enfoque (algo romántico) del cine como «gran arte popular del siglo XX» mediante el acceso masivo y democrático del público a las salas durante un largo tiempo, el cual colisiona con el actual contexto de pandemia, el streaming y la creciente influencia del mercado de festivales.
Más allá de la declaración de PTA y el estreno en para la temporada de premios que traje previamente, me interesa (salvando las enormes distancias) traspolar esta discusión al caso del cine argentino: No creo que muchos films sean menos “populares” por haberse estrenado previamente en festivales de cine, ya que en muchos casos esta es una de las pocas formas que tienen de encontrar un público ante las cada vez más restrictivas condiciones de exhibición en nuestro país (Y su lanzamiento a la suerte en el mar del algoritmo de las plataformas de streaming). Un film como “Las mil y una” de Clarisa Navas no va a ser menos popular que “Gilda: no me arrepiento de este amor” de Lorena Muñoz (por tomar dos casos) porque una haya pasado primero por Berlín y Mar del Plata para luego llegar a una plataforma, y la segunda directamente a las salas de cine.
Creo que el debate sobre lo popular en el actual contexto de distribución y exhibición pandémica debería ser más que nunca dentro de las películas (habitando ese sentido estético, material e ideológico de “horizontalidad” que bien menciona Tomas), y no dentro de los espacios donde son vistas (o “recepcionadas”, como clama el título de un artículo de diario: “[Licorice Pizza] la película con más tuiteadores que espectadores en la Argentina”)
Un saludo para ambos
Pablo C.
Tomás, felicitaciones por tu incorporación al blog! Me encanta lo que hacés en Las Veredas y me gusta que escribas en CLOA porque va a ser muy interesante leer tus críticas y opiniones más allá del cine argentino.
Muy bella y precisa la crítica a Licorice Pizza, me has dejado pensando con la frase «Nadie elige de quién enamorarse, pero mucho menos elige cómo». Si bien la película me gustó en todos sus aspectos, mientras estaba sentada en la butaca no podía dejar de horrorizarme (un poco) por la diferencia de edad. Siempre intento salirme de mi misma al ver un film, pero a veces se vuelve un acto inconsciente e inevitable. Además, Alana tiene una edad muy cercana a la mia y no podía parar de pensar en qué pasaría si yo me enamorara de alguien de 15 años.
Por supuesto en la época en la que sucede el film eran mucho más aceptadas socialmente las relaciones heterosexuales compuestas por un hombre adulto y una adolescente. Se me ocurre en este momento el vínculo entre Priscila y Elvis Presley, ella tenía 14 el 24.
Como mujer joven adulta parte de una generación que está viviendo muchos cambios de paradigma con respecto a los vínculos, la sexualidad y el género me atraviesan estas cuestiones a la hora de ver/pensar las películas. Tengo muchas preguntas, algunas sin respuesta todavía. ¿Qué pasaría si la historia fuera al revés? Si Alana tuviera 15 y Gary 25, me horrorizaría igual? Qué piensan los varones cis de una relación entre un adolescente y una mujer 10 años mayor? Está claro que desde el feminismo se rechazaría una comedia romántica o como bien decís arriba ‘comedia de rematrimonio’ que reproduzca estos patrones. Quiero dejar en claro que obviamente entiendo que la trama del film no tiene por qué ser la ideología del director; me pregunto si PTA se habrá cuestionado esto. También quiero acotar que no estoy de acuerdo con la cultura de la cancelación, es un tema delicado pero siento que en estos tiempos todo es potencialmente cancelable, de hecho estuve leyendo que usuarios jóvenes de las redes sociales quisieron cancelar a Anderson por la diferencia de edad de la historia.
En fin, me gustaría saber si como varón te has cuestionado esto o si te sucede a la hora de ver un film. Ya dejaste en claro en la crítica lo que PTA plantea con respecto a los sujetos deseantes.
Saludos y felicitaciones nuevamente.
Sofía
Sofía, un gusto que te pases por acá.
Como vos bien decís, el tema que traes a cuenta es extremadamente delicado. De más está decir que medité sobre el asunto, aunque, para serte sincero, no tengo una respuesta cerrada para las muchas aristas que abrís. Lo que sí, tengo una muy firme certeza: PTA tuvo en cuenta el tema de las edades desde el primer minuto.
En el cine todo se puede filmar, absolutamente todo, hasta los actos más viles y despreciables. El tema siempre reside en cómo se trabaja todo eso en la puesta en escena.
