LOS ELEGIDOS

LOS ELEGIDOS

por - Ensayos
13 Abr, 2017 10:57 | Sin comentarios
Un texto tardío sobre los nominados a mejor interpretación masculina en la última edición del Óscar 2017.

Un hombre pierde a su hermano, viaja de Boston a Manchester, su ciudad natal, para llevar adelante los procedimientos del caso y mientras tanto revive una pretérita tragedia familiar al mismo tiempo que tiene que hacerse cargo de su sobrino.

El trabajo de Casey Affleck en Manchester junto al mar es notable por varios motivos. El mayor desafío de un actor frente un papel que exige representar el dolor extremo consiste en irradiar a través de su comportamiento la indescifrable sedimentación de una experiencia que le ha cambiado la vida. La ira, el desconsuelo y el abatimiento, las condiciones espirituales que afectan al personaje de Affleck, no se explican, sino que se evidencian. En efecto, la postura del cuerpo, la forma de mirar y la sonoridad de la voz están sujetas a ese acontecimiento determinante que en el film se conoce pasado un buen tiempo y a través de un conjunto progresivo de flashbacks. Si se compara la cualidad anímica del personaje previo a ese trágico momento, algo que el film permite por su inteligente estructura narrativa, el personaje de Affleck no transmite el peso de una desgracia irreparable. En el cine, la psicología tiende a exteriorizarse en el discurso; los mejores intérpretes son aquellos que prescinden de otorgarle a ese recurso el medio de expresión de su vida interior.

Viggo Mortenssen es otro actor magnífico. No pertenece a la escuela dominante de interpretación, en la que predomina el exhibicionismo que disimula profundidad. Puede ser Freud, un mafioso ruso, un aventurero danés en la Patagonia, un héroe mítico de un universo fantástico, y también un padre heterodoxo que educa a sus hijos bajo los preceptos paradójicamente dogmáticos de una difusa filosofía contracultural de supervivencia. Su trabajo en Capitán fantástico es excelente porque desestima la hipérbole gestual para moldear el doloroso aprendizaje de tener que cotejar involuntariamente cómo la obediencia de ciertas creencias puede ser inadecuada ante algunas circunstancias.

Después de ver La La Land está claro que Ryan Gosling sabe bailar, tocar el piano y afinar cuando canta. No constituye una novedad que sea un actor carismático y dúctil, y ciertos trabajos suyos están entre los mejores del cine de su país: su profesor adicto en Half Nelson es memorable.

Hay que ser hábil para decir algunas líneas anodinas y no transmitir incomodidad alguna. Cuando en La La Land se deja de cantar y bailar, las escenas dramáticas no ayudan mucho. Sucede que Gosling puede hacer poco frente a la amable trivialidad que sustenta el drama y los parlamentos. ¿Una prueba? El reproche de Mia a Sebastian mientras tiene lugar la forzada cena romántica en casa.

¿Qué decir de Andrew Garfield en Hasta el último hombre? La historia real de un objetor de conciencia dispuesto a ser parte del equipo médico de un batallón en la Segunda Guerra Mundial siguiendo al pie de la letra sus preceptos, es apasionante, pero el joven actor, como el resto de los intérpretes, participa de un mandato interpretativo restringido.

El dilema de la interpretación en el cine es siempre el mismo: saber reconocer la existencia de estereotipos que están en el cine y fuera de él, trabajar con ellos y encontrar una distancia pertinente para que el estereotipo no fagocite la expresión singular. El Desmond Doss de Garfield viene de la misma fábrica de modelos que forjó a Forrest Gump y al soldado Ryan. En esta nominación se confunden las proezas del personaje histórico ilustradas en el film con la propia interpretación de Garfield.

Los primeros 15 minutos de Fences son dramáticamente iguales a las dos horas que les siguen y expresan el paradigma interpretativo en el que Denzel Washington posiciona a su personaje y a sus acompañantes: el inconfundible tono altisonante característico de cierta representación teatral. Que Fences haya sido primero una obra de teatro no implica que su transposición al cine le deba fidelidad a la impostura exigida en un escenario.

Fences es una fiesta de vanidad: el actor (y aquí por tercera vez director) invade al personaje y el estereotipo de profundidad psicológica asfixia cualquier evidencia en la que se pueda sentir el alma de un trabajador orgulloso por sus logros y apabullado por sus resignaciones.

*Este texto fue publicado por el diario La voz del interior en el mes de febrero de 2017

Roger Koza / Copyleft 2017