En el caso de Licorice Pizza yo no veo una reivindicación o una celebración de las relaciones con asimetrías de edades. Creo que se trabaja sobre una relación en particular, con sus caracteristicas y problemas específicos siempre cuidadosamente expuestos para el espectador. La relación, como vos bien decís, puede estar, digamos, “justificada” por la época retratada o también por las vivencias biográficas del actor sobre las que se basó PTA a la hora de escribir el guion. Aunque, para serte sincero, creo que la única “justificación” que corre es aquella de la puesta en escena.
Está fuera de mi alcance juzgar si está bien o mal que exista amor entre un menor y una joven. Sin embargo, la posibilidad objetiva de que ese amor pueda existir se me hace innegable; y si ese amor se retrata como lo hace PTA, sin morbo o sensacionalismo alguno y tomándolo como lo que es (o sea, amor), no se me figura un problema para con la película. Luego, claro, está en la sensibilidad de cada unx cómo recibir eso (y sobre esto, después de ver a mucho gorra mofándose de la gente que se sintió horrorizada, debo decir que me parece una tontería atacar a otra persona por cómo se sintió frente a la película).
En este sentido me parece más que interesante el gesto de hacer una película así en los tiempos que corren: sin dudas PTA estaba al tanto de lo “cancelable” que es el tema y sin embargo allá fue, entiendo yo buscando provocar a la conciencia que andamia la “cultura de la cancelación”. Porque pienso: ¿es condenable algo de la relación entre ellxs? Siento que no, ni Gary o Alana incurren en ninguna clase de abuso por sobre lx otro. La diferencia de edad aparece desde el principio solamente como un dato material que trae aparejada una moral. El “No somos novios” y el “Ya sé” que le responde él no son más que la aceptación de esa ley a pesar de lo que es evidente para todos: se desean, como digo en el texto, de igual a igual. Filmar una relación con una asimetría de edades semejante no me parece un problema per se, como tampoco me parece un mata indios un realizador que filma a un sheriff asesinando a un cheyenne. De nuevo, todo depende de cómo se aborda el tema y de las características propias del caso. Casi como un tío en una sobremesa familiar, mi conclusión acá parecería algo así: es más complejo.
Para ir cerrando porque se me hace largo el comentario (la verborragia me posee cuando un tema me interesa). Me parece interesante lo que traes sobre la inversión de roles: “¿Qué pasaría si la historia fuera al revés? Si Alana tuviera 15 y Gary 25, me horrorizaría igual?”. Es un ejercicio que veo que se extiende bastante, pero sobre el cual tengo ciertos reparos. A priori, me parece una herramienta interesante para pensar más allá, pero no para impugnar el punto de partida. Digo, por algo Alana tiene 25 y Gary 15, no creo que pensando lo que la cosa no es se pueda derribar lo que la cosa sí es. Lo contrafáctico borra las características únicas de cada evento. Y yendo a esta inversión de roles me parece interesante el caso de Marguerite Duras. Debería releer sus novelas, pero se da justamente ese caso: una adolescente de quince y un joven de veintitantos (con el condimento de una diferencia de clases). Ahí hay otra persona que mete el dedo en la llaga de un tema hipersensible, justamente desde un punto de vista femenino. Seguramente haya más casos, mejores y más fértiles para el análisis; habría que buscar y pensar a fondo el tema. Debo decir que tengo más preguntas que respuestas en todo este último párrafo.
En fin, siento que PTA busca incomodar un poco con esto de las edades (con herramientas muy nobles, no como algunos provocadores de pacotilla contemporáneos), pero justamente para problematizar y pensar, tal como lo haces con tu comentario.
Abrazo y muchas muchas gracias por los buenos deseos 🙂
Tomas y Sofía
Leyéndolo a ambos, pienso dos cosas:
1- Pensando sobre el tema de las diferencias de edad desde un punto de vista femenino, se me viene a la cabeza el caso de una película como “Kung Fu Master” de Agnès Varda. Salvando las distancias entre el tono de esta película y “Licorice Pizza”, como también la diferencia de edad entre los dos personajes (Un chico, adolescente de 14 años y la mujer, madre de 40 años), en ella también se configura una problemática sobre el deseo y lo prohibido. Quizás el vínculo que también encuentro, aunque puede ser un conjunto de datos de color menos determinante, es cierto aire de “familiaridad”, “amistad” y, por consecuente, “complicidad” entre lxs involucradxs en los films: En “Kung Fu Master”, Agnes Varda dirigiendo a Jane Birkin, una de sus mejores amigas con la que en paralelo hizo “Jane B. par Agnès V.” (donde se cuenta además la génesis de la trama de Kung Fu Master), y a su hijo Mathieu Demi, sumada a Charlotte Gainsbourg y Lou Doillon, hija de Birkin. En “Licorice Pizza”, Cooper Hoffman (Hijo del fallecido Phillip Seyfmour Hoffman, colaborador habitual de PTA), Alana Haim junto con sus hermanas de la banda HAIM (con la cual PTA dirigió en varias ocasiones sus videoclips) y sus padres (madre profesora de arte de PTA en su niñez), sumado a Maya Rudolph (pareja y esposa del directo en un pequeño papel. Insisto, no sé cuánto de esto influya en ambos films y sus tramas sobre diferencia de edad, pero la coincidencia de estos vínculos en sus involucradxs me despierta curiosidad. Y también que las edades de los personajes coincida con los actores (y no buscar personas de mayor edad para personificar los roles de menores de edad)
2- Por otro lado, detecto que la película sobre sus escenas finales, con la legalización del Pinball y la identidad homosexual ocultada del congresista para preservar su carrera, introduce un paralelismo sobre la diferencia de edad y lo prohibido por las leyes reguladoras o la moral epocal dominante. De ahí que el momento último, donde los personajes se muestran por primera vez y abiertamente como algo más que amigxs, sea en un espacio con una actividad recientemente legalizada (con el “ahora es legal” impreso sobre las vidrieras de fondo). Esto para mí enlaza perfectamente con las últimas líneas del artículo de Tomás y los interrogantes de Sofía: “en lugar de buscar soluciones con el diario del lunes, [Anderson] extrae del pasado una idea para el presente: aun en tiempos de cambios culturales, políticos o hasta geológicos, siempre hay un resquicio para el amor”. Yo agregaría que también hay un resquicio para preguntarse sobre el deseo (y la forma de filmarlo).
Saludos a ambos
Pablo C.
Hola Pablo, un gusto.
No vi esa película de Varda, algo que voy a enmendar más temprano que tarde. Me interesa mucho lo que mencionas y lo que puede aportar al tema.
Sobre lo otro estoy muy de acuerdo. En el entendimiento entre Haim y el novio del concejal se cifra ese paso que habilita a poder pensar(se) y problematizar(se) por fuera de la moral predominante, como individuo.
Ese análisis que haces que me lleva a agradecerte por tu atenta lectura.
Saludos,
Tomás
Gracias Pablo por tus comentarios y referencias; las tendré en cuenta para investigar y continuar con el ejercicio de pensar Licorice Pizza.
Saludos! Sofía.
Tomás gracias por el tiempo que te tomaste al responder, no pude leerlo antes. Voy a seguir pensando en todas esas preguntas que quedan :).
Abrazo!
S.
Creo que Licorice Pizza está lejos de la celebración del amor a pesar de la diferencia de edad. Si bien Alana tiene 25 y Gary 15, Gary no es precisamente un quinceañero común y corriente: es un actor infantil con cierta fama, parece de más edad de la que tiene (no sólo por su actitud sino físicamente) y se lo nota algo emancipado de la madre. Por otro lado, Alana es una chica que busca independizarse pero no sabe cómo y busca hombres que la ayuden en esto. El principal interés de Alana al conocer a Gary es de donde iba a sacar el dinero para pagar la cena de la cita; y ese norte es el que sigue durante toda la película. Cuando Gary empieza a hacer negocios redituables es cuando Alana comienza a sentirse celosa (la escena nocturna en el local de colchones). Después vendrá el actor, el candidato, y con todos fracasará apenas iniciado el encuentro por decisión del guión y no tanto por el fracaso de Alana.
Y ahora que lo pienso bien: me parece una película misógina.
Hola Sofía me pasó lo mismo viendo la peli! La amé pero no dejó de hacerme ruido que en 2021 se haga una peli de un romance con un menor, que si bien en la epoca era común hoy no. Y ni siquiera hay una mirada irónica o critica o algo del director sobre eso, sino que esta romantizado.. y nose si está muy bien. Tampoco para cancelar y esas cosas, pero si hacer una acotación de que es raro.. y sin duda si hubiera sido al reves los géneros sería mucho peor.